Plástica
La
extraordinaria muestra Vanguardia Rusa en el Recoleta
Los
padres fundadores
Hasta
el 29 de abril, el Centro Cultural Recoleta ofrece una muestra excepcional
de 30 artistas rusos de las primeras décadas del siglo XX. Con
sólo 64 obras, ofrecen una oportunidad única para entender
la influencia decisiva que tuvieron, no sólo en el arte moderno
sino en el cine, la arquitectura y el diseño actual, este grupo
de descollantes precursores, entre los cuales brillan las piezas de
Kandinsky, Malévich y Ródchenko.
POR
FABIAN LEBENGLIK
Son
sólo 64 obras, pero no dan respiro: cada una de ellas es una
célula madre que, desde hace casi un siglo, viene generando descendencia
a través de centenares de otras obras en la historia del arte
moderno y contemporáneo. Pararse frente a ellas produce una sensación
similar a la de encontrarse con fotos de cuando nuestros abuelos eran
jóvenes: imágenes cercanas y al mismo tiempo distantes,
caras extrañamente conocidas, pero no del todo. En esas caras,
como en estas pinturas, está toda la carga de futuro y de potencia
que nos incluye y que incluye toda la historia posterior. Pura potencialidad,
ahora hecha pasado. Es que la exposición de las vanguardias rusas
que se presenta en el Centro Cultural Recoleta es un viaje en el tiempo,
y en este sentido parece acertado el novedoso montaje que se le ha dado,
porque el recorrido de la muestra está armado con falsas paredes
monocromáticas de distintos colores que reorganizan el espacio
de las salas al modo de galerías zigzagueantes que van trazando
un camino quebrado y angosto, como un túnel o una garganta.
Entre el tumulto de visitantes que abarrotaron la muestra el día
de la inauguración, llamaba la atención un señor
bajito, entrado en años, aunque de facciones juveniles y radiantes,
que recorría la muestra ida y vuelta, extasiado con los cuadros
puntillistas de Pável Filónov. Unos minutos después,
la viceministra de Cultura de Rusia (que viajó para presentar
la exposición) lo señaló y dijo que se trataba
del gran Mijail Rostropovich, de paso por la muestra antes de su presentación
en el Colón. Todo el Centro Recoleta explotó en aplausos
interminables, y aunque se dice que el maestro es un tirano con los
músicos, el rumor parece infundado ante el aspecto de ese hombre
en estado de gracia.
Tras la anécdota, la familiaridad de las pinturas se refuerza.
Mientras el espectador pierde el aliento y se sorprende frente a cada
una de esas obras de estos ancestros de la contemporaneidad, también
enfoca con la memoria los muchos libros de arte vistos y los kilómetros
de museos recorridos. Mentalmente se arma una genealogía en la
que invariablemente el núcleo fundador, el corte epistemológico,
es este grupo de rusos. La exposición consiste en una pequeña
aunque extraordinaria selección que proviene de catorce museos
rusos, nacionales, regionales y provinciales. A través de las
64 obras de estos treinta artistas (Deineko, Exter, Falk, Filónov,
Gavris, Gonchárova, Kandinsky, Kliun, Konchalovsky, Krávchenko,
Kuprin, Lariónov, Lébedev, Le Dantiu, Lentúlov,
Levin, Malévich, Medunetsky, Menkov, Morgunov, Péstel,
Popova, Ródchenko, Rozánova, Rozhdéstvensky, Sháposnikov,
Shevchenko, Shtérenberg, Tatlin, Udaltsoa y Vesnín) se
puede percibir la explosión artística, estética
e ideológica que generaron en los primeros veinte años
del siglo pasado en el arte moderno.
En aquel tiempo, todas las vanguardias europeas estaban en contacto
y la combustión creativa se extendía en forma de virus,
como si la pintura hubiera enloquecido a un ritmo vertiginoso, cambiando
los parámetros de toda percepción vigente. En torno al
internacionalista Kandinsky, por ejemplo (que tenía tres nacionalidades:
rusa, alemana y francesa), se reunió un grupo de pintores, músicos
y poetas que luchaban por romper las fronteras geográficas al
mismo tiempo que defendían las formas puras del arte.
Pero la Europa de aquellos años estaba más cerca de las
armas que de las artes. Antes de que les cayera encima el garrote doctrinario,
estos artistas abominaban del realismo y por eso inventaron la abstracción:
el único modo de expresión que les permitiría mostrar
las cosas desde adentro. Cuanto más terrible es el mundo,
más abstracto es el arte, escribía Kandinsky. La
sentencia resulta impactante, si se tiene en cuenta que varios de los
artistas que se exhiben en esta muestra terminaron en el exilio, o bajo
las armas.
Hasta 1920 había gran cantidad de instituciones y publicaciones
que agitaban violentamente la vida cultural rusa (se puede tomar como
ejemploel Vkhutemas, un instituto politécnico moscovita que funcionaba
como academia extraoficial, donde se enseñaban todas las técnicas
artísticas en el marco de un aprendizaje interdisciplinario,
con discusiones y seminarios de arte, historia y política). El
arte ruso estaba en asamblea y deliberación permanente. Buena
parte de los treinta artistas que integran esta muestra (en especial
el quinteto medular integrado por Kandinsky, Malévich, Tatlin,
Gonchárova y Ródchenko) asistía a esos debates,
que podían ser presenciados por el público y que produjeron
tal impacto que la huella que dejaron sobre los estudiantes y profesores
tuvo más alcance por esos debates que por lo específicamente
técnico (aun cuando la técnica se enseñaba rigurosamente).
Pero, en 1928, la facción revolucionaria triunfante decidió
que las artes también serían un instrumento de la revolución
(lo que trajo como consecuencia la victoria estética de la más
pragmática de las artes: el diseño industrial, el arte
aplicado a la producción) y promulgó el realismo socialista
como doctrina estética excluyente del Estado soviético.
Fue el principio de los exilios interiores y exteriores, del retorno
al realismo por obligación o resignación. Fue también
el momento de las purgas y los fusilamientos.
Wassily Kandinsky, por ejemplo, que había dejado su cátedra
de Derecho para irse a estudiar pintura en Alemania luego de ver una
exposición de los impresionistas franceses y que volvió
a Rusia con la Primera Guerra Mundial para diseñar la política
educativa de los programas artísticos, termina yéndose
de nuevo a suelo teutón, donde ingresa en la Bauhaus y allí
sigue hasta el cierre decretado por el nazismo. Uno de sus postulados
decisivos para el arte moderno fue el corte entre arte y naturaleza,
porque ambas categorías se rigen por distintos principios y objetivos:
El arte está hecho de una sustancia que sólo el
arte puede comprender y expresar con claridad con los medios de expresión
que le son propios. En este sentido, se dedicó a pensar
los componentes básicos de composición: el color, la línea,
el punto y el plano.
Kazimir Malévich, por su parte, asimila la estética post-impresionista
y se dedica a una pintura de motivos campesinos. Sin embargo, también
estaba obsesionado con la figuración tubular de Léger,
que combinaba con motivos primitivos rusos, hasta desarrollar una tendencia
personal entre el cubismo y el futurismo, a la que llama cubo-futurismo.
Su mayor legado es el suprematismo, tendencia también relacionada
con el cubismo, aunque invirtiendo la versión picassiana: no
descomponiendo en formas geométricas ciertos aspectos de la realidad
sino combinando la geometrización del espacio pictórico
con una composición abstracta de tipo constructiva, sin relación
ni alusión al mundo real. Sus cuadros blancos, donde
llega a la cúspide del sentimiento puro, son antecedentes
directos del minimalismo (como se puede ver en los cuatro cuadros de
él que se exhiben en la muestra, su obra influyó notoriamente
en todo el arte moderno: desde la pintura hasta la arquitectura, el
diseño y el diseño industrial). Junto con Kandinsky, sostuvo
de manera temeraria la no-utilidad del arte. Grave pecado para el canon
soviético: cuando se impone por decreto el realismo, Malévich
vuelve a beber el trago amargo del mundo real.
El gran enemigo estético de Malévich (y héroe artístico
de la URSS) fue Vladímir Tatlin. Pintor, diseñador y arquitecto,
Tatlin fundó la tendencia triunfante del Estado soviético:
el constructivismo. Sus revolucionarios y hoy perdidos relieves queda
sólo un par estaban directamente inspirados por la obra
de Picasso que había visto en París. Tatlin buscaba terminar
definitivamente con el ilusionismo pictórico y, para lograrlo,
utilizó tantos materiales novedosos y extraños que se
lo considera un adelantado del arte concreto, especialmente por la superposición
de materiales y pinturas volumétricas. Una de las claves de su
producción es la relación entre estética y economía
de las formas. Por eso el Partido le encargó el Monumento a la
Tercera Internacional que, aunque nunca seconstruyó, la historia
del arte lo tiene por obra canónica de la modernidad y símbolo
del constructivismo. La maqueta de este monumento forma parte de la
exposición del Recoleta. Los grandes de la arquitectura contemporánea,
fanatizados con los rascacielos de acero y cristal, consideran que el
de Tatlin es el proyecto arquitectónico más influyente
de la historia de la arquitectura.
Natalia Gonchárova era descendiente de Pushkin y pertenecía
a una familia de músicos que defendieron el nacionalismo ruso
del siglo XIX. Con otro pintor genial también representado en
la muestra, Lariónov, se dedicó al estudio del arte popular
y los iconos medievales rusos. Su pintura tiene un notorio acento primitivo
(como el período post-impresionista de Malévich), combinando
una imagen arcaica, de interés social, con elementos cubistas
y fauvistas. Bajo la influencia del futurismo, Gonchárova y Lariónov
se inclinaron por una versión propia, que llamaron rayonismo.
Los dos terminaron viviendo en París, donde ella se dedicó
a la escenografía, para volver a la pintura de caballete a mediados
de la década del 50. Los cinco cuadros notables que se exhiben
de Gonchárova en el Recoleta fueron pintados entre 1906 y 1912.
Por último, es el turno de hablar del gran Aleksandr Ródchenko,
artista múltiple (pintor, escultor, diseñador industrial,
escenógrafo teatral y cinematográfico, tipógrafo,
artista gráfico y fotógrafo) cuyos cuadros monocromos
y suprematistas son verdaderos emblemas del arte del siglo XX. La relación
estética entre Malévich y Ródchenko es evidente,
aunque éste invierte algunas de las claves de aquél. Su
aporte central al arte moderno fue la obra tridimensional, que se anticipó
a la abstracción constructivista. Sus fotos, en cambio, tienen
un sentido opuesto: son nítidos documentos de la Rusia revolucionaria,
al estilo de un fotoperiodista, aunque con extrañas perspectivas
y ángulos de visión arriesgados y novedosos. Estas fotos
tuvieron una decisiva influencia en la obra de cineastas como Eisenstein
y Dziga Vertov. En la década del 40 volvió a la pintura
con una serie de obras cercanas al expresionismo abstracto.
Vanguardia
Rusa fue organizada por la Dirección de Asuntos Culturales de
la Cancillería Argentina, la Secretaría de Cultura de
la Ciudad de Buenos Aires, el Ministerio de Cultura de Rusia, el Centro
Estatal de Museos y Exposiciones Rosizo de Moscú y Teresa de
Bulgheroni.
arriba