Estafas La increíble historia del Tory mentiroso
Mintiendo sistemáticamente sus pergaminos, el británico Jeffrey Archer fue elegido miembro del Parlamento a los 29 años, logró convertirse en el delfín de Thatcher, publicó una docena de best-sellers (entre ellos Kane y Abel) que lo hicieron millonario, fue nombrado Lord y creyó que siempre se saldría con la suya. Hasta que una inocente velada con una prostituta, descubierta por los tabloides ingleses, precipitó su estruendosa caída. Hoy enfrenta una pena a cadena perpetua por perjurio y estafa. Pero mantiene la sangre fría, como si le quedara un as en la manga. Por Juan Ignacio Boido A veces pasa: decimos ser lo que no somos, nos convertimos en algo que ni nosotros creemos, y al final no sabemos ni quién somos. Jeffrey Archer, por ejemplo. Durante años, su currículum, incluido en las solapas de su docena de best-sellers, era el de un representante ejemplar del sistema político que enorgullecía a los ingleses tanto como ser el primer país del mundo en el que el tránsito circuló en la dirección correcta: nacido hace 61 años, estudió en el Wellington School y en Oxford (período durante el cual, además de desempeñar un número considerable de actividades académicas, representó al Reino Unido en los 100 metros llanos); a los 29 años fue elegido el miembro más joven del Parlamento; cometió el error de invertir inocentemente un millón de dólares en una empresa que resultó ser un fraude y renunció a la Cámara de los Comunes en 1974 para escribir su primera novela; catorce libros después, en 1992, convertido para muchos en el verdadero cerebro detrás del Partido Conservador, fue nombrado Lord (no Sir, ese cargo algo menor y no hereditario reservado para ciudadanos menos descollantes como Paul McCartney y Anthony Hopkins, sino Lord, con su toga y su banca hereditaria en la Sala de los Lores) por inestimables labores al servicio de su majestad. Hoy, sin embargo, enfrenta una condena a cadena perpetua por no contestar la verdad cuando le preguntaron quién es. Hasta
1986, las solapas de sus libros fueron la única versión
de la vida de Archer. Casado con una laureada científica a la
que había conocido en Oxford y con la que tiene dos hijos, repartía
su tiempo entre los pasillos del Parlamento, donde era considerado el
hijo político de la entonces primer ministro Margaret Thatcher,
y periódicas incursiones a lugares solitarios en islas mediterráneas,
donde se internaba a pulir los manuscritos de sus best sellers. De una
u otra manera, siempre parecía estar donde estaba el poder. John
Major todavía ni asomaba en el horizonte político inglés
y Archer se perfilaba como el delfín indiscutido del thatcherismo
(habiendo, incluso, disentido públicamente con la Dama de Hierro
respecto de un recorte de fondos para el suministro gratuito de leche
a los niños en edad escolar). Simultáneamente, como si
la vida política no le quitara más que un par de horas
al día, los libros que publicaba con regularidad cada tres años
vendían millones (cuando en 1977 su segundo libro, ¿Se
lo decimos al presidente?, que trataba sobre el intento de asesinato
de un hipotético presidente norteamericano llamado Ted Kennedy
desató la ira de Jackie Onassis, su editora norteamericana en
Viking Press, Archer logró que la viuda de Kennedy renunciara
a la editorial mientras su libro entraba en imprenta sin que le cambiara
una coma). Hasta que, en 1986, el News of the World, el decano de los
tabloides británicos, publicó en tapa una nota en la que
acusaba a Archer de haber pasado una noche con una puta el año
anterior. La foto mostraba a un amigo personal del escritor entregándole
un sobre lleno de libras a una mujer en Victoria Station. El titular
decía: El Tory Archer le paga a una profesional del vicio.
Otro tabloide, el Daily Sun, se sumó a la avanzada contra Archer
publicando una entrevista con la profesional del vicio, Monica Coghlan,
madre soltera de 35 años, que se explayaba sobre una variedad
de circunstancias y detalles del encuentro, describiendo incluso la
textura de la piel del cliente involucrado. Si
hay algo que explica la particular empatía entre Archer, Thatcher
y Major es el hecho de pertenecer, los tres, al sector de menos abolengo
dentro del Partido Conservador. Dominado casi completamente por la aristocracia
(que, en el caso de Inglaterra, vendría a ser los suburbios de
la realeza), los tres conformaron una alianza de clase media que dominaría
el partido durante dieciocho años. Archer siempre se mostró
particularmente orgulloso del humilde pero honroso pasado de su padre,
William Archer, un coronel de Infantería que, según su
hijo, había sido condecorado con una medalla al valor durante
la Primera Guerra. En los archivos del ejército británico
no figura ninguna clase de información sobre un oficial de ese
nombre, y mucho menos sobre cualquier tipo de condecoración otorgada.
Existe, sí, un William Archer, cuyo prontuario comienza en 1917,
año en el que llega a Nueva York bajo el nombre de William Grimwood,
alegando ser un cirujano inglés herido durante la guerra.
Allí conoce a una chica de 22 años llamada Florence Brainerd
que se convierte en su primera mujer y con la que se muda a Washington,
donde un año después nace su primera hija mientras él
es arrestado por recolectar fondos para obras de caridad inexistentes.
Abandonado por su mujer y su hija de las que nunca más
sabría nada, tras cumplir diez meses de sentencia viaja
a Canadá, donde vuelve a ser arrestado y deportado a Inglaterra.
Allí conoce a una tal Lola, con la que se casa en 1939 sin decirle
una palabra de su pasado y con quien, el 15 de abril de 1940, tiene
a Jeffrey (años después se sabría que Lola había
dado a luz a otro hijo antes, al que también había bautizado
Jeffrey y quien hoy vive con otro nombre y no mantiene ninguna relación
con su medio hermano). En
1963 consigue ser admitido por la Universidad de Oxford para un posgrado
en Educación, presentando un currículum en el que aseguraba
habercursado dos años en la Universidad de California y haberse
graduado en la Federación Internacional de Cultura Física
(único dato corroborado, aunque no se trata de Cultura
Física sino de fisicoculturismo, y de un título
obtenido mediante un curso por correspondencia). Aunque el posgrado
duraba sólo un año, Archer se instala durante tres en
las habitaciones para estudiantes de Oxford, tejiendo una red de amistades
y de informaciones cruzadas que impiden a sus conocidos saber a ciencia
cierta cuáles son los pergaminos y contactos de los que goza.
Durante esos años también se hace un lugar en la agenda
para representar a Oxford en los duelos deportivos con Cambridge y a
Inglaterra en competencias internacionales, se convierte en el presidente
del club de atletismo y se dedica con pasión (o al menos con
estridencia) a las obras de caridad (estrategia que volvería
a repetir en 1992, cuando Thatcher dejó el poder y le fue necesario
ganarse la simpatía de Major, para quien Archer organizó,
terminada la Guerra del Golfo, una millonaria colecta en beneficio de
los refugiados kurdos). En 1963, toda Inglaterra supo de él:
fue promotor y anfitrión de la primera visita de Los Beatles
a Oxford (George Harrison habría dicho que, de habérsele
dado la oportunidad, Archer hubiese embotellado y vendido la orina de
los cuatro Beatles). Un par de meses después, Archer consiguió
ser invitado a la Casa Blanca para que Lyndon Johnson firmara unas grabaciones
de Churchill, que Archer prolijamente subastó en un acto conspicuamente
registrado por la prensa a ambos lados del océano. Ese mismo
año, la estudiante de Química Mary Weeden se convirtió
en su mujer. Entonces
empezaron las sorpresas. Ted Francis, el amigo de Archer que había
declarado estar con él la injuriosa noche del 86, decidió
cobrarse la modesta fortuna que su amigo le había prometido sin
nunca pagarle y le vendió una entrevista exclusiva al biógrafo
no autorizado Crick y después al News of the World. En ambas
entrevistas, Francis declaró que la coartada había sido
un favor personal que Archer le había pedido para salvar su matrimonio,
ya bastante escorado por sus recurrentes deslices con profesionales
y aficionadas al vicio. Apenas salió publicada la entrevista
del News of the World, Scotland Yard informó, con una celeridad
notable, que abriría una investigación de oficio, cuya
primera revelación fue un sinfín de amiguitas de Archer.
Casi automáticamente, el Partido Conservador lo expulsó
de sus filas. Interrogado sobre su viejo amigo y asesor de tocador,
Major se limitó a responder: Jamás en mi vida consultaría
con Archer mi gabinete, ni se lo recomendaría a nadie.
Alguien desempolvó una causa abierta años antes en Canadá,
donde Archer fue detenido a la salida de un shopping por llevarse tres
trajes al hombro sin pasar por caja. Alguien más reveló
que los fondos para los kurdos nunca llegaron a destino. Con su figura
política definitivamente roída por el escarnio, fue el
turno de sus editores. Richard Cohen, editor de sus primeros libros,
hizo público que Archer quería reproducir textualmente
90 páginas de Kane y Abel en su secuela, La hija pródiga.
Decía que nadie se iba a dar cuenta. Otro de los
correctores de estilo que Archer llevaba consigo durante
sus internaciones literarias, dijo: Es incapaz de escribir; a
veces los tres o cuatro editores que lo acompañábamos
reíamos a carcajadas al descubrir que un personaje del libro
se pasaba dos años y medio embarazada, como pasó en La
hija pródiga. O alguien que en las primeras cien páginas
del libro se llamaba Jeanette de pronto tenía otro nombre. O
un personaje cuya característica principal era el color del pelo
de pronto parecía haberse teñido. En octubre del
año pasado, Archer fue detenido en su propia casa y llevado a
declarar. Por primera vez en la vida, parecía no tener un solo
frente bajo control.
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