Música
La fabulosa Graciela Cosceri
LA VOZ
En
el Parakultural fue Mescalina o Milú, una inquietante muñeca
envuelta en celofán. Al mismo tiempo, sin que lo supiera nadie
del under, cantaba con un trío de jazz en Oliverio. Entrenó
vocalmente a los Illya Kuryaki y al mismísimo Spinetta. Los músicos
la idolatran, las discográficas siguen sin descubrirla; ella
enfrenta ambas cosas con igual parsimonia. Señoras y señores,
Graciela Cosceri (después no digan que no les avisamos).
Por
Mariana Enríquez
Cuando
promediaban los 80, a Graciela Cosceri la conocían como Graciela
Mescalina. También entonces cantaba jazz, pero no en locales
elegantes sino en el Parakultural. Los ochenta, dice Cosceri, no eran
el mejor momento para una solista de jazz. O de cualquier otro estilo.
Las mujeres ya podíamos salir a tocar, pero al menos a
mí no me gustaba demasiado el círculo que se iba armando.
Era todo igual y con pocos matices: había que salir tipo yegua
con la guitarra y el chambergo. No tenía nada que ver conmigo.
En ese momento Celeste Carballo era la cantante más destacada
y uno tenía que hacer lo mismo que ella, o más o menos.
Y yo no sirvo para eso. Así que terminó en un teatro
de San Telmo con Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, las Gambas al
Ajillo, los Melli. En ese contexto quería cantar jazz. Y lo hizo,
pero usando tres personajes distintos: el de una cantante de los años
30, el de una diva pop de los 80, y un tercer personaje que no reflejaba
ni delataba nada. Toda una osadía cuenta, porque
en esa época no estaban de moda ni el jazz ni el blues. Nadie
hacía eso.
Cosceri, en cambio, sólo quería hablar de Bessie Smith
y Billie Holiday. Bessie, la cantante más fea de todo la
historia del jazz, y su fin trágico. Sufrió un accidente
en el que estaba perdiendo un brazo, pero nadie quiso llevarla a un
hospital. Cuando alguien le tuvo piedad, el hospital donde la dejó
era para blancos y murió desangrada en la puerta. Y Billie comenzó
como una figura condenatoria desde el principio. Su canción Strange
Fruit es acerca de los negros que el Ku Klux Klan colgaba de árboles
tras los linchamientos. Esas eran las historias que trataba de interpretar
en mi época del Parakultural. Porque lo que yo veía en
ese lugar era drama. Aun con el humor, era un lugar súper dramático.
Y yo tengo un lugar así en mi vida también, que no era
ningún invento: era una búsqueda interna. Hoy quizá
no tendría sentido, sería patético o decadente,
pero en ese momento, llena de juventud, era legítimo.
Graciela Cosceri tiene hoy cuarenta años, y canta los sábados
en el Notorious de Callao y Paraguay. Está finalizando allí
un ciclo con Nico Cota, que retomará en mayo, y en ese mismo
escenario cantó con el Mono Fontana (en 1999) y Javier Malosseti
(el año pasado). Fue la primera vez que Fontana convocó
a una cantante para producirle un concierto. Escribió para
mí unos arreglos increíbles, y me hizo mutar. Éramos
un dúo poco convencional: el Mono tiene su propio universo y
hay que seguirlo. Nunca me esperé que me eligiera para acompañarlo.
Con Malosetti desarrollaron un dúo de contrabajo y voz, y hoy
con Cota están intentando algo más moderno: loops y percusión
minimalista (además de un teclado y clarinete), mientras Graciela
canta canciones de Ivan Lins, Stevie Wonder y Roberta Flack. Armar este
dúo con Cota no fue tan fácil: nadie se animaba a tocar
teclados para ella, porque venía de trabajar con el Mono. Lloré
como loca. Quiero decir, yo no soy Cassandra Wilson, que sin el Mono
llena el Village Vanguard. Estoy lejísimos de eso.
Lo cierto es que Graciela rara vez recibe una mala crítica. Sus
performances son catalogadas de exquisitas; su presencia,
su físico en miniatura, apenas sugieren el poder de su voz. Ese
físico menudo e infantil fue el que, durante los años
del Parakultural, la llevó a interpretar, en performances actorales,
a una muñeca que cobraba vida cuando era besada, salida
de un poema de Oliverio Girondo. Pero era una muñequita extraña,
con cierto duende diabólico, toda envuelta en celofán
colorado. Mi partenaire recitaba mientras desataba ese paquete rojo.
Todavía la recuerdan por esa muñeca. Cuando cantó
con Willy Crook para la presentación del disco Eco, terminaba
todo y nos íbamos a comer cuando me paró un tipo para
abrazarme y me dijo Hola, Milú. El nombre de la muñeca
maldita. No se acordaba de mí como cantante. Tampoco se
acordaba de ella Emmanuel Horvilleur. Pero poco después de las
presentaciones del disco del Crook en 1998, cuando Dante Spinetta y
Emmanuel Horvilleur le pidieron que fuera su entrenadora vocal para
el disco Leche de Illya Kuryaki & The Valderramas, Emmanuel le contó
que, cuando era chico, su mamá lo llevabaal Parakultural. Y que
a él le gustaba mucho una chica que se disfrazaba de muñequita.
Cuando le dije que era yo no lo podía creer.
Cosceri tampoco puede creer que, cuando Luis Alberto Spinetta visitaba
el estudio donde ella trabajaba con los Kuryaki, no lo hacía
sólo por atención paternal, sino para observarla. Spinetta
también terminó convocándola como entrenadora vocal
(aunque yo creo que él no lo necesita) y la incluyó
en su último disco, Los Ojos. Fue la primera vez que Spinetta
usó una entrenadora y lo que pensé es que iba a
estar de paso con él, porque siempre siento que hice todo mal.
Pero ya van dos años que trabajamos juntos, y estoy tratando
de aceptar que le gusto, nomás.
Para algunos, la falta de prejuicios de Graciela en cuanto a géneros
puede ser un problema en el ambiente de jazz. Es muy apático,
está lleno de minighettos, tanto ahora como en aquella época.
En realidad es muy gracioso, porque al mismo tiempo que tenía
ese espacio punk, también me iba formando como cantante de jazz.
En el Para era Mescalina, mientras en Oliverio iba ganando el respeto
de Fats Fernández o Malosetti. La gente de Oliverio no sabía
que yo era Mescalina y los del Para no sabían que yo cantaba
jazz con un trío allá. No era un estereotipo en ningún
lado, y no era una situación esquizoide. Nunca me interesó
meterme en los códigos que tienen los ambientes y los géneros,
en los clichés. No me sale.
Otra cosa que no le sale, todavía, es mover cielo y tierra para
grabar un disco. Prefiere dar clases en su pequeño departamento
de Villa Devoto. No sé cómo se articula toda esa
movida. Si tengo que esperar o ir a hablar con la gente, y qué
tengo que decir. Para ciertas cosas no me sé mover. Todo lo hice
tan sola y tan de a poco que no sé hacerlo de otra manera. Por
un lado, hoy estoy muy apoyada, y por el otro muy poco contactada. No
voy a fiestas ni pido teléfonos, me desgasta la cabeza. No creo
en el te conviene. Por eso funciono un poco complicada: me aparto y
creen que soy rara. Los músicos me quieren, pero desde ese lugar
no se puede hacer mucho. Y no tengo ganas de hacer un disco a pulmón:
si necesito una orquesta la quiero pagar. Si quiero al mejor músico,
lo quiero cómodo. No por amistad. Y no me gusta trabajar desde
la queja: me desangela. No quiero ser una cantante a la que todo le
cuesta, no me interesa conectarme con esa parte siniestra y oscura.
A Graciela le da risa pensar en lo que puede pasar si, finalmente, nunca
logra grabar un disco. Quizá me descubran post-mortem,
y sonríe como una muñeca diabólica. Y cuando
esté muerta, los fans de Mescalina se pelearán por mis
grabaciones piratas.
arriba