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Cine
Cicatrices, la película basada en
la novela de Saer

 

 


La vida es una herida absurda

Casi sin distribución, se estrenó en una sola sala de Buenos Aires Cicatrices, una película íntegramente filmada y producida en el interior. El debut de Patricio Coll es, además de una excelente adaptación de la novela de Juan José Saer, un viaje al imaginario de la década del 60 esquivando, precisamente, sus iconos más estridentes.

POR CLAUDIO ZEIGER

Cicatrices, la película del santafesino Patricio Coll que sólo puede verse en una sala cinematográfica (la sala Mirtha Legrand del Complejo Tita Merello), propone un viaje diferente a los años ‘60, una incursión básicamente anti-mítica, más bien doméstica, como la portentosa heladera Siam que aparece en más de una escena de esta inteligente adaptación de la novela de Juan José Saer. El propio director explicó el carácter desacralizador de su trabajo cuando declaró que “situado en los años ‘60, el argumento de Cicatrices se aparta de la moda de representarlos como la década prodigiosa de las utopías, el Che Guevara, los Beatles o el Instituto Di Tella. Elige el lado oscuro de esa época, los despojos a la deriva de la historia argentina de los ‘50, antes y después de la caída de Perón, velados por la euforia sesentista”. Más allá de esta declaración, Cicatrices es también un modo de revisitar varias líneas estéticas cruzadas del cine de esa época, comenzando por el hecho de recuperar el gesto típicamente sesentista de ponerse bajo el ala de una fuerte influencia literaria, como le sucedía con Beatriz Guido a Torre Nilsson o con Julio Cortázar a Manuel Antín.
Juan José Saer, para Coll, no parece ser la mera ocasión de fagocitar un buen texto narrativo, apto para ser pasado a la pantalla. La influencia va más allá de la atracción de la trama. Hay una estética saeriana que la película retoma pero, afortunadamente, sin clichés desgastados. O sea, no se trata aquí de ese regodeo en la materialidad de las comidas (sobre todo asados y picaditas) que muchos poetas y narradores influidos por Saer creen que es el obligado homenaje al maestro (además de usar la coma a cada dos palabras). Coll, ascético y medido, casi no hace comer a sus personajes y afortunadamente parece estar más interesado en hacer una buena adaptación de Cicatrices que en ser un buen pupilo saeriano.
Patricio Coll hace, a través de la adaptación, una lectura y selección inteligente de la novela, y el resultado –contra casi todos los pronósticos– es una película no literaria. En un guión que es absolutamente fiel a los diálogos y al “decir” de los personajes de la novela (algo que hace que parezca que éstos son afectados, cuando en realidad tienden a representar los tics de ghetto de algunos personajes, intelectuales de café y bohemia de provincia), las abundantes citas literarias fueron eliminadas casi por completo, aunque queda claro que Angel y Tomatis –dos protagonistas no sólo del libro sino de la summa saeriana– son aspirantes a escritores.
Varias son las historias que se entrecruzan en Cicatrices alrededor de un episodio policial –un obrero, ex sindicalista, mata a su mujer de un tiro después de una jornada muy cargada de discusiones y provocaciones mutuas y de varias copas de caña– y de unos días marcados por una lluvia incesante. En el libro de Saer, estas historias están claramente delimitadas en diferentes partes, pero la película las funde y reordena en un sentido que privilegia algunos núcleos de la trama sobre otros. En primer lugar, se destaca la historia de un ex abogado sindical que, abandonada su profesión, se entrega sin reparos a su única y obsesiva pasión: el juego. “Yo jugaría contra un tipo que me esté haciendo trampas, si la trampa que hace me permite alguna chance. Quiero gozar del juego sin angustiarme a cada momento durante la partida pensando de dónde voy a sacar plata para jugar al otro día si me secan”, dice el jugador y ya casi todo está dicho. De allí en más sólo le queda perder plata en forma concluyente, pero lo que la película muestra, precisamente, no es la destrucción por el vicio sino el regodeo sensual por el juego. Hay sensualidad en el manejo de las cartas del punto y banca y en la manera como el abogado le enseña a jugar a su sirvienta, que le presta sus ahorros para, de paso, ir conquistándolo de a poco en su propio terreno. Mientras tanto, en otra de las líneas narrativas principales, el joven Angel hace su iniciación al periodismo (trajinando los pasillos de la Justicia y haciendo el informe meteorológico que falsea descaradamente) y se pelea con su madre por las botellas de ginebra que comparten,provocando también otra fuerte zona de sensualidad del film en sus permanentes enfrentamientos cuerpo a cuerpo.
En el viaje anti-épico a los ‘60 que plantea Cicatrices, el cine europeo de la época –sobre todo de la nouvelle vague– está tamizado por un énfasis nacional, pero no precisamente argentino –esto es urbano, realista y testimonial, por citar una de las líneas estéticas destacadas de la generación del ‘60, en los casos de David José Kohon y Lautaro Murúa entre otros– sino más bien regional, desplazado. Es hora de decir entonces que la ópera prima de Patricio Coll (que tiene una larga trayectoria en cine, video y televisión, en el país y afuera, en Venezuela y España) fue rodada en Santa Fe y Paraná y premiada en el Concurso del Instituto “Para la producción por coparticipación” en la categoría “Interior del país”, por un jurado integrado, entre otros, por David Blaustein, Antonio Dal Masetto y Nemesio Juárez. Este desplazamiento del centro a la periferia –que aquí se denomina interior del país– podría rastrearse en la propia película, pero quizás está inmejorablemente representado en el hecho de que el film apenas pueda verse en una sala de la Ciudad Autónoma.
Hay otra forma en la que Cicatrices se presenta como película del interior del país: a los nombres de actores de Buenos Aires se le suman varios locales –santafesinos– como Carlos Catania, Raúl Kreig, Sergio Humhofe y José Luis Martínez. Junto a ellos se destacan María Leal, Mónica Galán, Vando Villamil y Omar Fantini (director de teatro además de actor, que en el papel del jugador empedernido hace un trabajo memorable), para redondear otra grata sorpresa del film: a la solidez narrativa de la propuesta hay que sumar que hace rato una película argentina no presenta un elenco tan parejo en cuanto a buenas actuaciones.
Quizá, si siempre es bueno arrimar una crítica constructiva, puede señalarse que al adelantar en el tiempo un episodio clave de la trama, el guión dejó a la intemperie los últimos tramos de la película, que hacia el final tiende a deshilvanarse un poco. En todo caso es una elección que no afecta al conjunto sino al remate. Por lo demás, este viaje desencantado a los ‘60 cumple con su objetivo: mostrar los restos de la historia del país y, en el minucioso relato de las desdichas de la gente por encima de la que pasa la historia, dejar al descubierto (al decir de Saer) “esas cicatrices tempranas que dejan las primeras heridas de la comprensión y la extrañeza”.

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