Música
Cómo es el nuevo Nick Cave
La
metamorfosis
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Atrás
quedaron los tiempos en que escribía con una jeringa y
su propia sangre, cantaba en cuatro patas y componía canciones
rabiosas. Ahora es padre de mellizos, da clases, tiene oficinas
en el centro de Londres, cura festivales musicales y acaba de
sacar No More Shall We Part, un disco de una inspirada sobriedad.
Según él, simplemente dejó de ser un
insecto moribundo que chilla. Según Radar, sigue
siendo un monstruo.
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Mariana
Enriquez
Nick
Cave tiene 43 años y su hijo mayor, Luke, que nació en
Brasil, acaba de cumplir 9. Luke va al colegio en Londres, y es compañero
del hijo de Bruce Dickinson, el cantante de Iron Maiden. La escuela
invitó recientemente a ambos padres famosos a un taller con los
niños en el que la idea era educarlos sobre la historia del rocknroll.
A Nick Cave lo divierte, como padre famoso, haber sido mucho menos popular
en la fiesta escolar que Dickinson. Es que Mr. Iron Maiden estuvo hace
poco en Top of The Pops, mientras que Cave es, según él
mismo se define, un viejo que toca el piano y murmura esto y aquello.
Luke se aburre con la música de la banda de su padre. Prefiere
a Green Day y a Offspring. De vez en cuando hasta le pone un cd de estas
bandas punk recicladas, mira a su padre y le pregunta: Papá,
¿alguna vez hiciste música así, música de
verdad?. Y Cave le contesta que no, que nunca. Luke es joven aún,
y tiene tiempo de enterarse de que su padre, cuando era mucho más
joven que cualquiera de los Green Day, fue parte de dos bandas punk
en Australia que todavía pueden ser consideradas las más
extremas jamás vistas: The Boys Next Door y The Birthday Party.
Todavía no sabe que su padre vestía remeras que decían
Odio a todos los policías de esta ciudad: el único
policía bueno es un policía muerto y que llegó
a escribir las letras de sus canciones con una jeringa ensangrentada
después de inyectarse heroína. Que amigos, medios y público
consideran una hazaña que haya sobrevivido. Que ya no puede saltar
y caer de rodillas en el escenario como antaño porque la violencia
con que lo hizo durante más de 20 años le arruinó
la cintura. Aunque es poco probable que Luke se entere de todo esto
gracias a No More Shall We Part, el nuevo álbum de Nick Cave
& The Bad Seeds, que sigue lejos de la furia de los viejos tiempos,
aún más lejos que el minimalista The Boatmans Call.
Hoy Nick Cave tiene una oficina en Chelsea donde compone varias horas
por día, y donde conserva sus letras en prolijas pilas de papeles.
Es cierto, todavía hace rezongar al vecino de abajo porque cuando
toca el piano patea el suelo tan fuerte que se desprende la pintura
del cielorraso del primer piso, pero poco tiene que ver esta oficina
con el cubículo de Berlín donde escribió su hasta
ahora única novela, And The Ass Saw The Angel, una habitación
donde se encerró por la mayor parte de tres años con una
dieta de anfetaminas, alcohol y la máquina de escribir, y las
páginas tiradas por ahí, imposibles de ordenar. La
pasé mal después de The Boatmans Call cuenta
Cave estaba disgustado por ese disco y no tenía ganas de
escribir. Así que me conseguí un lugar adonde recluirme.
Además, no puedo estar con nadie cuando escribo. Siento una reacción
química, es como si algo cambiara en mi cuerpo y me siento aislado
y distante, alejado de todas las cosas.
EL
AUSTRALIANO MAS FAMOSO
Nick Cave nació en Warracknabeal, una pequeña ciudad
cercana a Melbourne. Y tiene planes para su ciudad natal. Acaba de encargar
una estatua ecuestre para poner en la plaza del centro de la ciudad:
el propio Cave es quien monta el caballo. Será tamaño
natural, en bronce, y la ejecutará Corrin Johnson, el escultor
responsable de las efigies de dos mártires cristianos en la Abadía
de Westminster y el que construyó el memorial a la princesa Diana
de Gales. La estatua saldrá de Inglaterra y después será
llevada en camión a través del país hasta Warracknabeal.
Todo es parte de un documental que está filmando el director
australiano John Hillcoat: la idea del film es aparecer con la estatua
en Australia sin avisar, conseguir que el intendente de la ciudad apruebe
su emplazamiento y, de hacerlo, registrar su inauguración y la
de la placa que, obviamente, dirá Lugar de nacimiento de
Nick Cave. Es, por supuesto, una ironía, relacionada con
que la revista Style de Australia recientemente eligió a Cave
como el australiano del siglo (junto a Kylie Minogue, diva
pop con la que Cave hizo un dúo en Murder Ballads y de quiense
enamoró platónicamente cuando vio todas sus telenovelas
durante una internación para rehabilitarse de su adicción
a la heroína). Pero es probable que nadie capte el chiste. El
humor negro de Nick Cave siempre ha sido malentendido, incluso cuando
era obvio. Con Murder Ballads, por ejemplo, un álbum de canciones
de amor donde uno de los amantes (en general la mujer) siempre terminaba
muerto, un periodista norteamericano le preguntó, indignado,
si su próximo disco iba a tratar de violaciones.
El nuevo álbum de Nick Cave, sin embargo, apenas visita los terrenos
conocidos del deseo y la muerte, o la cuestión divina. Es un
disco acerca de la redención y también sobre la madurez.
Esa voz rabiosa, de ironía cruel, casi desapareció. O
está presente con menos furia: en el sarcasmo con el que en God
is in the House describe la era neoconservadora (Homos vagando
por la calle/ Tipos que quieren matarlos/ Lesbianas que contraatacan/
Todas esas cosas son para las ciudades grandes/ Nuestro pueblo es muy
pequeño/ tenemos una placita linda/ y nuestra intendente es mujer/
no tenemos crimen ni miedo/ todos nuestros gatos son blancos/ para que
podamos verlos de noche/ y estamos todos de rodillas/ callados como
ratones/ porque Dios está en casa); o en la burla a sus
detractores más fundamentalistas, que creen que se ha vuelto
aburrido, en Oh My Lord (Dicen que estoy perdido/
que no soy el hombre que era/ dicen que me ablandé). La
canción prosigue con un coro gospel donde Cave clama Oh,
por qué los he ofendido, y después prosigue con
una narración en la que va al peluquero y termina gritando de
rodillas a un teléfono celular. Además, en el primer tema,
As I Sat Sadly By Her Side, Cave es casi un tenor: la voz
baja e infernal está dulcificada. Y también desaparecieron
las intimidades narradas en toda su crudeza como en The Boatmans
Call. En ese álbum Cave se dedicaba a viviseccionar sus romances
con Viviane Carneiro (la artista brasileña madre de Luke) y P.J.
Harvey, la solista inglesa con la que vivió un affaire breve
e intenso. En canciones como Far From Me le reprochaba a
alguna de esas mujeres (o a las dos): Es bueno escuchar que te
está yendo bien/ pero, de verdad, ¿no puedes llamar a
otro para contarle?/ ¿Alguna vez te importé?/ Dijiste
que te ibas a quedar conmigo en las buenas y en las malas/ pero fuiste
mi amante valiente/ hasta el primer problema: entonces volviste corriendo
con tu mamá/ lejos de mí. Ahora odia esa exposición,
y no puede escuchar más ese disco. Ese tono confesional
en el que caí ahora se me hace insoportable. Hay una escuela
de pensamiento que cree que lo confesional es honesto y valiente pero
yo no estoy de acuerdo. De hecho, es fácil escribir así,
es fácil entrar en ese estado mental masturbatorio. Todo The
Boatmans Call es impostado, estaba convirtiendo eventos ordinarios
en grandes tragedias. Quiero decir, transformé el hecho de que
dos mujeres me rechazaran en un melodrama heroico. Hay lindas canciones
en ese disco, pero la mayor parte del tiempo sueno como un insecto moribundo
que chilla.
MUSICA
PARA GRANDES
Nick Cave acaba de casarse con Susie Buick, una bella actriz inglesa,
y fue padre de mellizos, Earl y Arthur. A esta altura, cree, ya está
demasiado grande para el rocknroll. Es una forma de
ganarse la vida bastante vergonzosa, y hasta humillante, dice.
Realmente creo que la música que hago ahora es para adultos.
No hay otra forma de definirla. Y la música que hacía
cuando era joven es muy diferente. Es un lugar al que no puedo volver,
aunque quiera, y no quiero. Creo que me siento diferente respecto del
mundo últimamente. Se llama madurez.
Hace poco, la editorial Penguin editó las letras completas de
Nick Cave, una canonización literaria concedida a contados músicos
de rock (entre ellos Bob Dylan) y que lo obligó a revisitar todas
sus canciones viejas. Lo asombraron bastante las obsesiones con algunos
temas, y la intensidad. Páginas y páginas de palabras...
las cosas viejas eran bastante ambiciosas, pero deprimentes. Me parece
que tenía la necesidad de serviolento con la gente para que me
entendieran. Pero ésa es una manera terrible de hacer música.
En Zoo Music Girl, una canción del disco Prayers
on Fire de los Birthday Party, Nick Cave escribía Nuestra
vida juntos es un diente podrido/ escupo los pedazos/ pasamos nuestra
vidas en una caja llena de mugre/ y yo asesino su vestido hasta que
duele. En No More Shall We Part su visión de la vida conyugal
es bastante distinta. La canción The Sorrowful Wife,
inspirada en su matrimonio con Susie, dice: Ahora, cuando las
noches se hacen más largas y cambian las estaciones/ miro a mi
mujer, que en silencio arregla sus flores/ la marea está alta
en el río/ le prometí algo a mi mujer, algo que no puedo
cumplir/ y ella, triste, cambia los muebles todo el tiempo de lugar.
No es sólo, dice Cave, que haya encontrado finalmente a una mujer
para él. Es que la sensación de pánico que lo acompañaba
desde que era un adolescente se ha desvanecido. Pasé años
sintiendo que cada canción era la última que iba a escribir.
Toda mi vida artística ha sido alimentada por una sensación
de pérdida, que creo surgió con la muerte de mi padre,
cuando yo tenía 19 años. La manera que encontré
de tapar ese agujero fue escribiendo.
El padre de Nick Cave, Colin, era profesor de Literatura inglesa. En
1978, mientras Cave estaba preso por un delito menor, su madre y su
hermana entraron a pagar la fianza y le anunciaron que su padre había
muerto en un accidente automovilístico. Fue tan repentino
y yo estaba tan confundido que me dio una motivación insana.
Fue como si nunca pudiera parar de hacer cosas. Ahora estoy mucho más
tranquilo y no siento que deba aferrarme a las cosas, a mi trabajo,
a mis parejas. Antes necesitaba aferrarme, porque creía que todo
podía desaparecer en cualquier momento, que se escaparía.
Parte de esa seguridad seguramente llegó con que, hoy, Nick Cave
es una personalidad respetada. Fue invitado como curador
del gran festival Meltdown (donde invitó a artistas como Nina
Simone, Lee Hazelwood y su amigo y cofrade en The Bad Seeds, Blixa Bargeld)
y más recientemente, gracias a su ensayo La vida secreta de la
canción de amor dio clases en la Academia de Poesía de
Viena, y dirigió un taller con 15 aspirantes a escritores. Hay
algo de ironía en eso, y no sólo porque Nick Cave es quizá
el único escritor rockero que realmente jamás
se comportó como tal, y que no usó nunca su música
como mero acompañamiento de sus letras, porque ambas son inseparables.
Es irónico también porque, cuenta Cave, recuerdo
muy claramente que cuando era niño, iba a ver a mi padre dando
lecciones y me decía a mí mismo no importa lo que sea
de mi vida, no quiero terminar jamás haciendo lo que hace mi
padre. Y ahora, a los 43 años, cada vez me parezco más
a él. Me he convertido en mi padre y aquí estoy, señoras
y señores, dando clase.
MALAS
COMPAÑIAS
Nick Cave no es demasiado sin su banda, y él lo sabe. Los
Bad Seeds, comandados por Mick Harvey (y hoy también el violinista
Warren Ellis) son quienes construyeron su sonido, a veces apocalíptico
y desesperado, otras nostálgico y triste. En No More Shall We
Part, el violín de Warren Ellis aparece desbocado en canciones
como Oh My Lord y han sumado a las hermanas McGarrigles
en coros. Las canciones donde ellas participan podrían formar
parte de The Future de Leonard Cohen, sólo que los Bad Seeds
le ponen mucha más atención a los detalles. Muchos creen
que los Bad Seeds están desperdiciados desde que Cave ha abandonado
la furia de álbumes como Let Love In (donde la banda era un torbellino
sonoro), pero los Bad Seeds funcionan en muchos niveles, no solamente
como músicos, y yo los necesito a todos cuando trabajo. A Blixa
Bargeld, por ejemplo, le encanta venir al estudio y no tocar. Es más,
apenas le gusta tocar. Pero es una influencia de mucho peso en lo que
hago. No pierde lugar porque la música haya tomado una dirección
más simple o porquefocalice en baladas. Quiero tenerlo en la
banda aunque sólo grabe un pequeño efecto de vez en cuando.
Mick Harvey cree que la banda sigue unida porque todos vivimos
en países diferentes, y todos tenemos proyectos musicales personales.
Además, no tenemos problemas de democracia en la banda. Tenemos
opinión, pero si Nick quiere hacer algo, lo va a hacer de todos
modos. Mick Harvey acompaña a Cave desde la escuela secundaria.
Blixa Bargeld fue su compañero de aventuras y malos hábitos
desde principios de los 80, cuando se conocieron en Berlín
(Blixa, además, es bastante más excéntrico que
Cave, y lidera la banda experimental alemana Eisturzende Neubauten).
Y al tercer pilar de los Bad Seeds, Warren Ellis, lo conoció
en Melbourne. Una de las chicas que vivía en su casa,
cuenta Warren, no dejaba que nadie se sentara en la misma silla
que Nick. Y yo me dije: tengo que tocar con este tipo.
Los Bad Seeds también fueron famosos por su mal comportamiento.
Cuando tocaron frente al Ministro de Cultura de Alemania en 1987, durante
una gala televisiva cuyo centro era la entrega de una mención
a Wim Wenders, que había ganado la Palma de Oro en Cannes por
Las alas del deseo (los Bad Seeds participaron de la película),
hasta Mick Harvey tocó sentado (y borracho), cambiaron la lista
de temas, un amigo de la banda se bajó los pantalones en el escenario,
Blixa Bargeld habló diez minutos seguidos en un brote anfetamínico
y Nick Cave murmuró apenas las letras, en cuatro patas. Hoy esos
días están lejos, aunque los integrantes se siguen vistiendo
como mafiosos de Coppola. Todos estamos más tranquilos,
dice Cave, pero yo personalmente no me arrepiento de nada. La
pasé muy bien todo ese tiempo, a pesar de que sé que parecía
un muerto vivo. Me sentía bien. Era joven y no me cuestionaba
las cosas. Me lamento sólo del tiempo perdido. Hubo un montón
de eso. Lo mejor es que, hoy, ni siquiera tengo tantas ganas de recuperarlo.
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