 



|
Dejemos
hablar al fuego
POR
ORIANA TIZZIANI
Cutral-Có,
comienzos del siglo XXI. La ciudad aún mantiene un ritmo pueblerino,
lento, descansado, como aletargado por el sol del verano. Frente a la
plaza se encuentra el único cine de la ciudad, que depende de la
municipalidad y que anuncia sus próximos estrenos: Hannibal y El
exorcista. Son las seis de la tarde del 15 de marzo, una cola de personas
aguarda paciente en la puerta del cine que se habilite el ingreso a la
sala. Mujeres y chicos, en su mayoría, esperan entrar para ver
la película Agua de fuego (exactamente lo que Cutral-Có
significa en mapuche: la denominación del petróleo en el
antiguo idioma aborigen). Es la segunda vez que la proyectan, con entrada
gratis, para que la gente del pueblo vea el film que los tiene como protagonistas.
Se abren las puertas, rápido la gente se sienta, murmura, los chicos
reclaman caramelos para mantener el silencio. Entre los espectadores están
Carlos, Albino y Violeta con sus siete hijos, todos protagonistas de Agua
de fuego que contarán sus historias en la pantalla. Se apagan las
luces, comienza la proyección y aparecen ellos, que ahora están
disimulados entre sus vecinos. El silencio envuelve la sala, los bebés
duermen en los brazos de sus padres. En la pantalla, ellos, las mismas
caras de todos los días, hablan de Cutral-Có, del petróleo,
de las puebladas que los unió en reclamo de sus trabajos. Cuentan,
recuerdan los gritos y los enfrentamientos con la Gendarmería.
Ellos cuentan, recuerdan su pasado mítico: las 20 mil personas
ocupando las rutas.
Las imágenes de las puebladas en blanco y negro se suceden sobre
la pantalla. El denso humo de la quema de neumáticos, los disparos,
los gritos. Imágenes de asambleas populares, de encapuchados, de
violencia. El silencio persiste en la sala. Los espectadores escuchan
las palabras de sus vecinos, ven las imágenes de su vida cotidiana.
Los personajes del film son los habitantes del pueblo en su derrotero
cotidiano, en su mayoría mujeres, que “además de barrer
las calles o palear escombros deben atender a sus chicos y sostener la
vida familiar”. Que luchan con desesperación por un subsidio
de 200 pesos.
A través del relato de la vida cotidiana se establece un juego
entre la constante explotación del petróleo y la lucha por
la renovación de los planes de trabajo. Una de las mujeres, Violeta,
tiene siete hijos. Durante un tiempo cobró el subsidio y trabajó
paleando escombros hasta que fue despedida. La hija mayor, Vanesa, de
12 años, mantiene la memoria de los cortes de ruta y los enfrentamientos
con la Gendarmería durante 1996 y 1997 a través de recortes
de diarios que fue pegando en su cuaderno de escuela. Nosotros decidimos
empezar la película con la imagen de una nena de 12 años
que incorpora la dura realidad de los cortes de ruta a un trabajo escolar.
Ella es la que abre el documental y reflexiona como un adulto sobre las
puebladas.
Patricia tiene 18 años. Vende alfajores caseros en las calles del
pueblo. Fue fogonera y, codo a codo con su madre, Verena, participaron
de las movilizaciones como lo hizo el resto del pueblo. “Ese fue
un sueño cortito, el tema de que las asambleas gobiernen al pueblo”,
señala mientras mira un video de las puebladas en las que participó.
Carlos tiene una banda de rock llamada Cicatriz. Él y su grupo
también fueron fogoneros y viven un presente sin perspectivas que
describen con mirada descarnada. Hoy se reúnen para beber y tocar
la guitarra: los agresivos riffs son la única expresión
que consigue transmitir la impotencia que los anima.
En el medio, los otros protagonistas: el pueblo. Algunos asisten a una
iglesia evangélica donde el pastor sostiene sin inmutarse que “con
el pecado viene la violencia”. Otros, reunidos en asamblea, contestan:
“No nos podemos quedar tranquilos, muchachos. El pibe que no llora
no se le da la mamadera, así que acá tenemos que juntarnos
a pelearla juntos”. El film funciona como disparador de reflexiones
de los habitantes de Cutral-Có. Ellos necesitan recordar, aferrarse
a la memoria en medio de un presente impiadoso. Historias cotidianas en
Cutral-Có que se dibujan a través de las miradas y gestos
de los personajes que pueden adoptar, para el espectador lejano, formas
inverosímiles.
Al final de la proyección, los espectadores aplauden, todavía
incrédulos, algunos con lágrimas en los ojos que se parecen
a la bronca y a la impotencia. Aún resuenan las palabras de Verena:
“La única arma que tiene el pueblo es pelear unido. Y hasta
ahora lo más original que tenemos como forma de pelea siguen siendo
los cortes de ruta”.
Violeta repite a quién quiera escucharla: “No esperaba que
fuera así”, aunque no se sabe a ciencia cierta si habla de
su presencia en el film o de la crítica realidad social que aún
persiste en la ciudad. Carlos, con el pelo largo y lacio que resalta su
cara mapuche, deambula por la sala ahora semivacía. Hombre de pocas
palabras, escucha a sus compañeros y pena por la ausencia del guitarrista
del grupo. Asombrado, comenta el sonido de la película y recuerda
las noches junto al fuego, “que no siempre era de gomas”, durante
las puebladas. Para muchos de los espectadores, como Albino, “la
historia que cuenta la película se relaciona no sólo con
Cutral-Có sino con la realidad de muchos pueblos del país
que sufren los mismos problemas generados por las privatizaciones y el
desempleo”.
Ese mismo día, a las diez de la noche se realizó otra proyección
en un centro comunitario. Esta vez la mayoría de los espectadores
fueron jóvenes. Chicas con peinados modernos y varones con remeras
batik y amuletos mapuches. Ansiosos, quieren hablar con los realizadores,
contarles sus historias, mostrar proyectos, entregar guiones. Quieren
armar talleres, participar.
Noche fresca en Cutral-Có. Las calles, muy amplias, están
vacías. Los últimos rezagados vuelven a sus casas. Uno de
los fogoneros que asistió a la proyección repite antes de
irse las palabras de Verena en la película: “Si el Gobierno
no sabe cómo solucionar el problema de la desocupación,
que se vaya. Porque a nosotros no nos dan nada, con todo lo que nos robaron...
A nosotros nos robaron todo. Nos robaron el petróleo, nos robaron
el gas, y nos siguen robando, y nosotros seguimos callados”.
Agua
de fuego, la película documental de Candel Galantini, Sandra Godoy
y Claudio Remedi, se exhibirá en el III Festival Internacional
de Cine Independiente de Buenos Aires, y participará del XIX Festival
Cinematográfico Internacional del Uruguay.
|