KENNEDY
VIVE
La
película de John Fitzgerald Kennedy parece de nunca acabar: Kevin
Costner está a punto de estrenar Trece días, basado en
las conversaciones telefónicas de JFK durante la crisis de los
misiles en Cuba, James Ellroy se abalanza sobre su leyenda en una flamante
trilogía literaria, Vanity Fair anuncia haber descubierto al
verdadero asesino y Hollywood ya tiene en producción tres películas
de ciencia ficción sobre su presidencia. Rodrigo Fresán
saca a flote las últimas teorías, rumores y mujeres alrededor
del presidente que murió para vivir en su leyenda, el presidente
más pop de todos.
Por
RODRIGO FRESAN
Un fantasma
de película recorre el mundo y es el fantasma de John Fitzgerald
Kennedy. Kennedy K a partir de ahora, letra que subraya los elementos
decididamente kafkianos de la trama es ese cuerpo y ese alma a
los que nunca terminan de practicarse la autopsia o el montaje final
que les garantice el descanso en paz y que nos permita a nosotros levantarnos
de la butaca. En realidad, K está más vivo hoy que por
los días en que respiraba y gobernaba y existen razones más
que comprensibles para que así sea. K es el No Muerto, el Gran
Expediente X de la historia norteamericana y mundial, el caso abierto
para siempre, el misterio y el glamour, el secreto y el poder, la perversión
y la paranoia, la vida breve y la muerte larga, el pasado de un futuro
que no pudo ser y básicamente el Principio de las
Malas Noticias para el inconsciente colectivo norteamericano o lo
que es peor el instante preciso en que se comprendió que,
a partir de ahora, nunca estaremos del todo seguros de lo que sucedió,
sucede, va a suceder. Con K no se inaugura pero sí se hace manifiesta
la otra historia de la Historia.
Fotos de deudos:
J. D. Salinger lloró frente a su televisor. Lou Reed estaba en
un bar y salió corriendo a la calle a la que todos salían
corriendo. Aldous Huxley recibía una dosis mortal de LSD para
morir en estado de gracia psicodélica. Woody Allen pensó
que nadie iba a ir a verlo actuar esa noche, pero enseguida se consoló
pensando que tampoco nadie había ido la noche anterior. Andy
Warhol a quien años más tarde Valerie Solanas intentaría
asesinar el mismo día en que asesinaron a Robert Kennedy y, confundido
y saliendo del quirófano, se mostró encantado de que los
noticieros hubieran decidido poner en práctica la muy warholiana
idea de repetir noticias viejas cuando no pasa nada interesante
se enteró de todo por la radio mientras pintaba un cuadro y no
dejó de pintar por eso. Truman Capote comprendió, extático,
que probablemente él era la única persona en el mundo
que había conocido tanto a K como a su verdugo (éxtasis
que duplicaría en 1968 al descubrir que, también, había
conocido a Robert Kennedy y a Sirhan Sirhan). J. G. Ballard pensó
en escribir dos cuentos titulados El asesinato de John Fitzgerald
Kennedy considerado como una carrera de autos barranca abajo y
Plan para el asesinato de Jackie Kennedy. Robert K se abrazó
al ataúd dentro del que Jackie K había depositado varias
cartitas. Vaya uno a saber lo que pensó Oliver Stone.
Enseguida, reflejos distorsionados, versiones contradictorias y complementarias
al mismo tiempo en las que el Informe Warren es el Nuevo Testamento
Autorizado y las home-movies de Bronson y Zapruder funcionan como los
alternativos Rollos del Mar Muerto sobre eso que se estrena una mañana
radiante en Dallas y que el escritor Don DeLillo predica como los
seis segundos que le quebraron el espinazo al siglo norteamericano,
el escritor Norman Mailer como El Gran Terremoto y el escritor
James Ellroy como El Jodido Gran Grito. Entremos que ya
empieza, que se apagaron las luces y se enciende la pantalla, que vuelve
a empezar.
K es siempre una buena película y fue paradójicamente
una película lo que puso a K en el mapa: en la Convención
Demócrata de Chicago de 1956 donde se consagraría a Adlai
Stevenson, alguien pensó en el joven K hijo de un millonario
irlandés de pasado difuso y obsesionado con que cualquiera de
sus hijos alcanzara la presidencia del modo que fuera como narrador
en off ideal para el documental The Pursuit of Happiness (hoy disponible
en video junto a más de cincuenta títulos documentales
que van desde la apología hasta lo delirante) y que inauguraría
el asunto después de que subieran los globos y bajara el papel
picado. K le pidió consejo y supervisión a su cuñado
el actor Peter Lawford, miembro bobo del Clan Sinatra, pero muy
útil a la hora de conseguir chicas de curvas fáciles
y fue todo un éxito. La voz de K tenía misterio, ese no
sé qué que hasta entonces habían tenido varios
actores, pero ningún candidato. Así que lepidieron que
fuera orador principal a la hora del cierre. Ahí descubrieron
que esa gran voz tenía, además, un gran look. Alguien
pensó que K sería un espléndido candidato a la
hora del casting a vicepresidente. K dijo que sí. Perdió
por poco pero, no importa, también perdió Stevenson las
elecciones generales. Lo que dejó a K no habiéndose
quemado en situación óptima como potencial demócrata
de oro para 1960. Poco después, sentado en el Salón Oval
de la Casa Blanca, en una mecedora diseñada para aliviar su dolor
de espalda crónico, a K se le ocurrió que no estaría
mal que alguien filmara una película sobre su vida o, por lo
menos, sobre su difusa actuación durante la guerra y, en especial,
acerca de un episodio a bordo de un lanchón de soldados que todavía
hoy enfrenta a historiadores y biógrafos a la hora de precisar
si K fue un héroe o un cobarde. No importa. Lo que sí
importaba es que K quería sí o sí a Warren Beatty
-otro semental serial de calibre quien no hace mucho amenazó
con lanzarse a la carrera presidencial como protagonista, como
K de celuloide. No pudo ser. El resto es historia, historias: los mil
días que conmovieron al mundo y, al final, una de las más
grandes películas de todos los tiempos con K en el rol de K.
Dura poco, es técnicamente imperfecta, pero se proyectará
por los siglos de los siglos. La definitiva snuff movie histórica:
K en un descapotable, saludando con la mano y sonriendo con los dientes,
entonces alguien grita ¡Acción! y no es casual,
creo, que to shoot en inglés signifique tanto filmar como disparar.
MUERE
UNA ESTRELLA K
es, sin
lugar a duda, el inequívoco Primer Presidente Pop. A K siempre
le fascinaron Hollywood, las actrices, el mundo del cine, las actrices,
las playas de la Costa Oeste, la vida loca (La Dolce Vita era una de
sus películas favoritas) y las actrices. De hecho, si algo auténticamente
innovador y verdaderamente revolucionario hay que reconocerle a K más
allá de sus logros políticos es su intuición
de que, llegados los años 60, la percepción que los norteamericanos
y el mundo habían tenido hasta entonces del rol de un presidente
debía cambiar de una vez por todas. K quería y consiguió
ser un presidente de película. Nadie jamás había
pensado hasta entonces que se podía ser así, estar casado
con una mujer así (Jackie hace posible, también, el novedoso
milagro de Primera Dama tan o más fotogénica que una diva
del celuloide -apenas escondiendo la sordidez bien Hollywood Babylon
del matrimonio por conveniencia y by design de una cornuda de
alcurnia que luego se venga de la Familia K casándose con un
millonario bruto y griego), pasarla bien y muy bien, tener nada más
que cuarenta y tres años de edad, y ser el Number One de los
Estados Unidos de América. K es al ars dramatica presidencial
lo que Marlon Brando es al método actoral y el modo de componer
un personaje: hay un antes y después de uno y de otro con la
ventaja para K de que él no tuvo tiempo de engordar o convertirse
en una caricatura de sí mismo. K siempre está en su mejor
momento y de no haber existido K nadie creería y mucho
menos escribiría y filmaría a un presidente norteamericano
como el que lucha contra los extraterrestres en Día de la Independencia
o en ¡Marte ataca! Bill Clinton es, supongo, Robert Redford. O
Paul Newman. Ronald Reagan es Ronald Reagan. K como atractivo
para la taquilla estuvo, está y seguirá estando
por encima de todos ellos. El suyo es uno de esos papeles que te llegan
una vez en la vida. El problema es que se trata de una vida corta. Y
que termina mal.
EL
CINE K
La figura
de K ha servido entre muchas otras cosas para poner en marcha
varios subgéneros de ficción (de cine y literatura y ensayo)
que se desprenden como rayos de sus cuerpo incorrupto y resplandeciente.
Las películas, por ejemplo, se han visto beneficiadas (o no)
por las siguientes posibilidades hasta entonces inéditas:
1) Las películas con candidato cool a la presidencia o presidente
más cool todavía. Como Michael Douglas, Martin Sheen,
Bill Pullman, Harrison Ford o próximamente Jeff Bridges
en The Contender. Uno no es un actor en serio en Hollywood hasta que
no hace de presidente o enfermo minusválido.
2) Las películas con francotirador implacable.
3) Las películas con saga familiar y política.
4) Las películas con ¿dónde estabas tú durante
la crisis de los misiles o en el momento en que le volaron la cabeza
a K?
5)Las películas con guardaespaldas fisurado por no haber hecho
su trabajo como corresponde.
6)Las películas con personajes secundarios de la leyenda de K
elevados al rol de protagonistas: Lee Harvey Oswald, Jimmy Hoffa, Marilyn
Monroe, Jack Ruby, Jim Garrison, Frank Sinatra, amantes, mafiosos y
otros Kennedy (Mario El Padrino Puzo jugueteó con
la idea de que la segunda parte de la saga de Coppola girara alrededor
del presidente caído pero, al final, se jugó con La Cuarta
K, novela donde presenta a un futuro presidente de nombre Francis Xavier
Kennedy que empieza bueno y termina malo).
7)Las películas históricas a secas.
8)Las películas de historia alternativa estilo ¿qué
hubiera pasado si en lugar de...? Coming Soon: Resurrection Day
(basada en la novela de Brendan DuBois, donde la crisis de los misiles
cubanos deriva en guerra atómica, Estados Unidos bombardeados
y radiactivos y la figura de K como la de un Mesías secreto presto
a retornar cualquier día de éstos); The Shot (basada en
la novela de Philip Kerr, donde un asesino a sueldo al que K le toma
prestada su esposa se involucra en el ensayo de un primer atentado sin
bala y financiado por Fidel quien quería y sigue queriendo
a K contra el presidente para demostrarle que nadie está
seguro en este mundo); y Timescape (basada en el clásico sci-fi
de Gregory Benford, donde se envía un mensaje desde el futuro
para impedir el asesinato de K en Dallas y así salvar al planeta
de una próxima catástrofe ecológica).
9)Las películas conspirativas-paranoicas donde el héroe
Robert Redford o Mel Gibson o, ¡sí!, Warren Beatty
comprende de improviso que si se atrevieron a matar a K cómo
no se van a atrever a matarlo a él.
10) J.F.K., de Oliver Stone. Inteligente reformulación del clásico
de Shakespeare con K como espectro de padre asesinado y Kevin Costner
en el rol del hamletiano vengador Jim Garrison. Película que
se las arregla para fundir todos los ítem anteriores en un distorsionante
tótem paranoico perse (chequear en Internet, donde se advierte
de los numerosos mensajes subliminales a lo largo del film, entre los
que se cuentan las numerosas señas que hace con sus manos
el masón Kevin Costner) y, así, convertirse en la
muestra más bizarra y al mismo tiempo trascendente, en el Citizen
Kane de todo el Cine K.
DANZA
CON ROJOS
Tan cinematográfico es el Kennedy-Way-of-Life-or-Death
que, incluso, responde feliz y acaso postule las pautas de la mercadotecnia
actual ofreciendo, después de K: Camelot Revisitada, un K II:
La Leyenda Continúa (Robert), un K III: Speed (Edward), un K
IV: ¿Dónde está el piloto? (John-John). Y una variedad
de subproductos ideales para el lanzamiento directo en video que incluye
prequels donde se narra el ascenso del padre, la muerte del hermano
mayor en la guerra, las aventuras de una viuda con un magnate griego
y las conductas reprochables de varias decenas de primos, sobrinos,
tíos, etc., así como da espacio y autoridad cultural a
finales originales y a quemarropa como los de Easy Rider,
Butch Cassidy y el Sundance Kid o Bonnie & Clyde en los que los
buenos de la película terminan del modo en que hasta entonces
solían terminar los malos. Trece días nuevo film
de Roger Donaldson protagonizado por Kevin Kostner hace comulgar
de forma irregular y un tanto espasmódica elementos del tipo
1 (están K y está el hermano de K), 3 (ídem), 4
(trata sobre esos días en que estuvimos tan cerca de bajar de
cartel), 6 (aparecen Jackie y secundarios gubernamentales de-luxe como
Robert McNamara y Pierre Salinger), 7 (aspira a hacernos sentir testigos
privilegiados de un Gran Momento Histórico), 8 (los protagonistas
todo el tiempo se preguntan en voz alta qué pasaría si
invadimos Cuba, si borramos a los rusos del mapa, si...), 9 (Kevin Costner,
en el rol de Kenny ODonnell, asesor demasiado servicial de K,
comienza a sospechar que los militares norteamericanos están
siguiendo una agenda alternativa).
Con un guión basado en la prolija transcripción de conversaciones
contenidas en el libro The Kennedy Tapes, en Trece días se habla
más que en J.F.K. y Todos los hombres del presidente juntas (en
el cine político siempre se habla mucho, pero mucho) pero .-a
diferencia de los dos títulos recién citados el
efecto no es cinematográfico y vertiginoso, sino perturbadoramente
hipnótico y radial en el peor sentido de la palabra. Son casi
dos horas de crisis (descubrimos, sí, que las crisis vistas desde
afuera son, siempre, aburridas y en ocasiones difíciles de comprender)
con puertas que se abren y se cierran al ritmo de una histeria de vaudeville.
Y, en el centro del despacho presidencial cuidadosamente reconstruido
al detalle, se nos muestra a un presidente cuidadosamente reconstruido
para mostrar nada más que su perfil de estadista brillante cuyo
único mérito, no demoramos en comprenderlo, fue el de
en un país de cowboys de gatillo caliente y veloz
esperar hasta el ultimísimo momento para desenfundar su revólver.
Trece días -.ejercicio hagiográfico à la Billiken
si lo hay ofrece a un presidente como Batman y a su hermano menor
y fiscal general como Robin en lo que supo ser la hora más
brillante de su administración con los actores Bruce Greenwood
(K I) y Steven Culp (K II) abordando con entusiasmo documental a sus
personajes reales hasta regalarles la perfecta eficiencia de esos autómatas
históricos que pueblan Disneyworld. Uno sale de ver Trece días
con la sensación de haber pasado trece días en un refugio
antiatómico con el poco oxígeno que apenas ofrece la visión
fugaz de un K I tragando pastillas o de un KII preguntándose
por qué todos piensan que soy el más inteligente y por
qué nadie me quiere, ¿eh? Kevin Costner -.quien días
atrás paseó su figura de perdedor de luxe por España
para promocionar esta película, después se la fue a mostrar
a Fidel y por estos días hace lo mismo en Moscú en una
curiosa forma de junket politizado vuelve a impactar como paladín
kennedino del difícil arte de no hacer nada delante de una cámara.
K, estoy seguro, nunca le hubiera dado trabajo en su película.
Costner contó, también, que el recién reconocido
Bush invitó a Ted Kennedy y familia a ver Trece días en
el microcine de la Casa Blanca. Fue un gesto para tender lazos
con los demócratas, explicó Costner un tanto optimista
ante la idea de que a alguien le pueda interesar ver a sus dos hermanos
asesinados en un film un tanto agotador junto a alguien que no tiene
por qué ser presidente y que, seguramente, no hubiera demorado
en apretar el botón rojo. En cualquier caso, las dos mejores
películas resultantes de este lío caliente de la Guerra
Fría fueron Dr. Insólito (Dr. Strangelove) de Stanley
Kubrick y Límite de seguridad (Fail Safe) de Sidney Lumet. Una
es una feroz sátira y la otra es un drama inquietante. Las dos
terminan muy, pero muy mal. Las dos terminan con la humanidad toda comiendo
hongos atómicos. En una el presidente es Peter Sellers y en la
otra el presidente es Henry Fonda. Si se lo piensa un poco, K como
actor e ícono se ubica justo a mitad de camino entre uno
y otro. K es una perfecta mezcla de los dos donde convive la disciplinada
dignidad del héroe con la divertida irresponsabilidad del bon-vivant.
Un gran tipo.
CUANDO
SALI, CORRIENDO, DE CUBA
Después
de Adolf Hitler posiblemente sea K el líder político más
odiado y amado del siglo XX. La diferencia es que Hitler era un paranoico
de cuidado mientras que K iba por el mundo nutriéndose del amor
de sus fieles invulnerable o ignorante del odio de los conspiradores
a su alrededor. Los que lo conocieron de cerca insinúan que K
era consciente de su destino trágico (un chiste postula el ser
miembro del Clan Kennedy como la causa más importante de mortalidad
en Estados Unidos luego de las enfermedades cardíacas y el cáncer)
y que por eso lo tomaba con calma. Otros todavía más
cercanos, como Gore Vidal escribe en su memoria Palimpsesto aseguran
que estaba enfermo del Mal de Addison y que, de cualquier modo, no le
quedaba mucho tiempo. Mejor, entonces, irse con un bang que con un gemido,
y de ahí cierta intrepidez de K a la hora de hacerse enemigos
lo más rápido posible. Así, para cuando K, en uno
de sus discursos más célebres, dijo aquello de no
te preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué
puedes hacer tú por tu país, ya había cola
de voluntarios levantando la mano para dar la única respuesta
que ellos pensaban correcta: Matar a John Fitzgerald Kennedy.
Todos estos muy buenos malos alumnos se reúnen durante sus vacaciones
-.en eso coinciden todas las hipótesis más o menos oficiales
así como las teorías más demenciales alrededor
de una pequeña isla cercana a Miami y conocida como Cuba.
Cuba es el peor y el mejor momento de la breve Administración
Kennedy. Cuba es el fracaso espectacular y -.dicen heredado del
gobierno anterior de Bahía de Cochinos donde varias brigadas
de cubanos anticastristas reclutados por la CIA a los que K les da luz
verde son masacrados en Playa Girón (dando lugar al fallo
perfecto según el historiador kennedista Arthur Schlesinger,
Jr. y, en su momento, redactor de discursos presidenciales y escritor
fantasma de lo que venga y lo que ordene K) y Cuba es el triunfo diplomático
(triunfo anticlimático para un país ya por entonces acostumbrado
a la bomba atómica como forma óptima de comunicación)
de la Crisis de los Misiles donde nada ocurre para que, a continuación,
ocurran demasiadas cosas. Para muchos, el asesinato de Kennedy comienza
a planearse durante esas noches insomnes (en las que K fumaba porros
y tomaba cocaína, dicen) por unos militares a los que les ha
salido un presidente pacifista en un momento en que, piensan, Estados
Unidos tiene que mostrar las garras o resignarse a que le corten la
melena. Cuba ya había sido una espina en la pata de varias familias
mafiosas todavía sorprendidas por el poco honor de estos dos
irlandeses que no sólo habían decidido olvidarse
de quiénes les habían conseguido los votos que faltaban
sino que ahora, además, volvían a poner trabas a una invasión
al Gran Lagarto Verde que les devolvería sus muchos casinos perdidos
por culpa de Fidel Castro, esa obsesión fetichista de Robert
Kennedy quien, se asegura, tenía en marcha varios complots para
asesinarlo con armas que iban del cigarro explosivo al papel higiénico
envenenado.
Así, Oswald es un empleado de la Mafia, de Fidel, de cubanos
en el exilio que odian a Fidel y se sienten traicionados por K, de la
CIA, de la KGB, de texanos de ultraderecha, del vicepresidente Lyndon
Johnson (que no aparece ni en un solo fotograma de Trece días
y quien, luego del triunfo en esta Primera Tregua Mundial, se veía
venir la fórmula K/K para el segundo mandato), de militares con
ganas de tomar ron cubano y, después, comida vietnamita. Oswald
es el único tirador, uno de los tres-cinco-nueve tiradores, Oswald
ni siquiera disparó porque tenía el cerebro frito en drogas
duras y fue puesto ahí para distraer, Oswald no es Oswald, Oswald
nunca existió, Oswald .-y K, que sobrevivió al atentado
pero quedó autista está vivo. Del mismo modo en
que hay K para todos los gustos también hay Oswald para todas
las estaciones. Ying y Yang. No es casual que después de haber
hecho puntería y disparado o no, Oswald se haya idoal cine, al
Texas Theater. Doble programa: daban Cry of Battle y War is Hell. Ahí
lo agarraron. Tal para cual.
DALLAS
Y DINASTIA
Hay
mentirosos y mentirosos, por supuesto. Están aquellos obligados
a mentir constantemente por conveniencia, como los Kennedy y sus apólogos
que todavía aseguran que el dolor de espalda de Jack era consecuencia
de una herida de guerra y no de una caída jugando al fútbol.
La cosa es así: Jack solía contarte mentiras, Bobby te
contaba mentiras sobre ti y Teddy te mentía sobre él.
Me pregunto si hay en esto alguna especie de progresión moral,
escribe Gore Vidal -.pariente político y alguna vez político
pariente en sus memorias. Sabemos, ahora, que John-John le mintió
a su esposa y cuñada cuando les aseguró que sabía
volar su aeroplano, con lo que la tradición continúa.
Mentira -.o aquello que no es verdad es, en cualquier
caso, la clave del misterio constante y del éxito atemporal de
K. Una superposición de falsedades siempre acaba consiguiendo
una nueva forma de verdad, una intrigante mutación construida
a partir de infinitas imposibilidades. La punta del iceberg de K es
algo tan fuerte -.el sacrificio de un hombre por su país, la
muerte de un mártir de las libertades civiles que alcanza
y sobra para distraer de los defectos de fabricación del Titanic.
De ahí que su pulsión de sátiro (cuenta Gore Vidal
que en lugar de llamarlo presidente electo le decían
presidente erecto), sus negocios sucios, su maltrato a la
Monroe (leer Blonde, de Joyce Carol Oates), su afición a las
drogas y a los cocktails vitamínicos, su desconsideración
para con sus amantes (se dice que el promedio de su performance sexual
nunca superaba los 2.4 minutos con las chicas siempre trabajando encima
suyo) a las que descartaba como diarios del día anterior y en
más de una ocasión llegó a producirles espasmos
vaginales (Vidal otra vez) a la hora de acomodarlas a su dolor de espalda,
su explotación sin límites de las personas de talento
de las que se rodeaba, sus festicholas con mafiosos, su desprecio por
Jackie (a quien le reprochaba no ser como Grace Kelly), su certeza de
mito en trámite, todo eso, no sólo no era tan importante
entonces .-y fue ocultado por una prensa cómplice y seducida
sino que, al mismo tiempo, es ahora necesario e imprescindible para
una película que es el sueño húmedo de cualquier
productor.
Bill Clinton -.tal vez el presidente más K después de
K al punto de producir esa extrañeza que nos produjo 007 cuando
dejó de ser Sean Connery para convertirse en Roger Moore
es un remake más grosero porque vivimos en tiempos más
groseros pero, aún así, sabe lo que hay que tener. Imagen.
Mística. Humor. Lo mismo que un actor que tiene que hacer de
presidente y lucir verosímil. Debajo de la alfombra, claro, esconder
todo lo que haya que esconder. De ahí que hoy tengamos tantas
visiones angelicales de K como retratos diabólicos de K. El mejor
de estos últimos probablemente sea la trilogía en tránsito
que emprendió el bestial James Ellroy con América .-que
por estos días se continuará con la inminente The Cold
Six Thousand y que en el 2003 se cerrará con Police Gazette abarcando
la historia criminal y magnicida de USA desde 1958 hasta 1973. Aquí,
Ellroy se propone -.lo anuncia desde la primera página
demitificar una era y construir un nuevo mito que vaya de las
cloacas a las estrellas en las que K es presentado como un
playboy liberal disecado con las convicciones morales de uno de esos
sabuesos que se la pasan con el hocico en la entrepierna de alguien.
Ellroy reinterpreta a K con estética de pulp-fiction de gran
nivel a la vez que lo convierte en pieza fundamental de un vasto fresco
digno de Tolstoi donde la guerra y la paz son, finalmente, cosas que
pasan para que los hombres permanezcan.
JACK
EL DESTRIPADO
¿No
es un poco raro -.seamos sinceros-. que el depósito de libros
desde el que, se supone, Lee Harvey Oswald disparó el 22 denoviembre
de 1963 sea hoy un museo en memoria de K? Que yo sepa, no se conservó
el teatro donde le bajaron el telón a Lincoln, pero es cierto
que su asesinato no está filmado y que, por las fotos que se
conservan, Lincoln probablemente no hubiera tenido éxito a la
hora de ponerse debajo de Marilyn Monroe. En cualquier caso, ahí
está Dallas y el sitio exacto en el que Jackie pronunció
para las cámaras las inmortales palabras Ugh, tengo el
cerebro de mi marido en mi mano y dicen algunos cretinos
incorporó a su esposo herido no vaya a ser cosa que no sea blanco
fácil para el segundo disparo. A Dallas llegan los iluminados,
los pecadores, los locos. Aquí vienen los que fantasean en Internet
con un Kennedy muriendo el 31 de diciembre de 1999 luego de haberse
despedido de su protegé (e hijo bastardo, juran) Bill Clinton;
los que toman medidas y disparan in situ y a escondidas sobre cabras
para filmar el modo en que una bala que viene desde ahí no puede
nunca sacudir a una cabeza hacia allá; los que piensan que la
muerte de K fue la causante directa del desproporcionado éxito
de Los Beatles en Estados Unidos meses más tarde (y atribuyen
el posterior asesinato de Lennon a la CIA); los que festejan como si
fuera un premio en la lotería el que una prestigiosa publicación
británica de medicina forense acabe de confirmar que con
un 96 por ciento de seguridad hubo un segundo tirador o leen en
Vanity Fair que el asesino de K fue un tal Johnny Roselli, gángster
cuyo cuerpo apareció sin brazos ni piernas ni cabeza porque tenía
la costumbre de hablar demasiado de su gran hazaña. K es la droga
y el síndrome de abstinencia, el remedio y la enfermedad. Con
K se hace clara y evidente (basta compararlo con Nixon) la dictadura
de la imagen que hoy padecemos, se pone en evidencia el atractivo de
un cadáver bien parecido y el qué bello es morir (aunque
los que lo vieron horizontal y post-mortem aseguran que no lucía
muy bien porque le habían puesto una especie de turbante)
y se convence a las masas de que la juventud es siempre un valor agregado.
K sigue siendo el verdadero ganador de todas las elecciones, K sigue
siendo presidente. K .son notables las similitudes de K con el héroe
de ese escritor con quien K comparte un Fitzgerald es el Gran
Gatsby de la política universal. K es el presidente de todos
los hombres.
Mientras escribo esto, hojeo el último y final número/despedida
de la revista George (en la tapa John-John sonríe como el candidato
que no llegó a ser, pero pudo haber sido; en el correo de lectores
alguien lamenta que deje de salir una revista que ha mejorado
tanto luego de la trágica muerte de su primer editor),
escucho a Bob Dylan (quien escandalizó a su país cuando
declaró en 1963 que puedo reconocer bastante de Oswald
en mí) cantando Talkin World War III Blues,
y en la televisión George W. Bush (unas pocas semanas le bastaron
para resucitar el concepto de Guerra Fría) insiste con que quiere
que le devuelvan el avioncito y los soldaditos.
Nada ha cambiado. K está en todas partes y le dedicamos la atención
que se le dedica a una deidad menor, pero una deidad al fin. Pocas cosas
más seductoras que la figura del que se va de su propia fiesta
antes de que la fiesta termine, que se va en el mejor momento de la
noche. Nadie más intrigante que aquel que produce una obra maestra
por el sólo hecho de dejarla inconclusa. K -.quien quería
que filmaran su vida y acabó convirtiéndose en el primer
presidente oscarizable-. sigue y seguirá haciéndonos la
película donde ya no es tan importante saber quién lo
mató. Lo verdaderamente importante es saber si alguna vez se
va a morir.