El
romanticismo alemán
A los 72 años, después de incursionar
en el periodismo, el ensayo, la investigación y los guiones de
cine, Osvaldo Bayer decidió finalmente escribir su primera novela.
Como si esto no fuera suficiente sorpresa, Rainer y Minou
es la historia del tormentoso amor entre el hijo de uno de los jerarcas
de las SS a cargo de Auschwitz y una joven argentina hija de judíos
alemanes que llegaron al país huyendo del nazismo. Basado en
hechos reales, a partir de la amistad que mantuvo con los protagonistas
Bayer construye una novela digna del más recalcitrante romanticismo
alemán, a la vez que abre un doloroso debate: ¿qué
hacer con los hijos de los genocidas?
Por
CLAUDIO ZEIGER
En
los años 70, un hombre prominente de la cultura alemana de 45
años, un exquisito crítico de cine y literatura, funcionario
del Estado y autor de un libro inédito sobre el romanticismo
alemán, se enamoró de una hermosa joven argentina de 28
que llega a Berlín con una beca y el proyecto de su primera película
bajo el brazo. Se enamoran perdidamente, y este adverbio aplicado a
este amor es mucho más que un cliché romántico
de las viejas novelas decimonónicas. Por varios motivos fatalmente
cruzados, este amor fue realmente imposible casi desde el comienzo,
estaba perdido de entrada. Un amor, se diría, insalvable, sin
solución, tan íntimo y a la vez tan expuesto a la consideración
de una sociedad que no puede terminar de cerrar el pasado. Esa película
que la joven pretende filmar en Berlín con apoyo estatal es,
en rigor, una historia de los judíos alemanes llegados a Buenos
Aires después de huir de Hitler; en gran parte, es la historia
de su familia porque ella es hija de padres judíos que huyeron
del nazismo. Dice la muchacha llamada Minouche Seefeige en las primeras
páginas de Rainer y Minou: Es mi vida: soy judía, víctima
de los nazis. Es su carta de presentación, contundente, desafiante.
Él cambió inmediatamente de expresión agrega el
narrador. Hizo un gesto con la mano para ganar tiempo y a la vez para
tratar de apagar todo lo que nacía de pronto en su cabeza.
Es sencillo y terrible a la vez: él, el hombre llamado Rainer
Sturm en la ficción, es el hijo de un criminal nazi al que llamaban
El perro sanguinario, un verdugo de Auschwitz que llevaba
niños a las cámaras de gas. Ese padre ya no está
con vida. El hombre llamado Rainer perdió el rastro de su padre
en la adolescencia, pero la sombra de los crímenes no se disolvió
nunca. Tampoco la obsesión de entender cómo su madre también
muerta pudo haber amado, acariciado, apoyado en la dicha y en
la adversidad a ese hombre que fue su padre. En la actualidad los
años 70 Rainer se define como moderado y liberal.
O nada o todo. O todo, menos nazi ni comunista. Cristiano-liberal moderado.
Pero sobre todo, para siempre, y en su conciencia, frente a sí
mismo y para los otros que no se lo dicen abiertamente, sabe que es
y será el hijo del perro sanguinario. Ese es su estigma y los
estigmas son imborrables.
Rainer y Minou son dos nombres literarios que en la novela de Osvaldo
Bayer velan los nombres verdaderos de los protagonistas de esta historia
real. A tal punto real que su autor dudó mucho en llamarla novela
(a pesar de su decisión de no revelar las identidades de los
protagonistas). Novela apunta a algo imaginado, y sinceramente
no reflejaba lo que es la historia: una realidad expresada en el idioma
de la literatura. Yo siempre he odiado las novelas históricas.
Me parece un aprovechamiento de figuras, de personajes donde se miente
mucho, se falta a la verdad histórica. Pero esta historia yo
no la podía describir si no era en términos literarios.
Y me sucedió que yo, que soy muy lento para escribir (imaginate
que me llevó ocho años hacer La Patagonia rebelde, escribir
e investigar), lo hice esta vez en seis meses durante el año
pasado, en Alemania. Allá puedo trabajar porque en Linz, la aldea
donde vivo a orillas del Rhin, lo único que se puede hacer es
ir a tomar cerveza a los bares, cosa que no hago, o caminar por el bosque,
algo que sí hago. Cuando estoy en Argentina me es imposible escribir
porque hay una cantidad enorme de actividades, y la verdad es que me
invitan a hablar de todas partes. Allá, entre las cinco y las
ocho de la mañana todo fluía de un modo increíble.
De tarde leía, y por las mañanas escribía,
dice Bayer. Leí mucho sobre la problemática de los
judíos en Alemania.
Ellos dos, los protagonistas de la historia real, fueron una pareja
que llegó a llamar la atención en el ambiente artístico
de Berlín de los 70, un ambiente que Bayer recreó a partir
de sus propias vivencias ya que para esa época se fue a vivir
a esa ciudad donde pasó gran parte de su exilio.
Él ya no vive. Ella sí. Pero ella no participó
de la escritura de la novela ni supo que Bayer, el año pasado,
la estaba escribiendo. Yo losconocí a ellos dos en los
años en que transcurre la novela. Quizá dejé pasar
muchos años para relatarlo, pero creo que gané en perspectiva.
Hubiera salido una cosa muy tumultuosa relatarlo inmediatamente después
del suicidio de él. Hubiera tomado más partido por él
que por ella y eso no hubiera sido justo.
EL
PARAÍSO Y EL INFIERNO
A los 72 años, después de haber dedicado su vida
a la historia, al periodismo, la política y la polémica
intelectual, Osvaldo Bayer decidió encarar por primera vez la
ficción de una obra literaria. Ese fantasma moderno que nunca
termina de morir: la novela. Y lo hizo sin ningún prejuicio científico
ni pretensiones de escritura. Tomó la historia por
las astas y la asedió con pasión a lo largo de trescientas
páginas con una prosa sencilla pero altamente expresiva. La pasión
es el tema y la pasión es el estilo. Ese ajuste intrínseco
a Rainer y Minou la convierte en una novela fascinante. Es una novela
llena de ideas, debates, fantasmas, paradojas de la historia y escenas
dolorosas.
Martin Buber escribió que los judíos y los alemanes
son los dos pueblos que mejor se complementan, escribe Bayer.
Los judíos comprendían mejor a los alemanes con
sus depresiones y sus melancolías, sus ganas siempre de volver
a ser salvajes. El salvaje heroico de largos cabellos de oro navegando
por el Rhin y bajando de los montes. Los deprimidos volvieron a escuchar
el cuerno que los llamaba a la profunda barbarie. Sentirse bárbaros
y marchar hacia la muerte sembrando muerte. Basta de complicaciones
griegas, judías y romanas. Ellos, la sangre y la tierra.
La novela está llena de preguntas. Preguntas que no tuvieron
respuesta en su momento y resuenan como interrogantes aún sin
respuesta en el presente porque no perdieron actualidad. Eres
judía... ¿te sientes judía?, le pregunta
un amigo a la joven Minou. ¿Cómo es que puedes vivir
entre alemanes? Una de las primeras cosas que hace Minou al llegar
a Alemania es visitar el cementerio judío de Weissensee, donde
están las tumbas de los soldados judíos que murieron en
la guerra del 14 vistiendo el uniforme alemán. ¿Por qué
habían ido a la guerra?, se pregunta. ¿Acaso por
obediencia, por sometimiento, por lacayismo, o por agradecimiento al
país que les había dado refugio y futuro? Claro
que ella, que está allí buscando apoyo para su film, también
se pregunta: ¿Y por qué yo acepté la beca?
Y luego, claro, están las preguntas claves para tratar de descifrar
la verdadera esencia de este amor: ¿Qué pasa cuando
uno es víctima y el otro victimario? ¿Puede haber alguna
vez una relación verdadera entre ellos sin que las sombras de
la memoria la destrocen? En vez de unirse para investigar los crímenes
del pasado, recurren al amor.
Rainer y Minou es una novela animada por el espíritu trágico
del amor romántico. Es la realidad, tanto como la recreación
literaria de la realidad una obra tardía pero consumada,
casi perfecta, del romanticismo alemán: La carta de amor
de un adolescente es pureza. El campesino que cuida de la semilla para
que dé el fruto y la harina, es puro. El único paraíso
es el amor, aunque se tenga que vivir casi constantemente en el infierno.
Nada tan poco complicado, escribe Bayer.
UN
ROMÁNTICO ALEMÁN
Osvaldo Bayer siempre escribió historias ligadas a Alemania,
país al que fue por primera vez en la década del 50 a
estudiar filosofía, y al que eligió dentro de las
circunstancias del exilio para instalarse allí a partir
de 1975. En esos años fue cuando tuvo noticias de esta historia
mediante el trato directo con sus protagonistas.
Salvo algunos detalles ligados a necesidades de la trama o al
hecho de no querer caer en ciertos efectos que puedan parecer cinematográficos,
es la vida tal cual sucedió. Reflejo los diálogos que
yo sostuve con ellos, que eran diálogos desesperados. Él
no se sentía comprendido por ella, y ella utilizaba el llanto
como un remedio para sí misma, para poder enfrentar la situación,
pero en sí yo describo una tragedia en la quenunca creí
que podía haber una solución. En realidad la única
salida hubiera sido salir de Alemania y refugiarse en una isla lejana,
pero igual él no hubiera podido con la memoria de los crímenes
del padre.
Bayer, que en la novela se asigna el papel de un cronista que relata
los hechos una vez terminados, también aparece bajo la figura
de un amigo del funcionario cultural que luego hereda su cargo. Bayer,
que obviamente no heredó ese cargo, en cambio sí accedió
a la intimidad de la historia de amor.
Él, a quien en la novela llamo Rainer, siempre me venía
a visitar a Kreutzberg, el barrio reo donde yo vivía. Él
vivía en un muy buen barrio y sin embargo le gustaba mucho Kreutzberg,
sus restaurantes favoritos estaban allí. Venía a casa
y nos quedábamos charlando al atardecer, y como a él no
le gustaba que prendiera la luz terminábamos envueltos en sombras.
Yo adiviné de inmediato que su fin iba a ser el suicidio y que
esa muerte iba a ser buscada con pasión. Lo que más lo
afectaba era que su madre hubiera sido esposa y amante de ese criminal.
Eso no lo podía superar. Después venía ella, Minou
en la novela, con su fuerza y su pedido de si yo no podía levantarle
el ánimo a él. Ella tenía ganas de ayudarlo y de
superar el problema de su padre asesino. Ella era judía pero
realmente no estaba tan comprometida con su religión. Era más
bien una chica bien argentina. Ella creía que él iba a
ser más fuerte. Lo que la asustó profundamente fue la
idea en la que había caído él, la del suicidio
mutuo. Él lo iba sugiriendo con mucha poesía, con una
gran dulzura: llegar al estado de la muerte o de la locura. Amaba la
muerte, y la veía como una salida. Su equivocación, quizá,
fue buscar la libertad en la muerte o la locura y no buscarla en la
vida. Le faltó fuerza para eso. Él también representaba
algo típico de ciertos intelectuales alemanes fascinados por
el romanticismo alemán. Era un especialista en el tema. Lo atraía
especialmente la figura del poeta Heinrich von Kleist, y a tal punto
se había identificado con él que en un libro que escribió
sobre el romanticismo y que nunca se llegó a publicar lo hace
aparecer como impotente, cuando lo que se sabe es que von Kleist sufría
de esfimosis, de eso sí hay testimonios, pero que es algo bastante
diferente a la impotencia. Bueno, Rainer sufría de impotencia,
algo de lo que yo me enteré en un momento hablando con ella y
me desagradó enterarme, pero fue así. El caso de von Kleist
también era complicado porque estaba enamorado de su hermana.
Hijo de un general de la nobleza, había escrito un drama sobre
el miedo de un general en la batalla. Se había terminado suicidando
junto a una amante ocasional, Henriette Vogel, en un lugar llamado el
Wannsee, junto al lago de Berlín, donde están enterrados.
En la tumba dice que ahí descansan los restos de Von Kleist pero
no dice nada de la amante, porque en aquel tiempo una amante no podía
figurar oficialmente en una lápida. Me apasionó toda la
historia entre Rainer y Minou porque yo también tengo una especie
de melancolía romántica. Mi libro preferido en los primeros
años de la adolescencia fue el
Werther de Goethe, que justamente acaba de aparecer acá en una
traducción que hice con mi hijo Esteban, un gran gusto porque
siempre lo leí en alemán y ahora pude volcarlo al español.
Si no me suicidé en mi adolescencia es seguramente porque no
me enamoré de una mujer casada.
LOS
HIJOS DE LOS ASESINOS
Los hijos de la muerte, de los genocidas y de los asesinos. ¿Qué
hacer con ellos? ¿Dónde los ponemos? Ése es el
gran tema político de esta novela. Y el problema político,
gracias a los cuestionamientos que se hacen los propios personajes envueltos
por el torbellino de la tragedia amorosa, se va convirtiendo en el gran
tema filosófico, existencial (una vez más en la tradición
de la filosofía romántica alemana, donde el Ideal, muchas
veces entreverado con la nostalgia de la patria perdida, se cobra la
vida) de la novela. Minou se pregunta si al enamorarse de Rainer en
realidad no está intentando convertir a los hijos de los asesinos
en víctimas. Minou se pregunta si lo mejor no sería convertirse
en jóvenes sin pasado.
Mientras tanto, hay otros antecedentes tristemente ilustres que demuestran
la encrucijada familiar que generan los asesinos de la historia. El
hijo de Bormann, el lugarteniente de Hitler, se hizo misionero en los
lugares más peligrosos de Africa. El hijo de Hans Frank, verdugo
del pueblo polaco, maldijo públicamente la figura de su padre
condenado en Nuremberg y decidió llevar una vida normal.
Algunos se automutilaron, como es el caso de la hija de Goëring,
que no visita a nadie ni se ve con nadie. Trabaja en el consultorio
de un dentista, sale y vuelve a su casa sin hacer ninguna declaración,
no tiene amigos, vive recluida. El hijo del arquitecto Albert Speer,
el famoso ministro de construcciones del Reich, es también un
arquitecto muy ayudado por las empresas que le dieron una oportunidad,
pero porque es un hombre brillante. Él tampoco contesta nunca
ninguna pregunta sobre el padre. ¿Cómo se resuelven estos
problemas? ¿Qué pasaría aquí si una hija
de Hebe de Bonafini se quisiera casar con un hijo de Etchecolatz? Yo
creo que no sería aceptado por nadie. Un hijo de desaparecidos
y un hijo de los asesinos juntos, socialmente es algo intragable. Mi
mujer, por ejemplo, perteneció a la rama femenina de la juventud
alemana, pero ella no tenía la culpa de nada porque el padre
la mandaba, quedaba bien en los años 30, porque el 85 por ciento
de la colonia alemana en Argentina era nazi. Han pasado tantos años
y ya nadie habla de eso, y sin embargo dos amigas de ellas la llamaron
cuando se enteraron de la salida del libro y del tema del libro. Estaban
indignadísimas: ¿por qué se meten de nuevo con
ese dolor?.
Con respecto al personaje identificado como Rainer Sturm, hijo del verdugo
de Auschwitz Otto Sturm, Bayer cuenta que él mismo tuvo que ir
acomodando su opinión sobre el hijo de un asesino. Al principio
me hacía reproches a mí mismo porque lo miraba un poco
distante. En el fondo, me decía: tiene la sangre de un criminal
de guerra. Al principio pensé que era un buen actor. Me había
pasado con otras personas. Son absolutamente anti nazis, pero luego,
en largas conversaciones íntimas, uno en realidad empieza a descubrir
otras cosas, un trasfondo turbio. En él también había
algo de eso, pero en el fondo era una nostalgia de la niñez.
Él y su hermana habían vivido la niñez con el nazismo
y el nazismo tenía cosas maravillosas para los chicos: las marchas,
los campamentos al aire libre, las canciones heroicas. Cuando nos juntábamos
a conversar podía llegar a producirse un momento de nostalgia
en el que él se dejaba transportar y decía: Qué
hermoso cuando cantábamos a Goethe en los campamentos. Y también
quedan las dudas acerca de la actitud de ella hacia el hecho de que
él fuera el hijo de un verdugo nazi. En el fondo siempre estaba
la duda, para mí había un rechazo final de ella hacia
él, y eso tenía que ver con el hecho de que él
tenía la misma sangre que el asesino. Ese factor, creo yo, fue
el que hizo fracasar todo. En el fondo ella lo fue dejando a él
en forma definitiva y eso es lo que él percibió: el asco
final.
ELLA
Y ÉL
Bayer no le comunicó a ella, la mujer llamada Minou en la
novela, que es protagonista de una novela. Bayer, según cuenta,
mantiene una relación ambigua en el recuerdo con
respecto a ella. ¿Cómo reaccionaría al enterarse?
Me mandará una carta documento, se va a enojar, dice
Bayer. No sé. Ya una persona que la conoció en Alemania
me llamó para preguntarme si efectivamente era ella. Sí,
es ella, desde luego, le dije. Ella actualmente da clases de cine en
Alemania. Ella, durante mi exilio en Alemania, me había visitado
para conversar sobre La Patagonia rebelde, y conversamos bastante sobre
el carácter alemán. Ella era muy abierta y tenía
necesidad de hablar, y fue la que me hizo las mejores descripciones
de él. Gran parte de los detalles de la relación y de
la personalidad de Rainer me fueron proporcionados por ella. Yo en elfondo
a ella le daba mucha razón en sus ganas de vivir, y pensaba que
tenía suerte en estar con un tipo tan culto y que le abría
camino en la cultura. Él, de hecho, fue quien le abrió
el camino del cine. Años después nos peleamos a muerte
y nos dejamos de hablar. Desde entonces no la vi más. Una de
sus películas fue la única silbada en la historia del
Festival de cine de Berlín, y lo puse en el libro. Esa fue mi
pequeña venganza. El valor estaba en describirla tal cual es.
Como amiga fue muy generosa, muy agradable. Y creo que hubiera triunfado
de no haberlo conocido a él, hubiera pisado más cabezas
tal vez, se hubiera convertido en una ejecutiva de la industria del
cine. Pero el suicidio de él fue muy mal tomado en Berlín.
Le echaron la culpa a ella. Y yo creo exactamente lo contrario, que
ella influyó muchísimo para que él siguiera viviendo.
Creo que en definitiva lo que yo traté de mostrar fue la monstruosidad
del Holocausto, la crueldad. Si hay alguna enseñanza es que los
autores de los crímenes deben pensar en sus propios hijos antes
de cometer los crímenes. Los hijos quedan malditos para siempre.