Cruces
La arqueología, Freud y el psicoanálisis
Todo
por un sueño
el dr. psicoanalisis rodeado de su coro arqueologioco:
cobertura de momia ptolomea (332-30 Ac), el dios egipcio thot (30 ac
- 395 dc), guardian de su escritorioy un jarrón ateniense (500
ac) con la diosa eos entre cientos de piezas
El
psicoanálisis y la arqueología se desarrollaron durante
la misma época. Y no parece casual: coleccionista exquisito,
Freud financió excavaciones, traficó antigüedades,
pobló su consultorio de objetos milenarios para utilizarlos en
sesión y hasta se valió de analogías arqueológicas
para desarrollar sus teorías. Así como el gran arqueólogo
Heinrich Schliemann asombró al mundo revelando el esplendor de
Troya, Freud se veía a sí mismo como un Schliemann
de la mente que iba a excavar los vastos reinos del inconsciente.
Sepa por qué.
Por
RICHARD H. ARMSTRONG
En una
conferencia sobre las causas de la histeria dictada en 1896, Sigmund
Freud ofreció a su audiencia una elaborada analogía arqueológica:
Imaginen que un explorador llega a una región casi desconocida
que despierta su interés por las ruinas, los restos de paredes,
fragmentos de columnas y las inscripciones casi ilegibles. Se puede
contentar con inspeccionar lo que está a la vista, o interrogar
a los habitantes (quizás un pueblo semi-bárbaro) que viven
en los pueblos vecinos acerca de lo que la tradición dice del
significado de estos restos arqueológicos, anotar lo que ellos
responden, y después continuar su viaje. Pero también
puede actuar de manera diferente. Puede traer consigo picos, palas y
espátulas, y puede pedirles a los vecinos que trabajen con estos
implementos. Junto a ellos puede empezar a trabajar sobre las ruinas,
limpiar la basura y descubrir aquello que está enterrado bajo
la superficie. Si su trabajo es exitoso, los descubrimientos explicarán
todo: las paredes arruinadas son parte de un palacio o un edificio que
guardaba un tesoro; los fragmentos de columnas completan un templo;
las numerosas inscripciones revelan un alfabeto y un lenguaje, y cuando
son descifradas y traducidas, develan inimaginable información
acerca de los eventos del pasado remoto, para cuya conmemoración
fueron construidos los monumentos. Saxa loquuntur! (¡Las piedras
hablan!).
Una vez que el arqueólogo reconstruye el sitio y descifra las
inscripciones, sugiere Freud, las antiguas piedras comienzan a contar
su historia. De la misma manera el psicoanalista busca en los detalles
de la memoria, clasificando meticulosamente los estratos biográficos.
Imágenes de sueños, síntomas histéricos,
fobias y aversiones inexplicables deben ser traducidas y
entendidas con referencia a sus causas los deseos y traumas reprimidos
de la vida de la persona. El lema psicoarqueológico de
este Freud cuarentón pudo bien haber sido ¡Los síntomas
hablan!.
Aunque Freud evolucionó a través de los años, continuamente
volvió a la arqueología como fuente de ideas e imágenes.
En uno de sus últimos ensayos técnicos, Construcciones
en Análisis (1937), escribió que el psicoanalista
tiene una ventaja enorme sobre el arqueólogo: mientras las zonas
arqueológicas se desintegran con el tiempo las inscripciones
se desvanecen, convirtiéndose en ilegibles; los artefactos y
los elementos arquitectónicos se destruyen merced a los elementos,
las zonas psicológicas permanecen intactas. Testeando las mentes
de sus pacientes, Freud escribió: Regularmente nos encontramos
con una situación que en arqueología sólo ocurre
en circunstancias excepcionales como Pompeya o la tumba de Tutankamón.
Todo lo esencial se ha preservado, incluso cosas que parecen olvidadas
están presentes de alguna manera y en alguna parte, y sólo
han permanecido enterradas e inaccesibles para el hombre. De hecho,
es dudoso que alguna estructura psíquica pueda ser realmente
víctima de una destrucción total. Depende sólo
de la técnica analítica sacar a la luz lo que está
oculto.
Para Freud, sin embargo, la conexión entre arqueología
y psicoanálisis no estaba limitada a analogías e imaginería.
Creía que su ciencia de la mente podía ser usada para
explorar y reconstruir el pasado antiguo, además de las historias
personales de los pacientes. Las imágenes en nuestros sueños
son antigüedades mentales. Escribía: Soñar
es un ejemplo de regresión a la condición más temprana,
una vuelta a la niñez, a los impulsos instintivos que la dominaban
y a los métodos de expresión que tenía a mano en
aquel momento. Detrás de la niñez de un individuo se nos
aparece la imagen del desarrollo de la raza humana, del cual el desarrollo
del individuo es una recapitulación abreviada e influenciada
por las circunstancias azarosas de la vida. Podemos adivinar cuán
apropiada es la aseveración de Nietzsche cuando dice que en sueños
trabajan reliquias primarias que hoy apenas podemos alcanzar por un
camino directo. Y podemos esperar que el análisis de los sueños
nos lleve a un conocimiento de laherencia arcaica del hombre, de eso
que es psíquicamente innato en él. Los sueños y
las neurosis parecen haber preservado más antigüedades mentales
de lo que imaginamos; así, el psicoanálisis puede reclamar
un lugar preponderante entre las ciencias que se ocupan de la reconstrucción
de los inicios más oscuros de la raza humana.
Freud
fue introducido al mundo clásico cuando todavía era un
alumno de primaria en Viena, y permaneció interesado en Egipto,
Grecia y Roma durante toda su vida. Tan profundo era el hechizo que
la antigüedad ejercía sobre él, que los términos
e imágenes clásicas encontraron su lugar en sus trabajos
más controvertidos y originales, como el Complejo de Edipo y
la teoría del conflicto pulsional entre Eros y Tanatos (Amor
y Muerte).
Una influencia mucho más importante, sin embargo, fue la arqueología.
Desde sus primeros estudios sobre la histeria hasta sus últimos
ensayos acerca de la técnica psicoanalítica, las excavaciones
y hallazgos arqueológicos le brindaron un terreno fértil
para encontrar imágenes y metáforas. Como fundador de
una nueva ciencia, Freud necesitaba describir una extraña
metolodogía nueva basada en la asociación libre. En el
acto de excavar y en los resultados que esa acción producía,
encontró un paradigma atractivo. Si los arqueólogos excavaban
en la tierra, él excavaba en la mente.
¿Por qué la arqueología impresionaba tanto a Freud?
Parte de la respuesta es que Freud y la arqueología llegaron
a su madurez aproximadamente en el mismo momento. Cuando Freud asistía
a la Universidad de Viena (18731881) para obtener un título
de médico, la arqueología estaba comenzando a obtener
presencia académica. La primera cátedra de arqueología
de la Universidad de Viena fue creada en 1869. El Seminario Arqueológico
y Epigráfico de la Universidad de Viena se fundó en 1876
y pronto se convirtió en un centro neurálgico de entrenamiento
interdisciplinario y de investigación. En 1897 se formó
el Instituto Arqueológico Austríaco.
Freud también mantenía una conexión íntima
con la arqueología gracias a su amistad de toda la vida con Emanuel
Löwy (18571938), un pionero olvidado del campo,
que sólo recientemente ha sido rescatado de un inmerecido olvido.
Como Freud, Löwy era hijo de un hombre de negocios judío
y de condición modesta. Él también estudió
en la Universidad de Viena, y su carrera muestra el alto nivel de formación
que brindaba el Seminario Arqueológico y Epigráfico. Durante
toda su vida, Löwy le brindó una visión privilegiada
de la arqueología. Cuando éste aún trabajaba como
profesor en Roma, visitaba a Freud por lo menos una vez al año,
y mantenía a su anfitrión despierto hasta las tres de
la mañana hablando sobre la Antigua Roma y la arqueología.
Freud le pedía a Löwy que viera sus últimas adquisiciones,
preocupado por la autenticidad de las antigüedades que acumulaba.
Pero, y esto quizás es más importante, la amistad con
Löwy le inspiraba a Freud comparaciones entre su propio trabajo
y el de su amigo.
Otra personalidad arqueológica tuvo un efecto poderoso en Freud:
Heinrich Schliemann. Las primeras excavaciones en Troya se llevaron
a cabo cuando Freud estaba terminando la secundaria, a mediados de 1870;
más tarde, mientras luchaba con la escritura de La Interpretación
de los sueños, leyó Ilios (1881), de Schliemann. En 1899,
le escribió entusiasmado a su amigo y colega Wilhelm Fliess sobre
sus progresos con un paciente: Enterrada muy profundo y debajo
de sus fantasías, encontramos una escena de su período
primario (antes de los 22 meses) en la que todo el rompecabezas converge.
Apenas lo puedo creer. Es como si Schliemann hubiera excavado Troya
otra vez.
Otros
arqueólogos encontraron un lugar en la biblioteca de Freud. De
hecho, la evolución de la arqueología en Egipto, Grecia,
Italia y el cercano Oriente puede ser trazada a partir de los libros
de sus estantes: Easy Lessons in Egyptian Hieroglyphics, de Ernest Budge
(1902); Troya e Ilión, de Wilhem Dörpfled (1902); Historia
de Egipto, de James Brested (1905); Amuletos, de W. F. Pietrie (1914);
La tumba de Tutankamón, de Howard Carter (1925), y El Palacio
de Minos, de Arthur Evans (19211935). Además, Freud tenía
los libros de Schliemann, Micenas (1878), Ilión (1885) y Tirios
(1885), y los de Löwy sobre arte clásico y arqueología.
Durante el siglo XIX vienés una creciente clase media tuvo acceso
a una gran variedad de antigüedades que habían formado parte
de las colecciones privadas de los emperadores de Hamburgo. Freud vio
esas obras antiguas en el Lower Belvedere, el Palacio Imperial Austríaco
que se transformó en un museo público. Cuando el famoso
Ringstrasse de Viena fue planeado, un magnífico museo estuvo
incluido en el diseño: el Museo de Historia del Arte, inaugurado
en 1891 y que hoy alberga una de las colecciones más importantes
de arte y antigüedades. Freud frecuentemente consultaba al personal
de este museo para corroborar la autenticidad de sus adquisiciones.
Uno de los curadores, Ernst Kris, adhirió al psicoanálisis.
Más tarde, Kris escribió algunos estudios psicoanalíticos
sobre el arte de la locura.
Freud fue un ávido visitante de museos en Berlín, Londres
y Roma. En una carta de 1885 donde describe sus impresiones sobre el
Louvre se prefigura su trabajo sobre las imágenes en los sueños,
que luego se transformará en un estandarte de su nueva
ciencia de la mente: Ayer fui al Louvre, al ala de las antigüedades
que contiene un increíble número de estatuas, inscripciones,
tallas en piedra y reliquias de Grecia y de Roma. Vi unas cosas maravillosas,
antiguos dioses representados una y otra vez, también a la famosa
Venus de Milo. Para mí estas cosas tienen un valor más
histórico que estético. Lo que más me atrajo fueron
los bustos de emperadores. Visité las salas de los asirios y
los egipcios, que debo volver a visitar muchas veces más. Había
unos reyes asirios, altos como árboles, sosteniendo dragones
en sus brazos, humanos alados con hermosas cabelleras, inscripciones
cuneiformes tan claras que parecían haber sido hechas ayer y
bajorrelieves egipcios decorados con enardecidos colores, esfinges y
reyes. Todo parecía un mundo de sueños.
No sólo
coleccionar antigüedades fue una de sus grandes pasiones. Freud,
por ejemplo, financió junto al analista húngaro Sándor
Ferenczi las excavaciones de un amateur en Duna Pentele (Hungría).
En 1913, cuando Carl Jung y Alfred Adler abandonaron la línea
de Freud, un comité secreto se formó para
dirigir el curso del psicoanálisis y protegerlo de futuras deserciones.
Freud presentó a los miembros de este comité con antiguos
anillos antiguos tallados, como un símbolo de la verdad y la
unidad. Los colegas y pacientes de Freud también sabían
de su pasión por las antigüedades. Marie Bonaparte (princesa
George de Grecia, nieta del hermano de Napoleón) se transformó
en una adherente al psicoanálisis y le traía a su médico
antigüedades desde Atenas y París. En 1938, cuando Austria
fue anexada por Hitler y los Freud partieron a Londres, ella contrabandeó
personalmente algunas de las antigüedades preferidas de la familia.
También le regaló una urna decorada con figuras rojas,
que hoy contiene sus cenizas en una tumba en las afueras de Londres.
Una serie de fotografías tomadas por Engelman en 1938 muestra
la casa de Freud y su oficina antes de que la familia se fuera a Inglaterra.
Su colección de antigüedades, dispuesta a los lados de su
famoso diván, llenaba cajas y cubría las paredes del consultorio.
A un lado colgaba una reliquia romana. Esta misma reliquia (de Gradiva,
ahora en el Museo Chiaramonti en el Vaticano) es el tema de una novela
de 1903, tambiéntitulada Gradiva y escrita por el alemán
Wilhelm Jensen. Freud analizó el libro en un ensayo titulado
Engaño y sueño en Gradiva de Wilhelm Jensen
(1907), que se convirtió en uno de los clásicos de la
crítica literaria psicoanalítica. También había
una reproducción de Edipo y la Esfinge de Ingres, el enigma del
desarrollo humano al que Freud fue llamado a resolver. Sobre el diván,
una colorida reproducción del templo de Ramses II de Abu Simbel;
cerca, un retrato de un hombre del Egipto romano y fragmentos de frescos
con esfinges.
Pero en el estudio lo más impresionante era el coro de figuras
alineadas en su escritorio, que formaba su expectante y silenciosa audiencia.
La poeta norteamericana H. D. (Hilda Doolittle), una de sus pacientes,
citaba a Freud remarcando lo siguiente: Mis pequeñas estatuas
e imágenes ayudaron a estabilizar las ideas evanescentes, o las
custodiaron para que no se escapen. Los pacientes resaltaban que
el estudio y el consultorio de Freud parecía un museo. Además,
el psicoanalista usaba los objetos de su colección para ilustrar
algunos puntos acerca del inconsciente.
La arqueología
estuvo entretejida con la obra de Freud y aparece siempre en puntos
cruciales. Alcanza con citar la importancia que le confiere a la conexión
entre su ciencia de la mente y las excavaciones de Schliemann. En las
últimas ediciones de La interpretación de los sueños,
Freud incluye una teoría de uno de sus seguidores: los sueños
con volar son sueños acerca de la erección, dice. Freud
escribe: El sorprendente fenómeno de la erección,
sobre el cual la humanidad ha estado girando desde siempre, no puede
dejar de ser impresionante. Es una suspensión aparente de las
leyes de la gravedad. En un agregado, anota: Conexión
con el falo alado de los antiguos. Freud pensaba que esos falos
alados corroboraban la interpretación de los símbolos
del sueño: volar = erección. Dándole así
un carácter universal a la relación, aunque aquí
se nota un pensamiento un tanto circular. De la misma manera realizó
un paralelo entre el sueño de uno de sus pacientes -.el hombre
veía a su padre como un vientre con una cara-. y el culto a Demetrio
de figuras con caras en el vientre. Una vez más, concluye que
ese simbolismo debe ser un fenómeno psicológico universal,
aunque no esté seguro de su significado.
En 1938, escribe Moisés y el monoteísmo, otra excursión
al pasado de la humanidad. La tesis de Freud es que el judaísmo
es una religión inventada por Moisés, un egipcio nacido
en la aristocracia que profesaba un culto monoteísta, que hizo
que los israelitas abrazaran esta forma religiosa. Más tarde
este pueblo se rebela, mata a Moisés y pasa a profesar el politeísmo
nuevamente. Generaciones después, la culpa reprimida los compelió
a volver al monoteísmo, de donde sale el judaísmo. Freud
estaba convencido de su tesis histórica, a tal punto que se interesó
en las excavaciones que se realizaron en el sitio de la antigua capital
de rey herético en Palestina, donde esperaba encontrar
evidencia para su teoría sobre Moisés, el egipcio.
Del mismo modo que los arqueólogos, Freud creía que podía
revelar estratos de la experiencia humana que estuvieron mucho tiempo
fuera del alcance de los hombres. Creía que el psicoanálisis
podía recobrar esos mundos perdidos. Hoy, el tesoro del inconsciente
descansa esperando al Schliemann de la mente.
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