Fotografía
Un recorrido por las capillas galesas en Chubut
CAPILLAS DEL SEÑOR
Concentrado
en relevar la cultura galesa en la Patagonia, el fotógrafo Edi
Dorian Jones produjo por su cuenta y riesgo un volumen documental en
el que recopila las imágenes de las capillas galesas esparcidas
por Chubut. Prácticamente inhallable en librerías, Radar
presenta sus fotos y su historia.
Por
Guillermo Saccomanno
Un
domingo durante el culto, cuando tenía siete años, estaba
sentada en el banco de la familia junto a mi madre. Sentí que
la puerta se abría, me di vuelta y vi un indio envuelto en un
poncho que estaba con otros dos más jóvenes y dije rápidamente
en galés: ¡Indios!. Mi madre, también en galés,
me dijo: Quedate quieta, no te muevas. Son hijos de Dios, como nosotros.
Mister Powell Jones, que se sentaba dos asientos más adelante,
le pidió a sus dos hijas que se sentaran en otro banco, con las
hijas de mister Richard Williams. Después le hizo una seña
a los indios, invitándolos a sentarse. Eran el cacique Nahuelquir
y dos de sus hijos, elegantemente vestidos con sacos claros. Cuando
terminó el oficio religioso, mister Williams se levantó
y dijo: Estamos muy contentos de tener con nosotros al cacique Nahuelquir
y sus hijos.
Edi Dorian
Jones es un experto en detectar historias como ésta, que le contó
una nieta de pioneros galeses que llegaron a Chubut a bordo del velero
Mimosa en 1865. La historia, además de constatar
cómo fue la relación franca que los galeses establecieron
con los indios, forma parte de la rigurosa investigación sobre
sus capillas que Edi viene realizando desde hace años.
Edi nació en Trelew en 1952. Descendiente de los pioneros galeses,
se ha dedicado a fotografiar a los hombres y mujeres de este paisaje
inhóspito. Además de fotografiar con intención
artística, Edi se especializó en la preservación
y el análisis de las fotos antiguas como documento social patagónico.
Edi fotografió tanto pinturas rupestres como construcciones del
siglo pasado. Su libro Capillas galesas en Chubut, publicado a fines
del año pasado, tiene también una historia.
A Edi lo conocí en mayo del año pasado, cuando recorríamos
Chubut con el viajero y escritor Adrián Giménez Hutton
(autor de La Patagonia de Chatwin). Mientras Hutton me guiaba a través
de los paisajes que había caminado Bruce Chatwin, recalamos en
la chacra de Waldo Williams. Chatwin había atravesado esta zona
y se había alojado acá a mediados de los 70. La mayoría
de quienes le proporcionaron datos para su libro In Patagonia lo recordaban
con escasa simpatía. Ratero literario, Chatwin supo malversar
los testimonios en función de la creación literaria. El
resultado fue esa crónica mítica, poco ajustada a la realidad,
pero brillante estilísticamente. Esa tarde de mayo, en la chacra
de Waldo hablábamos de Chatwin cuando vino Edi, el fotógrafo.
Se sabe: la Patagonia es un territorio de historias. Un tío abuelo
de Edi, dueño de una gran biblioteca, recibía a menudo
la visita de unos estancieros norteamericanos, dos hombres y una mujer.
A uno de ellos, particularmente, le apasionaba la lectura. Más
tarde, el tío abuelo de Edi comprobó que ese trío
eran Butch Cassidy, el Sundance Kid, el más lector, y Ethel Place.
En 1997 Edi Jones hizo una muestra titulada: Butch Cassidy, de Norteamérica
a la Patagonia, en la que reunió imágenes de los pistoleros
que estremecieron ese paisaje a los tiros. Desde un vagón volado
por exceso de dinamita a un almacén asaltado en Arroyo Pescado,
el interés de esa colección de fotos revelaba la concentración
de Edi puesto a investigar. Ahora, esa tarde, en la chacra de Waldo,
Edi nos contaba de su nuevo proyecto, su colección de fotos sobre
las capillas. No le faltaba mucho para concretarlo. Apenas ciertos detalles
para imprimirlo.
En las bibliotecas de los pioneros galeses, además de la Biblia,
todavía pueden detectarse los ensayos de Ruskin y el teatro de
Sófocles. Cultísimos, los pioneros galeses convirtieron
sus capillas en espacios de devoción, pero también de
una actividad comunitaria intensa. Las capillas eran a la vez centros
de reunión y escuelas. Aquí los pioneros organizaban,
habitualmente, torneos de poesía y canto. Exiliados de Inglaterra,
cuando el Imperio Británico, en tiempos de la revolución
fabril, los explotaba prohibiendo sus costumbres y su lengua, iniciaron
unexilio que los llevó a Australia, por entonces colonia penitenciaria,
a Norteamérica y, más acá, a Brasil y la Patagonia.
Lejos de sentirse dueños de la tierra, en tiempos en que los
malones asolaban todavía las proximidades de Buenos Aires, los
protestantes galeses tuvieron con los indios una amistad que contemplaba,
además del trueque, aprendizajes recíprocos. Los indios
enseñaban a los galeses a montar y a cazar. Los galeses, por
su lado, además de regalarles el pan, les transferían
mínimos saberes de la civilización. Y así se explica
la anécdota referida al comienzo.
Nací en este valle, nos dijo aquella tarde Edi. Descendiente
de pioneros, Edi reflexionaba: Una doble identidad cultural es
una experiencia conflictiva, pero también enriquecedora. Los
galeses supieron mantener su cultura. Y a la vez adoptaron los valores
de Argentina. Las primeras reuniones religiosas se hacían
en viviendas y en graneros. Las distintas congregaciones protestantes
limaron sus diferencias en la construcción de las capillas. Hoy
dieciocho capillas se mantienen todavía erguidas. Algunas sobrevivieron
al abandono y el rigor climático, contaba Edi. Sus nombres,
que aluden a la misericordia, a la tierra de Israel o a un accidente
del paisaje, resultan sugerentes: Berwyn, Tabernacl, Bethlehem,
Salem, Carmel, Bryn-Crwn, Tair-Helygen. Y, al recorrerlas, uno no puede
menos que imaginar la determinación con que estos exiliados celtas
se adaptaron a un paisaje donde el miedo principal ya no eran los indios
sino las crecidas desaforadas del río Chubut que arrasaban sus
casas y plantaciones. La sencillez y la austeridad de estas construcciones
levantándose en el paisaje llaman la atención. Improvisadas
variaciones del gótico, las capillas, muchas de ellas con sus
paredes de ladrillo a la vista y sus ventanas ojivales, sus bancos de
madera y sus naves despojadas, si algo estimulan es un sentimiento que
inspira sosiego. Este sentimiento de unción tampoco escapó
al viajero Chatwin, quien pasó la Navidad, a mediados de los
70, compartiendo las vituallas festivas con los lugareños y un
joven pianista del lugar, su amante secreto de Gaiman.
Las fotos de Edi, en este sentido, se propusieron captar la pureza tosca
de estas capillas. En blanco y negro, con la luz natural, sin usar ni
flashes ni luz artificial aun cuando las capillas podían tener
rincones oscuros y una tonalidad melancólica, Edi consigue otorgarle
a sus fotos el clima de una religiosidad que parece integrarse naturalmente
a la desnudez de ese paisaje áspero.
Hace poco Edi me mandó su libro. Las peripecias de la impresión
fueron realmente argentinas. En la carta que acompañaba
el ejemplar Edi contaba: Una imprenta de familia que durante cuarenta
años trabajó sin problemas tuvo inconvenientes gremiales.
Los empleados del taller tomaron como rehenes los trabajos incumplidos,
entre los que estaba mi libro. Así quedó afectada la calidad
de impresión. Las fotos no están impresas de modo homogéneo
y la tapa, a su vez, tuvo un espesor menor al solicitado. Ahora tengo
en mi casa un montón de libros que debo vender. La próxima
edición espero hacerla en Buenos Aires, aunque allí no
conozco a nadie. Sin embargo, a pesar de las contingencias, el
libro de Edi contagia prodigiosamente la atmósfera de las capillas.
Las primeras fotos resultaron tristes, pequeñas edificaciones
cerradas entre sauces retorcidos por el viento. Como fondo, la meseta
patagónica. Entonces decidí incluir personas en aquellas
capillas que se mantienen activas. Además busqué incorporar
testimonios. La mayoría de aquellos con los que hablé
tienen más de setenta años. Además agregué
la historia de cada capilla. De alguna manera, el libro no es sólo
un documento gráfico. También, un rescate narrativo,
me contaba ahora Edi. Y cerraba: Estoy iniciando la distribución,
todo un tema. De momento, sólo puedo hacerlo parcialmente por
la provincia. Buenos Aires es todo otro tema. Los distribuidores piden
el cuarenta por ciento. Y los libreros el treinta.Como en toda edición
de autor, espero no una gran retribución sino simplemente recuperar
lo invertido, que no parece fácil. Sin embargo, a pesar
de las contingencias y las imperfecciones que irritan al fotógrafo
obsesivo, el libro contribuye a la transmisión de ese ascetismo
con que los galeses sellaron sus construcciones en el medio de la nada.
arriba