A la luz de los grandes movimientos antiglobalizadores aparecidos durante la última década, la periodista canadiense escribió el extraordinario No Logo, un libro que muchos consideran el Das Kapital del siglo XXI, en el que registra las estrategias de las multinacionales para dejar el mundo en manos de especialistas en marketing, denuncia las condiciones infrahumanas que se viven en las fábricas instaladas en el Tercer Mundo, explica por qué hay que entender la situación actual en términos de ocupación militar y vaticina un futuro en el que hasta nos van a prohibir hablar del mundo en el que vivimos. Por Alejo Schapire Cada centímetro cuadrado del espacio público y privado está siendo colonizado por las marcas. Esta invasión es apenas la punta visible de un iceberg que ha transformado, desde la década pasada, la faz de la Tierra. Es la consecuencia de una estrategia económica que condena a los empleados del Primer Mundo a vivir de trabajos precarios y mal pagos y a los del Tercero a una explotación infrahumana en las fábricas de Asia y América latina. Frente a la arrogante hegemonía de las corporaciones y las organizaciones internacionales que las apañan (FMI, OMC, G8, etc.), la mayor reacción de la militancia política de las últimas dos décadas empieza a tomar forma. Para ver cómo llegamos a esta situación y analizar cómo se organiza la resistencia, la periodista canadiense Naomi Klein, de 30 años, realizó durante cuatro años una investigación que la llevó de los suburbios de Toronto a las villas miseria de las Filipinas e Indonesia. El resultado de este trabajo es el libro No Logo, o cómo la pregunta ¿De dónde vienen mis zapatillas? se transforma .-en términos del diario inglés The Observer-. en el Das Kapital de la creciente lucha de los movimientos contra las multinacionales. LA
IMAGEN ES TODO
El 2 de abril de 1993 Wall Sreet tuvo miedo. Aquel día, que quedaría
en los anales de la mercadotecnia como el Viernes Marlboro, Philip Morris
anunció una medida inesperada: para poder competir, el atado
de Marlboro pasaría a costar un 20 por ciento menos. La decisión
de la tabacalera cayó como una bomba. Si la marca que desde 1954
había invertido fortunas en cuidar su imagen debía retroceder,
podía ser el principio de un efecto dominó. De hecho,
aquel día, el valor de las acciones de Heinz, Quaker Oats, Coca-Cola,
Pepsico y Procter & Gamble sufrieron una importante caída,
aunque ningún título bajó tanto como Philip Morris.
Eran tiempos de recesión, los baby boomers se volcaban a las
marcas de los supermercados, esnobeando los logos de las grandes empresas
tradicionales. Era la época en que proliferaban los clones de
PCs, obligando a IBM a abaratar sus productos. La industria temía
que el norteamericano medio hubiera roto el pacto y empezado a pensar;
las consecuencias podían ser desastrosas. Muchos concluyeron
que había que bajar los precios. Se habló de la muerte
de las marcas. Sin embargo, un puñado de compañías
entendió todo lo contrario; hoy manejan las riendas de la economía
mundial. Se llaman Nike, Apple, The Body Shop, Calvin Klein, Disney,
Levis, Starbucks o Amazon, y habían apostado a un concepto
fundamental: su trabajo no era vender productos, sino marcas. Naomi
Klein describe la emergencia de estos innovadores como una nueva
raza de hombres de negocios que te informaban con orgullo que la marca
X no era un producto, sino un estilo de vida, una actitud, un conjunto
de valores, un look, una idea. Uno de los pioneros en llevar a
la práctica esta filosofía fue el fundador de Nike, Phil
Knight, quien anunció a fines de los 80 que manejaba una
sociedad de deportes: su misión no era fabricar zapatillas,
sino mejorar la vida de la gente a través del deporte y
la forma física. Desde entonces, enumera Klein, Polaroid
no es una cámara de fotos, sino un lubricante social. IBM no
vende computadoras, sino soluciones para negocios. Swatch no son relojes,
sino una idea del tiempo. Pero para la periodista nadie asimiló
mejor la lección que Tommy Hilfiger, que se ocupa menos
de fabricar ropa que de poner su firma. La sociedad está íntegramente
dirigida por medio de acuerdos de explotación bajo licencia,
y Hilfiger pasa todos sus productos a un conjunto de sociedades distintas:
Jockey fabrica la ropa interior Hilfiger, Pepe Jeans London fabrica
los Jeans Hilfiger, Oxford Industries fabrica las camisas Tommy, la
Sride Rite Corporation fabrica su calzado. ¿Qué fabrica
Tommy Hilfiger? Nada. EL
NACIMIENTO DEL COOL
Los presupuestos de marketing se van a las nubes; las marcas despliegan
todas sus fuerzas para ocupar nuevos espacios. Empieza una búsqueda
frenética de soportes y de recetas cada vez más efectivas.
Porque, como lo explica David Lubars (del grupo publicitario Omnicom)
con una metáfora de inusual franqueza: Los consumidores
son como cucarachas, uno los rocía, los rocía y, después
de un tiempo, están inmunizados. Entonces las iniciativas
deben renovarse constantemente para cazar al target preferido: el adolescente
mundial. Para conseguirlo los publicitarios largan en las calles a sus
cool hunters (cazadores de lo cool), que se infiltran entre
los jóvenes, toman nota de su comportamiento y leen sus diarios
íntimos. Para estar al tanto de la moda, practican el broin,
una técnica que consiste en ir a los barrios bajos y testear
el impacto de la nueva indumentaria entre los brothers.
Nike, Adidas y Tommy Hilfiger practican la explotación del ghetto
cool de la población negra para vender a través
de rappers como Puff Dady la street credibility (algo así
como la credibilidad de la calle) a la clase media. O, como teoriza
Klein, la trayectoria marketing de Hilfiger se nutre de la alienación
que reside en el corazón de las relaciones raciales en Norteamérica:
venderle a la juventud blanca su fetichismo del estilo negro, y a la
juventud negra su fetichismo de la riqueza blanca. MEJOR NO HABLAR DE CIERTAS COSAS La omnipresencia de las marcas se convirtió en un monólogo ininterrumpido. El problema es que frente a este bombardeo constante de imágenes, a las marcas les gusta ser escuchadas pero odian que les respondan. Y para mantener este discurso unidireccional, la industria utiliza distintas formas de censura. Por un lado está la comercial. El caso más famoso tuvo lugar cuando la cadena Wal-Mart decidió que no vendería el disco de Nirvana In Utero porque en la tapa figuraba un feto, lo que iba contra el espíritu familiar de la compañía. Frente al riesgo de vender un 10 por ciento menos de copias, Warner y Nirvana dieron el brazo a torcer y cambiaron la ilustración, así también como el título de la canción Rape-me (Viólame) por Waif-me (Chico abandonado). Pero existe otro tipo de censura todavía más perverso: la tiranía de los derechos de autor. Aquí no se trata de defender la propiedad intelectual de un artista, sino de privatizar el discurso. Klein: Tenemos en nuestro activo casi dos siglos de historia de marcas que, juntas, forman una suerte de código morse de la cultura pop mundial. Pero hay una trampa: tenemos quizá todo el código implantado en nuestro cerebro, pero no se nos permite realmente utilizarlo. Klein se refiere a la dificultad que encuentran los artistas que intentan dialogar con las marcas. Es lo que denunciaba Michel Houellebecq en su ensayo La privatización del mundo (Ver Radar Libros 24/09/2000). En aquella declaración de guerra, el autor de las Partículas elementales se solidarizaba con su colega Frédéric Beigbéder. Este ex publicitario había sido echado de la agencia Young & Rubicam por publicar 99 Francos, un panfleto antipublicitario que se convirtió en el best-seller del año 2000. En ese libro, el narrador se ocupaba de la cuenta la empresa de lácteos Madone. Beigbéder se había protegido alterando el nombre de la multinacional (de hecho el libro empieza con la aclaración: Los nombres han sido cambiados para proteger a los culpables). Pero hoy, cuando Danone anuncia simultáneamente su buena salud financiera y organiza despidos masivos en Francia, Beigbéder y sus amigos periodistas de la revista Technikart organizan un boicot desde un web site. Y como ocurre cada vez más a menudo, la habilidad de la empresa atacada consiste en no hacer un juicio por difamación, sino en ir a los tribunales invocando la violación de los sacrosantos derechos de autor, impidiendo así la sátira del nombre y el logo de la transnacional. A estas horas ni el boicot ni el juicio han terminado. En un mundo donde el ágora se ha transformado en un centro comercial, éste es sólo un ejemplo entre muchos (ver recuadro). En otros lugares, la censura suele ser mucho más expeditiva. En Nigeria, la etnia Ogoni, con el poeta y dramaturgo Ken Saro-Wiva a la cabeza, acusaba a la Shell de la destrucción del medio ambiente del delta y de ser responsable de impedir toda salida económica para los granjeros de la región. Temeroso de perder los beneficios del petróleo, el régimen decidió ejecutar a Ken Saro-Wiva junto a otros ocho militantes. Para los Ogonis, los soldados nigerianos actuaban como una milicia privada de Shell. EL
FIN DEL TRABAJO
Klein recuerda que Nike es el prototipo de la marca sin producto. La
empresa del swoosh tal el nombre del alita no posee ninguna
de sus fábricas, sino que subcontrata la producción de
indumentaria en los sweatshops (fábricas de sudor), verdaderos
depósitos de mano de obra instalados en las zonas francas de
países como Indonesia, China, México, Vietnam y las Filipinas.
Klein se dio una vuelta por Cavite, una ciudad a 150 kilómetros
al sur de Manila. Detrás de guardias armados, los esclavos modernos
trabajan en condiciones dignas del sigloXIX. Klein cuenta el caso de
costureras de ropa Gap, Guess y Old Navy. El baño abre sus puertas
sólo dos veces al día durante quince minutos. Así
que muchas veces deben orinar en las bolsas de basura que guardan bajo
sus máquinas de coser. El salario mínimo de la región,
que las empresas evitan pidiendo una exoneración al gobierno,
es de 6 dólares diarios. Lo que es mucho, comparado con el promedio
de 87 centavos de dólar al día que gana uno de los 18
millones de obreros en China, destinación cada vez más
preciada porque mantiene los curiosos a distancia. En estas regiones,
las principales víctimas son siempre mujeres jóvenes.
Klein menciona el caso de sweatshops en Honduras, donde la administración
obliga a sus obreras a abortar; en México, deben mostrar sus
toallas higiénicas una vez por mes para que se les renueve el
contrato estándar de 28 días. ¡BAJO
EL PAVIMENTO, LA PLAYA!
Concibo la realidad en que vivimos en términos de ocupación
militar. Hemos sido ocupados de la misma forma que los franceses y los
noruegos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, pero esta
vez por un ejército de especialistas en marketing. Debemos reconquistar
nuestro país de las manos de quienes lo ocupan en nombre de los
dueños del mundo. La que habla es Ursula Franklin, profesora
honoraria de la Universidad de Toronto, y representa el (re)sentimiento
de estudiantes, intelectuales y artistas impregnados de situacionismo
que intentan recuperar el espacio público. Entre ellos sobresale
Reclaim The Streets, un grupo que, bajo la forma de un carnaval, organiza
happenings de protesta en las grandes capitales. En una ocasión,
en Londres, llegaron a congregar 10 mil manifestantes que, vestidos
con disfraces, empezaron a bailar en una autopista de seis vías.
Mientras la policía intentaba comprender lo que ocurría,
sin que nadie lo advirtiera, usaron taladros para perforar la ruta y
plantar árboles jóvenes. RTS buscaba reconquistar la calle
a través de un mensaje que era un eco del llamado de mayo del
68: Bajo los adoquines, la playa, aunque esta vez se trataba
de Bajo la autopista, el bosque. Beck, Pluto y Photoshop Un fragmento de No Logo en el que Naomi Klein ilustra la pulseada entre las multinacionales y las personas por ver quién tiene derecho a mencionar una marca y quién no. por Naomi Klein El
acoso por los derechos de autor y las marcas registradas se ha convertido
en una industria creciente, y aunque sus resultados son demasiado abrumadores
para ser registrados cabalmente, he aquí algunos ejemplos al
azar. En 1991, la Disney obligó a un grupo de padres neocelandeses
a borrar las figuras de Pluto y Donald de un mural pintado en el patio.
El dinosaurio Barney viene arruinando fiestas de cumpleaños a
lo largo y ancho de Estados Unidos, aduciendo que cualquier padre dentro
de un disfraz de dinosaurio violeta hace uso indebido de la marca registrada.
El Grupo Lyons, propietario del dinosaurio Barney, ha despachado
más de mil cartas a los propietarios de locales que alquilan
o venden tales atuendos. Por supuesto que pueden ofrecer un disfraz
de dinosaurio argumentan, pero no violeta, porque es ilegal.
Y no importa de qué tono de violeta estemos hablando, dice
Susan Elsner Furman, vocera de Lyons.
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