Personajes
Cristina Bajo, de Córdoba con amor
La
voz del interior
Pasó
más de treinta años a solas frente a una máquina
de escribir, hasta que un buen día pensó que se podía
morir sin que sus hijos supieran qué hacía. Así
publicó Como vivido cien veces, una primera novela que se convirtió
en el best-seller más extraño de 1995. La noticia llegó
a Buenos Aires, desde donde acudieron desesperados a contratarla. Ahora,
cuando acaba de publicar Sierva de Dios, ama de la Muerte, su tercer
libro, Cristina Bajo explica por qué escribe novelones históricos
al mejor estilo Lo que el viento se llevó y lo difícil
que es ser famosa desde el interior.
POR
CLAUDIO ZEIGER
Se
podría pensar en varias tradiciones posibles para rastrear la
estirpe de la escritora cordobesa Cristina Bajo. Una, desde luego, es
la de las mujeres escritoras que en el silencio del cuarto propio tejieron
sus novelas por años, a hurtadillas, alejadas del mundanal ruido
de la república de las letras y que ahora pueden disfrutar, no
sin malicia, del discreto encanto de la venganza: un mercado editorial
absurdo que las confinó por años al ostracismo, ahora
viene a pedirles a gritos que escriban novelas históricas con
heroínas mujeres, porque el público ahora es femenino
y hay que saciarlo de ficciones con las que puedan identificarse. Pero
hay otra tradición más recortada aún en la que
puede incluírsela: la de los escritores tardíos, esos
para quienes la vida recién empieza a los cincuenta o más.
De toda esa genealogía, frente a Cristina Bajo, uno se acuerda
de la dama de las intrigas policiales con investigación forense:
P.D. James. En parte porque Cristina Bajo es una incansable lectora
de novelas policiales, y además porque su último libro
cuenta la fascinante historia de una envenenadora de comienzos del siglo
XVIII en Córdoba, una intriga detectivesca sin detective, pero
con abundancia de jesuitas, obispos, corregidores, familias españolas
venidas a menos, monjas y fieles sirvientes que llegan a matar por sus
amos. Es, como le gusta decir a ella, un novelón. Irresistible
para el lector de largo aliento y con título de telenovela brasileña:
Sierva de Dios, Ama de la Muerte.
Una salvedad necesaria: la de Bajo no es una historia de maldad, indiferencia
y ensañamiento por parte del mercado editorial. Muy por el contrario:
esta historia comenzó cuando ella, después de treinta
años de escribir en secreto, se preguntó si nunca nadie
iría a leer lo que escribía. Y ni siquiera entonces se
le ocurrió presentarse a un concurso o a una editorial nacional.
QUEHACERES
DOMESTICOS Yo escribía como una especie de terapia.
Tuve muy diversos oficios: vendí madera, hice ropa artesanal
y puse una boutique, tuve una librería, y fui maestra rural.
A la editorial le encanta hacer hincapié en lo de maestra rural,
no sé por qué, pero la verdad es que lo hice por poco
tiempo. Hemos pasado algunos momentos difíciles en mi familia,
que a lo mejor comparado con lo que le pasa a otros quizá no
fue para tanto, pero que igual me shockearon mucho. Perdí mi
casa, vino la ruptura de mi matrimonio, y yo, que soy una persona bastante
descentrada y apasionada, escribo como para tener un ancla a tierra.
Escribiendo me olvidaba de todos los problemas que tenía, especialmente
los económicos, porque empezaba a vivir la vida de mis personajes.
Yo escribo desde siempre, y hace treinta años había empezado
a hacer una novela histórica, y entre tanto fui escribiendo otras
cosas, incluso los primeros capítulos de la novela que acaba
de salir. De vez en cuando le daba algo a leer a alguna amiga, y veía
que lo leían con tan pocas ganas que me desalentó y dejé
de mostrar. Mientras tanto yo seguía escribiendo. Al final ya
no me importó. El último tiempo antes de editar, cuando
estaba terminando la primera novela, me puse a pensar: Me voy a morir
y mis hijos, que me han visto toda la vida sentada frente a la máquina
de escribir, no saben qué estuve haciendo tantos años.
Capaz yo muero y queman todo. Empecé a pensar en dejarle todo
a alguien para que a lo mejor algún día lo leyera, pero
sin pasar por una editorial, ni mandar a un concurso. Siempre pensé
en la literatura como un trabajo doméstico.
Cristina Bajo ostenta el raro mérito de ser una escritora de
provincia a quien una gran editorial nacional fue a buscar a su lugar
de origen para, a continuación, nacionalizarla. Esto
fue lo que ocurrió con esa novela que ella estuvo escribiendo
tanto tiempo y que finalmente fue publicada con el título Como
vivido cien veces, primer best-seller cordobés y luego el fenómeno
literario más raro del año 1995. Pienso que es el
destino, porque cuando buscás una cosa no te llega nunca y después,
hagas lo quehagas, te llega todo, aun lo que nunca te atreviste a pedir
porque te parecía imposible, cree la autora.
Todo había empezado en Córdoba. Cristina Bajo había
estado muy enferma, y un buen día, mientras se recuperaba, le
dijo a su amigo Javier Montoya, que en ese momento estaba desocupado:
Javier, ¿por qué en vez de trabajar en estupideces
comerciales, no hacemos algo con los libros?.
Había pensado en poner una librería de viejo, o de saldos.
O una distribuidora. Su amigo finalmente se animó con una editorial:
Ediciones del Boulevard. Entre él y su esposa convencieron a
Cristina para que les diera la novela. Ella aun se resistía.
Aducía que faltaba el final. Le dijeron que si la daba a publicar,
arrancarían la editorial con su libro. Y así fue. Agotó
cinco ediciones en poco más de un año, un record para
Córdoba (y, en verdad, para la Argentina toda).
La gente de distribución de Atlántida avisó
para Buenos Aires que había algo en Córdoba que estaba
causando revuelo. Para ese entonces otra editorial de Buenos Aires me
llamó, pero a pesar de ser bastante pajuerana me pareció
que me estaban ofreciendo demasiado poco: 4 mil pesos con el compromiso
de hacerles cuatro novelas. Me pareció que pensaban que era más
zonza de lo que soy. Desde entonces es que tengo contestador automático.
Yo decidí no hablar más con las editoriales y derivarlos
a Javier, mi editor cordobés. Atlántida inmediatamente
ofreció mucho más, y lo acepté aunque sea una editorial
mucho más comercial que la otra.
Si una señal inequívoca de que un libro se vende mucho
es que la gente lo lleva encima, lo lee en un bar o en el colectivo,
eso es lo que enseguida percibió un directivo de Atlántida
cuando viajó a Córdoba: ya en el avión vio a dos
personas leyendo Como vivido cien veces durante el vuelo, y en un bar
escuchó a dos chicas conversando sobre la novela. Parecía
una escena preparada: todos tenían el libro, se ríe
Cristina Bajo. Obviamente, el hombre quedó impresionado. Tan
impresionado como la propia autora cuando empezaron a pararla en la
calle o como cuando un día llamó por teléfono a
una amiga y le dio equivocado. Ella había preguntado por Marta,
y del otro lado de la línea le respondieron: No, está
equivocado. ¿Pero cómo le va, Cristina?. ¿Cómo
sabe?, reaccionó ella. Le reconocí la voz,
le contestaron.
Cristina Bajo, cabe aclararlo, tiene un programa de cultura por radio,
(le dedico una emisión entera a un autor, la mayoría
muertos) y enseña literatura para distintos públicos.
Enseño gratis en los centros culturales de Córdoba,
sea gente mayor o estudiantes, y hago labores gratis cuando considero
que son deberes sociales. Ahora, si me llaman de un colegio privado,
que paguen y si no, no voy. Menos estrés.
LA
HORA DEL NOVELON Estoy harta de escuchar gente que hace literatura,
buena o mala, alta o baja, pero que hablan de lo que hacen como si fuera
literatura intocable y excelsa, sólo para iniciados, dice
Cristina Bajo cuando se le pregunta por qué califica a sus propios
libros como novelones. Creo que no uso mal el lenguaje; incluso
en una universidad de Córdoba están estudiando las distintas
formas en que hablan las distintas clases sociales en Como vivido cien
veces. Cómo habla un blanco con un blanco y cómo cambia
el lenguaje cuando habla con un negro o dos negros hablan entre ellos.
Son esas cosas que uno hace no para que se note, pero que si no lo hace,
es un desastre. Yo creo hacer un buen trabajo dentro de lo que me gusta
hacer, y antes de que digan que son novelones, lo digo yo.
A la hora de hacer precisiones, no duda: Un novelón es
algo al estilo de Lo que el viento se llevó, Por siempre ámbar,
algunas novelas de John Le Carré también son novelones.
Vicki Baum hacía telenovelas escritas. Son libros con 200 o 300
personajes. Obviamente soy un ávida lectora de novelones. Cuando
era chica rompía las muñecas para saber por qué
decían mamá. Y eso creo que me ha quedado: ahora empiezo
al revés, como si yo armara la muñeca, escribiendo para
descubrir el mecanismo. Me fascina cómose arma un libro, cómo
se arma una película y cualquier artefacto intelectual. En los
libros policiales lo que más me apasiona son dos cosas: por qué
el asesino llega al crimen y cómo se descubre. Lo que pasa en
el medio no me preocupa tanto. Al escribir el libro, como soy muy desperdigada,
me planteo un punto dónde pararme y centrarme, y ese ancla es
el mecanismo. Yo siempre escribí para tener un ancla que me permita
vivir y al mismo tiempo para poder escribir necesito un ancla dentro
de lo que estoy escribiendo. Ese es el resumen.
EL
CAMINO Y LA POSADA El libro que acaba de publicar Cristina Bajo
es, en consecuencia, el tercero de sus novelones: dos de la saga histórica
de una familia llamada Osorio (Como vivido cien veces y En tiempos de
Laura Osorio) y ahora la historia de Sebastiana, una joven enigmática
que protagoniza una novela de misterio y avenvturas con marco histórico.
Lo único que tenía claro era que el lector y no
los personajes que la rodean a ella sospecharan que era asesina. Mata
ella o alguien mata por ella, y ella, ¿sabe que matan por ella?
¿Es una instigadora o sólo deja hacer? ¿O no lo
sabe? Si es culpable, ¿la entrego a la Justicia? Son preguntas
que exceden lo literario, son incluso morales. La autora, que
hasta el momento se había abocado al siglo XIX, se encontró
con un terreno más incógnito: el siglo XVIII en sus albores,
y además, la necesidad de empaparse de un terreno más
familiar para los autores de intrigas: venenos, pócimas y, en
suma, el asesinato como una de las bellas artes.
Un amigo que distribuye libros me acercó un día
El libro de los venenos de Antonio Gamoneda, un autor contemporáneo
español que hizo una recopilación de textos de antes de
Cristo, poco después de Cristo y de la época de Colón;
son todos textos basados en envenenamientos, pócimas y contrapócimas.
El primer texto es de Kratevas, envenenador oficial de Mitrídates
Eupator, rey del Ponto, de un siglo antes de Cristo. Ese tipo cuenta
en forma muy concreta cómo mata: usaba esclavos para probar los
venenos. Es un poema del asesinato: horror y hermosura al mismo tiempo.
La investigación necesaria para escribir un libro es maravillosa.
Había un amigo que refiriéndose a otro tema, más
erótico, solía decir: Es mejor el camino que la posada.
Como todas las pasiones, la de los libros se suele cultivar desde la
infancia, y en ese caso nada mejor que haber tenido una buena biblioteca
familiar a mano. Y, como el caso de Cristina Bajo, además, un
padrino librero.
Mis padres tenían una muy buena biblioteca. Pienso en los
que eran los best-sellers de esa época y, comparando con los
de la actualidad, es para morirse: Aldous Huxley, Graham Greene, o por
qué no, Sartre. Pero el primer libro me lo regaló mi padrino,
que era Morena, el dueño de unas enormes librerías de
Córdoba que llevaban su nombre. Era un libraco enorme para pintar,
pero no de esos que tienen una muñeca, un autito, un osito. Tenía
escenas que transcurrían adentro del camarote de un barco pirata,
o de un castillo, o una escena de batalla de los cruzados. Esas figuras
desataban la imaginación de un chico. Después me regaló
Los papeles de Pickwick, que ni bien lo terminé volví
a empezarlo de nuevo, y después seguí con todo lo que
había al alcance. Mi formación principal es la literatura
del siglo XIX: pasé a Balzac, Stendhal, Zola. En casa, cada uno
tenía su propia biblioteca. A los pies de la cama papá
nos había hecho a cada hijo un mueble ancho y allí teníamos
nuestros libros. Hoy en mi casa tengo cinco bibliotecas de cuatro metros
de alto, y una de libros de cocina en la cocina. Tengo pasión
por la historia y por la literatura. Pero la verdadera pasión
es leer. Siento que si ya no tuviera ganas, o fuerzas, podría
dejar de escribir sin mayor conflicto. Pero no podría dejar de
leer.
HISTORIA
DE DOS CIUDADES Cristina Bajo admite que su curioso periplo desde
el anonimato provincial a la publicación en la city le ha acarreadoalgunas
situaciones difíciles. Dice que ha habido roces y que, en definitiva,
por eso sale a decir que lo suyo son los novelones.
Como decía mi mamá: Antes que alguien lo diga, decilo
vos. Y la fama, allá, se agiganta de una manera que trae conflictos
con los otros escritores. Se ha creado una situación rara: me
convertí en un problema para los demás. Cuando hay algún
evento literario es como si dijeran: Te invitamos porque no hay más
remedio, porque soy La Conocida. Si no me ponen es como que me dejaron
de lado y entonces creen que voy a quejarme amargamente. Los escritores
varones no tanto, he tenido más problema con las mujeres. En
parte porque los varones escritores no proliferan en Córdoba,
y además, conmigo, han sido más generosos. El último
año casi no fui a presentaciones de libros. A Buenos Aires vengo
poco, y eso tiene su pro y su contra. El pro es que hago lo que quiero,
y la contra es que pasa lo mismo que en Córdoba con respecto
a la gente del interior de la provincia. Si yo no estoy en Buenos Aires,
¿quién se acuerda de mí? De cualquier forma, conque
me dé para comer y la satisfacción de ver mis libros y
que la gente los lea, ya estoy contenta. No persigo tanto la fama.
arriba