Cine
El círculo, de Jafar Panahi
Irán de negro
Si
usted creía que el cine iraní era siempre lo mismo, Jafar
Panahi llegó para refutarlo. Discípulo de Kiarostami y
director de El globo blanco y El espejo, Panahi decidió distanciarse
de su maestro, dejar atrás el paisajismo for export de sus compatriotas,
y filmar El círculo, un retrato descarnado del lugar que ocupan
las mujeres en el Irán actual.
POR
HORACIO BERNADES
Todas
hacen el mismo gesto: meten la mano en un bolsillo del chador, sacan
un paquete de cigarrillos y se llevan uno a la boca. Pero no llegan
a prenderlo, ya que siempre aparece alguien que les recuerda que una
mujer no debe fumar en la calle.
Fumar no es lo único que no les está permitido hacer.
No pueden andar solas, si por solas se entiende no
acompañadas por un hombre que sea su pariente. No pueden
entrar en lugares públicos si no tienen el rostro semicubierto.
No pueden mostrar siquiera un hombro descubierto, no sea cosa de incitar
el deseo masculino. Se las ve asustadas, mirando de reojo, ocultándose
y huyendo, a lo largo de una hora y media que parecería eterna.
Alguna de ellas exhibe un moretón, obvio producto de un golpe,
y alguna otra bien mayorcita ya debe huir de casa y del
castigo familiar por haber cometido el pecado de tener sexo con un hombre.
Son las protagonistas de El círculo, el film de Jafar Panahi
que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia, en
septiembre pasado, y que se estrenará en Buenos Aires el jueves
próximo. Privilegio del que la película no goza en Irán.
Allí, su estreno sigue vedado, por supuesto sin mediar un veto
oficial. Ya se sabe que, para prosperar, toda censura debe
escudarse en el secreto. En su película, Panahi osó mostrar,
en toda su crudeza, la situación de la mujer en Irán,
y eso fue demasiado para la censura oficial. Primero intentaron persuadirlo
y luego intentaron negarle la autorización para exhibir la película
en Venecia, pero finalmente debieron ceder. Ahora, el Ministerio de
Cultura iraní juega su última carta, que consiste en impedir
el estreno de El círculo.
NUNCA
ESTUVE EN BS. AS. A lo que las autoridades iraníes no se
atrevieron fue a meterlo a Panahi en prisión. De eso se ocupó
la policía de aduanas de Estados Unidos, que acaba de impedir
el ingreso del cineasta (famoso desde hace por lo menos un lustro, gracias
a sus películas El globo blanco y El espejo, ambas exhibidas
con gran repercusión en Estados Unidos) al país de Bush
Jr. Los empleados de inmigración lo detuvieron en el aeropuerto
Kennedy y le exigieron imprimir sus huellas dactilares, por el solo
hecho de ser iraní.
El realizador se negó. Resultado: estuvo encadenado durante diez
horas en el JFK, a escasa distancia de la Estatua de la Libertad. Finalmente,
se le permitió... regresar a Hong Kong, de donde
provenía. Curiosamente, lo único que pretendía
Panahi era hacer escala un par de horas en Nueva York, cambiar allí
de vuelo y rumbear hacia Buenos Aires, donde estaba invitado a presentar
su película, en el marco del III Festival de Cine Independiente
que concluyó hace apenas unos días. Fue a parar a Hong
Kong, y de allí de vuelta a Irán, donde lo esperaba la
censura de su país.
EL
CORTE Una de las protagonistas de El círculo logra encender,
finalmente, un cigarrillo. Es Mojgan, una prostituta, que, por serlo,
no necesita usar chador, vestimenta para mujeres respetables.
Conviene aclarar que ese acto máximo de libertad tiene lugar
a bordo del vehículo policial que lleva a Mojgan a la cárcel.
Una vez que todas van a parar a la misma celda, lo último que
se oye en El círculo es el ruido de la puerta al cerrarse.
Tercer film de Panahi, El círculo marca, sin duda, un corte violento
en el cine iraní. Lo arranca, tal vez para siempre, de las contemplativas
autorreflexiones, los niños y las aldeas que, de Kiarostami en
adelante, parecían constituir su paisaje único, para implantarlo
de un solo golpe en la realidad más urgente. Para el cineasta,
lo que va de El globo blanco y El espejo a El círculo es una
simple línea recta. Me planteé cómo serían
las niñas protagonistas de esas películas al llegar a
la madurez, dice Panahi, que nació en 1960 e hizo sus primeras
armas como fotógrafo deguerra, cubriendo el frente de combate
entre Irán e Irak, a comienzos de los 80.
Si en El globo blanco la nena se obstinaba en conseguir un pececito,
y en El espejo se negaba a participar de una película, de grandes
tenían que comportarse igual, aunque esto significara ponerse
en contra de todo un sistema, afirma Panahi. Para medir su gesto,
conviene tener en cuenta que en Irán están prohibidos
hasta los primeros planos de mujeres, y El círculo está
llena de ellos.
UNA
DE ESPIAS Aunque su propio autor se empeñe en negarle el
carácter de película política, en El
círculo se respira un denso aire de persecución, que empieza
con unas pullas al paso de algunos hombres por la calle, y rápidamente
deriva en razzia policial, maltratos y delación. Panahi pone
la película entera bajo la figura de un círculo que se
cierra sobre sí mismo. Pero además llena la puesta en
escena de rejas, marcos, puertas y mirillas que apenas se entreabren,
para volver a cerrarse.
Como ya lo evidenciaban sus películas anteriores, Panahi domina
a pleno la forma cinematográfica. Cierra cada encuadre, convirtiendo
las calles de Teherán en una cárcel estrecha y laberíntica,
utiliza el sonido directo con una vividez única y, a medida que
la película avanza y el círculo se cierra, hace crecer
las sombras y la noche. La potencia cinematográfica de El círculo
no deriva, como en los malos alegatos, de un contenido dado
a priori sino de una forma que es, en sí misma, contenido.
Llena de fugas, velos, temores y sospechas, El círculo funciona,
seguramente sin proponérselo (justamente por eso funciona) como
el más ominoso thriller de espionaje. Esto tomará a contrapierna
a quienes siguen suponiendo que en el cine iraní nunca
pasa nada. Suposición basada, claro, en creer que en cine,
para que algo pase, debe haber algún superhéroe de por
medio.
LA
BATALLA DE IRAN Panahi, que se formó como asistente de dirección
de Detrás de los olivos y filmó luego, con guión
de Kiarostami, El globo blanco, acaba de distanciarse de su maestro.
La razón: éste consideró exagerada
la pintura que el ex discípulo hace de la situación de
las mujeres en la tierra de los ayatollás. Es posible, sin embargo,
que haya sido otra cosa lo que más molestó al realizador
de El sabor de la cereza.
En una escena de El círculo, dos de las protagonistas, que escaparon
de prisión y huyen a través de todo Teherán, van
a un mercado, en busca de un tal Abdullah. No, no hay ninguno
de ese nombre, responde el mercader. Acá está
Abbas, que vende cuadros, y Majid, el vendedor de antigüedades.
Para más datos, los cuadros que vende el tal Abbas son pinturas
de aldeas, tan bucólicas como las de las películas de
Kiarostami. No se parecen mucho a la realidad, comenta una
de las mujeres, antes de seguir escapando de la policía del régimen.
El otro que no debe estar muy contento con El círculo es Majid
Majidi, el de Niños del cielo, cuya película más
reciente, El color del paraíso, actualmente en cartel en Buenos
Aires, es posiblemente la primera en la que cine iraní
y exotismo for export se hacen sinónimos. No creo en esos
paraísos, remata, frente a las antigüedades de Majid,
la inclaudicable Arezou, que unas escenas antes había zamarreado
a un grupo de provocadores callejeros. La batalla por el cine iraní
ha comenzado, y promete ser apasionante.
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