Camboya
profundo
Poco
y nada se sabe de Andrés Calamaro desde que sacó El salmón
y decidió no presentarlo. Apenas sale de su casa, pasa jornadas
maratónicas sin dormir, compone canciones sin parar y hace lo
imposible por dilapidar la fortuna que ganó. Radar entró
al departamento que el músico rebautizó Camboya Profundo
y habló con él sobre su nuevo disco, la industria discográfica
que sabotea, las drogas que consume, el orgullo de ganar la plata en
vez de robarla, la única forma que encontró para sobrevivir
y el lujo que es hoy en la Argentina morir de tristeza.
POR
CARLOS POLIMENI
Cinco
en seis, dice Andrés Calamaro parado en la puerta de su
casa, olfateando el aire, como un ciego frente al mar, un domingo por
la noche, mientras pasan los 60, los colectivos 60. Cinco son las veces
que ha salido de Camboya. Seis los meses que lleva encerrado. Esta es
la quinta vez que pisa la calle desde que comenzó su exilio artístico
interior, sin motivo aparente alguno. Dos veces salió a comprar
discos. Las dos restantes fueron en Navidad y Año Nuevo. La quinta
es corta: ha bajado a abrir la puerta de calle, descalzo. Calamaro tiene
esta noche el aspecto del que lleva una eternidad sin dormir, y se entretiene
conversando, uno de sus fuertes. Camboya, cuatro pisos más arriba,
es su casa, en la esquina de Pacheco de Melo y Junín, en Barrio
Norte. Camboya es el sitio en que un hombre arde y se consume, mientras
se dedica a lo único que quiere hacer en el mundo: componer canciones
y grabarlas como instantáneas. En Camboya están Manuela
sus preciosos muy pocos años y las marcas de todos
los topetazos de Andrés con la realidad: aquí rompió
a batazos una cámara un día de furia, aquí el piano
rojo que ya casi no usa, allá el altillo con una muñeca
inflable de goma donde grabó canciones que son ya recuerdo. Camboya
es un país pequeño arrasado por sucesivas guerras, en
que los sobrevivientes no tienen miedo a morir sino miedo a vivir aburridos.
Por eso a veces no comen y no duermen, pero se atosigan de sensaciones.
La fórmula de vida perfecta que los tipos como nosotros
inventamos es la fórmula del sexo, la droga y el rock and roll,
que no tienen sentido si van separados, dice el rey de Camboya,
que se mueve por la casa como una especie de coronel Kurtz de melena
renacentista y fabrica oscuridades para poder resistir la luz. Yo
puedo decir con bastante orgullo que difícilmente haya habido
gente que disfrutó más que yo de esa fórmula, al
menos en la Argentina de los últimos veinte años. Eso
me hace sobreviviente, y culpable. Me pone de un lado que me gusta.
Del otro lado, está la policía. El coronel de la
Apocalypse Now! argenta gusta de montar numeritos cuando los periodistas
intentan una imposible entrevista convencional. Disfruta de asustarlos
o sacarlos de las casillas. Y después, cuando lee las escasas
notas que concede, suele arrepentirse de sus palabras. El coronel
es un genio/ pero vio demasiadas cosas/ y vamos a ejecutarlo en aguas
peligrosas, escribió y cantó Calamaro en el tema
5 del disco 3 de El salmón. Será que vio el horror/
tantas veces/ que se cansó de estupideces (...) Habrá
que sacrificar a Brando/ y salir pirando/ porque esos cuarteles de invierno/
son el infierno (...) Es el fin del mundo/ Camboya profundo (...) Crucifíquenme
y no traten de entender/ el sacrificio.
Uno de los problemas en torno a Calamaro (y no de Calamaro) es que sus
discos suelen ser juzgados por una o dos canciones que pasan por radio,
ahora que el periodismo de rock parece haberse convertido en un aderezo
más de la ensalada de los medios y los videoclips se amontan
en los canales de cables, unos iguales a otros. El salmón fueron
cinco discos con un total de 103 temas, muchos de ellos envidiables.
Honestidad brutal, dos discos con 37 canciones. Buena parte de la opinión
circulante sobre el presente artístico de uno de los más
grandes compositores de canciones de la historia de la música
argentina de los últimos cuatro lustros se funda en la repetición
por radio de dos cortes de difusión: El salmón
y Te quiero. Abajo hay 135 canciones que en su mayoría
se desconocen. Algunas son excelentes, otras muy buenas, las hay buenas,
las hay mediocres y las hay malas. Pero entre las excelentes y las muy
buenas sobra material para concretar una antología triple que
envidiaría buena parte de los músicos argentinos actuales.
Calamaro está acostumbrado al castigo de la crítica que
en cambio elogiará insistentemente grupos y solistas que dan
vergüenza, pero también cansado. Calamaro afirma que hay
mucha gente que dice que ama la música, pero suele definirse
citando ante todo aquello que no le gusta, o que odia. En los
80, ¿quién entendió el sistema de ideasque alumbraba
mis canciones? Simplemente gustaban o no, pero no sé cuánta
gente se animó a pensar que había una teoría detrás
de la escritura de canciones de acordes menores, con estribillos entradores.
La teoría era: vamos a ser canciones diferentes de las de Charly,
de las de Spinetta. Era decir: Muchachos, ¡terminaron los
60 y los 70!. Era pensar, aunque no decir, vamos a ser punks,
pero a partir del plástico. Vamos a ser música popular
desde el rock. En mi casa se escuchaba a Charlie Parker... Mi punto
personal no era deformar sino... hacer canciones fáciles, o aparentemente
fáciles. Yo hice pop frívolo de mierda, de acuerdo, pero
con pasión. Nunca me dejaron agrandarme: me trataron mal tupido.
Pero a mí me invitó a subir al escenario Luca y me consideraba
su amigo Miguel Abuelo. Ellos se dieron cuenta. En ese sentido, yo hasta
podría ser una reserva moral del rock, entre tanta reserva inmoral.
El lector de Cioran saca ahora uno de sus incontables compacts caseros,
grabados en el estudio pre-profesional de Camboya. Busca uno de los
25 temas que produjo para su próximo disco, que se llamaría
El 22, y se dispone a hacerlo sonar, en su equipo de morondanga. Así
me gustaría que me recuerden, algún día,
anticipa y suena una música simple, alegre y vital, como de calesita,
cancha de fútbol o cumpleaños de 15, un instrumental que
bien podría ser anónimo. Calamaro pensándose muerto,
en la penumbra de un departamento en tinieblas. En estos seis meses
murieron Julián Infante, el guitarrista tóxico de Los
Rodríguez, y Polo Corbella, el entrañable bateristataxista
de Los Abuelos de la Nada. Andrés mira una foto de Miguel Abuelo,
mientras suena el tema de acordes menores. A Miguel, que era pura calle,
puro pechito argentino, le hubiese gustado, parece estar pensando. Por
una vez, por un momento, por unos instantes, se queda callado. Alguien
abre y cierra la puerta del ascensor, pero en el tercer piso.
¿Quién me reivindica hoy?, se pregunta Calamaro,
horas antes de bajar por quinta vez en el año a la realidad de
la calle. Posiblemente los de la cumbia villera sean mis pollos,
así como yo quisiera ser el pollo de Hebe de Bonafini y del Indio
Solari. Me parece que eso habla un poco del estado de las cosas, ¿no?
Si en algún punto me comporto como una estrella, las estrellas
no salen de su casa, es porque me cago en la Argentina, en este país
de mierda y sangre. Me gusta el ejercicio: los mejores argentinos son
los que se cagan en la Argentina, y los próceres argentinos...
ya se sabe lo que Argentina hizo con ellos. Estamos en un momento patético:
hay 14 millones de pobres, la mayoría de ellos luchando por tener
un trabajo. Y si lo consiguen, ganarán 200 pesos por mes, con
suerte. Eso demuestra que el problema argentino es moral, no es económico
ni laboral, ni nada. ¿Cómo vas a estar pagando 11 mil
millones de deuda externa y condenando a la gente a pelear por un trabajo
innoble y una plata que parece broma? La plata necesaria para que tus
hijos no se mueran de hambre no es plata: es dignidad, es el mínimo
a partir del cual se puede comenzar a hablar. Morirse de tristeza es
un lujo en la Argentina de hoy. No quiero hablar de política,
porque meto la pata. Me pasó cuando dije lo que siento respecto
de los milicos. Pero es lo que siento: yo siento odio, y el odio me
construye. Lo mataría a Videla, pero parece que eso no está
bien visto. Y lo siento, pero sigo sintiendo lo mismo. Lo que ocurre
es que hay una especie de obligación colectiva, impulsada por
cierto progresismo, que impulsa a ser bien pensante. Para ser mejor
o peor que tal. Yo no soy ejemplo de nada, pero comprobé algunas
de mis cuestiones éticas y morales. La conclusión es:
no soy buena persona, pero no estoy más allá del bien
y el mal. Por ejemplo, tengo una ética con respecto a la música
y a rascarme los huevos, a la satisfacción. Tengo una ética
con respecto a los amigos y a sus mujeres. Tengo una ética con
respecto a lo que consumo. Tengo una ética con respecto a no
ofender a los que sufren. Quiero decir: cuando yo lo paso mal, ¡no
sabés lo bien que lopaso! O sea, me sobra para falopa y me lo
paso con cien minas, mientras extraño una. Sufrir por una mujer
que dejaste tirada te hace mejor persona, no te olvides. En cambio no
te hace mejor persona esconder el odio hacia el genocida. Despreciar
el culto al dinero que reina en la Argentina tal vez te haga mejor persona.
Veo que para mí la plata no es lo mismo que para los demás,
porque la tengo, por una decisión que no fue mía sino
de la gente. Me puedo vanagloriar de haber gastado la plata que la gente
me dio por mis canciones en mis vicios. Y los vicios no se explican.
Los vicios son como el swing: se tienen o no se tienen.
Andrés, que con Alta suciedad vendió más discos
que cualquier otro artista argentino de rock o de pop en la segunda
mitad de los 90, dice que ya no le encuentra demasiado sentido a la
profesionalidad. Que arte y profesionalidad son conceptos antagónicos.
Para mí, la única ley que existe es la del menor
esfuerzo, la de decir muchas veces no. Eso me dio el dinero: la posibilidad
de quedarme en casa haciendo canciones, de comprarme espacio, capacidad
de negociación. Si al comenzar el año tengo una gira con
40 actuaciones, seguro que ese año no hago buenas canciones.
Y hacerlas es lo único que quiero, porque no siempre tocar es
placentero, y muchas veces grabar es un infierno. El fracaso estrepitoso
lo conozco muy bien: pensar en hacer un disco que venda mucho es lo
peor que puede pasarle a un artista. No conozco médicos que atiendan
mejor o peor según lo que vayan a ganar, o periodistas que escriban
malas notas si no les pagan bien. A mí no me importan las ventas
de discos y estoy seguro de que pensar en la guita sólo te puede
servir para que te vaya mal. Luca fue el primero en darse cuenta aquí
de que hay que hacer canciones que no pasen por la radio, pero que harán
historia. En todo caso, hacer una canción para la radio, de vez
en cuando. El problema es que cada vez la gente escucha menos discos.
Situación incómoda: me junto con Fito Páez y me
habla bien de mi disco, y me doy cuenta de que nunca lo escuchó.
Yo sí escuché bien el de él, porque iba a verlo,
y es mínimo. Quiero decir, la gente ya no escucha los discos
completos y por ende cuando viene aquí no sabe con quién
están hablando. Me hartan las simplificaciones bestiales. No
estaba triste en Honestidad brutal, simplemente estaba comprobando la
posibilidad de grabar muchos discos mientras llevaba adelante, con hidalguía,
una existencia fuerte en tóxicos. Ahora pienso que acaso lo que
hicimos en El salmón sea el único momento creativo posible.
¿Sabés cuándo empieza el momento creativo? Cuando
uno se caga en todo de verdad, cuando uno no sabe en qué día
vive, cuando uno no piensa en la mamá y el papá, ni en
el vecino del séptimo y hace canciones con el corazón,
que después no lo avergüenzan. El éxito es terminar
un disco, no que lo compren otros. Y por eso lo que el sistema llama
éxito es perverso; significa que te da certificado de existencia
la mirada de otra gente, a la que manipulan las pasadas de discos por
radio, pagas por las compañías. El éxito entonces
es Cristina Aguilera y el fracaso, Bob Dylan. Por eso, la única
forma artística de vivir que conozco es cagándome en todo
de verdad. Los fundamentalistas de la moderación son unos soretes:
ignoran la poesía. Los fundamentalistas de la moderación
son los que votan a De la Rúa como antes votaron a Menem. Yo
practico el desprecio por el pueblo, que siempre se equivoca. Digo esto
porque siento que aquí lamentablemente se me aplaude más
por reventado que por artista. Y yo estoy muy rayado con eso. Acá
la gente se mandó todas las cagadas juntas. El problema no esningún
gobierno, ya lo sabemos. El problema fue que en la Guerra de las Malvinas
no tiraron bombas en Buenos Aires. ¡Sí, bombardeen Buenos
Aires porque la alegría es sólo brasilera! Siento decirlo,
pero el dulce de leche argentino no es competitivo ni en España
ni en México. Y tenemos democracia gracias a Estados Unidos,
que apoyó a Inglaterra en la guerra e hizo que se desplomara
la dictadura. No encuentro un solo buen motivo para sentirme orgulloso
de ser argentino, sobre todo si tenemos claro que Gardel era uruguayo
o francés, San Martín casi español y Piazzolla
de Nueva York.
Ahora, el cerebro de Calamaro hace zapping. El famoso monólogo
Calamaro sobre el todo y la nada, esa especie de derrape controlado
que maneja con la gracia del trapecista veterano. Quizá
porque digo estas cosas es que no se me considera de la categoría
de Manu Chao. Su actitud es, seguro, mucho mejor que la mía,
porque él quiere ser latinoamericano, como buen francés,
y yo me cago en el pueblo que golpeó las puertas de los cuarteles,
se hizo el boludo durante la dictadura y después dijo: Yo
no sabía que pasaban cosas tan feas. Mi actitud es francamente
poco edificante, ¿no? Reivindicar rascarse los huevos, cuestionar
el fascismo innato del argentino y considerar que es mejor ser ladrón
y merquero que un buen burgués, pero eso sí, hacerlo desde
la Rolling Stone. Muchachos, hice ese reportaje porque me lo pidió
Gabriela Esquivada, la mujer de C.E. Feiling, que era mi amigo y que
murió en 1997. Él y Andrés Delich eran mis amigos
en el secundario. Fue una buena entrevista, porque rompí muchos
los huevos para controlarla. Pero como dice Ricardo Iorio: no soy un
ejemplo de nada, soy un referente. Pienso que se espera de mí
que me porte como un chico bueno, que haga discos, vaya a la televisión,
vaya a la radio, diga cosas interesantes en los reportajes con los diarios
que le convienen a la compañía. Lo siento, pero me parece
que la estrella de rock que quiere estar en la radio es un payaso. Lo
siento, pero espero de una compañía simplemente que me
acompañe. La estrellas de rock deben estar en su casa, como los
toreros cuando cagan. Sin embargo, siento la obligación moral
de decir que si bien desprecio al pueblo, me siento con el deber de
interpretarlo, de entenderlo, de ser parte de él. Estoy harto
de los discos: el disco es algo redondo y chato, no son mis canciones.
Llamar disco a mis canciones y llamar industria a la música me
ofende. Sin embargo, si estoy aquí, cagándome en los millones
que podría ganar, es porque algo salió bien. Es porque
me arreglé para hacer canciones que se quedaron a vivir en el
alma de mucha gente. Que hablen los que tengan 40, 30, 25, los que no
estén anestesiados, y verán. Quizás el público
de Los Redondos me quiere por la frase muerdo el anzuelo y vuelvo
a empezar de nuevo, que es una de las mil que escribí para
hablar de drogas sin que se notara. O por Mil horas, que
habla de una estrella roja que era un ácido. ¿O Una
estrella roja sobre Argentina era una imagen sobre la sangre?
No lo sé. Pero sí sé que nací un 22 de agosto,
el mismo día de la Masacre de Trelew. Tengo un cohete en
el pantalón es el porro. Hablé de todo eso cuando
nadie hablaba de eso. Yo robaba durante la dictadura para comprar cocaína.
Fijate que en la época de los milicos le decían merca.
Del laboratorio Merck, pero merca, de mercadería. Estoy orgulloso
de consumir drogas, de experimentar. Los tipos de izquierda se enojan
cuando hablo de droga. Yo, que soy de una izquierda trucha, pero del
corazón, que me gusta la zurda de todo, sobre todo la de la ley,
les digo: ojo, gente con ideales que resignan todo a cambio de un sueldo
o un Movicom. ¿De dónde sacaste que el sueldo de mierda
que te paga la empresa que te explota esa empresa puede ser el
Estado te autoriza a juzgarme a mí por un vicio, que soy
el primero en exhibir? Yo no trago inmoralidad con la música.
Y me va la marcha, como dicen en España. Te cuento un plan perfecto
cuando ya pasó. No tengo estrategias para nada. Pero me ofende,
de verdad, que tipos que venderían su alma por un aguinaldo y
sefotografían con impresentables intenten ningunearme. Yo conozco
a una chica judía cuando cojo con ella: son las mejores. Y a
veces ni siquiera saben que son judías e incluso piensan como
católicas. Si cogen bien, sin culpa, son judías. La culpa
es un invento muy poco generoso. Y el tiempo es un invento sabandija.
Hoy me acuerdo de Polo Corbella con cariño, se emociona
Andrés, tocándose el corazón, en un momento en
que la muerte flota en el living de Camboya, donde las horas pasan con
la velocidad de la vida. No es el mismo domingo del principio, es un
domingo anterior, otra temporada en el infierno, siete días atrás.
El sistema del zapping mental en su apogeo. ¿Sabés
por qué? Porque me acuerdo antes de todo cuando empezábamos
con los Abuelos, con Polo soñando delante mío, en voz
alta, con las cosas que podría darle el rock. Él quería
una novia, una moto y un departamento en Capital, porque vivía
en la provincia y manejaba un tacho. Tuvo lo que soñó.
Fueron muchos años de locura, de gira, de jolgorio. Conocimos
el país real, que no es Buenos Aires. Muchos años después,
cuando estaba en la cárcel, lo fui a visitar, y parecía
muy entero, melancólico, pero entero. No sé si Polo se
murió de cáncer, no puedo pensar así. Quiero creer
que salió de esta otra cárcel que es la vida. La verdad
es que me quedé con ganas de regalarle una batería, una
batería antigua que tenía para él. Sólo
escribí una canción el año pasado con palabras
para mis muertos queridos. ¡Qué honor que mis amigos se
hayan muerto! Porque hay un montón de gente buena a la que le
privaron la gloria de la muerte. Técnicamente, los desaparecidos
no pueden dejar de ser muertos jamás. No habría que permitirlo.
Tienen la gloria de haber muerto. Y en muchos casos defendiendo un puñado
de ideas importantes. Sin embargo, argentinos berretas, patriotas de
pelota de fútbol de una generación y media, extrañan
los alfajores de dulce de leche si se van a París y jamás
van a sentir culpa por haber estado en este país de mierda cuando
les afanaban los bebés a madres que torturaban, después
de secuestrarlas. Quiero hacer un disco para Madres de Plaza de Mayo
porque es el más alto honor que alguien puede tener: que te pida
una colaboración Hebe de Bonafini. Los chorros, como la palabra
amigo no sirve más, inventaron la palabra compañero. Me
gustaría ser compañero de Hebe de Bonafini en algo. A
veces, la humildad es una obligación, si estás ante alguien
importante en serio. Ser dealer es un trabajo humilde, hay que dar una
bolsa y se gana poco. Ser periodista y ser músico son trabajos
fáciles: se hacen canciones, se hacen notas. Ser la madre de
un desaparecido es un trabajo difícil. En temas como éstos,
reitero: vos, ¿estás con Hebe o estás con la policía?
¿Hay una posición intermedia? Siento por Hebe lo mismo
que por Diego Maradona: si quedase mal con ella, quedaría mal
con todo el mundo o al menos con todo el mundo que me importa. Y con
Diego me pasó, la última vez: situación Taxi Driver
estoy chiflado, lo trato mal. ¡A él! ¡Al mejor de
nosotros! No veo la hora de encontrármelo. No sé qué
voy a hacer, seguramente tirarme al piso y suplicarle perdón,
por este carácter del orto que tenemos a veces los que no dormimos.
Diego siempre me bancó. Vino a verme incluso cuando estaba triste,
partiéndome en un hotel, a las dos de la mañana. Tuve
conversaciones muy profundas con Diego. Él está obligado
a caretear. Yo no tengo la obligación. Con los delincuentes y
con los futbolistas, un palo en el que tengo muchos amigos, no hablamos
de fútbol. Si ellos quieren hablar sí, pero no me hago
el reo nunca. Para mí no es un valor hablar de libros, aunque
sienta como un milagro escribir. O sea, no voy a estar contándole
por ahí a mis futbolistas amigos que tengo amigos que son periodistas
o intelectuales. No puedo hablar macanas con ellos, que tampoco se enorgullecen,
creo, de no haber leído un puto libro en su vida.
Cuando se habla de sexo, droga y rock and roll, se habla de amor,
espíritu e ilusión, dice Andrés, sin intentar
rematar nada, esta quintavez en seis meses que baja de Camboya para
encontrarse con la ciudad en un domingo por la noche. Sexo y amor
para mí son la misma cosa: nunca tengo sexo sin amor, nunca tuve
amor sin sexo. Afuera, Buenos Aires tiene olor a ciudad antigua
filmada por un taiwanés en ácido. Dos adolescentes lo
miran gesticular, miran sus pies descalzos, su cuerpo magro, sus ganas
de seguir hablando hasta perder la noción del tiempo. Les da
miedo, y se van. Cuando yo tenía veinte años, tenía
una urgencia por saber, por crecer, por ir para adelante, unas ganas
que todavía me emocionan. Esas ganas me trajeron hasta aquí,
creo que intacto, dice. En cambio, no entiendo muy bien
a la gente que nació del 70 en adelante, más o menos.
Son raros, ¿no? Tienen 30 años, o 24, me da igual, y están
pensando qué van a hacer con sus vidas. El coronel Kurtz
sube ahora hasta el cuarto piso y se sienta frente a sus teclados berretas,
seguro de que el tiempo está de su lado. Imposible saber cuándo
volverá a dormir. La canción de Apocalypse Now! que está
en el disco 3 de El salmón y se llama Aguas peligrosas.
Calamaro con Hebe
de Bonafini en el living de Camboya profundo.