CINE
Herzog versus Kinski en la Lugones
Te
amo,
te odio, dame Klaus
Así
como Elia Kazan tuvo a Brando, Scorsese a De Niro y Coppola a Pacino,
Werner
Herzog
encontró su media naranja cinematográfica en Klaus
Kinski. Pero con una pequeña diferencia: tanto director
como actor se prodigaron los peores insultos, se odiaron tanto dentro
como afuera de los sets y hasta pensaron en asesinarse mutuamente. Ahora,
dentro del ciclo Herzog vs. Kinski que se presenta en la Lugones, se
estrena por primera vez en la Argentina Mi enemigo
íntimo, el documental en el que Herzog saca a relucir
toda la ponzoña que destilaba por Kinski. Y viceversa.
Por
Horacio Bernades
Vestido
de impecable traje de lino, el pelo color amarillo rabioso, el hombrecito
sube y baja por el terraplén. Parece sacudido por una corriente
eléctrica. No deja de gritarle a un asistente y amenaza con parar
el rodaje. La escena tiene lugar en un claro, en medio de la jungla.
Se nota que hace calor. Mucho calor. Por lo que dejan entender los gritos,
el ataque de furia no sería producto de nada demasiado importante,
sino de alguna banalidad vinculada con cuestiones de comida. Nativos,
técnicos y asistentes contemplan entre hastiados, divertidos
y perplejos. Es evidente que el tipo montó la escenita para tener
a todo el mundo en vilo.
Cerca del hombrecito que ahora gira en círculos, junto al camarógrafo
que espera, alguien mantiene una extraña, casi exagerada calma,
aunque el pequeñín electrizado y su contrincante no dejan
de acicatearlo para que intervenga. Es el director de la película,
y parece estar más que habituado a esa clase de alborotos. Finalmente,
Werner Herzog calma al incontrolable Klaus Kinski y el rodaje está
en condiciones de continuar. Pero todo pudo haber terminado verdaderamente
mal. Una noche, el cacique y otros nativos me dijeron que, si
yo les daba permiso, estaban dispuestos a asesinarlo, cuenta Herzog
en Mi mejor enemigo. Les pedí que esperaran un poco, porque
todavía lo necesitaba para unas tomas. Creo que no entendieron
la broma.
La escena, parte del rodaje de Fitzcarraldo, está incluida en
Mi mejor enemigo, documental dedicado a Klaus Kinski que Werner Herzog
presentó en Cannes hace un par de años. Inédita
hasta el momento en Argentina, Mi mejor enemigo se conocerá el
próximo fin de semana en la sala Lugones del Teatro San Martín.
La proyección servirá de apertura a una completísima
retrospectiva, que permitirá revisar la obra íntegra de
Herzog & Kinski. Una de esas parejas que no pueden vivir juntas,
y mucho menos separadas.
ENEMIGOS,
UNA HISTORIA DE AMOR A lo largo de tres lustros, el dúo
HerzogKinski completó un ciclo de cinco películas, que
pueden verse como una serie de variaciones alrededor de lo sobrehumano,
entendido esto en el más monstruoso de los sentidos. Verdadera
obsesión germánica, la idea de un esfuerzo más
grande que la vida encuentra en la obra de Herzog una rara mezcla de
fascinación y repulsión, de exaltación y fracaso.
Quién mejor para encarnarlos que Klaus Kinski, que tenía
un rostro bestial, actuaba como un poseso y supo perfeccionar la técnica
del retorcimiento expresivo. Técnica que consiste en cierto modo
torcido de pararse en cámara, y que Herzog que la denomina
giro kinskiano explica al detalle, en un momento de
Mi mejor enemigo.
El ciclo Herzog-Kinski se inicia a comienzos de los 70, con Aguirre,
la ira de Dios, y se cierra a fines de la década siguiente, con
Cobra Verde, única de las películas del tándem
que jamás se estrenó en Argentina, y que será parte
de la retrospectiva. Entre una y otra, Herzog, visionario calmo, y Kinski,
megalómano al borde de un ataque de nervios, se abocaron a la
remake de Nosferatu, el vampiro, Woyzeck y Fitzcarraldo. La revisión
en la sala Lugones permitirá remontar el curso que arranca con
Lope de Aguirre, el conquistador español dispuesto a lo que sea
con tal de tener toda América para sí, hasta dar en el
esclavista portugués a quien llaman Cobra Verde. Quien, a comienzos
del siglo XIX, intenta destronar, en Africa, al rey loco de Dahomey,
con la peor de las suertes. En el medio, Kinski será un vampiro
enamorado de Isabelle Adjani, un soldado humillado y escarnecido y un
aventurero irlandés, cuya obsesión por levantar un teatro
de ópera en la selva amazónica lo impulsa al arrío
de un barco por encima de una montaña.
A lo largo de esa obra, la locura no quedó de un solo lado de
la pantalla. Director y actor-fetiche intentaron eliminarse con bastante
asiduidad, y desde el mismo comienzo. A poco de llegar al rodaje de
Aguirre, Kinski intentó irse. Herzog le advirtió que,
si lo hacía, le dispararía ocho balazos, reservando el
noveno para sí mismo. ¿Alguien vio alguna vez un
arma que dispare nueve tiros?, pregunta Kinski, no sin sentido,
en su libro de memorias, Yo necesito amor, que en castellano editó
Anagrama, en su colección erótica La sonrisa vertical.
Clínicamente, yo no estoy loco, aunque en sus memorias
Kinski sostenga que sí, aclara el puntilloso Herzog en
Mi enemigo íntimo. Las amenazas de muerte fueron sólo
para obligarlo a trabajar. Aunque debo reconocer que una vez planeé
incendiar su casa, con él adentro. Su pastor alemán me
lo impidió.
UNA
MIERDA LLAMADA CINE La simple idea de que él
esté ahí, en medio de la selva, me enferma, escribe
Kinski en Yo necesito amor, refiriéndose a Herzog. Le grito
que apesta, que me da asco, que no quiero oír su mierdosa palabrería,
¡que no lo soporto! Así sigue, por páginas
y páginas, retorciendo más y más el insulto, como
quien aprieta los colmillos de una cobra para extraer sus jugos. ¡Que
lo tiren a los cocodrilos! ¡Que lo ahogue lentamente una anaconda!
¡Que le revienten los sesos por la mordedura de la serpiente más
venenosa que exista!
Una de las grandes decepciones de Mi mejor enemigo, hay que reconocerlo,
es el momento en que Herzog confiesa (¿o inventa?) haber ayudado
a Kinski, diccionario de insultos en mano, a refinar y multiplicar las
injurias del libro. El libro tiene que venderse, dice Herzog
que le dijo Kinski, y sabemos que lo que a la gente le gusta es
la escoria, así que ayúdame. Esta ligera desilusión
se ve compensada por la voz de Kinski, en off, recitando uno de los
poemas que solía presentar en público antes de hacerse
famoso. Allí enumera orín de burras en celo, hiel
de buey, flujos de letrina, baba de perros rabiosos mezclada con pis
de mono, moco de caballo, y así, durante varios minutos.
Y todo sin ayuda de Herzog.
Más allá de insultos barrocos y amenazas de muerte sentidas
o actuadas, lo cierto es que, artísticamente, Herzog y Kinski
se potenciaban hasta tal punto que uno sin el otro nunca fueron lo mismo.
Es verdad que Herzog tiene una obra considerable al margen de Kinski.
Allí están Los enanos nacen pequeños, El enigma
de Kaspar Hauser, La balada de Bruno S. o Corazón de cristal
para demostrarlo. Pero también es cierto que luego de su última
película con Kinski, Herzog prácticamente desapareció
del mapa cinematográfico. En cuanto a Kinski, su filmografía
sin Herzog bien podría ser considerada uno de los mayores monumentos
al peor cine del mundo. Salvo cuando lo convocaba su peor amigo, Kinski
filmaba sólo por plata y ni siquiera se tomaba el trabajo de
leer los guiones. Como pensaba que el cine es una mierda
(chequear sus memorias) filmaba sólo películas de mierda.
Será por eso que rechazó ofrecimientos de Fellini, Pasolini
y Visconti, para aceptar papeles de villano en spaghetti-westerns del
montón. O de vampiro, científico loco y monstruos varios
en películas de terror de décima categoría. Terminó
haciendo de Paganini, papel que indudablemente le estaba destinado.
El problema es que cometió el error de dirigir la película
él mismo. Estrenada dos años antes de morir, su Paganini
resultó un horror y sirvió para cerrar su carrera como
quien cierra una tumba infame. Lo cual tal vez fuera lo correcto. Nacido
Nikolaus Günther Nakszynski en lo que alguna vez fue territorio
polaco y más tarde pasó a ser parte de Alemania, el papá
de Nastassja murió en 1991 en California. Todos quienes quisieron
asesinarlo se quedaron con las ganas. El corazón de Kinski se
les adelantó.
LA
PARADOJA-KINSKI Mi querido enemigo termina de redondear la
paradojaKinski: el tipo que en las películas, más que
actuar parecía poseído, fuera de escena no hacía
otra cosa que actuar. Además de aquella colosalpelea con un asistente
por un asunto de comida, Herzog aporta otro par de perlitas que confirman
que, para Kinski, no ocupar el centro de la escena y desaparecer eran
más o menos lo mismo. Durante el rodaje de Fitzcarraldo,
que fue un caos permanente y donde pasó de todo, un día
una avioneta se vino abajo, con varios asistentes adentro, cuenta
Herzog. Tras el rescate, todo el mundo se ocupó de atender
a los sobrevivientes. Yo sabía que Klaus no iba a soportarlo.
No pasó mucho tiempo antes de que perdiera el control... porque
se había terminado el café. Estuvo dos horas gritándome
a la cara por eso, mientras el resto de la gente atendía a los
heridos.
Eso no es nada, comparado con el día en que a un operario, que
estaba talando árboles con una sierra eléctrica, lo picó
una víbora. Era una chuchupe, la víbora más
letal de todas. El veneno hace efecto en cuestión de minutos,
y el hospital más próximo estaba a varias horas de nuestro
campamento. El operario pensó, sacó cuentas, y entonces
vi cómo levantó la sierra, encendió el motor y
se rebanó el pie a la altura del tobillo, para detener el veneno.
Obviamente, todo el mundo fue a socorrerlo, y durante horas no se hizo
otra cosa que eso. Obviamente también, Klaus se ocupó
de armar un escándalo, no me acuerdo por qué pavada.
EL
EVANGELIO SEGUN KLAUS El comienzo de Mi querido enemigo presenta
a Kinski en su lugar favorito: ocupando el centro de un escenario, sin
nadie que se lo dispute. Se trata de una representación en la
Deutschlandhalle, a comienzos de los 70. Furioso y febril, agarrado
al micrófono y escupiéndole sus párrafos al público,
Kinski, como un punk avant la lettre, presenta un monólogo en
el que hace de Jesús. El público se inquieta y se revuelve
en sus butacas, haciendo oír algunas primeras voces de rechazo
ante un hijo de Dios tan poco pío. El showman, que más
que Jesús parece Zeus tronante, desafía a quien se atreva
a subir al escenario y decírselo en la cara. Un espectador se
anima y manifiesta su desacuerdo con ese Cristo rabioso. Kinski lo trata
de miserable estúpido, hace saber que el suyo no
es el Jesús de la iglesia oficial, amado por burgueses
y poderosos y echa al intruso del escenario, invocando a un Jesús
de látigo en mano.
A esa altura, en la platea el murmullo se volvió abucheo y Kinski
terminará abandonando la escena, a puteada limpia y revoleando
el micrófono, más exoftálmico que nunca. Es claro
que en ese Jesús ya están Aguirre, Nosferatu, Woyzeck,
Fitzcarraldo y Cobra Verde. Pero, ¿dónde termina la persona
y empieza el personaje? Si alguien no lo sabe, es Kinski. Era
un poco difícil hablar con él por ese entonces,
recuerda Herzog. Estaba tan empapado de su monólogo que
se comportaba como si en verdad fuera Cristo. A lo largo de Mi
querido enemigo, Herzog trata al actor como un genio y al hombre como
un idiota. Estoy convencido de que había en él una
buena dosis de estupidez natural, dice Herzog, como si nada.
ANIMAL
El actor llamado Klaus Kinski es capaz de salir a filmar sobre la cubierta
de un barco que soltó amarras y navega a la deriva entre los
rápidos del río Urubamba, chocando contra las rocas, golpeado
por las olas y a punto de escorar. A su turno, Nikolaus Günther
Nakszynski no puede dejar de estar en pose. Decía amar
la naturaleza, pero si algo no toleraba, eran los mosquitos y la lluvia.
Vino a filmar al Amazonas, cargado con media tonelada de equipaje y
todo vestido de Saint-Laurent. Se la pasó en su tienda, sin dar
ni un paso en la selva. El único día que lo hizo se llevó
un fotógrafo con él, y se sacó un montón
de fotos sobre un tronco de árbol, simulando que le hacía
el amor.
Sin embargo, bastan un par de planos de Mi querido enemigo para demostrar
su grandeza, o tal vez el modo en que Herzog filmaba esagrandeza. Se
trata de la misma escena de Fitzcarraldo, en dos tomas sucesivas. En
la primera están Jason Robards (que originalmente iba a ser el
protagonista, hasta que se enfermó y tuvo que volverse a casa)
y Mick Jagger, que además de ser un obvio doble de Kinski (la
misma boca bestial, los mismos gestos sacudidos) hacía de ayudante
del protagonista, personaje que más tarde Herzog eliminó.
Robards y Jagger están subidos a un campanario, vaciando una
botella de champán, riendo y musitando cosas incomprensibles.
La escena no está mal, y sin embargo da la impresión de
que algo falta.
La siguiente toma muestra el mismo campanario, vacío. De pronto
entra, en primerísimo primer plano y como si se tratara de una
fuerza brutal e inesperada, el rostro torcido de Kinski, esos ojos desaforados,
saliendo desde abajo de cuadro y asegurando que cerrará la iglesia
hasta el momento en que Manaos tenga, finalmente, su teatro de ópera.
Recién entonces se comprende que lo que faltaba era ese algo
animal, que el encuadre apenas puede contener y uno de cuyos nombres
en cine fue Klaus Kinski.
Auspiciado
por el Goethe Institut y la Cinemateca Argentina, el ciclo Herzog versus
Kinski tendrá lugar en la sala Leopoldo Lugones del teatro San
Martín, a partir del viernes 15 y hasta el lunes 25 de junio.
Mi mejor enemigo se proyecta durante todo el primer fin de semana, a
las 14.30, 17, 19.30 y 22.
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