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Personajes Neil Gaiman, el autor de Sandman

Hombre de negro

Durante la última década, Neil Gaiman se dedicó a escribir la extraordinaria saga de Sandman, un comic que ganó premios hasta entonces exclusivamente literarios y que sus millones de lectores consideran la mejor novela norteamericana de los 90. Ahora, este inglés residente en Estados Unidos, guionista de la TV británica, ex crítico literario y devoto de las mitologías europeas, largó el comic para publicar American Gods, una novela sobre los demonios que los inmigrantes han traído a América sólo para abandonarlos a la ignominiosa suerte de manejar taxis y prostituirse.

POR HERNAN FERREIROS

A Neil Gaiman le gusta contar esta historia: “Una vez, hace años, fui invitado a un cóctel literario. Entre los presentes había escritores prestigiosos, críticos y editores. En medio de una conversación el crítico del Sunday Telegraph me preguntó a qué me dedicaba. Escribo comics, le contesté. Con cara de haber escuchado la confesión de un crimen monstruoso, balbucea ‘¿Qué... clase de comics?’. Cuando enumeré algunas de las últimas cosas que había escrito, el crítico respiró aliviado: ‘Pero mi querido amigo, usted no escribe comics, escribe novelas gráficas’.”
Los comics de Neil Gaiman, junto con los de otros escritores británicos como Alan Moore o Grant Morrison, fueron los responsables de dar a las historias de superhéroes el empujón evolutivo hacia una nueva dimensión de prestigio literario. La serie Watchmen de Alan Moore fue el primer comic que ganó un premio consagrado exclusivamente a la literatura, el Hugo, que se entrega cada año a la mejor novela de ciencia ficción publicada en Estados Unidos. Unos años después Sandman, la creación más conocida de Gaiman, ganó el World Fantasy Award, otro premio dedicado a la literatura fantástica que hasta ese momento no había obtenido ninguna publicación con más dibujos que texto. La evidente calidad literaria de las historias de Moore o Gaiman abrió la puerta para ese sospechoso concepto emanado directamente de una oficina de marketing: la novela gráfica. Una novela gráfica suele ser un conjunto de comics reimpresos en una edición de tapa dura con la recomendación de algún autor –de ciencia ficción o terror– en algún lugar visible de la portada. “La diferencia con un comic es la misma que existe entre una puta y una dama de la noche. Es básicamente un eufemismo para que la gente que nunca leería un comic puede acercarse a ellos sin culpa”, explica Gaiman.
La reediciones de la historia de Sandman (en su versión original, 75 comics publicados entre 1988 y 1996 en Estados Unidos) definen la categoría. Cuentan con el visto bueno de una legión de escritores de nombre, pero, además, es cierto que están impecablemente escritas: abundan en hallazgos formales, en personajes complejos y atractivos, en citas memorables (hace poco se editó un libro que compila “citas memorables” de Sandman), en referencias literarias (Shakespeare es un personaje recurrente) y en momentos autorreflexivos acerca del oficio de narrar. Es decir, todo aquello que hasta hace unos años hacía de la escritura de una novela una tarea mucho más compleja, rica y madura que la de un comic.
El personaje central es Dream, el dios del sueño, y las historias que, junto con sus hermanos Desire, Destiny, Death, Delirium, Destruction y Despair, reinan sobre un aspecto de la vida de los mortales. Aunque en cierto modo se trata de un comic de superhéroes, lo mejor de la escritura de Gaiman no es su tratamiento del costado divino o súper de sus personajes sino sus observaciones sobre su vida mundana: buena parte de sus dioses decide abandonar su reino y sus tareas para vivir entre los hombres: Lucifer, por ejemplo, clausura el infierno para abrir el mejor piano bar de la costa oeste norteamericana. Si hubiera que definir un solo tema para esta historia de cerca de dos mil páginas, podría ser éste: la responsabilidad de los líderes. “Pero no es el único”, aclara Gaiman con un hilo de voz. De estatura mediana, completamente vestido de negro al estilo de un plomo de Metallica, Neil Gaiman es exactamente lo que uno se imagina de él: un narrador compulsivo. En su voz, desgastada tras una gira por Brasil en la que presentó su nueva novela American Gods –que será publicada esta semana en Estados Unidos–, todo lo que dice toma la estructura y el tono de una historia fascinante. A su alrededor es difícil evitar sentirse como un chico frente a un abuelo que va a empezar un cuento de miedo. Como todo buen narrador es un buen imitador –hizo un excelente Capitán Kirk para narrar un encuentro con William Shatner en suanterior visita a Buenos Aires: por algún motivo inexplicable Shatner lo confundió con Neil Diamond– y un buen humorista, y todos sus relatos están profesionalmente cargados de risas. American Gods es, en cierto modo, su primera novela (antes escribió una en colaboración con Terry Pratchet –Good Omens– y otra –Neverwhere– como una nueva versión de los guiones de la serie que creó para la TV británica). Y con American Gods intenta alejarse del ghetto comics-literatura fantástica: “Si miras cuidadosamente la cubierta, vas a notar que la palabra fantasía no aparece en ningún lado. No queremos dirigirla al público de la literatura fantástica, que sabemos la va a comprar de todos modos. Quiero que esta novela llegue también a otra gente. Pero de todos modos hay un código para leer una cubierta; aquí figuran recomendaciones de Peter Straub, Cris Carter, George R. R. Martín, William Gibson, estos nombres dan una idea de que se va a encontrar en el libro”.
Entonces sí es una novela de genero fantástico.
–Es una novela que cabría dentro de ese género, entre otras cosas. Pero aquí el concepto clave es “entre otras cosas”. Si me dijeran: “Es una novela de misterio”, tendría que decir “Sí, entre otras cosas”. O si me preguntaran si es una novela bélica, también diría “Supongo que sí”. Es muchas cosas a la vez. Fue muy interesante para mí terminar esta novela, luego de pasar un par de años escribiendo para Hollywood, donde todo debe ser más o menos sobre una sola cosa. Todo tiene que ser simple y debe cerrar. Resultó muy estimulante dedicar un año y medio a escribir algo que no es simple y que no necesariamente cierra tal como puede esperarse.
¿También pertenece a ese macrogénero llamado “novela norteamericana”?
–Sí, exacto. Como inglés que vive en Norteamérica, quería hablar de la experiencia del inmigrante, de la gente que viene a los Estados Unidos. Para mí, el comienzo de este libro fue la lectura de una investigación sobre el folklore americano. Mi libro comienza con una cita de Richard Dorson, quien es el más importante investigador del folklore norteamericano. Dice: “Una pregunta que me intrigó siempre es qué sucede con los seres demoníacos cuando los inmigrantes se van de sus tierras natales. Cuando pregunto por qué los demonios de los inmigrantes irlandeses, noruegos y griegos no se van a América, mis informantes ríen y contestan que no se atreven a cruzar el océano...” Esto se convirtió en el tema de mi libro. Se trata acerca de qué sucede con los dioses cuando la gente que los venera viene a Norteamérica, los trae consigo y luego los abandona. Y lo que hacen estos dioses en Norteamérica es manejar taxis, montar pequeños negocios, prostituirse. Como todos, hacen lo que pueden para sobrevivir.
Como inmigrante, ¿cuáles fueron los dioses y demonios que usted trajo consigo a Estados Unidos?
–Bueno, fueron principalmente deidades inglesas: duendes y hadas. Pero la mayoría de los dioses que aparecen en la novela son escandinavos y egipcios, básicamente porque hacen muchos mejores personajes. Además, eran los dioses acerca de los que más leía cuando era chico, en mis libros de mitología. La mitología era para mí como el chocolate: al comienzo no sabía de qué se trataba, pero apenas la descubrí sólo podía decir “quiero más”.
Los temas que menciona también aparecen en Sandman, ¿por qué el cambio de medio?
–Básicamente porque después de escribir Sandman durante cerca de ocho años siento que me volví bastante bueno en el oficio de guionista de comics. Durante esos años obtuve todo el reconocimiento imaginable por mi trabajo, por eso siento que el medio no presenta para mí los mismos desafíos que escribir una novela. No pienso que algo sea bueno porque está en prosa ni que sea de calidad inferior sólo porque tenga formato comic.Sandman fue un trabajo literario mucho más rico e interesante para mí que Stardust y Neverwhere, mis primeras dos novelas.
Sandman fue uno de los primeros comics mainstream en citar fuentes literarias o usar a escritores como personajes. ¿Fue éste un intento de llevar algo de prestigio literario al medio?
–Utilizar a escritores como Shakespeare en mi historia fue la forma más simple que encontré para hablar acerca de la naturaleza de la narrativa. Uno de los placeres de escribir Sandman fue que podía ocuparme de lo que más me gustaba, entonces escribía acerca de Shakespeare, de Marlowe y otros escritores.
En Sandman se dice que la libertad consiste en la capacidad de abandonar. Usted parece haber puesto en práctica esa definición al dar por terminado el comic en su momento de mayor éxito. ¿Por qué lo hizo? ¿Se sentía limitado por la historia o por el éxito?
–En modo alguno. Yo tenía un proyecto para este personaje, pero ese proyecto recién terminó de tomar forma alrededor del número 46 de la tira. Antes de ese momento sabía hacia dónde iba, pero también sabía que podía alterar ese recorrido. Cuando llegué al número 46, tomé una serie de decisiones que me llevaron al final de la tira. Ahí fue cuando me di cuenta de que el personaje tenía que terminar tal como termina. Después de eso, simplemente llevé a cabo el plan que tenía.
Una de las virtudes más evidentes de Sandman es que todos los personajes, aun los muy menores, resultan interesantes o al menos carismáticos, atractivos. ¿Considera que crear buenos personajes es su mayor virtud como escritor?
–No lo sé. Mi teoría sobre los personajes es muy simple: tienen que dejarme la sensación de que me gustaría conocerlos. Hace unos años estaba leyendo una novela, no voy a decir quién la escribió, era un escritor eminente. Por la mitad del libro me di cuenta de que si me encontrara con cualquiera de sus personajes en una fiesta y empezaran a hablarme, les habría dicho: “Disculpe, voy a buscar otra bebida”. Pensé que en mi vida no pasaría un segundo con esa gente, ¿entonces por qué iba a leer un libro sobre ellos? Intento crear personajes con los que a uno le gustaría pasar un tiempo, incluso si son malvados o extraños.
Muchos de los títulos de sus historias son citas tomadas de la música pop, ¿escucha música mientras escribe?
–Sí. La música que escucho depende de qué esté escribiendo, pero siempre trato de buscar música que sea apropiada. Para Stardust, escuchaba mucho folklore inglés. Cuando escribí la primera historia de Sandman que transcurre en el infierno estaba escuchando Metal Machine Music de Lou Reed, porque era lo más cercano a una banda sonora para el infierno que pude encontrar. En American Gods traté de escuchar mucha música norteamericana, por ejemplo a un cantautor llamado Gregg Brown o a The Magnetic Fields, sobre todo el disco 69 Love Songs. De hecho, este disco está citado en la novela. Además, a finales de junio voy a hacer un show junto a ellos en Nueva York: yo voy a hacer una lectura mientras la banda toca su música.
Se habló de varios proyectos cinematográficos ligados con sus historias: una película sobre Sandman, otra sobre Death, ¿qué hay de cierto en esto?
–En relación con Sandman, un estudio tiene una opción sobre la historia. Pero yo no soy el dueño del personaje, sino la compañía DC Comics, que a la vez es de Warner, así que son ellos quienes pueden hacer una película, o no hacerla, o vender la historia a otros. Yo no tengo voz ni voto. Se han pagado opciones sobre muchas de mis historias, pero hasta ahora ninguna llegó a la pantalla. Acabo de terminar un guión para una película basada en Death: The High Cost of Living. Si eso se concretara, me gustaría también dirigirla. Y tal vez sea una bonita y pequeña película independiente.
¿A quién elegiría como Death?
–Ya no lo digo. Desde que existe Internet los rumores se dispersan con una velocidad increíble. Si hoy dijera que me gustaría ver a, digamos, Natalie Portman en el papel de Death inmediatamente va a llegar a un site como Ain’t It Cool News y seis meses después, cuando la gente del casting vaya a ver a los representante de Portman, ellos van a decir: “Sabemos que Natalie es tu primera elección para el papel. Nuestro precio es cinco millones de dólares”. Desde que existe la red tengo que cuidarme mucho de las cosas que digo.
Usted fue crítico de cine antes de dedicarse a escribir comics. Si no fuera usted, ¿a qué director elegiría para hacer la película?
–No lo sé. Me parece que es una mala idea imponer un proyecto a un director. Me llena de expectativas que, por ejemplo, la película de El Señor de los Anillos esté siendo realizada por Peter Jackson desde la perspectiva de un fan de la novela. Si esta película fuera ofrecida a alguien como David Lynch, sería una desastre. Uno puede verlo perfectamente explicando (con tono doctoral) “obviamente lo que todos esperan es que hagamos a los hobitts pequeños, por eso los hicimos de 2,10 metros. Sin embargo, todos los tratan como si fueran realmente pequeños, excepto que, claro, no lo son. Inmediatamente estamos subvirtiendo las expectativas de la gente...” (risas).
¿No planea volver a escribir historietas?
–No lo descarto. Una parte de la alegría de trabajar en comics es la posibilidad de escribir personajes que uno viene leyendo desde su infancia. En mi caso ya hice todos los personajes que quería, incluso los más bizarros que sólo yo recordaba, como Prez o The Geek. Tal vez volvería a escribir otro Batman. Es un personaje que resiste muy bien los cambios. Lo cierto es que ya no tengo esa sensación de “Oh, sería tan feliz si pudiera escribir a Los 4 fantásticos”. Pero ¿quién sabe? Creo que todavía me quedan algunas cosas interesantes para hacerle decir a un tipo completamente vestido con spandex.

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