Música
Daniel La Tota Santillán y la pasión tropical
Míster T
¿Qué
no hizo La Tota en el mundo de la bailanta? Presentó mil grupos
en mil boliches de Buenos Aires y el interior, les consiguió
contratos con discográficas, tuvo una columna de chimentos en
Crónica y hoy conduce Pasión Tropical en las
tardes televisivas del sábado, mientras comienza a sonar en las
radios su primer disco (que, acorde con su humanidad, lleva por título
XXL). Experto como nadie en las diferencias entre bailanteros y rockeros,
La Tota explica por qué la publicidad sigue siendo reacia a auspiciar
lo grasa y por qué no hay sucesoras de Gilda.
POR
CLAUDIO ZEIGER
Toda
su vida se estuvo preparando para ser el gran maestro de ceremonias
de la bailanta, el master de los presentadores (como se
dice de él), el tanque del merengue y el cuarteto, el Señor
de la movida tropical, el que enciende la pasión y desata la
fiesta. Su misión: encarar al público para calentar los
motores apenas unos instantes antes de que la estrella descienda del
cielo (o, por lo menos, de bambalinas). Desde que trajinaba boliches
en los más diversos puntos de la ciudad de Buenos Aires y del
interior del país (maratón que, en realidad, aún
sigue haciendo), Daniel La Tota Santillán ejerce
un oficio en extinción, que sólo subsiste en algunos bolsones
del pasado como el boxeo, donde es absolutamente impensable que no haya
un presentador. Consciente de la importancia de su rol en el mundo de
la bailanta, La Tota convirtió el oficio de la presentación
en un arte en sí mismo.
Para hacerlo, se enfunda en unos trajes imposibles (generalmente en
violeta, naranja o amarillo, porque lo suyo jamás fue la discreción),
acordes con su contundente humanidad. Sale a escena, empieza a ensayar
unos pasitos y silabea el nombre del solista o grupo que va a subir
al escenario (es de La Tota la voz que quedó registrada en discos
y videos vociferando Ro-Ro-Ro-Ro Rodrigo ¡carajo! antes del ingreso
a escena del Potro) para luego retirarse a un costado mientras se desencadena
la fiesta tropical. Ponerse a un costado no significa no ser parte del
asunto: La Tota participa de lleno de la fiesta. En realidad, es parte
inseparable de la fiesta de la cumbia, el merengue y el cuarteto. Venerado
como un tótem por los músicos que buscan su lugar bajo
el sol de lo tropical, el hombre tiene hasta sus propios fans, que todos
los sábados asisten como en procesión al programa Pasión
Tropical grabado en un estudio-galpón de Constitución
y emitido por Azul. Y, si bien acaba de grabar un disco que incluye
un tema rapeado en homenaje a Rodrigo, ni piensa en dejar su carrera
como presentador.
La Tota baila, canta, conduce, suda a mares y se divierte como pocos:
su tamaño y grosor (que alguna vez estuvo por dejarlo afuera
de la TV) no le quitan ni agilidad ni dinamismo. No por casualidad su
disco se llama XXL, en referencia a esos talles enormes que cada vez
son más difíciles de conseguir en estos tiempos anoréxicos
(Yo con un talle M sería el dragoncito Chipi, dice).
La Tota es hoy un personaje esencialmente mediático, pero conserva
algo de eso que era en los comienzos y que él mismo define como
ser un under de la bailanta.
LOS
MUERTOS NO BAILAN
La Tota no siempre fue La Tota: supo ser primero un humilde muchacho
de Cristianía, provincia de Buenos Aires, que atendía
la barra y levantaba mesas en un club llamado Los Pinos. Aún
hoy se vanagloria de haberle entregado un whisky allí el
primero que le tocó servir a Cacho Castaña (hay
que decirlo: La Tota es muy cholulo), así como se enorgullece
de que, años más tarde, lo hayan echado de un conocido
boliche de Ramos Mejía porque lo seguía la negrada.
Y de haber sido, durante un breve lapso, un heterodoxo cronista de espectáculos
que pasaba chismes del ambiente de la bailanta para una columna del
diario Crónica. De esa época le viene el sobrenombre:
por La Tota y La Porota, aquellas vecinas chismosas que hacían
Jorge Porcel y Jorge Luz en la televisión de los 80. Del
Pinar de Rocha me echaron porque dijeron que me seguían los negros.
Ellos querían otro target, pero me lo dijeron mal y me fui bajoneado,
recuerda ahora La Tota. Después hice un poco de radio y
el circuito de discotecas, pero no me iba muy bien. Un día me
cansé y me puse a vender flores en un puesto del cementerio judío
de Liniers. Pasó un amigo una vez y me preguntó qué
estaba haciendo ahí. Laburando, le dije yo. Pero obviamente
lo suyo no eran ni las calas y los lirios ni los cuerpos en reposo.
Por los amigos volvió al mundo de los boliches, a trabajar como
manager. Dicen que tengo olfato para saber lo que puede andar,
que soy algo así como el formador de opinión de la bailanta.
Yo lo único que sé es que, cuando empezó Pocho
La Pantera, yo pensé enseguida:¡Pero éste es el
Elvis Presley de la bailanta! Desde que me metí en el ambiente
me puse a estudiar cómo mejorar la bailanta; así le fui
metiendo las luces, el estilo de baile, los pasitos, la largada, la
apertura... (y, para ejemplificar, tararea siguiendo el ritmo
con las palmas sobre la mesa, muy rápido: Seba-Seba-Seba ¡Sebastián
y después Auténticosauténticos-auténticos
¡Decadentes!). Porque yo amo esta música y la gente
que va a la bailanta. A los músicos, a la salida los esperan
las minas; a mí me espera gente que me pide que los ayude con
lo que necesitan, un pedazo de chapa para su techo, una cocina vieja,
un televisor usado.
BAILANTA
ULTIMO MODELO
Desde su auge a fines de los 80 hasta el modelo 2001, el género
ha ido cambiando mucho, a punto tal que un experto en el tema como La
Tota considera que hoy son mal llamadas bailantas. Y procede
a explicarlo: Años atrás eran galpones con lucecitas
de colores de 75 watts y pura improvisación. Hoy son megabailes
que se arman durante toda la semana, que tienen radios propias transmitiendo
muchas veces desde adentro de los boliches. Yo mido las bailantas como
con un ecualizador: viendo lo que hay debajo cuando algo sube, o baja,
o se mantiene. Cuando fue el auge de Comanche estaban a pleno, y cuando
desapareció Comanche se pensó que desaparecían
las bailantas. Pero vino Sombras y de vuelta al ruedo, auge popular
de nuevo. Cuando apareció el Potro parecía que era un
boom de la nada, pero Rodrigo había empezado en 1991, y ya hacía
bailantas. Empezó en realidad con un compacto que se llamaba
Made in Argentina, que era de salsa, pero en ese momento no le fue muy
bien. En su primer teatro metió 120 personas, nada comparado
con lo que vendría después. Yo creo que las cosas fueron
mejorando para la gente, en la bailanta. Hoy, el que paga su entrada
tiene más comodidad. Antes veías los programas tropicales
de TV y eran un desfile de bandas sin escenografía ni nada, se
tocaba con dos parlantitos, hasta el desembarco de los cuarteteros cordobeses
no llegaron ni las cajas de sonido. Y hoy fijate las brutas escenografías
que tenemos, los videos que son como superproducciones, cuando antes
les ponían una camarita y les decían dale, movete. Hoy
hasta hay grupos que mezclan en Miami, igual que los Decadentes o La
Mona, que también fue a grabar a Estados Unidos.
TODOS
LOS PALOS EL PALO
No es cierto cree La Tota que rockeros y tropicales
siempre hayan estado divididos y en extremos estéticos irreconciliables.
Ahora que la cumbia villera parece estar tendiendo un puente entre los
diferentes palos (por ejemplo, el concierto de Damas Gratis, la banda
faro de Pablo Lescano, que contó con la presencia de los Decadentes
y Fidel Nadal), el bailable tropical se va poblando con remeras de bandas
como Los Piojos, La Renga o los mismísimos Redondos. Pero La
Tota ya veía esa mezcla mucho antes. En los clubes donde
empecé se bailaba todo: cumbia, música popular y rock.
En una noche en el club Los Pinos estaban Pappo, Los Blue Jeans, Cacho
Castaña, Pomada, Katunga y Nomady Soul, que era la primera banda
de Patricia Sosa. Y, hace poco, Juanse, el de los Ratones, subió
al escenario de Ráfaga, y mirá que Ráfaga no lo
había buscado. Lo que pasa es que en el cumpleaños de
Maradona Juanse cantó con los chicos de Tambó Tambó
y se copó con lo bailable.
La Tota observa con atención y desde adentro el fenómeno
de la cumbia villera. Los pibes tienen temas que por ahí
no se difunden por radio o televisión, como uno de Flor de Piedra
(la primera banda de Lescano), que dice No se olviden de Bulacio, de
Cabezas y Bordón. Pero también es cierto que a la gente
que labura dieciséis horas por día no les vas a cantar
Para el pueblo lo que es del pueblo porque no da. Para La Tota,
la bailanta y el rock son casi astillas del mismo palo, aunque es consciente
de que su actitud no es moneda corriente en el medio: Yo sé
que existen todas esas diferencias pero si me dicen bailantero lo asumo
con orgullo. Antes, de todas maneras, era más complicado todavía
el cruce. Fijate lo que me pasóen Pinar de Rocha: imaginate que
hoy me echaran de algún boliche porque me siguen los negros.
EL
OMNIBUS TROPICAL
La Tota seguía fatigando las FM tropicales y el circuito
de boliches cuando salió la posibilidad de presentarse a un casting
y pegar el salto a la televisión. Igual tenía sus reparos:
una vez lo habían rebotado por voluminoso. Y, si había
algo que no quería volver a hacer, era juntar chimentos sobre
músicos que ahora ya eran más amigos y compinches que
gente del otro lado del mostrador. Pero esta vez las cosas
fueron diferentes: empezó haciendo de movilero en un programa
de cable hasta saltar a la conducción de Pasión
Tropical. La Tota recuerda que, una vez aprobado el casting, le
plantearon que hiciera de maestro de ceremonias con un formal traje
negro, algo que no le gustaba nada porque pensaba que su gente lo iba
a mirar raro. Entonces dije sí, uso traje, pero me conseguí
unos de colores fuertes y estos zapatos mitad violeta mitad blanco,
que viene a ser una manera de hacerlo y no hacerlo. Hoy, esos
trajes llamativos son una de sus marcas en el orillo, Pasión
Tropical lleva tres años en el aire y se ha convertido
en uno de los pocos programas ómnibus de la TV: cuatro horas
en infatigable continuado de grupos y pasitos, más algunos agregados
de producción (en este momento hacen una parodia de los reality
shows llamada El Gran Santillán, mezcla de cacht
y humor con muchos disfraces, además de transmitir desde boliches
del interior y hacer recitales acústicos de algunos grupos en
el estudio) con un numeroso público presente en ese galpón-estudio
que es lo más parecido a una bailanta en vivo y en directo.
Antes, para los músicos de bailanta, hacer un Monumental
de Merlo o un Fantástico era como hacer un Luna Park: el que
llegaba ahí llegaba a lo más alto. Hoy pasa algo parecido
con Pasión Tropical. Para algunos grupos es como
estar en Videomatch; ellos lo viven así. Yo veo pasar
los grupos como remolinos que van y vienen en la preferencia del público,
pero de golpe te dicen: No le demos más manija a la música
tropical, o a tal o cual onda porque está en baja. Y no es verdad:
los boliches siguen trabajando, las discográficas siguen sacando
discos y ahora hasta empiezan a salir al exterior. ¿Vos sabías
que Ráfaga estuvo en Chile auspiciado por Telefónica?
Y mientras tanto te dicen que las grandes marcas no quieren auspiciar
la bailanta. Quieren estar, sí. Pero no auspiciar, porque sigue
habiendo prejuicios. ¿Porque piensan que puede haber violencia?
No, contesta lapidario La Tota. Porque dicen que es
grasa.
MITOS, IDOLOS Y FANS
Algunos ídolos son flor de un día. Otros crecen y
se afirman en los gustos del público. Y otros se mueren prematuramente
y alcanzan estatuto de mitos, como pasó con Gilda primero y con
Rodrigo después, los dos muertos en accidentes ruteros. Entonces
vienen los homenajes, pero el show debe seguir. Durante estos sábados,
apenas termina Pasión Tropical, empiezan los especiales
de homenaje a Rodrigo que culminarán hacia el 24 de junio, fecha
del primer aniversario de su muerte. La pregunta es: ¿por qué
la bailanta televisiva no homenajea a Gilda? ¿Se la olvidaron
o es que ya no es negocio? ¿Todo se mide por el negocio en el
mundo de la bailanta? Negocio tiene que haber, cree La Tota.
Esto tiene que redituar porque los músicos tienen familias
que mantener. Pero hay mucho de globo también. Te dicen: ¿Vos
trabajás en la bailanta? Estás salvado, ahí se
mueve mucha guita. Y no es tan así. La otra vez me invitaron
a una parrilla. Los tipos creyeron que iban a hacer un negocio conmigo
teniéndome ahí. Pusieron temas de Rodrigo, de Walter Olmos.
Ese día yo me sentía mal, no quería estar con nadie
que me conociera, así que saludé y todo pero no hice show.
¿Y sabés lo mejor que me llevé de ese día?
El saludo y la charla con el cocinero, un tipo que tiene tres hijos,
y hace dos horas y media de viaje en bicicleta todos los días
para ir a trabajar a esa parrilla, y que ama la música tropical.
Más popular que eso no sé qué hay. Y ese tipo no
me preguntaba si esto es unnegocio. Quizá para algunos Gilda
dejó de ser negocio, pero para el fan no es un negocio. ¿Vos
viste que haya aparecido otra mujer cantando en la bailanta después
de ella? Ahí tenés. Gilda no está, pero es muy
difícil que surja otra mujer porque ella quedó grabada
en el corazón de la gente: no se teñía de rubio,
era sencilla, era maestra jardinera. Y cantaba bien. Si vas al cementerio
vas a ver que los guardianes que cuidan el santuario de Gilda no cobran
un peso. Porque los ídolos, en el fondo, son de la gente.
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