Personajes
Aleister Crowley, mago, fauno y ocultista
Semilla de maldad
Pessoa, Rilke, Rodin, Xul Solar, los Beatles,
Jimmy Page y Marilyn Manson se encandilaron alguna vez con él.
Bautizado por su propia familia y la prensa británica como La
Bestia del Apocalipsis, Aleister Crowley desafió tanto a la reina
Victoria como a Mussolini y anticipó en varias décadas
la consigna rockera de sexo, droga y rebelión. Ante la noticia
de que Bruce Dickinson (el cantante de Iron Maiden) y Terry Jones (de
los Monty Python) se preparan a rodar una película sobre él,
Radar ofrece una simpática biografía del ocultista que
atacó el orden social y político de su época con
una única herramienta: la prédica del descontrol emocional.
Por
Elizabeth Sad
Magos
eran los de antes. Basta repasar sucintamente la historia de Aleister
Crowley para comprobarlo: convivió durante décadas con
un harén multitudinario, absorbió drogas full-time hasta
la tercera edad, evadió decenas de acusaciones de asesinato,
sobrevivió a la persecución de Benito Mussolini y digno
final murió a las 72 primaveras, de viejo.
La Bestia del Apocalipsis (cariñoso apodo con que lo bautizó
su propia familia) tuvo una infancia difícil. Sus padres pertenecieron
a una de las sectas religiosas más represivas de la historia:
los Hermanos de Plymouth. Tal era el fanatismo desplegado por los progenitores
hacia sus preceptos místicos, que le prohibían al hijo
leer cualquier libro que no fuera la Biblia, se negaban a prodigarle
cualquier demostración de afecto y, de yapa, solían propinarle
feroces soplamocos y torturas con hierros candentes cada vez que profería
alguna palabra pecaminosa. Pero Aleister se las ingenió desde
purrete para mostrarle al mundo que era un pichón de rebelde:
solía pasear por su vecindad completamente desnudo, señalándose
el falo al grito de: ¡Cristo también tiene uno!.
Cuando transitaba su tierno octavo año de vida, un día
decidió despellejar y quemar a un gato vivo; según él,
había una importante tesis por demostrar: que el infeliz felino
no tenía más que una sola y perra existencia, en vez de
las siete vidas que se le atribuían.
Se
dice de mí
El joven Edward Alexander Crowley que se bautizó
Aleister para no honrar el nombre paterno nació en Leamington
Spa en 1875 y estudió en Cambridge, donde se dedicó sistemáticamente
a enloquecer a sus educadores. Brillante alumno, se negaba sin embargo
a que le tomaran exámenes. Aun así, uno de sus profesores
le propuso colaborar en una investigación sobre religiones de
la antigüedad; esta tarea despertó al sedicioso ilustrado
un deseo ferviente de entender las más intrincadas teorías
esotéricas y los cultos derivados de antiguos dogmas pre-cristianos.
Una vez alejado de la vida académica, en 1898, Crowley montó
una ingeniosa operación de prensa (se hizo pasar por un excéntrico
conde ruso) para estimular las ventas de su ensayo poético sobre
religión y erotismo White Stains (Manchas blancas,
en obvia alusión al fluido seminal), logrando que generara cierta
expectativa dentro del ambiente intelectual de la época. Si
el cristianismo avala el sufrimiento, el castigo y la opresión
sexual, pues entonces pertenezco al Diablo y me quiero ir al infierno,
vociferaba en sus conferencias a quien quisiera oírlo. En la
victoriana sociedad inglesa de principios de siglo, el joven Crowley
acostumbraba tomar sol desnudo en playas concurridas, practicaba abiertamente
la magia blanca y la otra, promulgaba sin empacho su atracción
por las mujeres pero no le hacía asco ni a los varoncitos ni
a las orgías populosas y, cuando se enteró de la defunción
de la reina Victoria (en 1901), organizó un ágape público
para festejar la muerte del peor símbolo de la intolerancia
social y religiosa.
Por aquellos días se iniciaba su pésima relación
con la prensa británica, mientras era aceptado en la sociedad
secreta esotérica Golden Dawn. Crowley conoció allí
al poeta William Butler Yeats y le entregó una obra de teatro
de su autoría, a efectos de que la honrara con su mirada crítica.
Al parecer, la pieza no fue del agrado del poeta irlandés, quien
no le obsequió elogio alguno. Pero la autoestima del mago no
decayó: Igual le hice admitir su inferioridad, le
confesaría años después a su biógrafo. En
1902 Crowley trabó amistad con Somerset Maugham. De hecho, el
personaje central de la novela The Magician (1908) de este último
estuvo inspirado en Crowley; y no lo dejó muy bien parado, ya
que describe a un mago loco y maléfico, dueño de una omnipotencia
absurda, llamado OliverHaddo. Crowley sabía que semejante desprecio
provenía de las insistentes burlas que le hacía a Maugham,
minimizando su talento para la escritura.
El
Nuevo Testamento
Un día
de abril de 1904, el mago viajó a Egipto, convencido de que estaba
a punto de recibir una revelación de los dioses. Pasó
tres días deambulando dentro de la Gran Pirámide, y cuando
por fin salió, escribió un libro dictado por el
dios Horus, que según él, resumía las nuevas
Tablas de la Ley. En Haz lo que quieras, su curiosa obra sagrada,
Crowley escribió: El ocaso del mandato de los dioses ha
llegado, y no hay nada por encima de la voluntad individual. Cada hombre
es su propio dios, y la nueva religión consiste en dar rienda
suelta a todos los instintos y sentimientos que están ocultos
en lo profundo del espíritu. Haz lo que realmente quieras y serás
tu dios. Si te reprimes, serás un esclavo de la nada. Cada hombre
es una estrella. El pecado es restringirse. Otra de las máximas
fundamentales del libro dice: Es necesario disolver las relaciones
con los intermediarios de la vida pública y la vida espiritual.
Los líderes religiosos y comunitarios sólo obran en beneficio
propio. Cada individuo es su propio soberano y tiene derecho a elegir
su forma de vida, su vestimenta, su discurso, sin someterse a las formas
sociales ni a los dogmas.
Mr. Aleister Crowley abandonó Londres para partir hacia
Rusia. Esto contribuirá seguramente a mitigar el riguroso invierno
de San Petersburgo. Debemos felicitarnos de habernos liberado temporalmente
de unos de los peores blasfemos de los tiempos modernos. Pero, deberíamos
preguntarnos por qué Scotland Yard lo dejó partir en paz,
decía el periódico The Looking Glass, el 17 de diciembre
de 1910. La bailarina Isadora Duncan, el poeta Rainer María Rilke
y el escultor Auguste Rodin comenzaron a frecuentarlo por esos años,
en París (Crowley tradujo al inglés el Poema del
Hachís de Baudelaire, así como los Pequeños
poemas en prosa, que también ilustró, y colaboró
con Rodin en la edición del libro Rodin in Prose). El portugués
Fernando Pessoa también quiso conocer al misterioso escandalizador.
Mantuvo con él una larga relación epistolar, pero cuando
por fin se concretó el ansiado encuentro, en Lisboa, Pessoa se
espantó: le pareció que Crowley era un genio, pero totalmente
desequilibrado. Aun así, en su libro Presencias incluyó
un poema que también forma parte del volumen Magick in Theory
and Practice, del temido Aleister. Xul Solar también tuvo el
placer de conocer al mago, en París en 1924. Intercambiaron muchas
cartas, y es fácil deducir que la fascinación que nuestro
crédito local sentía por la astrología y la magia
ritual fue cebada por aquel extravagante europeo, a tal punto que, en
1961, Xul lo inmortalizó en un retrato. Dos potencias se saludaron
allá por 1930: Aldous Huxley y Crowley se encontraron en Alemania.
Por entonces, el escritor redactaba el ensayo En busca de un nuevo placer,
en el que imaginaba una droga inofensiva para la salud pero capaz de
alejarnos del aburrimiento crónico, y ya tenía bastante
avanzada la escritura de Un mundo feliz, que se publicaría en
1932, al parecer libre de toda influencia de La Bestia.
Academias
Crowley
Además
de internarse en las más diversas doctrinas ocultistas, desde
la magia ritual a la cábala, el brujo estudió largamente
el tantrismo. Esta milenaria disciplina hindú postula que, a
través de la práctica de inusuales ritos eróticos,
es posible lograr el entendimiento profundo de la naturaleza humana,
develar las sagradas incógnitas del Universo y alcanzar el más
alto grado de intuición e iluminación espiritual. Para
ser rebelde hay que bancársela, habrá pensado el mago
cuando encontró una marketinera forma de subsistir con su profesión
preferida: trabajar de sí mismo. El polifacético personaje
(experto ajedrecista, astrólogo, artista plástico y arriesgado
alpinista) se entregó al sacerdocio de la docencia, y durante
años se dedicó a acoger discípulos en su casa:
jóvenes ricos con tristeza, ávidos de conocer los secretos
de la magia negra y adentrarse en las extravagantes ceremonias iniciáticas
que el gurú preparaba para sus adeptos.
Crowley no era un mero teórico: nada le gustaba más que
predicar con el ejemplo y solía impartir sus enseñanzas
por medio de rigurosos trabajos prácticos, como colgar a sus
amantes de una viga para inspeccionar zonas erógenas ignotas
o afilar sus caninos hasta lo impensable para hundirlos en la piel de
sus discípulos, entre otras simpáticas actividades. Heroína,
cocaína, opio, hachís y mezcal perfumaban y coloreaban
los sentidos del alumnado del mago, antes, durante y después
de cada voluptuosa ceremonia.
La búsqueda del orgasmo, la investigación de sus disparadores
físicos y psíquicos, fueron su obsesión absoluta.
Quien no conoce sus zonas de placer, quien no busca traspasar
los límites de su goce, repetía a sus alumnos, no
es dueño de su vida, no reconoce su costado divino y está
condenado a la pasividad y la ignorancia. Es curioso observar
cómo Crowley reitera en sus escritos un postulado que, con otro
discurso y partiendo de fuentes de estudio muy diferentes, también
formuló el psicólogo marxista alemán Wilhelm Reich:
la estrecha relación entre opresión sexual y dominación
socio-política.
La
comunidad organizada
Corría la década del
20 cuando el mago decidió divulgar sin egoísmos la revelación
que le habían conferido los dioses. Para concretar su anhelo
didáctico se instaló en Cefalú, un pueblito del
sur de Italia, en una mansión en la que convivió con amantes
de ambos sexos, hijos y discípulos. Bautizó este nido
como la Abadía de Thelema, denominación que
tomó prestada del Gargantúa y Pantagruel de Rabelais.
Policromáticas drogas, satánicas ceremonias y estrafalarias
piruetas sexuales colectivas, matizaban el modus vivendi de ese hogar,
dulce hogar. Las chicas del mago merecen una mención. Una de
ellas fue una viuda acaudalada, que aceptó su oferta de matrimonio
sin consumación para que no la acosaran potenciales pretendientes.
El culebrón terminó de un color lejano al rosa: él
la forzó al sexo, ella intentó matarlo pero finalmente
se enamoró del maldito perverso, que para entonces no le daba
ni la hora. Otras de sus amantes despegaron inexorablemente hacia el
manicomio o se suicidaron.
Muchos de sus devotos expiraron misteriosamente, en aparentes suicidios
o muertes súbitas sin explicación. El esoterista McGregor
Mathers ex jefe de la Golden Dawn murió convencido
de que las demoníacas emanaciones de Crowley lo estaban debilitando.
Las persecuciones judiciales en su contra no tardaron en iniciarse,
pero nunca se comprobó que Aleister asesinara a nadie. Diversos
reporteros trataron de probar que la Bestia sacrificaba niños,
apoyando sus argumentos en uno de los escritos de Crowley que instaba
a aplastar miles de semillas de vida, en una operación
de Noveno Grado (no entendieron que, para los códigos de
Aleister, la operación mencionada era meramente el ejercicio
unipersonal de la masturbación). Algunos oficiales del ejército
italiano comenzaron a realizar retiros espirituales en la Abadía
de Thelema; cuando la información llegó a oídos
de Mussolini, el dictador planeó organizar un grupo comando para
fusilarlo. Sin embargo, sus asesores lo disuadieron, con el argumento
de que la venganza sería terrible, en caso de que el brujo fuera
una encarnación de Lucifer. El Duce optó, entonces, por
expulsar a la comunidad Crowley de Italia en 1923.
Más
allá del bien y del mal
Así como Nietzsche sostenía en El Anticristo
que el cristianismo se ha puesto del lado de todo lo débil,
de todo lo bajo, de todo lo fracasado y el hombre fuerte ha sido siempre
considerado como un tipo reprobable, la secta Golden Dawn instaba
a sus iniciados a perseguir la utopía de transformarse en semidioses,
sometiéndolos a un ritual que consistía en pasar días
enteros encerrados en una cripta mortuoria, rodeados de símbolos
místicos y repitiendo invocaciones mágicas. Después
de esta experiencia, aseguraban, nada podía ser igual que antes
en la vida de un hombre común: ya no había hombre, sino
más que hombre. En la Alemania prenazi las organizaciones secretas
y mágicas se extendían como reguero de pólvora.
Un diario berlinés certifica la presencia de Crowley en esa ciudad
en 1930. Si bien menciona sus prácticas ocultistas (con datos
reales y otros de leyenda), afirma que el mago había ido a exponer
sus pinturas en Alemania. Durante la Primera Guerra Mundial Crowley
había vivido en Nueva York, donde fue contratado para trabajar
en el periódico pro-germano Fatherland y aprovechó este
espacio editorial para defenestrar a la Corona inglesa (proponiendo,
por ejemplo, que se convirtiera en una colonia de Alemania y Francia).
Sin embargo, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial el mago
ofreció su cooperación al servicio de inteligencia inglés.
Por entonces, un agente sugirió que Crowley era el hombre indicado
para interrogar al nazi Rudolph Hess. Ese agente, con el tiempo, sacaría
mayores provechos de su imaginación. Se trataba de Ian Fleming,
el creador de James Bond.
Hierba
mala...
Corría
el primer día del mes de diciembre de 1947 cuando el corazón
de Aleister dijo basta, y decidió pasar a ¿mejor? vida.
Tenía, entonces, 72 años, una edad que podría verse
como lógica para la recta final de un hombre común, pero
no tan lógica para una bestia que consumió más
de diez gramos diarios de heroína durante sus últimas
dos décadas de vida.
Cuando el género humano ya tenía la certeza absoluta de
haberse librado del hombre más perverso del mundo (así
lo calificó siempre la prensa londinense), Aleister Crowley resucitó
involuntariamente en las inquietas cabecitas de la generación
del amor libre. En la portada de Sgt. Peppers, el mítico
disco de los Beatles, está presente su imagen entre los personajes
célebres del siglo que acompañan al cuarteto de Liverpool
(en la edición CD se lo define como dabbler in sex, drugs
and magic). Ozzy Osbourne compuso un tema en el que mantiene un
diálogo imaginario con él: Mr. Crowley (Blizzard
of Ozz). En la canción Quicksand de 1971 David
Bowie decía: Estoy cada vez más cerca de The Golden
Dawn / inmerso en el uniforme imagístico de Crowley. El
director Kenneth Anger, que había filmado un documental sobre
la vida del mago en 1955, estrenó once años más
tarde Inauguration of the Pleasure Dome, otro largo basado en los rituales
erótico-mágicos patentados por Crowley. Incluso alquiló
una mansión que le había pertenecido al mago, a orillas
del Lago Ness, que posteriormente compró Jimmy Page. Devoto de
la literatura ocultista, el guitarrista de Led Zeppelin adquirió
también manuscritos y objetos personales de Crowley. E incluyó
en la edición original del tercer álbum de la banda una
inscripción con el lema del Libro de la Ley: Haz lo que
quieras. Joy Division tomó prestado el primer verso de
un libro del mago (Book of Thot) para su tema Transmissioni.
Marilyn Manson menciona en Missery Machine el pensionado
erótico-esotérico de Italia (Cabalguemos a la Abadía
de Thelema / donde la sangre es pavimento) en el disco Portrait
of an American Family.
Créase o no, el mago también puede entrar en los rankings
discográficos: en algún lugar del planeta alguien se ocupó
de masterizar y digitalizar la única grabación en la que
se puede escuchar su voz recitando sus poemas (a veces en inglés,
a veces en un idioma incomprensible, porque al igual que Xul Solar,
inventó su propia lengua). El registro original data de 1920
y fue grabado en un cilindro de cera. Este archivo de audio pronto estará
disponible en Internet, según prometen en la página www.lsi.usp.br/usp/rod/magick/aleister_crowley.html.
Y, por si todo eso fuera poco, Bruce Dickinson, el cantante de Iron
Maiden, anunció hace poco que está dando forma a un guión
cinematográfico en el que resucita a Crowley a partir de un experimento
científico. A fin de este año comienza el rodaje, de la
mano de Terry Jones, de los Monty Python. Desde su morada celestial,
la Bestia sigue vociferando sexo, drogas y magia para todo el mundo.
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