|
Por
Rep
Hay
algo de Florencio Molina Campos, pero con mar, en la serie de
fotos de colectivos-vivienda de Raúl La Cava. Los horizontes
bajos, el rancho, el caballo de acero, los gauchos y sus familias
adentro, los cielos.
La Cava estuvo tres años esperando que esos motor-homes
se estacionaran en la costa marplatense a descansar. El fotógrafo
no habló nunca con sus ocupantes, excepto con uno al que
le pidió que orientara la trompa de su vehículo
hacia el norte a cambio de cinco pesos para yerba.
¿De dónde vienen estos motor-homes? ¿Hacia
dónde van? Todo parece indicar que vienen del Sur, pero
¿de qué viven sus ocupantes? ¿Están
de paseo, en algún peregrinaje, cumpliendo una promesa,
un trabajo, una condena? El artista no se inquieta por estas preguntas,
y no le interesa dar ninguna respuesta.
Mercedes Benz reciclados, Bedfords hechos pelota, transportes
pesados reconvertidos en casas que, alivianados por un mar de
fondo común, posan mansitos y silenciosos. Sólo
en una de las fotos aparece la sombra del fotógrafo, casi
como una firma.
Diseño industrial de emergencia, diseño gráfico
residual, que harán las delicias de cualquier profesional
o estudioso de la imagen: cada colectivo habla de sus dueños.
Y de sus realidades. Y de nuestro momento.
Me detengo en algunos retratos, particularmente en el Mercedes
trompa blanca en donde el propietario ploteó
un montaje fotográfico de su familia y sus propiedades,
y los exhibe como un gigantesco portarretratos andante por las
rutas argentinas.
Y está también el micrito con colores circenses.
Y ése otro rojo intenso, que parece un verdadero Matchbox
ampliado.
Están los que pasan por un período de transición,
con partes de antióxido y partes pintadas, que muestran
a una familia en pleno crecimiento, o que se quedó estancada
en alguna etapa de algún plan económico.
Están los deteriorados, testigos de mil batallas, de donde
emergen antenas de televisión, el reposo del guerrero.
Están los que tienen ventanitas en lugares impensados,
o portaequipajes escamoteados de algún Rápido Argentino
o Costera Criolla.
Está el armatoste con degradés de antióxidos,
verdadero paisaje dentro del paisaje.
O el de reminiscencias de transporte escolar, sin la palabra escolar.
Confieso que mi preferido es el de color plateado. Yo confiaría
a ese carromato todos mis caudales.
Y está la yapa: los cielos. Despejados, nublados, por nublar,
los amenazantes y los que inundaron Mar del Plata el año
pasado llevándose transportes livianos.
Alineados en dos filas, veo un verdadero catálogo de cielos,
y un catálogo de gente motorizada que busca otros nortes,
otros cielos.
Hasta
el 5 de agosto en la Fotogalería del TGSM, Corrientes 1530.
Entrada gratuita.
|