Lugares
El nuevo Museo Etnográfico
La
belleza de la historia
Tras una larga restauración y un cuidadoso acondicionamiento,
el Museo Etnográfico decidió abrir al público parte
de sus extraordinarias colecciones. Para empezar, largó con De
la Puna al Chaco, una historia precolombina, una muestra que demuele
todos los prejuicios que suelen despertar las exposiciones relacionadas
a las culturas americanas.
Por
Fabián Lebenglik
El
Museo Etnográfico, que depende de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires, es un centro de investigación
y docencia -.cuenta con más de 70 mil volúmenes.- pero
además acaba de rediseñar su condición de museo
universitario, en el marco del 180 aniversario de la UBA, para abrir
al público parte sus impresionantes colecciones (de unas 60 mil
piezas) en un esquema expositivo deslumbrante, donde se combinan la
belleza de los objetos con un montaje tan pedagógico como vistoso
y un recorrido entretenido, en sintonía con los criterios museológicos
contemporáneos. De modo que las piezas seleccionadas y el armado
escenográfico de las grandes vitrinas están pensados con
el doble criterio estético e histórico.
El museo, dirigido por José Antonio Pérez Gollán
y asistido por Marta Dujovne, fue creado en 1904 por Juan Ambrosetti.
En 1927 pasó a tener sede en Moreno 350, en uno de los mejores
edificios civiles del barrio de San Telmo, que fue construido por Pedro
Benoit en el siglo XIX para la Facultad de Derecho. El buen estado actual
del edificio es producto de una larga restauración y un cuidadoso
acondicionamiento que comenzó con la recuperación de la
democracia.
La principal exposición es De la Puna al Chaco, una historia
precolombina, que forma parte de un proyecto que ganó el concurso
de Innovación en Museos convocado por la Fundación YPF
y tuvo el apoyo de la Fundación Bunge y Born. La muestra se compone
del trabajo de investigación y los hallazgos que el museo fue
realizando durante un siglo. Lo que vuelve más interesante la
muestra es que la complejidad de aquellas culturas, que produjeron objetos
de uso y rituales de una gran belleza, está presentada bajo la
estructura de un relato coherente, con puntos de vista sólidos
y lucidez en los planteos.
La muestra, organizada en más de veinte capítulos a lo
largo de dos plantas, está propuesta en tres ejes. Primero, la
contextualización del noroeste argentino prehispánico
en el marco de la civilización andina que se desarrolló
desde el Pacífico hasta el litoral del Chaco. Segundo, el punto
de vista arqueológico como herramienta de análisis de
la sociedad precolombina, en la doble articulación cultural que
iba de la hegemonía a la diversidad. Y en tercer lugar, el abordaje
teórico y expositivo se relaciona con la necesidad de intercambio
de las sociedades aborígenes motivada por las diferencias climáticas,
territoriales y ambientales de la toda la región.
Estas sociedades y culturas tuvieron lugar y se movilizaron desde las
costas del Océano Pacífico, pasando por el desierto de
Atacama, la Puna seca, los salares, el valle Calchaquí, el bosque
subtropical y el bosque del Gran Chaco.
El criterio expositivo -.con el montaje diseñado por Patricio
López Méndez sobre la base de las investigaciones del
propio museo-. demuestra que, contra la creencia arraigada de que la
suma de los avances civilizadores precolombinos provino sólo
de los incas, los saberes, las técnicas y las costumbres fueron
simultáneos y se fueron dando de diferentes formas en cada cultura
andina del sur.
Cada capítulo de la exposición, de manera cronológica,
va dando cuenta del poblamiento de América, la domesticación
del espacio, la vida cotidiana, la compleja estructura social, la domesticación
de la llama, el símbolo del jaguar, las rutas y caravanas, el
mundo del trabajo, la concentración del poder, las tecnologías
y producción de bienes, el dominio inca, el dominio hispánico
y hay también una sección dedicada al oficio del arqueólogo
en las primeras décadas del siglo XX.
Además de la muestra central, están abiertas otras muestras
recomendables, como Más allá de la frontera
(sobre los aborígenes de la Pampa y la Patagonia), Entre
el exotismo y el progreso (sobre distintasculturas de la antigüedad)
y En el confín del mundo (sobre los instrumentos
de las sociedades indígenas de la Tierra del Fuego).
El esquema de exhibición, de paso, termina de erradicar el prejuicio
.por la supuesta aridez del tema-. contra las exposiciones relacionadas
con las culturas antiguas en general y precolombina en particular. En
este sentido, el museo es altamente recomendable para hacer una visita
aprovechando lasvacaciones
de invierno.
El
Museo Etnográfico está abierto de miércoles a domingo,
de 14.30 a 18.30. Se organizan visitas guiadas los sábados y
domingos, a las 15.30, 16.15 y 17. Mientras que las visitas
escolares se deben acordar telefónicamente al 4331.7788.
Delikatessen
Las muñecas japonesas en el Recoleta
Las
tatarabuelas del animé
Realizadas
por maestros artesanos en madera de durazno, ciprés y bambú,
con arcilla, seda, papel maché y sucesivas capas de barnices
y lacas, las extraordinarias muñecas japonesas que se exhiben
dentro de la muestra Juguetes en el Centro Recoleta permiten
rastrear los ancestros del manga y el animé que hoy embotan cerebros
infantiles en todo el mundo.
Por
María Paz
Desde
hace más de mil años, el 3 de marzo se festeja en Japón
el Día de las Muñecas. En las casas japonesas donde hay
niñas se levanta un pequeño altar en el que se emplazan
las Hina Ningyo, un tipo particular de muñecas ricamente vestidas
y con vistosos peinados, encargadas de asegurar la felicidad de las
futuras mujeres. Para que la prosperidad sea completa, dos días
después, el 5 del mismo mes, otro tanto harán los padres
de hijos varones. Es el Día de los Niños, o la festividad
de Tango no Sekku, y el altar estará señoreado por una
miniatura de un guerrero con su traje y armas tradicionales. Aquí
lo que se pide es fuerza y salud para los hombres que vendrán.
Colocadas en la sala 5 del Centro Cultural Recoleta hasta el 5 de agosto,
integrando la muestra Juguetes, estas piezas femeninas y masculinas
parecen haber suspendido por un rato sus tareas religiosas para salir
a jugar al patio de las bellas artes.
El arte de las muñecas japonés no se limita a los lares
familiares para desplegar su doble función, lúdica y religiosa.
Vinculado estrechamente con el teatro, puede también representar
escenas famosas del teatro Noh y el Bunraku, como lo demuestran los
muñecos finamente vestidos y misteriosamente enmascarados en
otra parte de la misma muestra. Menos difundido en Occidente que el
Noh pero de igual importancia en el Japón, los títeres
del teatro Bunraku pisan por primera vez la escena en 1684. Originados
en la itinerancia de los contadores de historias, logran afincarse cuando
el inquieto narrador Takemoto Gidayu decide instalar su teatro en Osaka
y recibe la invalorable participación en el proyecto de Takeda
Izumo (dueño de un teatro y hombre de dinero) y de Chikamatsu
Monzaemon, un gran dramaturgo japonés creador de obras sobre
mercaderes, llamadas sewamono. Estas piezas fueron particularmente bien
recibidas en Osaka, ciudad típicamente comercial que se aficionó
a los suicidios por amor que les contaban esos títeres, al punto
que por esa época se registraron unos cuantos casos de comerciantes
que quisieron consumar amores no correspondidos a fuerza de harakiri,
o seppuku. Chikamatsu, que motivó muertes apasionadas y sangrientas,
llegó a la suya mansamente; no obstante su desaparición,
ese estilo teatral siguió teniendo una amplia popularidad y alcanzó
su apogeo en 1740, liderado por Namike Sosuke. La muerte de este último
sí produjo un decaimiento de la fórmula: a mediados del
siglo XVIII, el Bunraku comienza a declinar. Todo el siglo XIX es reacio
a devolverle fama al teatro de los amantes del suicidio y de la lealtad.
Recién en 1966 se reabre el Teatro Nacional de Tokio y en 1985
se retoman las presentaciones en el originario teatro de Osaka.
En la película Sueños, de Akira Kurosawa, hay dos referencias
bellísimas a este tipo de arte: el primer episodio cuenta el
casamiento de un zorro por medio de títeres y muñecos.
De esta manera el director enlaza la fábula y un motivo de la
juguetería japonesa: los muñecos llamados Oshie Hagoita,
suerte de bastidores con figuras hechas en papel y seda. El episodio
que le sigue en la misma película es un magnífico despliegue
de trece muñecas que bailan y cantan para aliviar la pena de
unos niños que lloran por la pérdida de un huerto de duraznos.
En sus ropas y peinados se muestran las costumbres de la sociedad y
se adornan con anhelos y esperanzas sobre el futuro. Tan bellas como
en la película despliegan su opulencia las Kyo Ningyo y las Oyama
Ningyo en la sala del Recoleta.
El panorama de esta refinada y original muestra se completa con la inclusión
de nuevos diseños sobre la base de los materiales y técnicas
tradicionales: siempre maderas de árboles de durazno, ciprés
y bambú, arcilla y papel maché, pintados con finas capas
de barnices y lacas, que en manos de artesanos modernos cambian sus
formas. Deleitarse con los colores brillantes y las líneas simples
de las antiguas muñecas Kokeshi y apreciar el contraste con las
formas redondeadas y más oscuras de las modernas Kokeshi es una
forma de ingresar al umbral del desarrollo de esta técnica. Particularmente
llaman la atención las piezas que formaron partede alguna competencia
entre artesanos; es muy común en Japón que se realicen
concursos en los que se demuestran el refinamiento de la técnica
y la sofisticación del diseño. Una pieza que cumple cabalmente
con estos dos requisitos es un pequeño durazno, partido al medio,
que oficia de cuna de un redondo y blanquísimo bebé japonés.
Para responder qué es el budismo, Borges escribe un libro que
lleva por título esa pregunta. Luego de revisar y volver a contar
biografías y leyendas sobre Buda, cierra su texto con un capítulo
dedicado al Zen. Allí explica con simpleza que, tanto para el
aprendizaje de la técnica del ikebana como para disparar una
flecha en la oscuridad y dar en el blanco, se requiere una gran concentración,
pero la proeza mayor está en el esfuerzo mental que antecede
al resultado. Es entonces cuando debe ocurrir el satori, iluminación
instantánea sobre la verdad y el zen, donde aspiración
y resultado se unen. El influjo del Zen en la vida cotidiana de las
comunidades que lo profesan (desde los hai-ku hasta el ikebana, pasando
por los jardines y el arduo adiestramiento en el uso de la espada y
el arco, sin olvidar la ceremonia del té) redefine todas esas
prácticas provocando un unánime sentimiento religioso
en el creador y el que contempla la obra. No sería muy osado
agregar las muñecas a esta impecable lista borgeana. En otro
orden de cosas, esta deliciosa muestra también permite adivinar
quiénes son las tatarabuelas del manga y el animé nipón.
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