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EL HOMBRE QUE FUE TARTA,
SORDO Y VIRGEN HABLA DE CULPABLES
Sostiene Peretti
Cuando
estudiaba medicina pensaba ser pediatra o cirujano. Al final se decidió
por la psiquiatría, pero su hobbie de entonces (la actuación)
fue desplazando más y más su actividad principal. Después
de una década de hacer teatro, cine y televisión, Diego
Peretti aplica su ojo clínico a Culpables, la tira de Pol-Ka
que lo cuenta como pieza clave de su elenco y que retrata en excelente
clave de comedia de costumbres a la generación de treinta y pico.
POR
CLAUDIO ZEIGER
La
cortina musical de Culpables Costumbres argentinas
de Andrés Calamaro bien puede ser considerada un himno
de los hombres y mujeres nacidos en los 60, como también son
marcas indelebles de esa franja generacional la hipersensibilidad frente
a la guerra de Malvinas o el haberse arrimado al Partido Intransigente
del Bisonte Alende. Pues bien, Diego Peretti (nacido en
la Capital en 1963) encaja justo en estas características: considera
que recién cuando actuó en la obra Bar Ada en 1996 (encarnando
a un ex combatiente que recibe cartas en el frente de una mujer desconocida)
pudo hacer su catarsis personal de esa guerra que se le había
quedado atragantada, ideológica y emocionalmente, y en la que
participaron tantos pibes de su edad. Y en los años 80 militó
en el PI en la facultad (cuando estudiaba medicina), agitando las míticas
banderas rojinegras y gritando hasta enronquecer que Alende no
se vende. Hoy, a sus 37 años, Peretti encarna a un personaje
en el programa más treintaipico (aunque algunos del elenco ya
hayan entrado en los cuarenta) de los que pueden verse en la tevé
actual, bajo el muy treintaipico nombre de Claudio.
Los seguidores de este programa de Pol-Ka, que vino a retomar la posta
iniciada por Verdad/Consecuencia y profundizada por Vulnerables, ya
se habrán dado cuenta: después de un comienzo aceleradísimo
y quizá no del todo feliz, en pleno reinado de la fiebre reality-show,
Culpables pudo ir delineando cada vez mejor a sus personajes y definir
las líneas centrales de la trama. La historia de Claudio-Peretti,
en las últimas semanas, se viene jugando en dos frentes: por
un lado, los problemas con su mujer Adriana, la bebu (se
llevan intrínsecamente bien, pero ella lo agobia con sus ansias
de quedar embarazada) y, por el otro, la desopilante relación
de autodependencia con su amigo chef Aníbal (Alfredo Casero),
de quien se ha convertido en representante artístico para un
programa de cocina en cable (aunque por lo que se vio en la última
emisión, parece que el programa ya fue).
Culpables es un peldaño importante en su visibilidad televisiva,
ya que si bien Peretti participó en tres ciclos anteriores de
Suar (Poliladron, RRDT y Campeones), ésta es la primera oportunidad
de brillar en un elenco más reducido y de alto nivel, que realza
la producción individual (esta vez sin ostentar ningún
trauma o tic muy evidente: no es tartamudo como en Poliladron ni sordo
como en Campeones, donde además era virgen tardío). Para
Peretti, Suar no sólo tiene capacidad de producción,
también tiene agudeza para detectar gente que viene sin currículum.
Pasó con Daniel Barone, el director de Verdad/Consecuencia. Uno
ve que en Pol-Ka se fueron eligiendo piezas fundamentales desde esa
perspectiva: directores y también actores. Peretti no lo
dice, claro, pero sucedió también con él. En 1994
actuaba en El enemigo de la clase. Suar fue a ver la obra a instancias
de su protagonista, Fernán Mirás, y después de
ver allí a Peretti lo convocó para Poliladron, que en
ese momento era sólo un piloto presentado a canal 13 y recién
aceptado. No tuve miedo ni nervios. Me sentí cómodo
desde un principio, no había presión que boicoteara el
trabajo. Lo que había era un clima de trabajo y de compañerismo
que no se condecía para nada con lo que yo tenía sabido
o imaginaba acerca de la televisión.
MI
HIJO EL PSIQUIATRA
Su relación con la actuación había empezado
unos años antes. Y bastante lejos de la TV. Cuando no estaba
trajinando los pasillos de la facultad de medicina, Diego Peretti iba
a una escuela de teatro. Seguía la carrera de Medicina
y estudiaba teatro como un hobbie. Empecé a ir a la escuela de
Raúl Serrano en segundo año de medicina. Fue una suerte,
porque podría haber caído en alguna escuela en la que
no me hubieran hecho amar la actuación como la amé a partir
de Serrano. De hobbie pasó a ser algo que ocupaba cada vez más
mis ganas y mis deseos. Supe pronto que lo que estaba haciendo iba a
ser de larga duración.
En la facultad no veían mal al actor en ciernes, pero tampoco
terminaban de entenderlo. Me veían como alguien original.
No recuerdo haber tenidootro compañero en medicina que estudiara
teatro ni ninguna otra cosa, dice Peretti. Tampoco era mal
visto. Claramente me salía del foco estricto del estudio, de
las prácticas en el hospital y los exámenes, pero no había
una recepción interesada por lo que yo hacía. Los estudiantes
están muy concentrados en lo suyo; Medicina es una carrera muy
densa en cuanto al estudio y ya desde primer año todos están
más bien obsesionados por la especialidad que van a hacer. Yo
hacía la carrera sabiendo que quería ser médico,
pero a diferencia de la mayoría no tenía idea de la especialidad
que iba a seguir. Pasé por pediatría y hasta hice prácticas
de cirugía. Después de recibirme y hasta el examen de
residencia me fue ganando un deseo muy grande de hacer psiquiatría.
No sé si internamente ya estaba buscando unir cierta perspectiva
humanística que había empezado a tener con las clases
de teatro.
Durante cuatro años Peretti hizo la residencia en el Hospital
Castex. Por supuesto, seguía con el teatro, pero ya no era estudiante:
así como ejercía la psiquiatría, también
empezaba a ejercer de actor en teatro (Angelito de Tito Cossa, Volver
a La Habana de Osvaldo Dragún, Juegos a la hora de la siesta
de Roma Mahieu, Bar Ada de Jorge Leyes) y en televisión, donde
antes de entrar en Pol-Ka se lo vio en dos ciclos de Zona de riesgo.
Seguía ejerciendo la psiquiatría pero me daba cuenta
de que no me producía lo mismo que la actuación. Igual,
atendí pacientes en hospitales hasta el segundo año de
Poliladron. Con mucho tiempo de antelación me fijé una
fecha para dejar la psiquiatría, y la dejé. Hasta ahora,
al menos. Estaba justo en el momento que podía empezar a pensar
en atender pacientes privados y poner un consultorio, pero había
algo que no me conformaba en el hecho de encerrarme a escuchar un paciente
atrás de otro. El analista es una persona muy estática:
recibe, escucha, traga, y hay algo con el cuerpo que es todo lo contrario
a la actuación. Para el psiquiatra o el analista, todo pasa por
el filtro de la razón. Y a mí eso me cuesta. Yo hice deporte
toda mi vida, soy un tipo inquieto corporalmente y aparte me interesa
muchísimo el arte. Bueno: todo eso me terminó de decidir
por ser actor.
NO
TAN CULPABLES
Tengo un prurito con respecto a las tiras diarias, porque
siento que escenas que son muy buenas, no tienen en el formato de todos
los días la penetración que lograrían siendo semanales.
Pasan una atrás de otra y corren el riesgo de irse perdiendo.
Hay que decir que en Campeones Laport la rompió, tuvo momentos
memorables. Y también hubo muchos momentos brillantes del dúo
de Carlos Belloso y Pablo Cedrón, haciendo El Vasquito y Chavero.
Con Culpables me gusta que la gente tenga una semana para verlo, que
espere el programa y se concentre en verlo opina Peretti. La
idea era hacer un programa treintaipico, en una línea que viene
de Verdad/Consecuencia. De hecho, creo que en cuanto a la historia,
es más una continuidad de Verdad/Consecuencia que de Vulnerables.
Lo cierto es que Culpables trata de un grupo de amigos sumergidos en
las dificultades de la vida sin tener la contención de una terapia,
lo que en términos televisivos se traduce en un programa cuyas
líneas dramáticas son más explosivas, sin momentos
de parate ni mayores introspecciones. Peretti comenta como dato central
el cambio de guionistas con respecto a los programas anteriores: ya
no el dúo compuesto por Mario Segade y Gustavo Belatti sino un
equipo con Juan José Campanella (el director de El mismo amor,
la misma lluvia y la inminente El padre de la novia) junto a Fernando
Castets, Juan Pablo Domenech y Marcela Guerty. Todos apuntando a lograr
una comedia muy ágil y de un humor mordaz, por momentos agresivo
y cínico, con una cantidad de situaciones que explotan y luego
se disuelven en la ritual cena del fin del episodio, cuando se resume
la jornada y todos tienen algún secreto que ocultar, una mentira
o una careta que sostener. El cambio de guionistas es algo que
trae renovación y cambio de estilo en el esqueleto de un programa,
pero por otro lado hay un tiempo de reconocimiento entre los autores,
y entre éstos y los actores, lo que lleva a un período
de adaptación dice Peretti. A diferencia de Vulnerables,
aquí los personajes no se detienen a analizar los conflictos
ni se instalan en la culpa, a pesar de que el programa se llame Culpables,
sino que les pasan por encima y actúan, en la dirección
que sea. Creo que la gente puede llegar a verlos como muy impunes, porque
son tipos que a los veinte pudieron plantearse ser puros pero después
de los treinta llegan con una escala de valores muy baqueteada. Así,
se va negociando con el afuera (la vida social) y con el adentro (la
intimidad, la pareja), para tratar de mantenerse dentro de la zona del
bien, para no pasarse definitivamente al otro lado. En suma, estos personajes
están caminando esos límites. A veces son mediocres, impunes,
y a veces son héroes, pero nunca se detienen. Al final brindan
y generalmente se van todos enojados.
COSTUMBRES
ARGENTINAS
En el mapa de Culpables, a Claudio/Peretti le tocó compartir
el adentro con Soledad Villamil y el afuera con los demás,
especialmente con el chef Aníbal (Alfredo Casero), que acaba
de ponerle cuernos a su mujer Daniela (la excelente Gabriela Toscano)
con su pulposa ayudanta de cocina (Alejandra Radano) en el malogrado
programa de cable, exactamente la misma tarde en que la Toscano le metía
cuernos con el primo del que estaba enamorada a los trece años
(Esteban Prol, como actor invitado). Mientras tanto, Perla (Susú
Pecoraro) va y viene con su novio quince años menor, Willy (Fernán
Mirás) aunque su mayor conflicto en estos tiempos es que su hija
(la revelación del programa, Florencia Bertotti) acaba de declarar
al mismo tiempo su lesbianismo y su odio a los hombres, empezando por
el padre que le arruinó la vida a su madre. Mientras la Chechu
(Mercedes Morán) insiste en su defensa del sexo opuesto, a través
de la suma de encuentros cercanos y fugaces, en los ratos libres que
le deja su idische mame (una impecable María Rosa Fugazot).
Entre Claudio y Adriana la casa está en orden, dice
Peretti. El problema viene en la vida social, con el status y
la apariencia. Lo contrario de lo que sucede entre Aníbal y Daniela,
que funcionan mejor con otra gente que a solas. En las escenas con Casero
la paso muy bien; aprendí a trabajar sobre todo en primera persona,
porque para seguirlo a él tuve que hacer un ejercicio de espontaneidad,
dejando un poco de lado el atenazamiento que produce el texto. Con Alfredo
uno se maneja mejor así, y el resultado me encanta.
Peretti cree que la historia de lesbianismo (excelentemente tratada
como una comedia de costumbres) vino a poner sobre el tapete que los
valores de la mayoría de este grupo no es tan superado. Los
personajes masculinos de la historia tienen prejuicios enormes. Pero
ojo que las minas también. La gente que salió de la secundaria,
que se metió a trabajar y se casó enseguida, no quiere
saber nada con la homosexualidad, les da miedo. ¿Cómo
que la hija de Fulano anda con una mujer? Es como cuando dicen: ¿Mengano
va al psiquiatra? ¿Por qué, está loco? Nosotros
no, quizá porque estamos acostumbrados a analizar conductas humanas,
pero en 1983 yo creía que todo el mundo iba a votar al PI, porque
me movía en un ambiente que muchos eran del PI. La reacción
de Aníbal, y la de Claudio, es real: machista, ignorante, un
poco homofóbica, como tanta gente de ese medio pelo que retrata
Culpables.
Queda claro que, si bien hay lazos profundos entre los personajes (anudados
además por un accidente que los unió enfrentando la muerte),
Culpables no se postula precisamente como un canto a la amistad, sino
que viene a poner al desnudo los mecanismos sociales y psíquicos
más profundos que rigen la misteriosa simpatía entre personas
que no son de la misma sangre: los amigos, las parejas, los amantes.
De esos vínculos, no deterministas pero sí necesarios,
se trata este programa. La pregunta del millón de Culpables (sobre
todo teniendo en cuenta que muchas veces uno sequeda con la impresión
de que se disparan con munición gruesa) es, entonces: ¿por
qué son amigos? ¿Qué los une si se llevan tan mal?
Vamos a ser francos, sostiene Peretti. Lo que hace
la ficción es poner la lupa en las tensiones y las contradicciones,
pero la amistad en la vida real tampoco es un jardín de rosas.
Si uno se pone a reflexionar sobre los amigos de uno, hay muchas veces
que te vas a hacer esa pregunta acerca de qué nos une. Uno se
agrupa, se solidariza, busca agruparse. Estos tipos de Culpables son
amigos como pueden. Claudio da la vida por su mujer. Si el personaje
de Mirás o el de Casero le piden al mío un favor, yo les
voy a sacar algún provecho pero también voy a tratar de
ayudarlos. La lupa está puesta en la diferencia que hay entre
lo que se dice y lo que se hace. En el límite, son amigos.
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