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Irupé
porá
Su
madre integraba el ballet de El Chúcaro cuando quedó embarazada.
Su papá es Tarragó Ros. Sin embargo, su formación
musical es absolutamente clásica y en su imaginario conviven Ozzy
Osbourne, Alfredo Casero y la Virgen María. Irupé confiesa
a Radar de dónde vienen las baladas de su disco Jazmín y
cómo hace para sobrevivir a la ciudad y las máquinas.
Por
Mariana Enríquez
Llega
a la entrevista con el pelo todo mojado, azul violáceo y larguísimo.
Se disculpa por llegar tarde y dice que necesitaba pegarse un baño
porque, si no, sólo iba a ser capaz de hablar de subtes, colectivos,
celulares y cemento. A veces, Irupé sufre sobredosis de ciudad.
De hecho, parece estar esforzándose todo el tiempo por encontrar
lo que ella misma define como el hilito de magia. Y explica:
Mi vida consiste en buscar magia en medio del ruido. Lo necesito
para mi salud. Por eso, cuando habla de hadas, o flores, o fantasías
medievales, no hay mucho de naïf en su discurso, ni en su actitud,
más bien ácida, hasta tragicómica. Hay un esfuerzo
entre melancólico y desesperado por encontrar belleza entre el
espanto. En su nuevo disco, Jazmín (que acaba de editar por el
sello Acqua Records), incluye una especie de epístola donde escribe:
Percibo el mundo como un castillo en ruinas. Tal vez esto ocurra
dentro de mí. O acaso nos suceda a todos lo mismo, y todavía
no nos lo dijimos... Y entonces entiendo que tal vez sea necesario reconstruir
aquel Castillo Primero. Piedra por piedra. El castillo de adentro.
Todo el imaginario de Irupé es antiguo, a pesar de su cabeza rapada
por sobre la que caen los mechones violeta, sus zapatos con plataforma,
los anteojos de colores y el fanatismo confeso por Björk. Me
imagino que la gente piensa que soy medio moderna fashion, pero todo lo
que llevo puesto es la armadura del momento. Si salgo a la calle con un
yelmo, voy presa por loca. Me gustaría salir con un caballo blanco,
pero no da. Así que éste es mi camuflaje para despistar.
Cerré el disco hablando del Castillo porque simboliza eso perdido
que ando buscando. Y también es una vuelta a la infancia: trato
de curar al niño.
HIJA
IRUPÉ
Irupé nació en San Telmo un 25 de diciembre hace 26
años. Su infancia, dice, no fue idílica. Siempre pensé
como ahora, creo que nací vieja. Me aburría mucho, entre
otras cosas porque aprendí a leer a los cuatro años, así
que la escuela era un embole. Era muy distinta a los demás y también
era muy distinto el laburo de mis viejos. También eran los años
del Proceso, así que estaba toda esa mierda en el aire, todo ese
genocidio y maldad. Mis viejos se separaron cuando era chica, y los extrañé
mucho. Tuve años de psicólogos. Sigo en terapia todavía.
Sus padres son Antonio Tarragó Ros y Perla Aguirre. La estirpe
de folkloristas prestigiosos no termina ahí, porque sus abuelos
son Arsenio Aguirre, Blanca Chazarreta y el mítico acordeonista
Tarragó Ros. Irupé formó parte durante años
de la banda de su padre, y también hizo el año pasado un
espectáculo con su madre, que se llamó Madre e hija. También
recupera canciones de su abuelo Arsenio, como la zamba Horizonte de octubre
que incluyó en Jazmín. Pero no se considera una folklorista,
ni tiene intenciones de continuar la tradición familiar. Nunca
me rebelé brutalmente, al contrario: me nutrí de ellos porque
son muy buenas personas, talentosos además de auténticos.
Pero en la música sí tuve y tengo mis diferencias. Mi mamá
me tiene cansada con los indios, es reprofesora. Siempre le pido que se
meta en un programa en la radio, o dé clases en la UBA, para que
deje de darme cátedra a mí todo el tiempo. Si le digo que
me gusta tal zamba, ella empieza: Ah, esa zamba es de tal autor, del año
tanto y significó tal cosa. Es brillante, pero me vuelve loca.
Creo que mi rebelión es salirme del folklore, porque mi relación
con el género es familiar y genética: mi mamá estaba
de gira con el ballet del Chúcaro cuando quedó embarazada.
Pero para mí es sólo otro nutriente, como la música
clásica que estudié, el viaje a Europa que hice en la secundaria,
el heavy metal, los Red Hot Chilli Peppers o los aires galeses antiguos.
No amaría a mis viejos si no amara el folklore. Pero en casa casi
que no escucho nada de eso.
Y cita el ejemplo de La Añera de Atahualpa Yupanqui,
que incluyó en Jazmín. La zamba no le llegó por una
investigación exhaustiva de la obra del compositor: sólo
se la sugirió el Chango Farías Gómez, cuando le dio
clases; Irupé no tiene mucho material de Atahualpa en su casa.
Escuchamucha más música celta y clásica que folklore:
El Réquiem de Mozart es como mi hígado: soy un poco
irlandesa y un poco dark. Toda su formación musical es clásica.
No fue hasta que entró como pianista en la banda de su padre que
se dedicó seriamente a investigar en la música que la tenía
como heredera. Hace algunos años, cuando estaba de gira con Tarragó
Ros (el chamamecero estaba presentado el controvertido álbum Naturaleza),
Irupé dijo que no soportaba Cosquín, y su padre se enojó
un poco, sobre todo porque esa declaración apareció en revistas.
Fue un momento de mal humor, y después salió publicado,
pero no deja de ser cierto. No es el escenario con el que sueño.
Ni me atrae a mí ni yo les atraigo a ellos. Prefiero otro circuito.
Tocaría en Cosquín con gusto como invitada de mi viejo,
por ejemplo, pero no como algo mío. Desde que dejó
de tocar con su padre, casi no frecuenta el circuito folklórico.
La decisión de abandonarlo no fue tan fácil, admite. Tocar
con él es maravilloso porque es una especie de academia tipo Fama.
Él es superexigente, sabe de producción, de arreglos, de
escenarios. No podés parar de aprender. Es como un bautismo de
fuego: todo el que haya trabajado con papá sabe de lo que estoy
hablando. Fue la mejor forma de estar juntos, pero el fin me costó
demasiado. Recién ahora, con la salida de este disco, me estoy
acomodando un poquito. Él me ayudó mucho pero el pegote
era terrible. En su banda estaba protegida: esto es salir a pelear con
una espada y el pianito, sola. Pero era el momento. Como un fruto que
se cae: si no se hace algo con eso, se pudre.
A mediados de los 90, Irupé tenía una banda de folklore
con batería y bajo, un crossover con el rock que se llamaba Irupé
y la Secta. Hicieron el circuito under del rock, con shows en Haedo, en
el Mocambo. Era muy power, explica. Y agrega con ironía:
Entonces vino folklore joven. Y yo empecé a hacer baladas.
No es fácil que Irupé dé una opinión sobre
Soledad o Luciano Pereyra, no sólo porque no le interesan musicalmente,
sino porque siente que no tiene nada que ver con ellos. Me parece
que hay una confusión en ese sentido. No hay folklore joven, no
existe. Son dos cosas separadas. Es un pensamiento fácil, como
decir el rock joven. El folklore se murió. O no tanto: quedan Peteco
Carabajal, el Chango Farías Gómez, Alfredo Avalos, Melania
Pérez... pero no volvió a pasar algo profundo y fuerte,
ya no hay altos poetas, como la gente de los 60. Ese vuelo no existe.
Su nuevo disco, insiste Irupé, no es un disco de folklore. Es un
disco de baladas, la mayoría al piano, con aires folklóricos
pero como otro elemento más: también hay canciones con aires
de tango, canciones campestres y, hacia el final, fragmentos de Chopin,
Schumann, Mozart, llamados escenas infantiles para piano,
que recuerdan los años de estudiar escalas y sonatas. En cuanto
a las letras, fluctúan entre lo sencillo y lo místico: Sabe
el Dios del Universo / que en el fondo de mi aljibe / duerme el ángel
del abismo, canta en Abismal. O: Toma tu escudo,
príncipe / que el miedo no te encuentre / Dale la llave al ángel
/ Que ya no existe la muerte. El misticismo ecológico de
Irupé no es nuevo: Mucho antes de estuviera de moda la ecología,
yo era chica, escribí el Himno a la naturaleza. Lo incluí
en el disco: es una de las obras finales de piano. En mi infancia moría
por tener un perro, me la pasaba pensando cómo poner pastito en
el balcón. Pero fue en 1997 cuando todas sus preocupaciones
espirituales estallaron, e Irupé decidió hacerse monja.
HERMANA
IRUPÉ
Soy fan de Jesús. No fui a una escuela católica,
pero me hubiera encantado. Tengo una tara con eso: cuando era chica miraba
a las nenas con uniforme y les quería pedir autógrafos.
Nací en Navidad: vine sellada. Vos sos para mí, dijo Dios,
dice Irupé y pasa a relatar que, cuando estaba a punto de editar
su primer álbum, Angeles, pasaba mucho tiempo en la quinta de su
padre en Villa Elisa, cerca de La Plata. Y el último día
de la mezcla le robaron los perros. Para Irupé fue como si le mataran
a sus hijos, y no siente en absoluto que la tristeza ante lapérdida
haya sido desproporcionada. Creí que me iba a morir, no sabía
cómo pilotearla. Me quedé sola, pensando cómo salir,
tratando de buscar algo que me ayudara, esa especie de supervivencia psicológica
que hace falta cuando te estás por ir al carajo. Empecé
a hacer asociaciones libres: pensé en la Virgen María, cómo
le mataron el hijo en la cara, y le empecé a pedir ayuda y a conectar
con ella. Entonces encontré un papelito que explicaba cómo
se rezaba el rosario y agarré una cruz. La apretaba contra mi pecho
muy fuerte, era lo único que me calmaba. No podía ni llorar.
Y de repente fue mágico: me vinieron todas las respuestas. Fue
una salvación de entendimiento.
Esa suerte de iluminación desembocó en una adicción
al rosario y la oración, mezclada con una fobia urbana: Venía
a Buenos Aires y me volvía loca. Tenía que entrar a iglesias
para tranquilizarme. Cuando salía me descomponía, y tenía
que volver a entrar. Era el único lugar donde me sentía
bien. En esa misma época vio en una película la ordenación
medieval de una monja. Y decidió que quería seguir ese camino.
El convento que eligió para ingresar quedaba en Arrecifes, y era
parte de la Fundación Apostólica Mariana. Su padre la llevó
y se quedó a comer la primera noche, junto a las novicias. Era
el único varón sentado a la mesa. Sin duda no creyó
que el encierro era el mejor futuro para su hija, pero se lo tomó
re-bien. En las jugadas grandes me apoya. Esa vez me dijo que hacía
falta gente en la fe tanto como en la música. Cuando nos despedimos
en la puerta del convento llovía, y lloramos como locos los dos.
De película. Irupé pronto dejó de sentirse
cómoda allí: Era como Ozzy Osbourne entre santas.
A lo mejor a mí me daba paz estar todo el día rezando encerrada,
pero no sé si era eso lo que Dios me pedía. Yo crecí
en la ciudad, el lugar donde menos fe hay. Vivo luchando contra eso, y
creo que Dios me pide que siga trabajando afuera. Tenía que volver.
La mayoría de sus amigos que Irupé define como del
palo no creen en Dios, o tienen graves conflictos ideológicos
con la Iglesia. Ella también los tiene. Lamento que la institución
esté tan dividida y corrompida, pero la amo igual. La Iglesia está
así como consecuencia de la vida moderna. Muchos de mis amigos
entendieron mi visión de las cosas, y se convirtieron. Y, si no
se abren, igual los amo y los entiendo y los espero. Dios espera a todos.
La visión religiosa de Irupé cuestiona, entre otras cosas,
la división de los universos espirituales: Muchas de mis
creencias se consideran paganas, pero no lo son. En otras épocas
convivían las hadas con los ángeles y los humanos, había
más contacto entre los mundos. Hay una misión con los espíritus
elementales: no todos conocen a Dios, como le pasa a la gente. El mayor
triunfo del mal es la ilusión de separación.
EXTRAÑA
FLOR
Irupé no cree ser tan rara. Los fines de semana recorre boliches:
Me agarró el discotecazo a la vejez, se ríe.
Su lista de amigos incluye a Alfredo Casero, con quien compartió
escenario durante un año y medio, cuando el actor/músico
hacía el espectáculo Sólo para entendidos. Lo conoció
en un avión a Puerto Madryn. Yo era fan de Cha Cha Cha: en
los momentos oscuros era lo único que me salvaba la vida. Soñaba
con conocerlo. En ese vuelo le regalé mi primer disco, muy tímidamente,
y se lo dediqué. Mucho después Casero conoció
a un amigo común, y le mandó una carta a Irupé contándole
que ese disco, Angeles, había acompañado el embarazo de
su mujer: se lo hacía escuchar al bebé poniendo un parlante
cerca de la panza. Se hicieron amigos. Alfredo Casero toca la armónica
y canta brevemente en la intro de Desde el aire, incluido
en Jazmín. Ahora no lo veo mucho, se entristece Irupé,
me lo robó la tele. Cuando tocaban juntos, Casero (que
para Irupé es un domador de marineros) la presentaba
en el intervalo del show, y la dejaba sola sobre el escenario, con el
piano. Supongo que la mayoría de la gente quedaba desconcertada.
Pero después se copaban. Otros nombres importantes en su
vida son Sinead OConnor (por obvias razones: una mujer mística,
sacerdote, cantante, rara, a quien considera su alter ego) y Charly García,
de quien tiene más de una influencia musical. Todavía no
lo conoció: Me pasan dos cosas. Siento mucha admiración
y respeto por el canal de resistencia que es, por la forma en que resucita
una y mil veces y por la claridad y lucidez implacable que tiene. Y a
la vez sé que es un nene herido, cosa que me hace pelota porque
yo también lo soy. Quisiera curarlo de todo, y sé que no
podría. Su otro fetiche es Ozzy Osbourne, con quien se compara
constantemente. Es que Irupé ama el heavy metal: Me reconozco
en ese sonido, me pone la piel de gallina una distorsión bien puesta.
Y encuentro el heavy en la naturaleza. Una mañana escuché
una catarata, y era thrash. En el folklore a veces pasa lo mismo: si hacés
un punteo con distorsión se te despeinan todas las viejas.
Los planes inmediatos de Irupé incluyen un bautismo
en Rosario presentando Jazmín, para después volver a Capital.
Los planes a largo plazo son viajar y seguir resistiéndose a las
computadoras, que la aterran de manera irracional. Me dan un miedo
tipo Sexto sentido. O peor: apocalíptico. Internet me impresiona.
Ni en pedo tengo una máquina de ésas en mi casa. A
lo que no le teme en absoluto es a las comparaciones con su padre. Lo
que hacemos es totalmente distinto: es imposible que se me relacione con
él, más que en su sentido de familia. Algún
día, asegura, se va a ir a vivir al campo. Por ahora no puede,
por el trabajo. Es una especie de misión estar acá,
pero no bien pueda dejo todo. Mi papá lo hizo, y así está:
parece mi hermano menor. Yo estoy más vieja y hecha mierda que
él. Mientras tanto, aprende a manejar sus fobias en la ciudad
haciendo visualizaciones. Necesito esa forma de terapia cuando estoy
muy pasada de revoluciones. Es mi realidad virtual. Que no me vengan con
las máquinas.
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