|
La
metamorfosis
TRANSFORMACIONES
Son capaces de hacer a Jane Russell, Barbra Streissand, Sara Montiel,
María Félix, Julie Andrews, Marilyn, Madonna y Cher. Pero
en el show que presentan en El Nacional se limitan a su rutina más
perfecta: Liza Minnelli y Joel Grey en Cabaret. Los cubanos Frankie Kein
y Manuel Arte cuentan cómo se comieron una vez las tetas de Marilyn
y cómo fue la noche en Dinamarca en que su show recibió
más elogios que el que hacía la propia Minnelli en un teatro
vecino.
POR
MARIANA ENRIQUEZ
No todo
es glamour ni felicidad, insiste Manuel Arte, que sin el maquillaje
del maestro de ceremonias de Cabaret que usa el Teatro El Nacional parece
un hombre común. Y para demostrarlo, recuerda lo que le pasó
en Nueva Orleans, cuando junto a su compañero Frankie Kein se tuvieron
que comer las tetas de Marilyn Monroe. Era 1976: Frankie y Manuel recién
empezaban con su espectáculo de transformismo, imitando a estrellas
famosas. En aquel momento hacían shows solamente en Miami, pero
de la nada surgió un contrato para actuar en el sur norteamericano.
Manuel renunció a su trabajo de cajero de un banco. Cargaron el
perro, los trajes y tres chicas en un Chevrolet que, recuerda Frankie,
parecía el de Los Picapiedras porque tenía un agujero
en el piso que casi permitía sacar las patas a tomar aire.
En Nueva Orleans se encontraron con que el empresario los ignoraba y el
hotel donde debían actuar aún estaba en construcción.
No tenían un solo billete en los bolsillos. Llegó
una noche en que no teníamos qué comer, cuenta Manuel.
No sé cómo me acordé de que Fran se había
hecho las tetas del traje de Marilyn con arroz, y que las había
envuelto en no sé cuántos paquetitos de nylon. Es decir:
el arroz estaba intacto. Así que le dije: Lo siento mucho, pero
yo no me voy a quedar con hambre. Abrí las tetas, e hicimos un
arroz con salchichas. Salió bastante bueno.
Frankie Kein y Manuel Arte se conocieron hace 28 años en Miami:
ambos estudiaban arte dramático y eran inmigrantes cubanos. Frankie
tenía 17, y desde chico imitaba estrellas frente al espejo. Cuando
todavía vivía en Cuba, se fascinaba con el Zorro o el Corsario
Negro, pero también con divas cubanas como Rosita Fornés.
Los imitaba a todos. Sus padres le habían regalado para Navidad
un acordeón y sacaba de oído las canciones de moda. Le pedían
que actuara en fiestas, y en la calle. Cuando llegó a Estados Unidos,
conoció el transformismo y se deslumbró: hasta ese momento
no sabía que semejante cosa existía. Cuando Manuel Arte
lo vio imitar a Liza Minnelli por primera vez, le pareció que el
talento de Frankie podía sacarlos de pobres. Pero ninguno de los
dos tenía ganas de circunscribir al ghetto cabaretero sus actuaciones:
la creación de divas por transformistas es muy común en
clubes y varietés, pero rara en escenarios teatrales convencionales.
Y eso era precisamente lo que les interesaba.
Al principio
no les fue fácil llegar a esos escenarios. Ni siquiera les fue
fácil conseguir un buen partenaire para Frankie: cuando decidieron
hacer Cabaret, no lograron que ningún actor serio lo
acompañara, por la sencilla razón de que Frankie es un transformista
y la imitación les parecía un género menor a todos
los actores que entrevistaron. De todos modos prepararon el espectáculo,
aunque el actor seguía sin aparecer. Quince días antes
de empezar recuerda Manuel, Frankie me dijo que hiciera yo
el papel del maestro de ceremonias. Le dije que estaba loco. Que no iba
a poder ser, porque soy un hombre muy alto, y además no me parezco
en nada a Joel Grey. Pero siempre que he visto que hay problemas, cosas
que me van a interrumpir la llegada a una meta, me tiro de cabeza. Y aquel
show representaba mucho para mí: le tenía mucha fe. Así
que decidí aceptar la responsabilidad para bien mío. Me
costó mucho trabajo: en quince días tuve que aprender a
moverme y a caracterizarme.
Frankie prosiguió en su campaña: lograr que Manuel se convirtiera
en un transformista. Un día le dijo que le veía un aire
a Marlene Dietrich: algo en los ojos, cierta languidez. Difícil
imaginar tal cosa viendo a Manuel Arte sin maquillaje. Pero, en definitiva,
también es difícil pensar que un rubio menudo como Kein
podría transformarse en Liza Minnelli. Frankie maquilló
a su amigo desoyendo sus protestas, y cuando Manuel se vio con todo puesto,
cedió. A tal punto que, en Las Vegas, terminó imitando también
a Jane Russell, Barbra Streissand, Sara Montiel y María Félix
(en ese mismo show, Frankie hacía a Julie Andrews, Marilyn, Madonna,
Cher y por supuesto a Liza). Manuel sigue sorprendido de haberse atrevido
a semejante cosa: Eran bellezas extraordinarias. Y yo soy un hombre
tan feo. Para mí es un reto. En El Nacional, Manuel Arte
no hace a ninguna mujer. Sólo interpreta a Joel Grey, y Frankie
se ocupa de Liza. Hacer de Liza es casi un lugar común, y Frankie
lo sabe. La Minnelli es un icono del lip-synch, una diva icono como lo
fue su madre. Por eso, en Forever Liza la intención es llevar el
homenaje hacia la similitud casi perfecta, de modo que el espectador pueda
olvidarse de que esa mujer que está sobre el escenario no es Liza
Minnelli. Hay momentos en que la ilusión es casi perfecta. Cuando
Frankie/Liza canta New York, New York, por ejemplo, en un
traje plateado. O en casi toda la secuencia de Cabaret, especialmente
Money Money. El batir de pestañas, los gestos distraídos,
los arranques casi gruñones de la diva, todo está ahí,
en una hora y media sin interrupción. Es una matazón,
dice Frankie. Cuando no me estoy matando en el escenario, estoy
muriéndome atrás en bambalinas, cambiando de vestuario y
retocándome el maquillaje. Por eso hacia el final, cuando
Frankie aparece en el escenario con una bata negra, la abre y deja ver
que es un hombre de pelo en pecho y protuberante slip, el descubrimiento
es impactante. Ese número lo hago porque quiero que la gente
vea el trabajo. Me cuesta dos horas, o más, convertirme en Liza.
Y no es el caso que la gente se vaya a casa pensando que vio a una chica
que se parece a Liza, o a un muchacho ídem que se hace el café
cantando Cabaret. Además, tengo que tomar mi aplauso: no todo va
a ser para Liza nada más.
Liza Minnelli
nunca vio a Frankie Kein en vivo. Lo vio su hermana Lorna, en Buenos Aires.
Sí: acá. En 1979. Frankie estaba en el hotel mirando por
televisión el programa de Analía Gadé, adonde estaba
invitado Manuel. En realidad estaban invitados los dos, pero la dictadura
prohibía en ese momento que aparecieran hombres travestidos en
la pantalla chica. Yo me puse bravo. Directamente no fui a ningún
programa si no me dejaban actuar, se enoja todavía Frankie.
Tampoco había almorzado con Mirtha Legrand un año antes,
por el mismo motivo. En el programa de la Gadé vio aparecer a Manuel
y, para su sorpresa, éste venía del brazo de la hermana
de su diva favorita. La invitamos al espectáculo, en el Teatro
Odeón, y quedó arrebatada. Después vino a nuestra
habitación y llamó a Liza contándole alborotada lo
que había visto. En los 90, otra vez en Buenos Aires, Frankie
estuvo a punto de tener a Liza como espectadora. Ella actuaba en Michelángelo,
pero Frankie estaba con su show en Córdoba, y no pudieron encontrarse.
Incluso coincidieron en un teatro en Dinamarca, el Tivoli Garden, donde
ambos hacían su espectáculo distintos días de la
semana: Frankie recibió mejores críticas como imitador que
Liza con su propio show.
Hace seis años, Frankie por fin pudo estar al lado de Ella, pero
no se dio a conocer, cosa que escandaliza todavía hoy a Manuel,
a quien le cuesta entender la timidez de su compañero. Tengo
una foto con ella en que parecemos novios. Ella daba un concierto en Miami
y por supuesto yo fui con amigos para verla. Nunca le pedí un autógrafo:
me daría vergüenza decirle que soy el que la imita, me resulta
ridículo. Estaba entre el grupo de fans y un amigo mío,
el más grande fan de Liza, nos filmaba en video. Yo mantenía
cierta distancia, hipnotizado. No sé por qué razón
ella me vio en ese estado de trance y me sonrió, por encima de
las cabezas. Tuvo como un magnetismo conmigo. Se metió entre la
gente, me agarró del brazo y se retrató conmigo como si
se lo hubiera pedido. Yo estaba erizado: era como un Ceniciento con su
Príncipa. ¿Pero tiene ganas de que Liza lo vea? No
está seguro. Si me entero de que ella está en una
butaca dice, emocionado, a lo mejor me muero. ¿Te imaginas?
arriba
|