|
El
movimiento
se demuestra bailando
Nacieron
en Santiago del Estero. Mamaron malambo desde la cuna. Recorrieron el
mundo durante veinte años, incorporando a su danza las técnicas más variadas:
desde el flamenco hasta el jazz, pasando por lo clásico y lo contemporáneo.
Entonces decidieron volver y hacer escuela con su compañía Nuevo Arte
Nativo. Conozca a los increíbles hermanos Koki y Pajarín Saavedra, y sepa
cómo hicieron para cantar como los dioses, bailar como derviches locos
y pensar como sabios.
Por
Silvina Szperling
Cuando se disipa el humo que cubre el escenario del Teatro Santa María
del Buen Ayre como introducción al espectáculo De los pies,
uno se espera que un par de muchachos fuertes y varoniles se planten frente
al público y desplieguen sus artes zapateadoras levantando polvareda.
Pero no. Se encienden unos contraluces y, en medio de más y más
humo, aparecen dos siluetas medio agazapadas tras una guitarra y un bombo
legüero, cantando unas canciones mezcla de Quilapayún con
Spinetta. La paz densa que cubre el escenario a medida que se suceden
las canciones da paso a la irrupción de seis personas (dos hombres
y cuatro mujeres) vestidas en camisa, pantalón y botas que, ahora
sí, sacan chispas al suelo, mientras Koki y Pajarín Saavedra
(nuestros cantautores) baten los parches de un set de percusión
conformado por el citado bombo, unas sachas santiagueñas e implementos
de batería rockera. Algunas noches se unen al fogón Peteco
Carabajal, Pedro Aznar, el Chango Farías Gómez o el Mono
Insaurralde. O son ellos (Koki y Pajarín) los invitados a bailar
con Dino Saluzzi, como la semana pasada en el Astral.
LOS
GAUCHOS QUILMEÑOS
Los primeros Saavedra bailarines fueron los hermanos Carlos y Juan
(padre y tío, respectivamente, de Koki y Pajarín), santiagueños
que venían de una larga tradición de músicos en una
familia que rastrea sus orígenes en la segunda fundación
de Santiago del Estero. O, mucho antes, en un pueblo de Galicia, en lo
que era el extremo oeste del Imperio Romano. Koki y Pajarín reivindican
a un antepasado desterrado por rebelde a aquellos confines, donde fundó
el pueblo que hoy se conoce con el apellido Saavedra. Parece, sin embargo,
que no son parientes de Don Cornelio: sus ancestros conquistadores vinieron
desde el Alto Perú a través de Chile. Y, a juzgar por los
rasgos de los muchachos, la integración con los indígenas
fue total. A papá Carlos, ágil y escurridizo bailarín
que siempre se ganó la vida como tal (Hasta el día
de hoy: tiene un cuerpo privilegiado, comentan a dúo sus
vástagos), lo apodaron Pajarito. Cuando su primer hijo pataleaba
en el vientre de mamá Dominga, decidieron llamarlo Carlos Orlando,
aunque ya le decían Pajarín. Que rima con bailarín.
Cosa que siempre me ha parecido mejor que cargar con nombre de peluquero,
comenta quien parece ser la voz cantante del dúo. El segundo, Koki,
fue bautizado Jorge Juan, por su tío, el hermano trece años
menor que Don Pajarito y también bailarín. Tío Juan
salió menos rebelde e independiente que su hermano mayor: no le
gustaba tanto improvisar; en cambio, era más permeable a las coreografías.
y entró muy joven al Ballet de El Chúcaro, desarrollando
una carrera internacional que abriría caminos muy fructíferos
para él y para nuestros personajes. Pero eso sería más
luego; estamos todavía en la infancia de Koki y Pajarín.
Mi mamá me contaba que a los dos o tres años yo ya
andaba zapateando por toda la casa. Un día le pregunté si
no me podían cambiar la pierna izquierda por otra derecha, así
me salían más fácil los pasos, cuenta Pajarín.
En Santiago hay música en vivo todas las noches en todos
los patios; aunque la cosa esté difícil, nunca falta la
música. Uno de los primeros regalos de Reyes de los que me acuerdo
fueron una guitarrita y un bombito, agrega Koki, el de rasgos más
aindiados y hablar más pausado.
La familia se movía entre Santiago y Buenos Aires, siguiendo las
oportunidades de trabajo del padre. En la década del 60, todas
las noches había alguna peña en donde ejercer la profesión:
La Armonía, La Querencia, Mi Refugio. Vivíamos en
Buenos Aires pero como si estuviéramos en Santiago. Las costumbres
se mantenían: la abuela amasaba las tortillas, las empanadas, el
pan, teníamos horno de barro en el patio y nunca faltaba música.
Igual, estábamos totalmente integrados a Buenos Aires, nos gustaba
mucho la ciudad. Vivíamos en Solano, partido de Quilme, así,
sin ese, porque aunque sea santiagueño, en este caso hay que obviarla,
cuentaKoki. Mi papá cuando volvía de bailar a la madrugada,
traía a sus amigos músicos y bailarines, los folkloristas
y los tangueros, y se armaba la guitarreada, agrega Pajarín.
En los años del petróleo, Don Carlos se instaló en
Comodoro Rivadavia, dejando temporalmente a su mujer e hijos en la Capital.
Desde allá convoca a su hermanito Juan, que comienza junto a él
su carrera, pero descubre muy pronto que su camino va por otro lado. Entonces
el hermano mayor le da una carta de presentación para El Chúcaro,
de quien era muy amigo. El benjamín comenzó de bombisto
en el Ballet del Chúcaro y fue escalando posiciones en las filas
del grupo hasta convertirse en bailarín de la primera línea.
Allí Juan conoce lo que es el ballet, cosa a la que mi viejo
siempre fue mucho más reacio. Él es un individualista, un
rebelde, un genio creador, que no para de innovar, se le hincha
el pecho a Pajarín mientras Koki asiente silencioso. Hasta que,
a fines de los 60, los vientos de cambio soplan su canto de sirenas en
los oídos del tío Juan, quien emigra en medio de esa oleada
de bailarines folklóricos que también se llevaría
a Koki y Pajarín pocos años más tarde, pero en el
caso de ellos sin escala previa en ningún ballet: de Solano a París,
en plena adolescencia.
LA
IDENTIDAD EN LOS TIEMPOS DEL COLERA
Pajarín fue el primero en aceptar la invitación del
tío Juan; luego se le unieron Koki y papá Carlos, quien
permaneció sólo tres años allá (Se le
hizo difícil, no pudo aprender el francés, y le daba bronca
que hasta los chiquitos de tres años hablaran mejor que él).
Los Saavedra, con la belga Mijou Miguens, la francesa Sylvie Thomas y
el ya fallecido Juanqui Figueroa (un bailarín tremendo, un
innovador del zapateo argentino) fundaron la compañía
Los Indianos, un colectivo de bailarines y músicos, en las épocas
en que ciertos músicos europeos se animaron a soplar sikus y quenas,
a raíz del éxito de la música andina. Por Los Indianos
pasó gente como Jaime Roos, Gustavo Beytelman, Juan José
Mosalini o el Chango Farías Gómez. Era una compañía
muy abierta: había belgas, españoles, franceses, uruguayos,
dice Pajarín. Nosotros hemos aprendido mucho, confrontando
con otras culturas, viajando por Europa, por Africa, Israel, Estados Unidos,
casi tanto como con los otros latinoamericanos con los que hemos estado:
nos hemos nutrido un montón del folklore peruano, del candombe
uruguayo. Hace poco leí que Jaime dijo que, si fuera argentino,
tocaría chacareras, acota Koki, quien partió a Europa
pocos días antes del golpe del 76. Cuando llegué
a París y vi por primera vez un ensayo, me produjo un shock. Estaban
montando una escena que se llamaba Cuadro Colla, en el que se reivindicaba
socialmente al colla explotado, denunciando lo que todos conocemos acerca
de las injusticias del poder. Era muy simple, pero me produjo una sensación
como la de un chico que ve algo por primera vez. Esa poderosa inocencia
en que te sumerge el arte cuando está bien hecho, que te hace creer
como un chico. Perdí completamente la noción de ficción
hasta el momento en que pararon el ensayo, apunta Koki.
El contexto de París en los años 70 era muy particular.
Como llegó un momento en que no había país latinoamericano
que no estuviera gobernado por una dictadura, París estaba plagado
de exiliados que iban llegando de todas partes. En el Comité Latinoamericano
se hacían reuniones, cada día de un país diferente.
No eran sólo políticas, sino también artísticas.
Y se dio la paradoja de que era mucho más fácil aprender
los folklores peruano, venezolano o mexicano en París que aquí,
dice Pajarín. Además te enterabas de lo que pasaba
en Argentina antes que aquí. Ibamos sabiendo paso a paso cómo
mataban a la gente. Por eso empezamos a participar en los actos solidarios
que organizaban los exiliados, para que se conociese la verdad. La de
Pinochet en Chile, Stroessner en Paraguay, las juntas en la Argentina,
los militares en Brasil, dice Koki. No hacíamos una
denuncia política en nuestras obras, salvo en Locas y locos, en
la que había unareferencia concreta a las Madres de Plaza de Mayo.
En general no queríamos caer en el panfleto, pero tampoco íbamos
a dejar eso afuera de nuestra búsqueda artística,
agrega Pajarín.
Aquellos años en Europa no sólo abrieron los ojos de los
hermanos Saavedra en el terreno ideológico. Además, les
sirvieron para nutrir su arte con otras técnicas: danza contemporánea,
flamenco, jazz, clásico. El baile nuestro es lo que nos abrió
las puertas para que nos diéramos cuenta de quiénes éramos.
Pensá que los dos vivimos veinte años afuera, y sin embargo
nunca tuvimos el problema de la identidad. Yo creo que porque en las mezclas
que se fueron dando a lo largo de la historia en las danzas y en la música,
se fue armando algo que es muy de cada lugar, de la tierra donde lo mamaste.
Pero ojo, que es algo que tiene un academicismo muy estricto y concreto:
que se enseña y que requiere de una preparación, más
allá de las dotes naturales. Una preparación que debe concentrarse
precisamente en lo menos innato que uno tiene, comenta el mayor
de los Saavedra.
DANZA
CON TODOS
En el Teatro Santa María, Koki comienza a bailar una chacarera
de Peteco Carabajal a solas. Se le une una mujer, luego otra, poco a poco
entra el resto de la compañía, hasta conformar tres parejas
de hombre-mujer a la manera tradicional. Esta ruptura momentánea
de la forma se repetirá en las cámaras lentas que cada tanto
aplican los hermanos Saavedra al devenir de la danza, en un planteo espacial
que confirma la influencia de Merce Cunningham en su trabajo. Cada elemento
(luz, sonido, instrumentos, vestuario) está cuidado al milímetro,
para que las vueltas de tuerca aplicadas nunca dejen de remitir a la raíz.
Cada tanto pueblan el escenario unas palmas, con una apostura y una actitud
de desafío al público que recuerdan mucho a Antonio Gades,
a quien los coreógrafos no dejan de nombrar repetidas veces a lo
largo de la charla con Radar.
Llegamos a España en el 79, justo con la movida madrileña.
Aterrizamos en el barrio Vallekas y fue una experiencia riquísima,
porque nosotros íbamos al encuentro de ellos, más allá
de los prejuicios mutuos que tanto tiñen la relación y que
pueden producir una actitud despectiva de ambas partes. En Vallekas estaba
toda la inmigración interna española, la que se había
ido acumulando durante el franquismo. Estaba lleno de chabolas, casas
precarias que la gente levantaba en terrenos fiscales durante la noche
y al otro día no te podían sacar, cuenta Koki. Ahora
Vallekas es muy otra cosa. Es que España ahora es Europa, y antes
era como una extensión de Africa. Ellos mismos se sentían
así. De hecho, hasta que empezó la movida, no querían
ser parte del consumismo, entrar en esa cuestión de lo moderno
entre comillas, que lleva al plástico más que al alma,
recuerda Pajarín.
La efervescencia del Madrid de aquellos años fue terreno fértil
para la experimentación a la que los jóvenes hermanos se
lanzaron ávidamente. Nosotros participamos, por ejemplo,
del primer carnaval que se hizo luego de la muerte de Franco. Algo muy
fuerte, donde se puso en evidencia el pasaje de los cuarenta años
de franquismo a la democracia, que costó, costó mucho. Aquí
también nos cuesta mucho. Hasta el día de hoy: uno quisiera
no hablar más de lo sangrienta que fue la dictadura, pero no se
puede dejar de hablar porque todavía no está superado. Pareciera
que siguieran esperando las órdenes de no sé quién.
En España nosotros tuvimos la oportunidad de aprender que todo
cambio tiene que venir de raíz. Allá se dieron cuenta de
que toda movida es de adentro hacia afuera. Aunque lo primero que se note
sea lo de afuera, dice Koki. En ese sentido, los españoles
hicieron una muy buena mirada hacia adentro. En esos años se fundó
el Ballet Nacional, y el primer director fue Gades. Por ese tiempo aparecieron
Camarón de la Isla y Paco de Lucía, recreando ese género
tanantiguo que es el flamenco. Ese cruce entre lo nuevo y lo que tenía
quinientos años de historia fue de una elocuencia fuera de lo común.
En cambio aquí todavía estamos muy por debajo, muy lejos.
Todavía cuesta mucho mirar para adentro, remata Pajarín.
¿Cómo ven este resurgimiento de lo folklórico a nivel
masivo, con Soledad o Los Nocheros?
Yo pienso que estos fenómenos exitosos están un poco
en lo exterior, en la fórmula, sin desmerecer lo que hacen (Koki).
Yo diría que se necesitan fenómenos así para
alimentar una maquinaria que necesita dinero contante y sonante para sostener,
no los proyectos artísticos, sino las finanzas de las compañías.
Entonces buscan artistas que, en uno u otro rubro, tengan ese rol. Es
la maquinaria la que dicta, por ejemplo, que hay que llegar la Luna Park.
Pareciera que, si no llegás al Luna Park... (Pajarín)
... no existís (Koki).
Exacto. Como una carrera. Y esto no es una carrera. Si te ponés
como tope el Luna Park, después ¿qué hacés,
adónde vas? Y si no se dan las condiciones, o no te gustan esas
condiciones, ¿qué pasa con lo tuyo? El arte está
en todos lados. En un patio, en una habitación, en una sala de
ensayo, en una peña, en un gran teatro. No se lo puede restringir
a un lugar específico (Pajarín).
Para mí hay un camino equivocado en esa concepción
de las cosas. En otros países no hacen eso. Mismo esos países
que nosotros en apariencia seguimos, con los lineamientos que nos mandan.
Yo creo que nosotros no nos salvamos ni aunque hagamos bien los deberes
para Estados Unidos, porque en realidad ellos hacen otra: nos venden una
que no es la que ellos hacen. Fijate cómo venden su cultura, son
capos en eso. Quiero decir que esos fenómenos exitosos de los que
hablábamos recién no lo podés ni vender afuera, porque
no tienen consistencia, no mueven a nadie. Fijate que las cosas que trascienden
la frontera son otras: Piazzolla, Gardel, Atahualpa Yupanqui, Dino Saluzzi,
el Sexteto Mayor, Horacio Salgán, mirá qué nenes.
Claro que tenemos de ésos acá. Pero mirá los problemas
que tiene Mercedes Sosa para editar su disco... No tendría por
qué ser así (Koki).
El circuito que recorrían los Saavedra en Francia abarcaba tanto
los balnearios de la Costa Azul (Cannes, Niza, Montecarlo) como el recorrido
por las Maisons de Culture creadas por André Malraux en cada barrio
parisino y en cada ciudad francesa. Cuando yo llegué, a la
semana teníamos un show en el Casino de Cannes, que yo vi desde
la platea. Hasta que, a los bises, me hicieron subir al escenario, en
ropa de calle, a bailar, recuerda Koki. El público
era re-cheto. Sin embargo, nosotros no cambiábamos por eso nuestra
estética ni nuestra ética. Ahí, por ejemplo, hicimos
aquel Cuadro colla. Claro que tanto ellos como nosotros nos lo podíamos
permitir, dice Pajarín. Y cuando hablamos de esas Casas
de la Cultura, así como las Casas de Jóvenes, no te creas
que eran casitas así nomás. Estamos hablando de teatros,
con sus butacas, su sonido, sus luces, sus salas de ensayo incluso.
Esa ronda se amplió a toda Europa (Bélgica, Italia, Alemania,
entre otros países) y más tarde a Africa y Asia (Israel,
Túnez, Argelia). Cuando hicieron base en España, la recorrieron
de Norte a Sur y de Este a Oeste. A mediados de los 80 los hermanos volvieron
a París, donde se relacionaron con el movimiento de la Nouvelle
Danse (bajo las influencias de Cunningham y Carolyn Carlson) y aprovecharon
la fuerte inversión del gobierno de Miterrand en danza contemporánea.
Se constituyeron en asociación cultural y recorrieron forums y
congresos, cosechando premios y financiación para creación
y giras. De las ocho compañías premiadas en el primer
Forum de la Danza, fuimos el único grupo que no hacía contemporánea.
Siempre vivimos de la danza. En París, ni siquiera ejercíamos
la docencia, cosa que aquí sí hacemos, dice Koki.
LOS GAUCHOS ESTUDIOSOS
Sobre el escenario, los seis bailarines de Nuevo Arte Nativo levantan
literalmente el polvo del piso. Las combinaciones rítmicas de los
pies son asombrosas, y no dejan respiro al espectador, mientras los brazos
marcan líneas rectas, mayormente diagonales, que hacen juego con
los perfiles afilados de los autores de la coreografía. Los rostros
denotan concentración al cien por ciento, al tiempo que cada tanto
un solista (el notable Polaco Pastorive, por ejemplo) se suelta del grupo
para hacer honor a la tradición malambera masculina.
¿Cuándo empezaron a hacer zapatear a las mujeres?
Mi viejo ya lo había empezado a hacer. Él introdujo
cosas inusuales como, por ejemplo, los solos de media hora. Lo que nosotros
agregamos fue el tema de las coreografías en el zapateo. A él
le gustaba improvisar más; nosotros elaboramos todos los pasos
que ejecuta el grupo (Pajarín).
¿Se mantiene la ligazón que solía haber entre el
tango y el folklore?
Justamente ése es un gran problema. Por ejemplo, Virulazo
era íntimo amigo de mi papá. Nosotros nos reencontramos
con él y con Miguel Angel Zotto y Milena Plebs en París,
cuando hacían Tango Argentino en los 80. Y el año pasado
hicimos una temporada en la Maison de la Danse de Lyon con Zotto. Pero,
como regla general, esa hermandad se ha perdido (Pajarín).
Yo creo que se está recuperando. No sé si es el caso
generalizado, pero Miguel Zotto vino a ver nuestro espectáculo,
y nosotros vamos a ver los de él. Estamos en comunicación,
que es lo que importa (Koki).
¿Y con la danza clásica o contemporánea?
Al confrontar con otras técnicas nos dimos cuenta de que
lo nuestro también tiene una técnica. Algo que hemos ido
desarrollando, desde los años en España y Francia hasta
hoy. Pero de golpe puede pasar que venga una bailarina clásica
y se piensa que, como tiene su técnica de ballet aprendida, el
folklore le va a salir fácil. Lo lamento pero no. Esto lleva mucho
trabajo. Y la gente que sabe de danza no puede no verlo (Pajarín).
Los bailarines de nuestro grupo ya vienen bailando folklore desde
antes, pero con nosotros hacen una preparación especial, que varía
según los casos. Por ejemplo, en este espectáculo es la
primera vez que un grupo puede ejecutar en una misma noche tres cuadros
tan matadores y con tal descarga de energía como Hincapié,
el Malambo Atahualpa y Presencia.
LA
VUELTA AL PAGO
En el año 88, luego de doce años sin pisar suelo
argentino, la dupla vuelve al terruño por dos meses, de visita.
Durante la dictadura era imposible volver, porque no sé si
volvíamos a salir: así estaba la cosa. Y después,
por circunstancias de trabajo e historias personales, nos fuimos quedando
en Europa, cuenta Pajarín. Nunca extrañamos.
Jamás escribimos, por ejemplo. Cuando sos joven vivís al
día, querés aprender todo, comerte el mundo. Pero nos íbamos
enterando de lo que pasaba acá por la gente que veíamos.
Cada vez que llegaba algún argentino, lo agarrábamos de
las mechas para que nos contara todo. Por ejemplo, vivimos el rock nacional
desde allá. Conocíamos Almendra, por supuesto, de antes
de irnos, pero la movida fuerte del rock nacional la conocimos desde allá,
recuerda Koki.
Cuando llegamos de vuelta, vimos un atraso impresionante. Era lastimoso.
Había habido una involución tremenda respecto de la imagen
que teníamos de antes de irnos. El estado en que vimos la ciudad
cuando llegamos a Buenos Aires, y ni que hablar de Santiago... No lo podíamos
creer, dice Pajarín.
Luego de esa corta temporada, los hermanos retornan a París y disuelven
Los Indianos. En ese momento comenzamos otra historia, decidimos
darle lugar a los temas que componíamos, como una vuelta más
de tuerca a nuestro trabajo. Así que nos juntamos con músicos
como Beytelman, Minino Garay, Ricardo Moyano. Pero en el 91
los llaman desde Santiago para participar de un evento que iba a reunir
a todos los artistas de la provinciaalrededor del retorno a la ciudad
del campeonato nacional de básquet. Fue muy emotivo juntarnos
con los otros. Pensábamos venir por cuatro meses, pero nos fuimos
quedando y quedando. Nos llegaban los contratos desde Europa y nosotros
dudábamos hasta que un día Peteco nos propuso hacer cosas
con él. Y ahí nos decidimos a quedarnos.
Con la responsabilidad de la organización de la Fiesta de la Chacarera
en el verano del 92, el dúo se afinca definitivamente en
el país. Ese verano también hacen el Opera con Peteco y
actúan en el Festival de Cosquín. Con la vuelta al pago,
fundan su actual compañía, Nuevo Arte Nativo, que ellos
prefieren llamar propuesta antes que grupo o compañía de
danza. Era empezar de cero, cosa que charlamos mucho, pero nuestras
necesidades artísticas pasaban por ahí. Por eso el nombre:
arte nativo era la denominación que se usaba en la época
de Chazarreta y Yupanqui; la palabra folklore es inglesa. Nosotros quisimos
homenajear a toda esa gente, dice Koki. A su vez, nativo es
de todos lados: cualquiera se lo puede apropiar, es universal. Cosa que
nosotros tenemos muy clara, después de las vueltas que dimos por
el mundo. Aunque hay que tener cuidado con este asunto de la globalización:
la humanidad aún no ha encontrado el camino para sentirse humanidad,
ahí donde no existan las fronteras de ningún tipo. Ojalá
alguna vez nos merezcamos no tener gobierno; allí la humanidad
habrá evolucionado. Yo creo que hay que pujar. Como para nacer.
Porque, si no, se viene la cesárea: la intervención quirúrgica.
Y es mucho más lindo parir naturalmente. Tal vez sea una cuestión
de prepararse. Pero el conocimiento nunca es gratis, nadie te lo regala.
Si no nos dedicamos a investigar en lo nuestro, vamos a perder. Una cosa
es la mezcla de cosas y la integración, y otra cosa es la pérdida
de la identidad por la falta de dedicación a lo propio, dice
Pajarín.
GIRO
Y CORONACION
En rigor de verdad, Koki y Pajarín pasan más tiempo
cantando que bailando a lo largo del espectáculo De los pies. No
sólo son responsables de las coreografías que ejecutan los
bailarines de la compañía, sino que también es suya
la responsabilidad de los bellísimos arreglos y armonías
de las canciones que hacen (Antes les preguntamos a nuestros amigos
músicos, como Peteco o Saluzzi, si daba para hacerlo en público;
ellos nos dijeron que sí, así que le dimos para adelante).
Pero cuando, promediando el espectáculo, los dos hermanos salen
al ruedo a relucir sus artes malambeadoras, queda clarísimo por
qué tantos públicos alrededor del globo se han deslumbrado
con su performance. La habilidad se combina con picardía, la complejidad
con repentismo. Da placer verlos alternarse y compartir el protagonismo,
arrastrados por el vértigo de la danza, vueltos uno en el espacio
y el ritmo. Percutiendo el piso con las suelas de sus botas, arrancan
palmas y gritos de júbilo de una platea más que heterogénea,
conformada por personas mayores que tal vez sean viejos conocedores del
folklore, mucha gente de la generación intermedia y unos cuantos
advenedizos jóvenes o directamente adolescentes que asistieron
con la intención de ver a Pedro Aznar o llegaron al teatro a regañadientes,
poco menos que arrastradas del brazo de su madre. Una de esas adolescentes,
que empezó la función hundida en su butaca con cara de perros,
ahora resume la opinión general de la platea, cuando comenta, mientras
aplaude de pie: ¡Pero qué hijos de puta, cómo
bailan!.
arriba
|