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El movimiento
se demuestra bailando


Nacieron en Santiago del Estero. Mamaron malambo desde la cuna. Recorrieron el mundo durante veinte años, incorporando a su danza las técnicas más variadas: desde el flamenco hasta el jazz, pasando por lo clásico y lo contemporáneo. Entonces decidieron volver y hacer escuela con su compañía Nuevo Arte Nativo. Conozca a los increíbles hermanos Koki y Pajarín Saavedra, y sepa cómo hicieron para cantar como los dioses, bailar como derviches locos y pensar como sabios.

Por Silvina Szperling Cuando se disipa el humo que cubre el escenario del Teatro Santa María del Buen Ayre como introducción al espectáculo De los pies, uno se espera que un par de muchachos fuertes y varoniles se planten frente al público y desplieguen sus artes zapateadoras levantando polvareda. Pero no. Se encienden unos contraluces y, en medio de más y más humo, aparecen dos siluetas medio agazapadas tras una guitarra y un bombo legüero, cantando unas canciones mezcla de Quilapayún con Spinetta. La paz densa que cubre el escenario a medida que se suceden las canciones da paso a la irrupción de seis personas (dos hombres y cuatro mujeres) vestidas en camisa, pantalón y botas que, ahora sí, sacan chispas al suelo, mientras Koki y Pajarín Saavedra (nuestros cantautores) baten los parches de un set de percusión conformado por el citado bombo, unas sachas santiagueñas e implementos de batería rockera. Algunas noches se unen al fogón Peteco Carabajal, Pedro Aznar, el Chango Farías Gómez o el Mono Insaurralde. O son ellos (Koki y Pajarín) los invitados a bailar con Dino Saluzzi, como la semana pasada en el Astral.

LOS GAUCHOS QUILMEÑOS
Los primeros Saavedra bailarines fueron los hermanos Carlos y Juan (padre y tío, respectivamente, de Koki y Pajarín), santiagueños que venían de una larga tradición de músicos en una familia que rastrea sus orígenes en la segunda fundación de Santiago del Estero. O, mucho antes, en un pueblo de Galicia, en lo que era el extremo oeste del Imperio Romano. Koki y Pajarín reivindican a un antepasado desterrado por rebelde a aquellos confines, donde fundó el pueblo que hoy se conoce con el apellido Saavedra. Parece, sin embargo, que no son parientes de Don Cornelio: sus ancestros conquistadores vinieron desde el Alto Perú a través de Chile. Y, a juzgar por los rasgos de los muchachos, la integración con los indígenas fue total. A papá Carlos, ágil y escurridizo bailarín que siempre se ganó la vida como tal (“Hasta el día de hoy: tiene un cuerpo privilegiado”, comentan a dúo sus vástagos), lo apodaron Pajarito. Cuando su primer hijo pataleaba en el vientre de mamá Dominga, decidieron llamarlo Carlos Orlando, aunque ya le decían Pajarín. “Que rima con bailarín. Cosa que siempre me ha parecido mejor que cargar con nombre de peluquero”, comenta quien parece ser la voz cantante del dúo. El segundo, Koki, fue bautizado Jorge Juan, por su tío, el hermano trece años menor que Don Pajarito y también bailarín. Tío Juan salió menos rebelde e independiente que su hermano mayor: no le gustaba tanto improvisar; en cambio, era más permeable a las coreografías. y entró muy joven al Ballet de El Chúcaro, desarrollando una carrera internacional que abriría caminos muy fructíferos para él y para nuestros personajes. Pero eso sería más luego; estamos todavía en la infancia de Koki y Pajarín.
“Mi mamá me contaba que a los dos o tres años yo ya andaba zapateando por toda la casa. Un día le pregunté si no me podían cambiar la pierna izquierda por otra derecha, así me salían más fácil los pasos”, cuenta Pajarín. “En Santiago hay música en vivo todas las noches en todos los patios; aunque la cosa esté difícil, nunca falta la música. Uno de los primeros regalos de Reyes de los que me acuerdo fueron una guitarrita y un bombito”, agrega Koki, el de rasgos más aindiados y hablar más pausado.
La familia se movía entre Santiago y Buenos Aires, siguiendo las oportunidades de trabajo del padre. En la década del 60, todas las noches había alguna peña en donde ejercer la profesión: La Armonía, La Querencia, Mi Refugio. “Vivíamos en Buenos Aires pero como si estuviéramos en Santiago. Las costumbres se mantenían: la abuela amasaba las tortillas, las empanadas, el pan, teníamos horno de barro en el patio y nunca faltaba música. Igual, estábamos totalmente integrados a Buenos Aires, nos gustaba mucho la ciudad. Vivíamos en Solano, partido de Quilme, así, sin ese, porque aunque sea santiagueño, en este caso hay que obviarla”, cuentaKoki. “Mi papá cuando volvía de bailar a la madrugada, traía a sus amigos músicos y bailarines, los folkloristas y los tangueros, y se armaba la guitarreada”, agrega Pajarín.
En los años del petróleo, Don Carlos se instaló en Comodoro Rivadavia, dejando temporalmente a su mujer e hijos en la Capital. Desde allá convoca a su hermanito Juan, que comienza junto a él su carrera, pero descubre muy pronto que su camino va por otro lado. Entonces el hermano mayor le da una carta de presentación para El Chúcaro, de quien era muy amigo. El benjamín comenzó de bombisto en el Ballet del Chúcaro y fue escalando posiciones en las filas del grupo hasta convertirse en bailarín de la primera línea. “Allí Juan conoce lo que es el ballet, cosa a la que mi viejo siempre fue mucho más reacio. Él es un individualista, un rebelde, un genio creador, que no para de innovar”, se le hincha el pecho a Pajarín mientras Koki asiente silencioso. Hasta que, a fines de los 60, los vientos de cambio soplan su canto de sirenas en los oídos del tío Juan, quien emigra en medio de esa oleada de bailarines folklóricos que también se llevaría a Koki y Pajarín pocos años más tarde, pero en el caso de ellos sin escala previa en ningún ballet: de Solano a París, en plena adolescencia.

LA IDENTIDAD EN LOS TIEMPOS DEL COLERA
Pajarín fue el primero en aceptar la invitación del tío Juan; luego se le unieron Koki y papá Carlos, quien permaneció sólo tres años allá (“Se le hizo difícil, no pudo aprender el francés, y le daba bronca que hasta los chiquitos de tres años hablaran mejor que él”). Los Saavedra, con la belga Mijou Miguens, la francesa Sylvie Thomas y el ya fallecido Juanqui Figueroa (“un bailarín tremendo, un innovador del zapateo argentino”) fundaron la compañía Los Indianos, un colectivo de bailarines y músicos, en las épocas en que ciertos músicos europeos se animaron a soplar sikus y quenas, a raíz del éxito de la música andina. Por Los Indianos pasó gente como Jaime Roos, Gustavo Beytelman, Juan José Mosalini o el Chango Farías Gómez. “Era una compañía muy abierta: había belgas, españoles, franceses, uruguayos”, dice Pajarín. “Nosotros hemos aprendido mucho, confrontando con otras culturas, viajando por Europa, por Africa, Israel, Estados Unidos, casi tanto como con los otros latinoamericanos con los que hemos estado: nos hemos nutrido un montón del folklore peruano, del candombe uruguayo. Hace poco leí que Jaime dijo que, si fuera argentino, tocaría chacareras”, acota Koki, quien partió a Europa pocos días antes del golpe del ‘76. “Cuando llegué a París y vi por primera vez un ensayo, me produjo un shock. Estaban montando una escena que se llamaba Cuadro Colla, en el que se reivindicaba socialmente al colla explotado, denunciando lo que todos conocemos acerca de las injusticias del poder. Era muy simple, pero me produjo una sensación como la de un chico que ve algo por primera vez. Esa poderosa inocencia en que te sumerge el arte cuando está bien hecho, que te hace creer como un chico. Perdí completamente la noción de ficción hasta el momento en que pararon el ensayo”, apunta Koki.
“El contexto de París en los años 70 era muy particular. Como llegó un momento en que no había país latinoamericano que no estuviera gobernado por una dictadura, París estaba plagado de exiliados que iban llegando de todas partes. En el Comité Latinoamericano se hacían reuniones, cada día de un país diferente. No eran sólo políticas, sino también artísticas. Y se dio la paradoja de que era mucho más fácil aprender los folklores peruano, venezolano o mexicano en París que aquí”, dice Pajarín. “Además te enterabas de lo que pasaba en Argentina antes que aquí. Ibamos sabiendo paso a paso cómo mataban a la gente. Por eso empezamos a participar en los actos solidarios que organizaban los exiliados, para que se conociese la verdad. La de Pinochet en Chile, Stroessner en Paraguay, las juntas en la Argentina, los militares en Brasil”, dice Koki. “No hacíamos una denuncia política en nuestras obras, salvo en Locas y locos, en la que había unareferencia concreta a las Madres de Plaza de Mayo. En general no queríamos caer en el panfleto, pero tampoco íbamos a dejar eso afuera de nuestra búsqueda artística”, agrega Pajarín.
Aquellos años en Europa no sólo abrieron los ojos de los hermanos Saavedra en el terreno ideológico. Además, les sirvieron para nutrir su arte con otras técnicas: danza contemporánea, flamenco, jazz, clásico. “El baile nuestro es lo que nos abrió las puertas para que nos diéramos cuenta de quiénes éramos. Pensá que los dos vivimos veinte años afuera, y sin embargo nunca tuvimos el problema de la identidad. Yo creo que porque en las mezclas que se fueron dando a lo largo de la historia en las danzas y en la música, se fue armando algo que es muy de cada lugar, de la tierra donde lo mamaste. Pero ojo, que es algo que tiene un academicismo muy estricto y concreto: que se enseña y que requiere de una preparación, más allá de las dotes naturales. Una preparación que debe concentrarse precisamente en lo menos innato que uno tiene”, comenta el mayor de los Saavedra.

DANZA CON TODOS
En el Teatro Santa María, Koki comienza a bailar una chacarera de Peteco Carabajal a solas. Se le une una mujer, luego otra, poco a poco entra el resto de la compañía, hasta conformar tres parejas de hombre-mujer a la manera tradicional. Esta ruptura momentánea de la forma se repetirá en las cámaras lentas que cada tanto aplican los hermanos Saavedra al devenir de la danza, en un planteo espacial que confirma la influencia de Merce Cunningham en su trabajo. Cada elemento (luz, sonido, instrumentos, vestuario) está cuidado al milímetro, para que las vueltas de tuerca aplicadas nunca dejen de remitir a la raíz. Cada tanto pueblan el escenario unas palmas, con una apostura y una actitud de desafío al público que recuerdan mucho a Antonio Gades, a quien los coreógrafos no dejan de nombrar repetidas veces a lo largo de la charla con Radar.
“Llegamos a España en el ‘79, justo con la movida madrileña. Aterrizamos en el barrio Vallekas y fue una experiencia riquísima, porque nosotros íbamos al encuentro de ellos, más allá de los prejuicios mutuos que tanto tiñen la relación y que pueden producir una actitud despectiva de ambas partes. En Vallekas estaba toda la inmigración interna española, la que se había ido acumulando durante el franquismo. Estaba lleno de chabolas, casas precarias que la gente levantaba en terrenos fiscales durante la noche y al otro día no te podían sacar”, cuenta Koki. “Ahora Vallekas es muy otra cosa. Es que España ahora es Europa, y antes era como una extensión de Africa. Ellos mismos se sentían así. De hecho, hasta que empezó la movida, no querían ser parte del consumismo, entrar en esa cuestión de lo moderno entre comillas, que lleva al plástico más que al alma”, recuerda Pajarín.
La efervescencia del Madrid de aquellos años fue terreno fértil para la experimentación a la que los jóvenes hermanos se lanzaron ávidamente. “Nosotros participamos, por ejemplo, del primer carnaval que se hizo luego de la muerte de Franco. Algo muy fuerte, donde se puso en evidencia el pasaje de los cuarenta años de franquismo a la democracia, que costó, costó mucho. Aquí también nos cuesta mucho. Hasta el día de hoy: uno quisiera no hablar más de lo sangrienta que fue la dictadura, pero no se puede dejar de hablar porque todavía no está superado. Pareciera que siguieran esperando las órdenes de no sé quién. En España nosotros tuvimos la oportunidad de aprender que todo cambio tiene que venir de raíz. Allá se dieron cuenta de que toda movida es de adentro hacia afuera. Aunque lo primero que se note sea lo de afuera”, dice Koki. “En ese sentido, los españoles hicieron una muy buena mirada hacia adentro. En esos años se fundó el Ballet Nacional, y el primer director fue Gades. Por ese tiempo aparecieron Camarón de la Isla y Paco de Lucía, recreando ese género tanantiguo que es el flamenco. Ese cruce entre lo nuevo y lo que tenía quinientos años de historia fue de una elocuencia fuera de lo común. En cambio aquí todavía estamos muy por debajo, muy lejos. Todavía cuesta mucho mirar para adentro”, remata Pajarín.
¿Cómo ven este resurgimiento de lo folklórico a nivel masivo, con Soledad o Los Nocheros?
–Yo pienso que estos fenómenos exitosos están un poco en lo exterior, en la fórmula, sin desmerecer lo que hacen (Koki).
–Yo diría que se necesitan fenómenos así para alimentar una maquinaria que necesita dinero contante y sonante para sostener, no los proyectos artísticos, sino las finanzas de las compañías. Entonces buscan artistas que, en uno u otro rubro, tengan ese rol. Es la maquinaria la que dicta, por ejemplo, que hay que llegar la Luna Park. Pareciera que, si no llegás al Luna Park... (Pajarín)
–... no existís (Koki).
–Exacto. Como una carrera. Y esto no es una carrera. Si te ponés como tope el Luna Park, después ¿qué hacés, adónde vas? Y si no se dan las condiciones, o no te gustan esas condiciones, ¿qué pasa con lo tuyo? El arte está en todos lados. En un patio, en una habitación, en una sala de ensayo, en una peña, en un gran teatro. No se lo puede restringir a un lugar específico (Pajarín).
–Para mí hay un camino equivocado en esa concepción de las cosas. En otros países no hacen eso. Mismo esos países que nosotros en apariencia seguimos, con los lineamientos que nos mandan. Yo creo que nosotros no nos salvamos ni aunque hagamos bien los deberes para Estados Unidos, porque en realidad ellos hacen otra: nos venden una que no es la que ellos hacen. Fijate cómo venden su cultura, son capos en eso. Quiero decir que esos fenómenos exitosos de los que hablábamos recién no lo podés ni vender afuera, porque no tienen consistencia, no mueven a nadie. Fijate que las cosas que trascienden la frontera son otras: Piazzolla, Gardel, Atahualpa Yupanqui, Dino Saluzzi, el Sexteto Mayor, Horacio Salgán, mirá qué nenes. Claro que tenemos de ésos acá. Pero mirá los problemas que tiene Mercedes Sosa para editar su disco... No tendría por qué ser así (Koki).
El circuito que recorrían los Saavedra en Francia abarcaba tanto los balnearios de la Costa Azul (Cannes, Niza, Montecarlo) como el recorrido por las Maisons de Culture creadas por André Malraux en cada barrio parisino y en cada ciudad francesa. “Cuando yo llegué, a la semana teníamos un show en el Casino de Cannes, que yo vi desde la platea. Hasta que, a los bises, me hicieron subir al escenario, en ropa de calle, a bailar”, recuerda Koki. “El público era re-cheto. Sin embargo, nosotros no cambiábamos por eso nuestra estética ni nuestra ética. Ahí, por ejemplo, hicimos aquel Cuadro colla. Claro que tanto ellos como nosotros nos lo podíamos permitir”, dice Pajarín. “Y cuando hablamos de esas Casas de la Cultura, así como las Casas de Jóvenes, no te creas que eran casitas así nomás. Estamos hablando de teatros, con sus butacas, su sonido, sus luces, sus salas de ensayo incluso.”
Esa ronda se amplió a toda Europa (Bélgica, Italia, Alemania, entre otros países) y más tarde a Africa y Asia (Israel, Túnez, Argelia). Cuando hicieron base en España, la recorrieron de Norte a Sur y de Este a Oeste. A mediados de los 80 los hermanos volvieron a París, donde se relacionaron con el movimiento de la Nouvelle Danse (bajo las influencias de Cunningham y Carolyn Carlson) y aprovecharon la fuerte inversión del gobierno de Miterrand en danza contemporánea. Se constituyeron en asociación cultural y recorrieron forums y congresos, cosechando premios y financiación para creación y giras. “De las ocho compañías premiadas en el primer Forum de la Danza, fuimos el único grupo que no hacía contemporánea. Siempre vivimos de la danza. En París, ni siquiera ejercíamos la docencia, cosa que aquí sí hacemos”, dice Koki. LOS GAUCHOS ESTUDIOSOS
Sobre el escenario, los seis bailarines de Nuevo Arte Nativo levantan literalmente el polvo del piso. Las combinaciones rítmicas de los pies son asombrosas, y no dejan respiro al espectador, mientras los brazos marcan líneas rectas, mayormente diagonales, que hacen juego con los perfiles afilados de los autores de la coreografía. Los rostros denotan concentración al cien por ciento, al tiempo que cada tanto un solista (el notable Polaco Pastorive, por ejemplo) se suelta del grupo para hacer honor a la tradición malambera masculina.
¿Cuándo empezaron a hacer zapatear a las mujeres?
–Mi viejo ya lo había empezado a hacer. Él introdujo cosas inusuales como, por ejemplo, los solos de media hora. Lo que nosotros agregamos fue el tema de las coreografías en el zapateo. A él le gustaba improvisar más; nosotros elaboramos todos los pasos que ejecuta el grupo (Pajarín).
¿Se mantiene la ligazón que solía haber entre el tango y el folklore?
–Justamente ése es un gran problema. Por ejemplo, Virulazo era íntimo amigo de mi papá. Nosotros nos reencontramos con él y con Miguel Angel Zotto y Milena Plebs en París, cuando hacían Tango Argentino en los 80. Y el año pasado hicimos una temporada en la Maison de la Danse de Lyon con Zotto. Pero, como regla general, esa hermandad se ha perdido (Pajarín).
–Yo creo que se está recuperando. No sé si es el caso generalizado, pero Miguel Zotto vino a ver nuestro espectáculo, y nosotros vamos a ver los de él. Estamos en comunicación, que es lo que importa (Koki).
¿Y con la danza clásica o contemporánea?
–Al confrontar con otras técnicas nos dimos cuenta de que lo nuestro también tiene una técnica. Algo que hemos ido desarrollando, desde los años en España y Francia hasta hoy. Pero de golpe puede pasar que venga una bailarina clásica y se piensa que, como tiene su técnica de ballet aprendida, el folklore le va a salir fácil. Lo lamento pero no. Esto lleva mucho trabajo. Y la gente que sabe de danza no puede no verlo (Pajarín).
–Los bailarines de nuestro grupo ya vienen bailando folklore desde antes, pero con nosotros hacen una preparación especial, que varía según los casos. Por ejemplo, en este espectáculo es la primera vez que un grupo puede ejecutar en una misma noche tres cuadros tan matadores y con tal descarga de energía como Hincapié, el Malambo Atahualpa y Presencia.

LA VUELTA AL PAGO
En el año ‘88, luego de doce años sin pisar suelo argentino, la dupla vuelve al terruño por dos meses, de visita. “Durante la dictadura era imposible volver, porque no sé si volvíamos a salir: así estaba la cosa. Y después, por circunstancias de trabajo e historias personales, nos fuimos quedando en Europa”, cuenta Pajarín. “Nunca extrañamos. Jamás escribimos, por ejemplo. Cuando sos joven vivís al día, querés aprender todo, comerte el mundo. Pero nos íbamos enterando de lo que pasaba acá por la gente que veíamos. Cada vez que llegaba algún argentino, lo agarrábamos de las mechas para que nos contara todo. Por ejemplo, vivimos el rock nacional desde allá. Conocíamos Almendra, por supuesto, de antes de irnos, pero la movida fuerte del rock nacional la conocimos desde allá”, recuerda Koki.
“Cuando llegamos de vuelta, vimos un atraso impresionante. Era lastimoso. Había habido una involución tremenda respecto de la imagen que teníamos de antes de irnos. El estado en que vimos la ciudad cuando llegamos a Buenos Aires, y ni que hablar de Santiago... No lo podíamos creer”, dice Pajarín.
Luego de esa corta temporada, los hermanos retornan a París y disuelven Los Indianos. “En ese momento comenzamos otra historia, decidimos darle lugar a los temas que componíamos, como una vuelta más de tuerca a nuestro trabajo. Así que nos juntamos con músicos como Beytelman, Minino Garay, Ricardo Moyano”. Pero en el ‘91 los llaman desde Santiago para participar de un evento que iba a reunir a todos los artistas de la provinciaalrededor del retorno a la ciudad del campeonato nacional de básquet. “Fue muy emotivo juntarnos con los otros. Pensábamos venir por cuatro meses, pero nos fuimos quedando y quedando. Nos llegaban los contratos desde Europa y nosotros dudábamos hasta que un día Peteco nos propuso hacer cosas con él. Y ahí nos decidimos a quedarnos”.
Con la responsabilidad de la organización de la Fiesta de la Chacarera en el verano del ‘92, el dúo se afinca definitivamente en el país. Ese verano también hacen el Opera con Peteco y actúan en el Festival de Cosquín. Con la vuelta al pago, fundan su actual compañía, Nuevo Arte Nativo, que ellos prefieren llamar propuesta antes que grupo o compañía de danza. “Era empezar de cero, cosa que charlamos mucho, pero nuestras necesidades artísticas pasaban por ahí. Por eso el nombre: arte nativo era la denominación que se usaba en la época de Chazarreta y Yupanqui; la palabra folklore es inglesa. Nosotros quisimos homenajear a toda esa gente”, dice Koki. “A su vez, nativo es de todos lados: cualquiera se lo puede apropiar, es universal. Cosa que nosotros tenemos muy clara, después de las vueltas que dimos por el mundo. Aunque hay que tener cuidado con este asunto de la globalización: la humanidad aún no ha encontrado el camino para sentirse humanidad, ahí donde no existan las fronteras de ningún tipo. Ojalá alguna vez nos merezcamos no tener gobierno; allí la humanidad habrá evolucionado. Yo creo que hay que pujar. Como para nacer. Porque, si no, se viene la cesárea: la intervención quirúrgica. Y es mucho más lindo parir naturalmente. Tal vez sea una cuestión de prepararse. Pero el conocimiento nunca es gratis, nadie te lo regala. Si no nos dedicamos a investigar en lo nuestro, vamos a perder. Una cosa es la mezcla de cosas y la integración, y otra cosa es la pérdida de la identidad por la falta de dedicación a lo propio”, dice Pajarín.

GIRO Y CORONACION
En rigor de verdad, Koki y Pajarín pasan más tiempo cantando que bailando a lo largo del espectáculo De los pies. No sólo son responsables de las coreografías que ejecutan los bailarines de la compañía, sino que también es suya la responsabilidad de los bellísimos arreglos y armonías de las canciones que hacen (“Antes les preguntamos a nuestros amigos músicos, como Peteco o Saluzzi, si daba para hacerlo en público; ellos nos dijeron que sí, así que le dimos para adelante”). Pero cuando, promediando el espectáculo, los dos hermanos salen al ruedo a relucir sus artes malambeadoras, queda clarísimo por qué tantos públicos alrededor del globo se han deslumbrado con su performance. La habilidad se combina con picardía, la complejidad con repentismo. Da placer verlos alternarse y compartir el protagonismo, arrastrados por el vértigo de la danza, vueltos uno en el espacio y el ritmo. Percutiendo el piso con las suelas de sus botas, arrancan palmas y gritos de júbilo de una platea más que heterogénea, conformada por personas mayores que tal vez sean viejos conocedores del folklore, mucha gente de la generación intermedia y unos cuantos advenedizos jóvenes o directamente adolescentes que asistieron con la intención de ver a Pedro Aznar o llegaron al teatro a regañadientes, poco menos que arrastradas del brazo de su madre. Una de esas adolescentes, que empezó la función hundida en su butaca con cara de perros, ahora resume la opinión general de la platea, cuando comenta, mientras aplaude de pie: “¡Pero qué hijos de puta, cómo bailan!”.

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