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El
oficio
de poeta
Nota
de tapa Tras cuatro años sin publicar, está
por llegar a las librerías Valer la pena, el libro en el que Juan
Gelman reúne los poemas escritos durante la búsqueda de
su nieta nacida en cautiverio durante la última dictadura. De paso
por Buenos Aires para presentarlo, Gelman habla con Radar de su oficio
dentro y fuera de la militancia, de su defensa de Borges, su amistad con
Cortázar, las ausencias dentro del boom latinoamericano, y su fama
de poeta comprometido, ese gran malentendido.
POR
CLAUDIO ZEIGER
Alguna
vez, Gelman confesó que siendo niño se había enamorado
de una vecina, y que para conquistarla no tuvo mejor idea que enviarle
unos poemas de Almafuerte como si fueran suyos. La vecina no pareció
demasiado conmovida por el gesto (ni por el plagio). Lo cierto es que
después del traspié amoroso, el pequeño Juan decidió
que no iba a volver a confiar en poetas ajenos: empezó a escribir
sus propios versos. Desde entonces, justo es decirlo, no dejó de
hacerlo. Veinticuatro libros de poemas lleva escritos Gelman desde Violín
y otras cuestiones, que, con el espaldarazo de Raúl González
Tuñón, lo lanzaba al ruedo de arenas no siempre tranquilas
de la poesía argentina, allá por los años 50.
Gelman vivió una vida signada no sólo por la poesía,
sino también por la militancia política. Conoció
desde adentro la izquierda argentina y fue protagonista de los grandes
cambios de los años 70. A pesar del exilio y de los hechos
más amargos que le tocó vivir bajo la dictadura con la desaparición
de su hijo Marcelo y de su nuera Claudia, siguió escribiendo, con
altibajos o grandes lapsus de silencio, hasta ahora.
Acaba de salir un nuevo libro de Gelman después de cuatro años,
cuando en 1997 publicó Incompletamente y al mismo tiempo recibía
el Premio Nacional de Literatura. El primero desde que en 2000, el Premio
Juan Rulfo lo consagrara como uno de los máximos poetas de habla
hispana. Se llama Valer la pena, título que cobra sentidos múltiples,
vívidos y dolorosos, a la vez que convoca cierta felicidad, quizá
la felicidad del deber cumplido. Los poemas que componen este libro fueron
escritos entre 1996 y 2000, en forma simultánea a la búsqueda
y la recuperación de su nieta nacida en cautiverio. En la conversación,
Gelman va a ligar en forma directa esa experiencia y estos poemas, aunque
sigue manteniendo celosamente el manto de confidencialidad sobre la recuperación
de su nieta.
Y sigue buscando captar algo de la materia inasible del lenguaje poético,
dice. A pesar de sostener, también con empecinamiento, que la poesía
es más una fuente de insatisfacción que otra cosa. O que
nunca se llega a atrapar a fondo la esencia de lo poético, único
motivo, tal vez, para seguir intentándolo. Con la poesía
como musa y medium, Gelman recorre aquí algunos triunfos parciales,
algunos malentendidos y algunas batallas que libró a lo largo de
su vida junto a la poesía, esa dama esquiva.
Los poemas de Valer la pena aparecen fechados entre 1996 y 2000. ¿Responde
a alguna idea de unidad o son la acumulación de lo escrito durante
esos años?
Lo que después puede terminar en un libro o no es resultado
de una obsesión que te lleva a escribir y que no sabés en
realidad bien cuál es. El libro se acaba cuando se acaba la obsesión.
Cesare Pavese, en El oficio de poeta, explicaba que la obsesión
empieza en un punto muy alto, mientras que la expresión se encuentra
en el punto más bajo. Si uno hiciera un gráfico, a medida
que sube el nivel de expresión baja el nivel de obsesión,
hasta que ambas se encuentran, se cruzan y entonces creo que es cuando
se escriben los poemas más felices. Pero la expresión es
algo que se va perfeccionando con el tiempo, y entonces hay que parar
un poco, porque al tener el dominio de una forma expresiva se va dando
una facilidad que lleva a la maquinita de hacer poesía. Los poemas
que reuní en este libro son efectivamente poemas escritos durante
varios años. Es curioso que el tono se haya mantenido a pesar de
las interrupciones que se produjeron en el ínterin por la búsqueda
y el encuentro de mi nieta. Fue una escritura con sobresaltos, con interrupciones.
En la búsqueda, uno de pronto tenía la cabeza, el corazón,
la sangre puestos en otro lugar. Lo que me llama la atención de
Valer la pena es la persistencia de ese tono, de esa obsesión,
quizás alimentada por la propia búsqueda, que significó
una enorme inversión psíquica y afectiva, sobre todo en
el seguimiento de la pista que se pudo hacer gracias a la investigación
que realizó mi mujer, Mara La Madrid, que no es la madre de mis
hijos, pero que como me dijo más de una vez, participó en
esto desde su lugar de ciudadanaargentina. Ella no es familiar directa
de ningún desaparecido, ni de mi hijo, pero hay un tema de responsabilidad
civil que la movió a hacerlo.
También, supongo, que lo hizo por amor a usted.
Yo supongo lo mismo. Pero no necesariamente ese amor podría
haberla motivado. Nosotros veníamos investigando desde hace años,
lo que pasa es que encontrábamos pistas que se agotaban, hasta
que decidimos que el modo de dar con quien resultó ser mi nieta
era tratar de averiguar todo lo posible sobre el destino de la madre,
es decir, de mi nuera, Claudia, y por ese camino, a pesar de todas las
dificultades, la cosa se resolvió bien. Pero resultó ser
un gran sacudón. Esta búsqueda, en fin, removió todo.
A pesar de eso, un poco milagrosamente, el tono de estos poemas se mantuvo.
A pesar de las interrupciones y de los meses sin escribir.
¿Sigue sosteniendo su divisa de escribir mucho, corregir
poco y tirar mucho?
En realidad ningún poema se termina nunca. Como decía
Octavio Paz, en realidad el poema no se termina sino que se abandona.
La corrección es lícita y necesaria. Yo solía escribir
todas las noches, desechaba lo que no me parecía bien, sobre todo
cuando veía que asomaba la maquinita de la poesía. En general
he escrito series de poemas que se convirtieron en libros o no pero en
el término de unos dos o tres meses. Con Valer la pena es la primera
vez que tardo tantos años en terminar un libro. Y bueno, con respecto
a la tercera parte de la consigna, soy claro. Tirar significa eso: tirar
a la basura. Pero no hay arrepentimiento.
¿Por qué el título, Valer la pena?
Creo que hay por lo menos un doble sentido. Primero, obviamente,
el uso corriente de la expresión, algo vale la pena o no. El otro
sentido es el de valer lo que vale la pena. No sé si se entiende.
De alguna manera, es estar a la altura de la pena. Y merecerla. Algo que
no puede quedarse en el mero dolor.
Gran parte de su público seguramente no dudaría en calificarlo
como un poeta comprometido. Pero la verdad es que pocos poemas
suyos son deliberadamente políticos o testimoniales. ¿Ha
sido víctima de esa fama?
En principio me hace acordar lo que decía Baudelaire,
de que el mundo funciona sobre la base de un gran malentendido, así
que uno más ¿qué le hace al tigre? Me parece que
el único tema de la poesía es la poesía y que en
consecuencia puede hablar de todo, de política, de revolución,
de huelgas, amor, abandonos, mientras sea poesía. Sí creo
que hay un tema serio que es el de la historia. Como decía Goethe:
toda poesía es de circunstancia, y de otra manera lo decía
Paul Eluard. Cuando se produce la guerra de Corea en los años 50,
él era miembro del Partido Comunista, y no había poeta del
partido que no hubiera escrito su poema sobre la guerra. Él no.
Y cuando le preguntaron por qué, dijo que escribía un poema
político cuando la circunstancia exterior coincidía con
las circunstancias del corazón.
¿Cómo fue su formación literaria?
Creo que lo que más ayuda a comprender la poesía
es leer a los grandes poetas. En la juventud suelen darse afinidades entre
algunos amigos que escriben, que se muestran lo que escriben, y que de
pronto sacan una revista. Todo eso estimula. Pero descreo de las escuelas
poéticas. Se suele hablar de la generación del 60
cuando en ese momento surgieron una enorme cantidad y variedad de poetas
que jamás escribieron poesía política o social. Fui
muy amigo de Raúl González Tuñón y más
de una vez me sorprendió cuando daba su versión sobre la
vieja oposición entre Florida y Boedo. Él se frecuentaba
con los de Florida, aunque adscribía a Boedo. Y no te voy a decir
ciertas opiniones que él tenía sobre algunos escritores
de Boedo porque está muerto y no corresponde.
¿Pudo congeniar la poesía con la política en los
años de militancia o eran dos mundos destinados a chocar?
Creo que no hay respuestas absolutas a este conflicto. Por
hablar sobre casos concretos, Francisco Urondo en los años en que
él estaba en laorganización guerrillera y tuvo responsabilidades
políticas, pudo escribir. Cuando a Rodolfo Walsh lo mataron estaba
escribiendo cuentos. Con respecto a todas esas discusiones sobre si la
novela era burguesa y por lo tanto no había que escribirlas, bueno,
yo recuerdo que Walsh tampoco escribió una novela cuando era un
ciudadano común, y Borges tampoco hizo una novela, y no estuvo
en la guerrilla. No creo que las cosas pasen por ahí. Perdón
por la repetición, pero insisto en la necesidad de que una circunstancia
exterior se relacione con una circunstancia íntima, ya sea la revolución,
un amor desgraciado o la suegra que te cagó la vida. Cuando se
relaciona con algo que está en vos, nace la obsesión que
lleva a escribir.
¿Cómo vivió los años del boom latinoamericano?
Lo viví como algo ajeno. Hay que decir que el boom de
la poesía latinoamericana fue anterior, relacionado con Neruda
y Vallejo entre otros poetas, pero sin acompañamiento bombástico.
No pongo en tela de juicio la calidad de narradores como Carlos Fuentes,
García Márquez, Vargas Llosa o Donoso, pero también
uno se pregunta por qué no figuró Onetti entre los del boom.
Un fenómeno peculiar, las presencias y las ausencias del boom.
¿Qué recuerdos guarda de Cortázar?
Con Cortázar fuimos muy amigos, así que básicamente
guardo los recuerdos de una amistad. Nos habíamos conocido en Argentina,
y lo volví a encontrar en París, donde él ya estaba
viviendo, durante los años del exilio. Era un hombre muy modesto,
muy humilde. Y también recuerdo su sentido del humor, muy peculiar.
Yo vivía en una callecita que se llamaba Edgar Poe, un pasaje de
una cuadra, pero el nombre de la calle en realidad estaba pintado en la
pared. Finalmente, una vez la municipalidad de París puso una placa.
Decía entonces Edgar Alan Poe, y abajo metieron la
pata, porque le pusieron escritor inglés. Cuando se
lo conté a Cortázar me propuso ir a la avenida Voltaire
y ponerle abajo: escritor canadiense. Lo gracioso es que después
Osvaldo Soriano publicó esta anécdota, y hay que reconocer
que a los tres meses cambiaron la chapa.
¿Mantuvo esas relaciones tensas con Borges que caracterizaban
a los escritores de izquierda?
No tuve una relación de amistad y nos vimos una sola
vez por razones profesionales, pero yo lo leía, y además
lo defendía. Es la misma confusión pero al revés.
Creo que las relaciones entre las posiciones políticas, la ideología
de un escritor y lo que hace, digamos, su obra, son siempre muy complejas.
Balzac se declaraba monárquico, y sin embargo los personajes más
simpáticos de sus novelas son los republicanos. Las opiniones políticas
son una parte de la subjetividad de cualquiera. Céline, el autor
de Viaje al fin de la noche, era un fascista, no había mucha vuelta
que darle, y había escrito unos panfletos claramente antisemitas.
Unos compañeros que estaban presos me contaron años después
que uno de ellos tenía ese libro y le gustaba mucho, pero había
otro que le cuestionaba. ¿Cómo podía leer a un autor
fascista? Un buen día le sacó las tapas del libro, recortó
otra tapa, se la pegó y le dio el libro a leer. Al otro le encantó,
así que cuando supo la verdad se llevó una verdadera sorpresa.
Bueno, en mis épocas en el Partido Comunista tuve muchas discusiones
sobre Borges porque no podían aceptar que un reaccionario fuera
a la vez un gran autor. En realidad, no era reaccionario sino conservador.
Y decía unos disparates políticos extraordinarios, para
qué negarlo. Creo que entre el Borges que se dejaba condecorar
por Pinochet y su literatura, alguna relación existe. Eso es lo
complicado de imaginar, como imaginar la relación entre Viaje al
fin de la noche y el fascismo. Pero finalmente la literatura abre a mundos
que no se reducen jamás a una posición política.
Usted también se formó en una cultura de izquierda que
valoraba mucho lo intelectual y lo artístico, algo que parece haberse
perdido definitivamente.
Hubo gente realmente muy valiosa en esa izquierda. Te mencionaba
antes a Raúl González Tuñón, pero él
era un verdadero iconoclasta dentro del Partido Comunista. También
estaba Juan L. Ortiz, que vivía apartado en su provincia, en la
ciudad de Paraná y hacía lo que su conciencia política
le dictaba. Era muy conmovedor verlo repartir la prensa clandestina del
Partido, Nuestra Palabra, en su bicicleta. A la vez era una persona de
una gran formación y sensibilidad. El aparato burocrático
era esterilizante, pero eso no significaba que mucha gente se dejara esterilizar.
Hubo grandes escritores y artistas que se terminaban yendo. En los años
50 y 60 se dio el fenómeno del éxodo periódico
de estudiantes. Era común en esa época decir que eran más
lo que habían estado que los que estaban.
¿Pensó alguna vez que no iba a escribir más?
Pasé años sin escribir, porque creo que la escritura
de la poesía es el producto de una necesidad. Ha habido cortes
bruscos en mi vida. El exilio fue uno de ellos, pero siempre volvió
la necesidad de escribir. Cuando cierro una etapa, como hice con este
libro, no sé si voy a volver a escribir.
Algunos de los títulos de sus libros son bastante elocuentes
al respecto: Interrupciones, Incompletamente...
Acá lo complicado del asunto es que cada cosa que hacés
pone en tela de juicio todo lo que hiciste antes. Si seguís escribiendo
es porque lo anterior no te satisface para nada, no conseguiste lo que
estás buscando. Juan Rulfo, por ejemplo, escribió un par
de libros y ya no volvió a hacerlo. Y la verdad es que según
él mismo confiaba, no tenía más que decir. Claro
que lo hinchaban tanto que fingió que estaba escribiendo una novela
nueva y hasta llegó a publicar un adelanto de esa novela que sabía
que no iba a escribir nunca. Con la poesía uno no se puede dar
el lujo de ponerse ansioso. Se produce o no se produce. Algunos van a
cesar por abandono, otros porque ya no tienen nada que decir. Podés
cansarte. La verdad es que agarrar a esta señora es un asunto bien
difícil.
HUMOS
Está
quieta la tarde en el café. Pasa
la niña que pide y
se llama Marí. Su tristeza
pisa la ciudad y rostros
que dieron su vida por la vida y
la niña repite. El sueño
es un libro enrollado, echa humo
como si fuera un horno grande. Su mano dice
que el mundo es cóncavo.
¿O NO?
Los militares
llamaban El Vesubio a
un campo de concentración situado
a pocos metros de la autopista General Richieri.
Así lo bautizaron por
la columna de humo negro que
subía de compañeros mezclados
con fuego de neumáticos. Los
que fueron alegres mataban
la alegría del aire. Las bestias
desorganizan los misterios y crean
el misterio de la iniquidad.
Hay momentos en que la vida es
una bruma que no se puede navegar.
El fracaso del corazón cae en la tarde como
un pájaro olvidado del vuelo.
Ese no ser se parece a la noche
que orina mi alma.
EN SERIE
En la esquina
de Serrano y Corrientes
pasa el niño que fui
y no comprendo todavía. Cierra
la unión del alma con su vacío y la tarde
se tiende como un pañuelo seco. Hay
calles sentadas, despedidas, silban
en el pasado que vendrá.
BABAS
Los derrotados
visten trajes de la nada. ¿Son
un signo absurdo ahora? ¿Se
congeló la utopía en sus cabezas?
Se los ve en cafés afligidos,
molestan, hablan
con un fulgor maltrcho en la boca
que no se termina de apagar. ¿Siguen
en la pasión de violar al mundo
y no ser violados por el mundo? ¿Insisten
contra la estupidez? O callan y se limpian
la baba que el tiempo deja caer sobre ellos. Escriben
papeles que nadie alcanza a ver.
Tienen nombres no dichos
sobre sus huesos quietos ya.
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EL ATADO
Escribir sin
contar es como vivir sin vida. Las palabras serán inocentes,
pero no su relación. El contador traza una columna del debe
y otra del haber y en la última anota los silencios
que supo conseguir. Con las caras de una palabra quisiera hacer
piedras y mirarlas todas hasta el fin de mis días. Esas caras
siempre tienen otras fugitivas de la boca. Morder la piedra, entonces,
es la tarea del poeta, hasta que sangren las encías de la
noche. En esa noche navegará sin rumbo fijo, desconfiado
de todo, en especial de sí, mirando espejos que cantan como
sirenas que no existen. El poeta se atará al palo mayor de
su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en otro país
de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza. Sólo
el dolor lo unirá muertovivo al vacío lleno de rostros
y verá que ninguno es el suyo. Y todos serán libres.
OLORES
Comemos y nos
cuidamos. ¿Quién
nos cuida la desesperación? A veces
la voluntad se tierniza y piensa
este mundo como una
ilusión favorable. A condición
de que se queden los pies,
de que los buques no lastimen.
Ésta debe ser una tristeza urbana.
Los edificios no dialogan y
el cansancio silba. Niños
piden limosna y no huelen
a gardenia. Allí, secos.
VIAJES
La poesía
tiene aceites para limpiar la palabra. Es más
grasosa que la vida y deja manchas que llevamos sin merecer.
Quema. Es movimiento de su obra y devuelve el pasado a su pasado.
Juan
Gelman presentará Valer la pena el jueves que viene (4 de
octubre) a las 19.30 en la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza
(Av. Corrientes 1660). Participará Jorge Boccanera y Gelman
leerá poemas del libro. La entrada es libre y gratuita hasta
colmar la capacidad de la sala.
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