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Las otras puertas
Mitos
Todavía hoy existen quienes juran haber visto
a Jim Morrison vivo en el desierto de Australia, en los bares gay de Los
Angeles, en un monasterio del Tibet. El periodista Dave Thompson entrevistó
a Nico, al manager de The Doors, a los músicos y a cuanto pudiera
aportar algo para cerrar definitivamente todas las puertas que se abrieron
hace treinta años, desde aquellos días de 1971 en que casi
nadie vio el cadáver del cantante dentro del cajón enterrado
en Francia.
Por
Dave Thompson, de Q
Jim
Morrison está tirado en una bañera llena de agua proveniente
de la misma fuente mística que alimentó la pileta de Brian
Jones. La piel a la altura del corazón está desfigurada
por un gran moretón púrpura, su pija está roja de
tanta masturbación violenta. Una reconocida cantante inglesa, cuya
fabulosa belleza fue destrozada por una adicción descomunal, se
inclina hacia adelante y le inyecta en el brazo una jeringa de la más
pura Blanca China. Otra persona le arranca los ojos para liberar su alma
del tormento. Del otro lado del océano, en Nueva York, una amante
despechada hace explotar un corazón lleno de magia Wicca en la
mente del cantante. Y las inexorables ruedas del comercio y la fama, que
fueron quienes lo dejaron tirado en esta posición, se preguntan
cómo van a hacer para salir de ésta.
Entonces él se levanta, se seca, va a ver una película,
toma un taxi hacia el aeropuerto, y hoy está en el desierto en
Australia, curándose de una pierna quebrada. Mándenme 1500
dólares e iré a buscarlo.
Esta última versión todavía provoca la sonrisa de
Ray Manzarek, porque prueba que los fans de su viejo amigo aún
forman parte de la vanguardia de la inventiva.
Morrison y Manzarek recorrieron un largo camino. Se conocieron a fines
de 1964, cuando eran dos jóvenes estudiantes de cine en UCLA unidos
por el amor al rocknroll. Después de un año
de ferviente planificación, formaron su propia banda: en las clases
de meditación del maharishi Mahesh Yogi descubrieron a los co-conspiradores
John Densmore y Robby Krieger. Los cinco años que siguieron vieron
a The Doors embarcados en un tempestuoso viaje, mientras su cantante,
por lo bajo, sufría una transformación torturante. Danny
Sugerman, alguna vez un simple cadete y luego convertido en manager de
la banda (y coautor de Nadie sale vivo de aquí, hasta ahora la
única biografía definitiva) no exagera cuando dice que,
en cierto momento, The Doors era la banda más grande de los Estados
Unidos. Pero está espantado por el precio del éxito. Si
quieren saber qué le hizo la fama a Jim Morrison, miren una foto
de él a los 22 y una a los 27. El forense pensó que Jim
tenía 56 años.
El cantante tenía su pulmón izquierdo perforado, debido
a una caída en su cabaña en el Chateau Marmont. Su pelo
estaba gris. Su voz estaba desmoronándose. El alcohol y los excesos
lo habían dejado fofo y desaliñado. Y olía mal.
También se estaba destrozado su espíritu, exhausto por el
esfuerzo de estar a la altura de su leyenda: el Rey Lagarto, Mr. Mojo
Rising, Dionisio Renacido y Edipo Destruido. Por eso, cuando Morrison
anunció que quería irse a París en plan sabático,
sus compañeros de banda pensaron que era la mejor decisión
en muchos años. Pamela Courson, su novia eterna y alma gemela,
ya estaba allí, buscando un departamento para ambos.
Morrison llegó a París el 11 de marzo de 1971 y se alojó
en una suite en el hotel Georges V. Una semana después, él
y Courson se mudaron a un dormitorio del departamento que la modelo Elisabeth
Lariviere tenía en Rue Beautreillis 17, y Morrison se sumergió
en la rutina de pasar las horas caminando por París. Se había
afeitado la barba, lo que lo hacía reconocible, pero disfrutaba
de un impensado anonimato.
Como se negaba a anunciar públicamente su estadía en la
ciudad, hacía amistades de manera selectiva, principalmente a través
de otro viejo compañero de la UCLA, Alain Ronay, y del periodista
francés Hervé Muller. Nico, una vieja amante y compañera
de sello, lo avistó y se quedó pasmada. Sentada en una sandwichería
en Tottenham Court Road una década después de la muerte
de Morrison, Nico recordó cómo se había mudado a
París un año antes que el cantante de los Doors. Nunca
escuché siquiera el rumor de que había llegado. Pero
un día ella iba por LAvenue de lOpera y lo vio sentado
en el asiento trasero de un auto negro que pasaba. Fue la última
de los viejos amigos de Morrison en verlo con vida. Era el 3 de julio
de 1971. Recuerdo la fecha porque era el aniversario de la muerte
de Brian Jones y había estado pensando en él. Ahora sólo
puedo pensar en Jim. Esa noche, dicen, también él murió.
Pero la gente dice muchas cosas sobre las que no sabe nada. Y yo me incluyo
en ese grupo, concluyó sonriente.
Ese día, más tarde, Morrison y Courson fueron al cine a
ver El valle de la muerte y luego volvieron al departamento. Pasaron la
tarde mirando películas en súper 8 de sus recientes vacaciones
en Marruecos, hasta que Courson se fue a la cama. Morrison se quedó
levantado, escuchando discos viejos de los Doors, y tratando de curarse
de un ataque de tos que había comenzado durante la tarde. El último
álbum que puso fue el debut de la banda. Que termina, obviamente,
con The end.
Pamela se durmió rápidamente, pero Morrison la despertó
cuando se metió en la cama quejándose, porque se sentía
mal. Un rato más tarde, volvió a levantarse, convulsionado
por un violento ataque que lo hacía vomitar sangre. Courson sugirió
que llamaran a un médico; Morrison, en cambio, le pidió
que le preparara un baño caliente. Cuando se metió en la
bañera, ella volvió a la cama. Las últimas palabras
que le escuchó decir a Morrison, y probablemente las últimas
que pronunció, fueron: ¿Estás ahí, Pam?
¿Pam, estás ahí?.
LA
HEROINA DE LA NOCHE
Cerca de un año después de la muerte de Morrison,
Manzarek se cruzó con Courson en un café de Sausalito, California.
La abracé y se desmoronó. Pensaba pedirle que me contara
la historia completa, pero empezó a sollozar y lo último
que podía hacer era cuestionar a esa chica que conocía desde
1966. Así que los dos empezamos a llorar. Ella había
perdido al hombre que amaba, él a su amigo más cercano.
Manzarek nunca volvió a tener la oportunidad de hablar con Courson,
quien murió de sobredosis de heroína en abril del 74.
Pero tal como él cuenta hoy la historia, uno siente que en ese
momento Manzarek comprendió que Courson decía la verdad
acerca de la muerte de Morrison.
Courson se despertó después de las 6 e inmediatamente se
dio cuenta de que Morrison no estaba a su lado. Intentó abrir la
puerta del baño, pero estaba cerrada por dentro. Entonces pronunció
el nombre del cantante, pero no recibió respuesta. En 1991, Alain
Ronay escribió un artículo para Paris Match en el que recordaba
cómo Courson lo llamó por teléfono a las 6.30 para
decirle que Morrison había muerto y pedirle que fuera urgentemente.
Otro amigo, el conde Jean De Bretiuiuiel, recibió un llamado similar.
El conde, un antiguo amante de la fallecida Talitha Getty (esposa de John
Paul Jr.), dividía por entonces su atención entre Courson
y Marianne Faithfull. Era un tipo horrible, pero tenía un
montón de heroína. Jean se veía a sí mismo
como el dealer de las estrellas, recuerda la cantante. La heroína
era lo que había atraído a Faithfull y a Courson. Y también,
según el conde le dijo a Faithfull, mientras volaban hacia Marruecos
esa mañana, era lo que había matado a Morrison.
El líder de los Doors nunca había consumido heroína
antes. Tenía algo que Manzarek con apenas un atisbo de ironía
describe como un miedo mortal a las agujas. Conocía pinchetas
y no le gustaban, dice Sugerman. Pam había estado consumiendo
heroína, pero le mentía a Morrison diciéndole que
eran cocaína y tranquilizantes. Pero Jim la descubrió...
y es muy común que el compañero de un adicto empiece a consumir
la misma droga.
Courson y Morrison tomaron la merienda, vieron películas caseras
y aspiraron heroína. Ella odiaba las jeringas casi tanto como él.
El problema era que Morrison nunca hizo nada con moderación. He
visto a Jim tomar cocaína: armaba dos líneas con un gramo
y las aspiraba, afirma Sugerman. Pero la cocaína no es heroína.
Y ciertamente no es la insegura variedad China Blanca que se conseguía
ese verano en París, que ya se había cobrado varias docenas
de vidas. Si adictos experimentados tenían problemas en ajustarse
a su potencia, ¿qué posibilidades tenía un novato?
Eso fue lo que pasó. No es inusual que uno se sienta mal
cuando se consume heroína por primera vez. Se sintió enfermo,
se metió en la bañadera, y murió. No hay más
misterio que eso, concluye Sugerman.
MI AMIGO DICK
Por supuesto que durante los treinta años que pasaron desde
entonces, toda posible variación de hechos y suposiciones ha estado
flotando como La Verdad sobre el fallecimiento de Morrison. De hecho,
la falta de pruebas no hace sino confirmar su validez dentro de la red
de conspiraciones que ahora va desde el gobierno estadounidense (el FBI
estuvo metido en un juicio a Morrison) hasta el rincón más
oscuro de la vida nocturna parisina: una persistente variación
de la última tarde de Morrison lo ubica en el famoso RocknRoll
Circus, dónde habría ido a conseguir heroína para
él y Courson, y en cuyo baño la habría probado.
Cuando investigaba para Nadie sale vivo de aquí, el coautor Jerry
Hopkins encontró a varios junkies parisinos que insisten en que
fueron testigos del colapso final de Morrison y su resultado cuando alguien,
posiblemente el conde, ordenó a algunos de ellos que lo llevaran
a su casa y lo metieran en la bañera, tradicionalmente el mejor
medio ambiente para revivir a alguien con sobredosis. En esta ocasión,
de todos modos, llegaron demasiado tarde.
Patricia Kennealy, la crítica de rock estadounidense que se casó
con Morrison en una ceremonia Wicca el 24 de junio de 1970, leyó
que una despechada ocultista neoyorquina envió un hechizo de larga
distancia para despacharlo, y no tiene dudas sobre quién fue la
bruja malévola. Misterios del vudú, místicos rituales
mortales, todas las opciones fueron exploradas. La conclusión del
doctor francés Max Vasille sobre que Morrison había muerto
por causas naturales abría puertas a nuevas interpretaciones.
A mediados de los años 70, una idea popular era que Morrison se
había masturbado hasta producirse un paro cardíaco. En 1991
la revista vanguardista Mondo 2000 sacó a la luz lo que se suponía
era un archivo médico secreto que documentaba varias enfermedades
sexuales por las que Morrison se estaba tratando. Entre ellas se encontraba
una forma de cáncer peneano, comúnmente asociada con repetidas
infecciones de gonorrea. Sólo deja dos opciones: la castración
o la muerte súbita.
Estos pensamientos fueron puestos a consideración del público
cuando en 1981 se publicó Nadie sale vivo de aquí; muchos
más, sin dudas, hubieran salido a la luz en la biografía
de Morrison que el legendario perseguidor de mitos Albert Goldman estaba
preparando al momento de su muerte.
Envuelto en plástico y empaquetado con hielo seco, el cadáver
de Morrison permaneció en el departamento mientras Courson y Ronay
hacían los arreglos funerarios. De acuerdo con Kennealy, Courson
durmió junto al cuerpo durante tres noches. Finalmente, los empleados
de la funeraria llegaron con el ataúd que ella había ordenado:
costaba 366 francos y era el modelo más barato que se podía
conseguir. Cuando el manager de los Doors, Bill Siddons, llegó
a París no tuvo posibilidad de ver el cuerpo: el cajón ya
estaba sellado. De hecho, más allá de Courson y las autoridades,
Agnes Varda es la única persona en haber visto el cadáver
de Morrison. En el artículo de Ronay en Paris Match se la cita
diciendo que el cuerpo se veía pálido y en paz, inmerso
en el agua ensangrentada.
Varios días antes de su muerte, Morrison había visitado
el cementerio Père-Lachaise y había remarcado que era ahí
donde quería ser enterrado cuando muriera. El 7 de julio, allí
fue sepultado. Asistió un puñado de deudos: Courson, Ronay,
Varda, Siddons y Robin Wertle, un joven canadiense que un par de semanas
antes había sido contratado como secretario y traductor de Morrison.
El servicio fúnebre duró ocho minutos. Una tal señora
Colinette, que visitaba la tumba de su esposo, lo describió
en el documental alemán James Morrison- Quiet days in Paris como
triste y miserable. No había sacerdote, todo fue hecho a
los apurones.
La confirmación de la muerte de Morrison goteó lentamente.
El resto de los Doors no tuvo idea hasta que Siddons retornó a
Los Angeles, y aun entonces no tenía evidencia para respaldar aquello
a lo que él creía haber asistido. Manzarek demandó
inmediatamente: ¿Cómo sabes que él estaba enese
ataúd? ¿Cómo sabes que no tenía ochenta kilos
de arena? Nunca sabremos la verdad. De aquí en adelante habrá
mil rumores e historias.
En pocos días empezaron a reportarse avistamientos. Morrison apareció
en la sucursal del Bank of America de San Francisco cobrando unos cheques.
Daba vuelta por los bares gay de Los Angeles vestido de cuero. Fue visto
en el Tibet, viviendo como monje, y caminando con dificultad por el desierto
australiano, con una pierna quebrada. Estaba en Africa, en Israel, y en
el oeste norteamericano, donde se metía en pequeñas radios
de madrugada y transmitía para un puñado de camioneros con
insomnio. Sugerman: Las historias sobre Jim vivo no nos sorprendieron
en absoluto, porque mientras estuvo vivo nos la pasamos escuchando que
estaba muerto. Que había muerto en accidentes de autos en Mullholland
o por no sé qué juego sexual con una bolsa de plástico
en su cabeza. Jim era el único de nosotros que realmente podía
inventar su propia muerte y desaparecer.
Sugerman recuerda cómo, cuatro años antes de su muerte,
Morrison había hablado de esfumarse e irse al Africa. Estaba fascinado
con el poeta francés Rimbaud, quien escribió toda su obra
a los 19 años y luego se dedicó a vivir como mercenario.
O quizá se compraría un traje, se cortaría el pelo
y se convertiría en un respetable hombre de negocios. O quizá
se mantendría en las sombras durante unos años para volver
a la escena con un nuevo álbum.
¿Por qué hablar de Jim Morrison hoy? Si estuviera vivo,
tendría 58 años. Con una mirada positiva, uno puede imaginarlo
viviendo en algún lugar de las colinas de California, todavía
escribiendo poesía, ocasionalmente juntándose con sus viejos
compañeros de banda para grabar un nuevo álbum. Si se lo
piensa desde la vereda de la maldad, un cuerpo que nunca toleró
realmente los abusos a los que fue expuesto finalmente se hubiera rebelado.
La vejez hubiera sido una carga más pesada que la muerte en la
juventud. No creo que Jim haya sido feliz alguna vez, musita
Danny Sugerman. Estaría encantado de que ahora su arte signifique
más que sus payasadas, pero Jim quería morir joven, quería
ser una estrella fugaz.
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