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FUKUYAMA MENTIROSO

Polémicas La semana pasada, Francis Fukuyama, el empleado del liberalismo norteamericano súbitamente célebre por anunciar el fin de la historia, dio a conocer sus opiniones con respecto a los atentados del 11 de setiembre. A continuación, José Pablo Feinmann procede a escupir sobre ellas.

Por José Pablo Feinmann

Francis Fukuyama es un teórico de lo que hoy –abusivamente a raíz del éxito del libro de Michael Hardt y Antonio Negri– se llama “Imperio”. El chiste del título que me permití ponerle a esta nota se refiere a que, sí, en efecto, sin duda alguna, Fukuyama es un señor acostumbrado a mentir. Mintió, al menos, cuando dijo que la historia humana había concluido sólo porque las “democracias liberales” habían derrotado al “comunismo soviético”. O sea, un tipo capaz de semejante aparatejo ideológico es capaz de cosas peores. De modo que no deberemos creerle demasiado. Tampoco ahora. Tampoco a lo que se ha largado a decir luego del atentado a las Torres Gemelas. Pero, tratándose de un funcionario tan, digamos, top (un funcionario de la producción de ideasfuerza de la política), no será desatinado prestarle atención.
El texto apareció en la revista Noticias (en el número 1291 del 22 de setiembre) y lleva por título “Lecciones de guerra”; lecciones que son las que Fukuyama se apresta a extraer de la tragedia del martes 11. Señalemos qué hizo Francis no bien se enteró del atentado. Lo dividió: hubo un atentado en las Torres Gemelas y otro en el Pentágono. Francis, desesperado, sin hesitación (según suele decirse) alguna, se arrojó sobre el teléfono y llamó al Pentágono. “Mi preocupación inmediata (dice) fue por mis amigos cercanos que trabajan allí.” O sea, Francis tiene “amigos cercanos” en el Pentágono. (Yo, por ejemplo, ni uno. Ustedes, seguramente, tampoco. Pero justamente eso es lo que hace que Fukuyama sea Fukuyama y nosotros unos sudacas irredentos.) Puntualicemos lo que sigue: Francis no se preocupó por las víctimas de las Torres Gemelas. Ahí (según todo parece indicarlo) no tenía “amigos cercanos”. Sí, según queda dicho, en el Pentágono. Francis no demora en averiguar que sus amigos están (todos) bien. Se calma y comienza a pensar la situación. De ese pensamiento surgen estas “lecciones de guerra”.
Fukuyama está muy enojado con Wall Street. Dice que a partir de los 90 un “tecnolibertinaje” se apoderó del mundo de la alta tecnología y las finanzas. Lamenta la destrucción del estado-nación. Escribe: “Los apóstoles de la nueva economía declararon la irrelevancia de todo lo inventado antes de Internet y de cualquier otra habilidad ajena a la de ellos mismos”. Así, Francis narra que un amigo (un poderoso financista, claro) le ha dicho que se irá de Estados Unidos a Bahamas para pagar menos impuestos. Francis lo considera un traidor a la patria y a la causa verdadera y pura del capitalismo. Un impecable representante de la clase tecnofinanciera que se ha apoderado de la economía y la maneja discrecionalmente, en el modo de la irresponsabilidad alimentada por la infinita sed de ganancias. Y aquí (atención) Francis empieza a escribir sus frases increíbles. Porque escribe: “A este respecto, los ataques del martes fueron una saludable lección para Wall Street”. Si la frase se le atribuyese a Osama bin Laden no me sorprendería. Pero no: la dijo el buen Francis, que tantos favores le ha hecho al Imperio. Y que piensa continuar haciéndo(se)los pero piensa que las cosas deben cambiar. Y (para que cambien, piensa) los ataques del martes 11 fueron “saludables” para Wall Street. Una (escribe) “saludable lección”. Y la nota (recordemos) se llama “Lecciones de guerra”. Sin más, Osama le ha dado una “saludable” lección a Wall Street. No parece, en principio, “saludable” ninguna lección que implique siete mil cadáveres. Pero Francis no se detiene en eso. “Algo” tenía que decirles a estos insensibles economistas que iban mal. Si ese “algo” conlleva siete mil cadáveres, bueno, en fin, la historia es la historia y alguien, como Francis, que la mata y la resucita a su antojo no se va a detener en consideraciones “humanitarias”. Así, Francis le dirige la palabra a la corporación tecnofinancista: “La liviandad de la nueva economía no te protegerá de los derrumbes de concreto, tu única esperanza en esta clase de crisis es el heroísmo de los bomberos y los policías. Microsoft o Goldman Sachs no enviarán aviones de transporte o F16 al Golfo para destruir a Osama bin Laden, sólo los militares lo harán”. Insiste: “Los 90 vieron acrecentar la brecha social y económica entre los financistas y banqueros, abogados e ingenieros de software egresados de Stanford y Harvard y los trabajadores que fueron a su rescate”. Tenemos, ahora, todos lo elementos para armar el nuevo “discurso” fukuyamiano, su discurso pos Torres Gemelas. Es así: 1) Los economistas de Wall Street habían traicionado el espíritu del capitalismo reemplazándolo por un tecnocapitalismo liviano, autorreferente, insensible. 2) El atentado del martes 11 fue, para ellos, una “saludable lección” porque, ahora, verán que son parte del mundo y parte de los Estados Unidos. Y que necesitan (insustituiblemente) de los trabajadores que los sacarán de los escombros y de los militares que lucharán contra los terroristas. Notemos, aquí, la coherencia de las primeras acciones de Francis no bien supo del atentado. No le importó quiénes habían muerto en las Torres Gemelas. No tenía amigos ahí. Sus amigos estaban en el Pentágono: ahí llamó por teléfono en busca de tranquilidad. En suma y tratando de concluir: Fukuyama había perdido sus amigos en Wall Street por no acordar con la política de la economía software. Y los conservaba en el Pentágono porque creía (y cree) que la corporación armada respalda como siempre el verdadero espíritu de los norteamericanos que la economía de los 90 había traicionado. Así las cosas, Fukuyama está con el Pentágono y no con Wall Street. Visualiza –coherentemente– como “saludable lección” el derrumbe de las Torres, en el que ve el derrumbe de una economía insensible y tecnificada que aislaba a Estados Unidos de su propia comunidad y del mundo. El Pentágono, en cambio, aunque algo averiado, sigue en pie. Lo dicho: Fukuyama mentiroso. ¿Cree acaso el módico Francis que creeremos que el Pentágono era inocente de la política económica despiadada del tecnocapitalismo surgido en los 90? Nadie tiene amigos en el Pentágono y enemigos en Wall Street. No se puede estar en uno de esos lugares y no en el otro. La razón la saben todos: el Pentágono es el brazo armado de Wall Street. De este modo, la “saludable lección” no ha sido saludable ni lo será. Primero: porque un atentado terrorista con siete mil cadáveres no es saludable para nadie, salvo para los halcones del Pentágono que desearán y reclamarán “su” guerra santa. Segundo: porque el terrorismo no hace la Historia, la destruye.

 

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