|
La
guerra de
los mundos
¿Por
qué en los países pobres es donde más rápido
se propaga la fe islámica? ¿Por qué en el Tercer
Mundo muchos admiran secretamente a Osama Bin Laden? ¿Cuál
es el verdadero fin de la historia: la lucha de clases o la lucha entre
Oriente y Occidente? Tras los atentados del 11 de setiembre, José
Pablo Feinmann rastrea la raíz de este conflicto que tiene a Occidente
pegado a las pantallas de sus televisores y a Oriente en las trincheras.
El resultado es el siguiente ensayo en el que recorre el enfrentamiento
entre dos concepciones monolíticas del mundo en las que Uno parece
dispuesto a aniquilar al Otro.
POR
JOSÉ PABLO FEINMANN
La unicidad
del mahometanismo y la unicidad del Occidente tecnocapitalista se enfrentan
durante los días presentes y la modalidad de ese enfrentamiento
adquiere la forma de la catástrofe y el terror. Hace más
de una larga década que el pensamiento crítico ha denunciado
la dogmática tecnocapitalista de lo Uno surgida luego del fin de
la Guerra Fría. La posguerra fría se caracterizó
por la violenta imposición de un discurso único, triunfante,
devastador e irrefutable: el discurso del liberalismo de mercado que sofocó
las diferencias, las culturas alternativas, los estados nacionales y las
identidades. Un discurso apoyado en un aparato comunicacional poderoso
capaz de constituir las subjetividades del mundo sometido a él.
Así, el Occidente tecnocapitalista instauró un Saber absoluto,
un Sujeto absoluto, una centralidad absoluta y una maquinaria de guerra
inédita que sostenía esos poderes. Hoy, desde otra unicidad,
desde otro Uno que es, simultáneamente, lo Otro de Occidente, se
agrede con una eficacia devastadora lo Uno Occidental. A su vez, Occidente
se prepara para arrasar con lo Uno islámico. Un apocalíptico
juego especular en que lo Otro de Occidente acabe, tal vez, realizando
la destructividad esencial del tecnocapitalismo y exhibiendo, en ese gesto,
que es en verdad la cara oculta de Occidente, su pesadilla secreta, su
inconsciente más temido, ya que si llevamos al terreno de
la filosofía política una fórmula de Jacques Lacan:
el inconsciente es el discurso del Otro podríamos sugerir
que el discurso devastador del fundamentalismo islámico es el inconsciente
del tecnocapitalismo, y viceversa. No es casual, entonces, que el planeta
se encuentre al borde de la destrucción.
HEGEL Y MAHOMA
Hegel, en su Filosofía de la Historia, en esas clases olímpicas
que daba en tanto rector de la Universidad de Berlín y filósofo
dilecto del Estado prusiano, se ocupa del mahometanismo. Se trata de una
revolución del Oriente que vendría a terminar
con el aberrante culto de las particularidades en que había caído
el paganismo cristiano. Aquí lo uno convirtióse en
el objeto de la conciencia y en lo último de la realidad.
Es una religión fuerte y pura que da testimonio de
un espíritu sencillo que, como el judaísmo, rompe
con todos los particularismos. De este modo, judíos e islámicos
comparten esa pasión por el Dios abstracto, alejado de la figuración,
de lo relacional, de los particularismos. En esta religión
sólo lo uno, lo absoluto, es conocido. La intuición de lo
uno debe ser lo único reconocido y lo único que rige.
Esta adoración de lo Uno lleva a la negación, a la destrucción
de todas las diferencias. ¿Qué deduce Hegel
de esta actitud? Adorar lo Uno y aborrecer de las diferencias constituye
el fanatismo. Y define: El fanatismo consiste, en efecto,
en no admitir más que una determinación, rechazando todo
lo demás particular y fijo y no queriendo establecer en la realidad
más que aquella única determinación. Ya veremos
esta temática en el Corán. Sigamos un poco más con
Hegel: La adoración del uno es el único fin último
del mahometanismo y la subjetividad tiene sólo esta adoración
como contenido de la actividad, como también el propósito
de someter el mundo entero a ese uno. Acaso en este último
matiz se exprese cierta paranoia occidental de Hegel quien, sin embargo,
no estaba preocupado por el, digamos, peligro islámico.
Y continúa: El hombre tiene valor sólo como creyente.
Rezar al uno, creer en él, ayunar, eliminar el sentimiento corpóreo
de la particularidad, dar limosma, esto es, renunciar a la posesión
particular; éstos son los simples mandamientos. Sin duda,
Hegel se había hecho tiempo para frecuentar el Corán, pues
la descripción es certera. Y más aún: Pero
el supremo mérito es morir por la fe y el que perece en la batalla
por la fe está seguro de obtener el paraíso. Actitud
religioso-existencial que permitió la eficacia del atentado a las
Torres Gemelas, porque el terrorista al que no le preocupa huir, establecer
unplan de escape, es infinitamente más letal que el otro, el que
pone la bomba, pero quiere seguir vivo.
Hegel, luego, establece un simetría fascinante: une Oriente y Occidente
con el lazo del terror. Señala a Robespierre y afirma, sin más,
que si para el fanatismo islámico el principio es Religión
y Terror, para el fanatismo iluminista de la Revolución Francesa
el principio fue Libertad y Terror. Si establecemos un puente
entre la burguesía capitalista que conquista, en 1789, el poder
político y su demoníaca heredera del siglo XXI el
capitalismo financiero tecnocomunicacional, podríamos decir
que éste esgrime un principio tan destructivo como el del Islam
y el de Robespierre: Libertad de mercado y Terror. Vamos, así,
dibujando el complejo entramado civilizatorio que derrumbó las
torres e inició el siglo XXI, si es que aceptamos la modalidad
de iniciar los siglos con las catástrofes. (El siglo XX se inició
con la del Titanic y terminó con la del Titanic
el Titanic de James Cameron, el film catástrofe más
caro de la historia en el que todo el mundo vio, sin sospecharlo o acaso
sí, sospechándolo, la prefiguración del hundimiento
de las torres.)
Otra simetría entre Robespierre y los califas: Los califas
tenían derecho a ejecutar a quien quisieran, a capricho. El principio
de Robespierre de que para mantener la virtud es necesario el terror era
también el principio de los mahometanos. Y Hegel se remite
al califa Omar, quien destruyó la biblioteca de Alejandría,
para entregarnos su más impecable ejemplo de fanatismo y negación
de lo diferente. ¿Por qué destruye Omar tan magnífica
biblioteca, un espacio luminoso que cobijaba todo tipo de libros diversos?
Dice Hegel: O esos libros dijo (Omar, el califa) contienen
lo que ya está en el Corán o contienen cosa distinta. En
ambos casos, sobran.
Hegel, entonces, ahí, en Berlín, circa 1830, termina con
perfecto desdén occidental su exposición del mahometanismo:
En la actualidad el Islam ha quedado recluido en Asia y Africa.
(...) Quedó hace tiempo, pues, fuera de la historia universal,
retraído en la comodidad y pereza orientales. Sarmiento pensaría
algo similar: el Oriente bárbaro estaba sumergido en una siesta
eterna y sólo podía importunar con su algazara
la misión civilizatoria de Occidente. Que también se desarrollaba
en las provincias argentinas, ese rostro insumiso de la barbarie sudamericana.
De este modo, ese Monstruo, ese Otro absoluto que Occidente daba por terminado,
fuera de la historia universal, aparece hoy como la pesadilla
devastadora de quienes lo imaginaron dormido o muerto para siempre.
HEIDEGGER EN FRIBURGO
Otro rector, otro estado autoritario, otro curso de filosofía,
nos desplazamos así del Hegel berlinés del siglo XIX al
Heidegger nacional socialista del siglo XX. En 1935, en Friburgo, Heidegger
dicta su curso de Introducción a la Metafísica. Si Oriente,
en las Lecciones de Hegel, quedaba sepultado en la comodidad y la pereza,
en el Curso de Heidegger no existe, tan sepultado está que no forma
parte del conflicto metafísico que el maestro de Alemania
explicita. ¿Cuál es ese conflicto? Escribe Heidegger: Esta
Europa en atroz ceguera y siempre a punto de apuñalarse a sí
misma yace hoy bajo la gran tenaza formada entre Rusia, por un lado, y
América, por el otro. Rusia y América metafísicamente
vistas son la misma cosa: la misma furia desesperada de la técnica
desencadenada y de la organización abstracta del hombre normal
(...) La decadencia espiritual de la tierra ha ido tan lejos que los pueblos
están amenazados por perder la última fuerza del espíritu,
la que todavía permitiría ver y apreciar la decadencia como
tal (...) En efecto, el oscurecimiento del mundo, la huida de los dioses,
la destrucción de la tierra, la masificación del hombre,
la sospecha insidiosa contra todo lo creador y libre, ha alcanzado en
todo el planeta tales dimensiones que, categorías tan pueriles
como las del pesimismo y el optimismo, seconvirtieron, desde hace tiempo,
en risibles. De este diagnóstico (que suena en nuestros oídos
siglo XXI como una descarnada y brutal verdad) Heidegger extrae conclusiones:
Europa debe abrirse de las tenazas de América y Rusia y buscarse
en su centro, de aquí habrá de despegar sus fuerzas histórico-espirituales.
¿Cuál es ese centro? Es Alemania. La Alemania de 1935, la
Alemania nazi. Escribe Heidegger: Estamos dentro de la tenaza. Nuestro
pueblo se experimenta como hallándose en el centro de su presión
más cortante (...) Todo esto trae aparejado el hecho de que esta
nación, en tanto histórica, se ponga a sí misma y,
al mismo tiempo, ubique el acontecer histórico de Occidente a partir
del centro de su acontecer futuro, es decir, en el dominio originario
de las potencias del ser. En suma, si Europa quiere escapar a la
aniquilación, deberá centrarse en el despliegue de
nuevas fuerzas histórico-espirituales, nacidas en su centro.
Al ser, ese centro, Alemania, su despliegue salvará a Occidente.
Así, el diseño, digamos, geopolítico de Heidegger,
ahí, en Friburgo, en 1935, como rector nacional socialista, es
el siguiente: hay una tenaza que sofoca las fuerzas espirituales del centro.
La tenaza tiene dos brazos (que, metafísicamente hablando, son
lo mismo): Rusia y América. El centro es Alemania. Y eso es todo.
Oriente, como vemos, no había olvidado el ser para
entregarse a la exaltación del ente en tanto técnica como
Rusia y América, sino que, simplemente, no tenía nada que
ver con él.
LO UNO Y OCCIDENTE
Occidente no tiene que ir a buscar el fanatismo de lo Uno al Islam,
ya que lo tiene en el Mediterráneo, en su hogar primitivo, entre
los griegos, entre quienes, precisamente, Hegel decía que nos
sentimos como en casa. Heidegger, a su vez, habrá de rechazar
la calificación de los presocráticos como prealgo, desde
que ese pre expresaría un juicio de valor. De aquí
que califique de necio hablar de Parménides como presocrático,
más necio aún, dirá, que calificar a Kant de prehegeliano.
Así las cosas, Parménides y la Escuela de Elea expresan
el corazón de la filosofía de Occidente en igual medida
que Platón o Aristóteles, y si Parménides es el filósofo
de lo Uno, Zenón con sus aporías será
el de la imposibilidad del movimiento. Dos caras de la misma moneda.
Ahí, entonces, en Elea, siglo V a. C., Occidente se consagra a
la exaltación de la unicidad. Y es Parménides, inspirándose
en Hesíodo, quien habrá de escribir un poema épico
cuyo título es: Sobre la Naturaleza. Y cuyo pasaje acaso más
célebre es el que sigue: Aquella que afirma que el Ser es
y el No-Ser no es significa la vía de la persuasión puesto
que acompaña a la Verdad, y la que dice que el No-Ser existe
y que su existencia es necesaria, ésta (...) resulta un camino
totalmente negado para el conocimiento (...) Porque jamás fuerza
alguna someterá el principio: que el No-Ser sea. En cambio:
El Ser es increado e imperecedero, puesto que posee todos sus miembros,
es inmóvil y no conoce fin. No fue jamás ni será,
ya que es ahora, en toda su integridad, uno y continuo. Porque, en efecto,
¿qué origen podrías buscarle? (...) Por tanto, o
ha de existir absolutamente o no ser del todo (...) No es igualmente divisible,
puesto que es todo él homogéneo (...) Nada hay ni habrá
fuera del Ser. En suma, el Ser es Uno, el Ser es eterno, el Ser
no tiene principio ni fin, el Ser es inmóvil, el Ser es la Verdad
y el Bien. Se argumentará (recurriendo a un lugar común
de la historia de la filosofía) que en ese Mediterráneo
de los orígenes también estaba Heráclito y su río
y la imposibilidad de bañarse dos veces en él porque no
cesaba de fluir. No obstante, la centralidad retorna una y otra vez en
la filosofía de Occidente. Para congraciarnos con los seguidores
del último Heidegger, con los deconstructores de la metafísica,
señalemos que, sí, en Descartes la subjetividad se afirma
como centro de una nueva metafísica,la subjetividad ocupa el lugar
del Ser parmenídeo. Pero no dejaremos de señalar es
válido hacerlo aquí que el deconstructor supremo de
la centralidad cartesiana, Heidegger (por ejemplo: no sólo en La
época de la imagen del mundo, sino en el tomo segundo del Nietzsche),
el filósofo que encarna la crítica a la centralidad del
sujeto, encuentra (como vimos) otra centralidad, allí, en Friburgo:
la de la Alemania de 1935. El centro, lo Uno se encarna aquí en
la voluntad del Führer.
¿Qué es lo que constituye a lo Uno en Uno? Lo Uno se opone
a la diferenciación. A la multiplicidad. A la pluralidad. La doctrina
de la Verdad, en Parménides, basándose en lo Uno, señala
que lo Uno jamás será lo múltiple, y verá
en lo múltiple el reino de la ilusión, de la opinión.
Todo aquello que no es el Ser será lo que no es y será lo
falso, lo ilusorio, lo inexistente. Vemos dibujarse así el fundamentalismo
occidental: al asumirse Occidente como el Ser, todo lo que no sea Occidente
es el No-Ser. Así, para Hegel Oriente era el No-Ser en la modalidad
de la comodidad y la pereza: estaba fuera de la historia universal que
es, claro, el Ser para Hegel. Para Sarmiento lo veremos mejor
la barbarie es el No-Ser y sobre todo es lo que no debe ser,
matiz que expresa la posibilidad represiva. En Heidegger, por último,
el No-Ser es lo que no está en el centro y ni siquiera
existe en tanto tenaza del Ser. (Me refiero, exclusivamente, a los textos
de Introducción a la Metafísica.)
LO UNO Y EL ISLAM
El concepto fundamental del Corán (de todo el Corán,
de punta a rabo, repetido al infinito) es el de la unicidad de Dios. Alá
es Uno y Mahoma es su Profeta. Si el culto a lo Uno es la centralidad
expresiva de la fe y la sumisión (Islam significa eso:
sumisión u obediencia, y musulmán significa
el que obedece la ley de Alá), el extremo pecado, el
pecado de absoluta irredención y que se hará pasible de
los más feroces castigos es el de no reconocer o negar o desobedecer
la unicidad de Dios. A su vez, el modo de desobedecer o negar la unicidad
de Dios es el de asociar a Dios con otros elementos. Es el pecado de asociación
y quienes lo cometen son los asociadores. No hay infierno
que alcance para ellos. De este modo, el Corán es un libro de exigencias
y castigos. También de muchas otras cosas, ya que todo lo que un
musulmán debe hacer está escrito en el Corán, desde
el matrimonio, los pesos y las medidas, la vigilancia de los ganados,
las reglas de la hospitalidad hasta la vestimenta, la ética, el
pago de los impuestos y la justicia. No obstante, una y otra vez, con
la obsesividad de una amenaza compulsiva, hay una exigencia fundamental
y un pecado tan fundamental como la exigencia, ya que surge de no obedecerla
y no confirmarla. La exigencia es la de someterse a la unicidad de lo
Uno, el pecado es asociar lo Uno a cualquiera de los infinitos otros
posibles. Por ejemplo: ¿Tomaré por patrón a
otro distinto de Dios, creador de los cielos y de la tierra, que da alimento
mientras él no se alimenta? Di: He recibido orden de ser
el primero que se someta a Dios. ¡No estés entre los
asociadores! (6: 14). También: Le han fabricado hijos
e hijas (...) ¿Cómo tendría un hijo si carece de
compañera y ha creado todas las cosas y sobre todas las cosas es
omnisciente? (6: 100). También (en una de las infinitas invectivas
contra judíos y cristianos): Los judíos dicen: Uzayr
es hijo de Dios. Los cristianos dicen: El Mesías es
hijo de Dios. Esas son las palabras de sus bocas: imitan las palabras
de quienes, anteriormente, no creyeron. ¡Dios los mate! (9:
30. El Islam ante los infieles). También (muy marcadamente
contra el cristianismo como religión esencialmente asociadora):
Dicen: Dios ha adoptado un hijo (...) No tenéis
prueba de esto. ¿Diréis contra Dios lo que no sabéis?
Di: Quienes forjan contra Dios la mentira no serán salvados.
Tendrán un breve goce en el mundo. En seguida les haremos gustar
el terrible tormento, porque fueron incrédulos(10: 70. Unidad
divina). También: En verdad les hemos dado pruebas
en este Corán para que reflexionen, pero no les aumenta más
que el extravío. Di: Si junto a Él hubiese otros dioses,
como dicen, desearían encontrar una senda hasta el Dueño
del Trono (...) No hay nada que no cante su alabanza, pero vosotros infieles
no comprendéis su loor. (17: 43. Unidad y Omnipotencia
divinas). Así las cosas, basándose todo el texto sagrado
en la postulación de la unicidad de lo Uno y el señalamiento
de la asociación como el más lacerante pecado, los acápites
del Corán se multiplican en señalar dos cosas: 1) Unidad
y Omnipotencia de Dios; 2) Castigos para los infieles. Veamos: Amenazas
a los infieles (Si estáis en duda sobre lo que revelamos
a nuestro siervo, Mahoma, pues traed una azora de su émulo y llamad
a vuestros testimonios prescindiendo de Dios (...) Si lo hacéis
y no lo haréis, temed al fuego que tiene por combustible
a las gentes; las piedras se han preparado para los infieles), Extravío
de los impíos, Contra judíos, cristianos y politeístas,
Omnipotencia y unicidad divinas, Contra los apóstatas,
y muchas veces más: Unidad divina, Omnipotencia
divina. Y pasajes de arrasadora belleza. Sobre los impíos:
¿No meditarán el Corán o encima de los corazones
hay cerrojos? (47: 26). Y si sobre sus corazones hay cerrojos: ¡Maldígalos
Dios! ¡Ensordézcalos! ¡Ciegue sus ojos! (47:
25).
Aclaremos: nada más lejos de nosotros que inducir a una lectura
del Corán en tanto texto primitivo o irracional. Podríamos
señalar iguales pasajes llenos de intolerancia y amenazas feroces
en el Antiguo y Nuevo Testamento. No es casual que los judíos (aunque
víctimas de discriminaciones y persecuciones en el universo musulmán)
no sufrieron ahí ni remotamente los castigos habituales que se
les aplicaron en el Occidente cristiano. Por decirlo claro: no hubo un
Hitler islámico. Pero el texto islámico (al postular la
sumisión a lo Uno y el castigo a los asociadores) incurre
en una rigidez condenatoria que abarca demasiadas expresiones de la condición
humana. El marxismo, para el Islam, es herético y blasfemo, ya
que dice que Dios es una creación del hombre, elevando, de este
modo, al hombre por encima de Alá. Ni pensemos los horrores que
el Islam indicaría para Nietzsche, supremo asociador y negador
de Dios, a quien declara muerto para instalar al hombre, en
tanto superhombre, en su lugar. También son asociadores los que
se alejan de Alá y se asocian a los cultos materiales del dinero,
el progreso científico, la tolerancia sexual, etc.
EL ISLAM Y EL TERCER
MUNDO
En el film de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argelia, que tanta
influencia tuviera entre los movimientos insurreccionales (armados o no)
de fines de los 60 y comienzos de los 70 en la Argentina y en América
latina, había una escena decisiva. Pontecorvo narraba cómo
dos militantes del argelino Frente de Liberación Nacional enfrentaban
al colonialismo francés, revolucionariamente, reasumiendo sus tradiciones
musulmanas; esos dos militantes eran un joven y una joven que decidían
establecer matrimonio según el ritual musulmán. Era una
afirmación de la propia identidad en contra de la deculturación
del imperialismo. Los caza un miembro del Frente de Liberación
y se asume -conceptualmente que la religión, en los países
agredidos por el colonialismo, es un arma de lucha en tanto retoma la
auténtica tradición nacional. Este esquema interpretativo
fue entre nosotros utilizado brillantemente por Rodolfo Ortega
Peña y Eduardo Luis Duhalde en un texto clásico de los 70:
Facundo y la Montonera. Se daba una interpretación progresista
de la célebre bandera de Quiroga: Religión o Muerte. Quiroga
no postulaba el islamismo, sino el catolicismo, pero lo hacía en
contra del laicismo rivadaviano empeñado en facilitar la penetración
del imperialismo británico. Ortega Peña, así, hablaba
de la religión como factor nacional defensivo en los países
dependientes. Ideas como ésa -aquí lo llevaron a morir
bajo las balas hiperfundamentalistas de la Triple A.
En un sencillo pero muy serio librito sobre el Islam se aborda la temática
con justeza: La difusión del Islam siempre se ha basado en
la fuerza y la sencillez de esta convicción religiosa (...) En
consecuencia, resulta fácil entender por qué los pobres
del Tercer Mundo que es donde el Islam se propaga con mayor rapidez
buscan solaz en la idea del Paraíso después de la muerte.
Pero también existen motivos políticos y sociales del éxito
persistente de esta religión. El Islam es una fuerza conservadora
muy vigorosa que apuntala la vida tradicional de la familia y protege
a las personas y las comunidades contra los cambios gigantescos y a menudo
destructivos impuestos a los países del Tercer Mundo por el contacto
con el mundo capitalista desarrollado o con el comunista (Chris
Horrie y Peter Chippindale, ¿Qué es el Islam?). Es lo que
mostraba Pontecorvo, pero, claro, en relación con la opresividad
del capitalismo: el islamismo, si bien era arcaico, devenía progresista,
y hasta revolucionario, porque afirmaba, retomándola, la identidad
nacional contra el agresor imperialista. No es casual que hoy, desde los
países pobres castigados por la globalización tecnocapitalista,
muchos, secretamente, admiran a este pequeño monstruo tercermundista
o atrasado o pobre que ha logrado como nadie nunca antes herir
al coloso en el corazón de su poder. Incluso hay un chiste en boga
que expresa impecablemente este sentimiento: Superman se arroja
desde los edificios, Spiderman trepa por los edificios, Musulman los destruye.
ORIENTE EN EL FACUNDO
En el final del libro de Huntington (el libro que todos leen buscando
develar el secreto de los días que transcurren y el libro, también,
que guía a Bush y al Pentágono en la cruzada bélica
y vengativa de Occidente contra el Islam), se lee que el choque, el
choque máximo, el verdadero choque a escala planetaria, (es) entre
civilización y barbarie. Se trata, casi, de la frase final
del libro, de la conclusión de todas las conclusiones. De este
modo, otra vez esa antinomia absoluta, ese antagonismo irresoluble, esa
contradicción insuperable, antidialéctica, trama la historia.
La palabra bárbaro viene de los griegos y la retoman
los romanos. Brevemente: designa lo Otro, lo Otro absoluto, lo inintegrable.
Aquello que jamás habremos de ser, que jamás será
parte nuestra, y que deberemos ignorar o, si es necesario, destruir, pues
con belicosa frecuencia la barbarie se muestra, no sólo como lo
Otro de la civilización, sino como una fuerza que se alza para
destruirla. A lo largo de la historia, la civilización, no obstante,
se las ha ingeniado para destruir a la barbarie, que es, entre tantas
otras cosas, infinitamente seductora.
Lo era, al menos, para Sarmiento. En Facundo las alusiones a Oriente son
constantes. Sarmiento busca identificar las campañas argentinas
con el quedantismo oriental. Así, la extensión de
las llanuras imprime (...) a la vida del interior cierta tintura asiática.
La civilización se viste de frac; la barbarie no: de frac
visten todos los pueblos cristianos, y cuando el sultán de Turquía
Abdul-Medjil quiere introducir la civilización europea en sus estados,
depone el turbante, el caftan y las bombachas para vestir frac, pantalón
y corbata. Facundo y Rosas, por el contrario, señala indignado
Sarmiento, le han hecho una guerra sin cuartel al frac y la moda. (Sarmiento
olvida aquí al Quiroga porteño de 1834, constitucionalista
y obsedido por la elegancia y los salones de Dudignac y Lacombe. Es este
Quiroga el que Menem encarna en su segunda etapa: cuando hace la política
de la oligarquía liberal y se viste à la Versace.) Sigue
señalando, Sarmiento, simetrías entre Oriente y la campaña
argentina: el color colorado, el color de la barbarie. Escribe: ¿Es
casualidad que Argel, Túnez, el Japón, Marruecos, Turquía,
Siam, los africanos, lossalvajes (...) el verdugo y Rosas se hallen vestidos
con un color proscripto hoy día por las sociedades cristianas y
cultas?. No, ocurre que Oriente y las montoneras argentinas expresan
lo Otro de la civilización. Hay, así, una guerra que cubre
diversos territorios, pero es la misma guerra: Las hordas beduinas
que hoy importunan con su algazara y depredaciones la frontera de la Argelia,
dan una idea exacta de la montonera argentina (...) La misma lucha de
civilización y barbarie existe hoy en Africa; los mismos personajes,
el mismo espíritu, la misma estrategia indisciplinada entre la
horda y la montonera. Los ingleses en la India y los porteños
en las provincias argentinas traman una misma lucha: entre la civilización
y la barbarie, entre la inteligencia y la materia. Si analizamos
cómo solucionó Buenos Aires la antinomia después
de la batalla de Pavón (1861), si analizamos cómo se desarrolló
eso que el general Mitre llamó guerra de policía,
si pensamos que sus puntos culminantes fueron la decapitación de
Peñaloza en Olta y el arrasamiento definitivo del Paraguay (ver:
Belgrano Rawson, Setembrada, donde el símil Paraguay-Vietnam es
muy claro), podremos conjeturar el espíritu que alimentará
la campaña civilizatoria de Bush y los suyos: el aniquilamiento.
Acaso el final de la guerra se simbolice en la cabeza de Osama bin Laden
clavada en una pica en el Central Park, versión siglo XXI de la
plaza de Olta.
LA HISTORIA SEGUN
SATANAS
Son los llamados versos satánicos. Cierta vez Mahoma recibió
una revelación en que se le decía que concediera condición
divina a tres diosas paganas adoradas por una tribu que necesitaba tener
de su lado por motivos de estrategia guerrera. Así lo hizo. Esa
tribu se convirtió al Islam y guerreó junto al Profeta.
No obstante, hubo otra -terrible revelación. En ella se le
decía a Mahoma que no había sido Alá quien había
susurrado la primera revelación, sino Satanás. Este episodio
no se conserva en el Corán, nada hace referencia a él. Pero
todos lo saben: una vez, fatídica, Satanás habló
por labios de Mahoma. Si esto ocurrió una vez, ¿no habrá
ocurrido siempre? ¿No será todo el Corán un inmenso
monólogo de Satanás dicho por Mahoma? Si fuera así,
¿qué es el Islam? El tema es infinito: toda una religión
acosada por una sospecha demoníaca. Veamos la cuestión desde
la fórmula de Lacan que utilizamos al comienzo: los versos satánicos,
lo que el islamismo niega, lo que no puede aceptar, su lado oscuro, en
suma, su inconsciente, es, en efecto, el discurso del Otro. En este caso,
el Otro de Alá, Satanás. Nosotros, que somos occidentales,
hace tiempo no ignoramos que la historia es un largo monólogo de
Satanás. O también al modo de Shakespeare y Faulkner
el relato de un idiota lleno de sonido y de furia. Acaso más que
nunca lo sabemos hoy.
La simplicidad
es fascista
No
todo es uno contra otro
POR ALAN
PAULS
Los atentados
del 11 de setiembre fueron una coproducción: el terrorismo
puso la inteligencia; Holly-wood, el género, la puesta en
escena y más tarde los comentarios críticos. De Nostradamus
a Tom Clancy, todos los visionarios que se jactan de haber profetizado
el ataque salieron de las filas de la industria del entretenimiento,
no de los servicios de inteligencia, las fuerzas armadas o los think
tanks de la política internacional. Y también de la
industria del entretenimiento o de esa prodigiosa aleación
de espectáculo y máquina de guerra que es la política
exterior del país más poderoso de la Tierra
parecen haber salido el recuerdo y la experiencia que se pretende
ahora que tengamos de los hechos en el resto del planeta: la lucha
de los Inocentes contra los Criminales, del Bien contra el Mal,
de la Civilización contra la Barbarie, de la Democracia contra
el Totalitarismo Fundamentalista. Seis mil muertos (pero también
seis, sesenta o seiscientos) justifican cualquier dolor, cualquier
duelo, cualquier furor, pero no merecen el gesto canalla .mezcla
de soborno emocional y de repugnante manipulación política.-
de simplificar de ese modo un mundo que es lo suficientemente impuro
y tortuoso como para engendrar, entre otras rarezas difícilmente
categorizables, a líderes musulmanes subsidiados por la CIA
para repeler invasores soviéticos y, apenas una década
después, atentados como el que ese martes negro borró
de la faz de la tierra un pedazo de Nueva York, presumiblemente
concebido por esos mismos musulmanes. Somos todos norteamericanos,
se nos arengó y se nos arenga a sentir desde entonces, pero
nunca nadie nos arengó para que fuéramos iraquíes
o somalíes, por no mencionar más que dos blancos más
o menos recientes de la ira norteamericana. Somos todos norteamericanos:
como si, puestos ante el espanto que sembró en Manhattan
una voluntad de muerte siniestra, se nos pidiera que nos comportáramos
con la misma falsa claridad, la misma indigencia intelectual, la
misma mala fe y la misma mezquindad ideológica con que de
chicos, puestos ante una batalla entre el ejército y los
pieles rojas de turno, nos pedían que nos comportáramos
los peores westerns norteamericanos. La frase Somos todos
norteamericanos no expresa como se suele sostener para
defenderla una adhesión emocional, humana, a las víctimas
de los atentados; la frase es una consigna política y su
función no consiste sólo en reducir las múltiples
posibilidades de ser a dos sino también, y sobre todo, en
condenarnos a ser el demonio (el asesino, el bárbaro, el
fundamentalista, etc.) que seríamos si se nos llegara a ocurrir
pensar que no, que los atentados nos horrorizaron pero así
y todo no, no terminamos de ser norteamericanos, y que
tal vez la lógica de las cosas sea un poco más equívoca
y extraña (y por eso más interesante y probablemente
más humana) que ese obnubilado duelo deportivo
con el que quieren confundirla, y que es justamente después
de un acontecimiento atroz como el del martes 11 de setiembre cuando
hay que defender, contra el fascismo de la simplicidad,
algo que es al mismo tiempo la fuente de nuestro desconcierto y
la de nuestra posible redención: la complejidad del mundo.
|
arriba
|