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El pozo
Personajes
En 1972, Mauricio Rosencof fue detenido en Uruguay por ser dirigente de
Tupamaros. Los siguientes trece años los pasó parado en
una celda de dos por uno, incomunicado y sin agua. De paso por Buenos
Aires para presentar Las cartas que no llegaron, cuenta con un asombroso
sentido del humor cómo mantuvo la cordura reinventando el código
morse, escribiendo poemas a cambio de comida y concibiendo la novela que
acaba de publicar.
POR
LAURA ISOLA
Un día
el cartero no paró más en la casa de la familia Rosencof.
No había más cartas desde Polonia hacia Uruguay. Eran épocas
de guerra, de campos de concentración y de tristeza, y los familiares
de Isaac y de Rosa, los padres de Mauricio, dejaron de escribir como dejaron
de comer y luego de vivir. Sin embargo, esas letras que nunca se escribieron
por manos de los familiares judíos de los Rosencof de Polonia tomaron
la bella forma de una novela. Las cartas que no llegaron, la última
novela del escritor uruguayo Mauricio Rosencof, reescribe estas posibles
cartas, al tiempo que cuenta la historia de un niño, que desde
su particular visión infantil describe su casa, su patio, su padre
sastre, su madre, su barrio y esa escena de lectura de cartas que, por
no haber nuevas, repetía incansablemente las que habían
logrado llegar. Me crié en un hogar obrero de inmigrantes
judíos, fundador del Sindicato Unico de la Aguja, en una casa de
inquilinato y en un barrio lleno de los personajes que están en
la novela. Don Evelio, por ejemplo, estaba en un comité de apoyo
a las Brigadas Internacionales en España. Es muy difícil
sustraerse de todo ese clima. Ahora bien, cuando tengo que escribir un
artículo político, no escribo una novela ni escribo novelas
ni teatro para pensar la política. No se me mezclan los piolines.
Mis viejos vivían pendientes de la llegada del cartero que traería
las cartas de los familiares de un pueblito perdido de Polonia. Una carta
que debía atravesar toda Europa en carretas, trenes para luego
salir en barco y volver a repartirse y llegar a Uruguay. Era todo un acontecimiento.
Ahí venían la noticias de los abuelos, los tíos y
los sobrinos. También las de los animales, porque les contaban
si la gallina ponía huevos o estaba clueca. Y el cartero era recibido
con una copita y se lo hacía pasar. Hasta que un día no
vino más, explica Rosencof con una larga trayectoria como
dramaturgo, poeta y narrador.
MEMORIAS DEL SUBSUELO
La patria es la infancia y durante ella Mauricio Rosencof aprendió
dos palabras. Seguramente incorporó muchas más pero, en
el transcurso de un período muy corto entre una y otra, supo de
la existencia de la palabra socialismo y burgués. La primera se
la escuchó a Don Evelio, el zapatero que pasaba las películas
de Chaplin y que cuando no podían pagar los dejaba pasar igual
porque, como él decía, eso era socialismo. La
otra se la dijo Ramón Lezcano, un vecino que preparaba unos pucheros
inolvidables, cuando lo fue a visitar porque el pequeño Mauricio
estaba en la cama de sus padres con edredón de plumas y todo, como
consecuencia de un golpe en la cabeza. Allí mismo, parado a los
pies de la cama, le dijo: Estás hecho un burgués.
Y desde esa vez, la primera vez, le sonó como una cosa muy delicada.
A esa historia del niño se le suma la historia del hombre que está
encerrado en un calabozo y que utiliza las palabras para sobrevivir por
medio de un conmovedor diálogo imaginario con su padre. También
la autobiografía tiene su cruce con la ficción y Mauricio
Rosencof fue dirigente de Tupamaros. En 1972 fue detenido y durante 13
años estuvo en una cárcel subterránea: Trece
años en calabozo subterráneo y haber sido dirigente de Tupamaros
hacen muy difícil que pueda tocar un tema que no esté referido
a eso. En la vida de cualquier persona se provocan acontecimientos que
te marcan para siempre. En la novela, en el segundo capítulo, se
cuentan estas cosas, pero más se habla con el Viejo. Ese diálogo
que se quiere tener con los padres, las cosas que se te ocurren preguntarles
o que te cuenten, cuando no están más.
Me cuesta encontrar la forma más apropiada de preguntarle por
los trece años de encierro. Creo que lo mejor es que me cuente
lo que quiera sobre esos años.
Te voy a contestar con una frase que usaba un dramaturgo uruguayo
que iba a todos los espectáculos y cuando no le gustaban se acercaba
al finaly decía: Esto ha sido una experiencia muy interesante.
Cuando salimos, no por la ley de amnistía sino por una ley especial
que nos computaba cada día de prisión por tres, así
que tengo todavía unos cuantos días por cualquier cosa que
pase, nos ubicamos en los conventos de los franciscanos; desde allí
fui a visitar a mis viejos al asilo y a una reunión con gente de
teatro. Allí me encontré nuevamente con este dramaturgo
y luego de un abrazo en que comprobé su flacura y lo viejito que
estaba, lo miro y le digo: Don Atahualpa, hemos vivido una experiencia
muy interesante. Mi periplo fue: nueve meses de risas y besos,
biaba corrida, parafraseando al tango, y después incomunicado,
al igual que otros ocho dirigentes. El jefe del operativo declaró
que como no pudieron matarnos, nos iban a volver locos. De los nueve,
uno murió en el calabozo y dos enloquecieron. Estábamos
bajo tierra en calabozos de dos metros por uno, que alternaban las ratas
y los milicos. Siempre parados y a media ración. No nos daban agua,
así que bebíamos nuestros orines. A veces no nos daban de
comer y te digo: las moscas son dulzonas, las arañas no tienen
gusto a nada y el bichito de la humedad es crocante.
Seguramente se habrá preguntado cómo se hace para resistir
en esas condiciones.
Hay que tener cuidado de sentir lástima por uno mismo.
Es mal síntoma. Tampoco transferir la cruz que te tocó en
el sorteo a todos los demás; nosotros teníamos una militancia
que nos preparó para resistir. Pero todos los individuos tienen
reservas interiores suficientes como para encarar las situaciones más
terribles. La resistencia no está determinada por una condición
ideológica, está determinada por una condición inherente
al ser humano y que la podés encontrar en judíos, musulmanes,
comunistas, católicos. Yo, por ejemplo, pensaba en mi viejo. Toda
la historia que se narra en la novela es la que estuve pensando en esos
años. El Ñato, que era mi vecino de celda y coautor de un
sistema de comunicación por golpecitos mediante el cual teníamos
infinitas conversaciones y nos contábamos nuestras
vidas, pensaba en sus tíos españoles. Este sistema de código
morse reinventado nos estimuló para lograr sobrevivir para testimoniar.
Con el Ñato nos hicimos un juramento de que, si salíamos,
íbamos a escribir. Lo hicimos y son los tres tomos de Memorias
del calabozo (en colaboración con Eleuterio Fernández Huidobro).
GRAMATICA DEL HORROR
En la novela no hay adjetivos. Una prosa diáfana, sin golpes
bajos que cuenta cosas terribles. Un modo de acercarse a la historia del
nazismo y de la dictadura sin nombrarlos, pero sin perderlos del vista:
Que las cosas se infieran de los hechos. El adjetivar hace perder
el sentido a los hechos. Las palabras se gastan. En mis textos no aparece
la palabra tortura y yo tampoco digo la sangrienta dictadura militar.
¿Cómo piensa la relación entre escritura y la
experiencia?
El haber estado preso, la única patente que te da es
la de preso y nada más. Podés haber estado preso y haber
sido un hijo de puta, un delator y robarle a un enfermo. No te da ninguna
certeza.
¿Qué opinión le merece lo de Barenboim tocando
Wagner en Israel?
Lo de Daniel Barenboim ni me enfría ni me calienta.
Comprendo lo de uno y lo de otro, y no me siento ni binario ni dicotómico.
Agregaría que en Alemania se observa un fenómeno muy curioso
en muchos alemanes militantes jóvenes. Ellos tenían que
explicar que la historia empezaba con ellos y que no podían mirar
hacia atrás porque se encontraban con sus propias familias metidas
en el nazismo. Por eso noto que les resulta mucho más fácil
militar en solidaridad con Chiapas, El Salvador, la ecología o
por las mujeres, que son todas cosas formidables, que volver hacia atrás.
Los alemanes les han regalado el folklore popular al nazismo y les da
vergüenza cantar canciones que fueron tomadas como propias durante
eseperíodo, pero que existían antes de Hitler. Tampoco es
cuestión de regalarlo.
¿Por qué agregó fotos al final de la novela?
Porque son fotos de mis padres y familiares con epígrafes
sacados de la novela y ya forman parte de la ficción.
¿Cómo fue el encuentro con sus padres luego de su libertad?
Una parte está contada en la novela. Cuando los voy
a visitar al hogar israelita, donde estaban hospedados porque les habían
quitado la casa, mi madre me mira y como si no me hubiera visto por unos
días me pregunta: ¿Comiste?. Con mi padre fue
distinto, me hace sentar a su lado y me dice: Boino, ahora que estás
afuera, ¿me podés explicar la diferencia entre los Tupamaros
y los comunistas? El Viejo estaba sordo y yo un poco cansado, entonces
le digo: Los Tupamaros somos los comunistas. Y me vuelve a
preguntar: Entonces, ¿ellos son los Tupamaros?.
LA VIDA ES BELLA
Aunque resulte singular, la novela tiene unas ráfagas de humor
chispeante, que en la buena técnica teatral distienden a una platea
o un lector cuando está por llegar a los límites de tolerancia.
En la charla, Rosencof utiliza el mismo recurso y parece que lo ha puesto
en práctica durante sus años de prisión con excelentes
resultados: El humor es inherente a mi personalidad y con el Ñato
sacábamos humor de cualquier situación. Un 31 de diciembre,
que nos dejaron sin agua, habíamos meado en la lata, luego del
proceso de dejar reposar, como dicen las cocineras, para que lo más
pesado vaya al fondo, brindamos con el Ñato y dijimos Pommery
y chocamos las copas, pared de por medio. Otro día hicimos un descubrimiento
que nos llenó de alegría: nos habían dado unos elementos
de limpieza, pedazo de jabón y desodorante. El Ñato me golpea
y me dice: Chupá el antisudoral. Estás
loco, Ñato, le contesto. ¡Tiene alcohol!.
Su modo de plantear el humor se diferencia bastante de una película
como La vida es bella de Roberto Benigni.
La película no me gustó nada y Benigni me parece
un mercachifle en un país como Italia que dio artistas del carajo.
No uso el humor para desvirtuar los hechos como creo que se hace en la
película.
Hay un referente en su escritura que es insoslayable y es Primo Levi.
Claro. Me siento muy identificado porque es un hombre que no
adjetiva y que da testimonio. Sus textos son impecables. También
la experiencia de la escritura en la cárcel o el campo es muy cercana.
Un día baja un milico y me pregunta: Manda a decir el sargento
si usted es el escritor. Yo respondí que sí. Entonces
me dice: Ordena el sargento que le escriba una carta a la novia,
a la del sargento. Desde ese día comencé a escribir
cartas, arreglé matrimonios, dediqué poemas a madres, novias,
hermanas. Además de que logré cierto intercambio: un poema
por un huevo duro, cigarrillos por cartas. Tenían un valor de cambio
de la gran puta y a veces conseguía la parte de adentro del bolígrafo
y en las hojillas de papel de armar escribía las cosas que tenían
pensadas. Me hice especialista en acrósticos; me tiraban el nombre
de una mujer y yo empezaba a armar las palabras horizontales. Ellos tenía
prohibido comunicarse con nosotros, so pena de biaba, entonces bien despacio
y con disimulo, me decían: Rosencof, ¿no me hace uno
de esos acrílicos?.
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