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Memorias de un
soldado cubano

Personajes Conoció al Che cuando los soldados de Batista acribillaron a su mujer embarazada. Hizo la primaria en la selva con el Che como maestro, llegó a jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y fue el único guerrillero que acompañó a Ernesto Guevara desde el comienzo de la Revolución hasta su muerte en Bolivia. Ahora, exiliado en París, después de trabajar 37 años para el gobierno cubano, Benigno repasa su vida.

POR MARIANO BLEJMAN, Desde París

En el fondo del restaurante hay una bandera cubana, una imagen de Ernesto Guevara, unas botellas de ron y unas mesas vacías. Pero el restaurante no está cerca de la Plaza de la Revolución, donde a él le gustaría estar, sino a metros de la Place de la République, en el centro coqueto de París. Daniel Alarcón Ramírez, más conocido como Benigno, recibe a Radar con una generosa porción de paella, que sus manos enormes de uñas redondas recorren como si el gusto del arroz empezara por la punta de sus dedos. “Vivo pensando en las enseñanzas del Che. Él nunca luchó por su gloria personal”, dice Benigno, testigo fiel, de tez morena y surcos profundos, cuya historia está teñida de trazos de inocencia y opiniones polémicas. A los 16 fue el hombre número 63 del Ejército Rebelde. Por su coraje, se hizo ametralladorista imprescindible y terminó como jefe de la Dirección Logística de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en el Triunfo. Luego de Angola y Perú desembarcó en Bolivia junto al Che. Volvió clandestinamente a Bolivia, 30 años después, para filmar. Ahora vive de las regalías de Memorias de un soldado cubano. Vida y muerte de la Revolución, uno de sus tres libros y sigue trabajando como obrero de la construcción. Sus ojos de campesino redescubren detalles con su memoria prodigiosa: los primeros momentos en la Sierra Maestra, su paso por el gobierno, su último día en Bolivia en octubre de 1967 y su exilio en París, después de 37 años. Las resacas frescas de un pasado ingenuo.

EL ORIENTE
Nació en el Oriente de Cuba en 1939. Desde que su padre murió, a los dos años, vivió con Vidal García del Valle, un español antifranquista amigo de su madre. A los trece años quedó solo cuando Vidal García murió y la única compañía fue su perro Timonel. “Con él echaba mis conversaditas, le contaba mi sufrimiento y yo creo que el perro me entendía.” Su conocimiento del mundo no iba más allá de su finca. Bajaba de la Sierra Maestra cada tres meses a comprar azúcar, sal y cigarros. Cultivaba arroz, frijoles y yuca. Tenía puercos y gallinas. Ganaba bien. A sus 16 años, el peón Oreste le habló de unas sobrinas bonitas. “Su padre no daba entrada a ningún hombre”, recuerda. Pero Benigno se dio una vuelta a caballo “para ver” y le dijo a Oreste que le preguntara a Mami (su nombre real era Noemí) si quería ser su novia. Mami dijo que sí y al mes Benigno volvió a llamar a Oreste: “Dile a Mami que el sábado la voy a pasar a buscar”. Esa noche fue eterna para Benigno, todavía Daniel. La niña apareció con su ropa envuelta en una sábana y sus 14 años se montaron al caballo de Benigno. “Anduvimos toda la noche, sin hablar hasta el amanecer. Nos daba hasta vergüenza mirarnos. Yo no sabía si poner agua para el café o darle la mano.” Mami y Daniel se acostaron... con ropa. “A la medianoche entramos en confianza y se jodió la cosa”, se ruboriza. Ya fueron tres: ella, el perro y Benigno.

EL DESEMBARCO
El 2 de diciembre de 1956, Fidel desembarcó del “Granma” por Playas Coloradas a 200 kilómetros del puesto de Benigno. “Yo había oído hablar de los bandoleros, pero la radio daba noticias que no entendía.” Una tarde de enero, Benigno vio llegar dos hombres, verde olivo, fusil al hombro. Los militares de Batista, pensó. “Sin embargo, me impactó el trato y el respeto.”
–Guajiro –dijo uno de barba tumultuosa–. ¿Tienes marteño (banana)?
–Sí, venga p’acá –Benigno le mostró sus racimos.
–¿Puedo tomar unos cuantos?
–Los que quiera...
Llenó una canasta, se fue por el río y a los 20 minutos volvió sin nada.
–¿Puedes matar un puerco? –dijo uno de ellos–. Uno grande...
Apenas oscureció, cincuenta y tres guerrilleros se instalaron en el rancho y Benigno se asustó. “Había un preguntón: que dónde iban estos caminos, quiénes son los campesinos más cercanos, qué se dice por aquí de los rebeldes.” El preguntón resultó ser Fidel y otro que estaba al lado, muy observador, se acercó, le abrió los ojos, le puso un aparato en el pecho y le tomó la presión. “Yo estaba cagado”, recuerda Benigno. Después de tomarle el pulso, miró a Fidel y le dijo: “Tiene la salud de un toro”. Benigno notó que el hombre hablaba raro y que todos lo trataban de “Che”. Pensó que era un norteamericano. “Se me hizo simpático el Che y los dos primeros: Ramiro y Camilo Cienfuegos.” El Ejército Rebelde siguió visitando la finca y Benigno tuvo sus primeros amigos. Les compraba botas, leche condensada, cigarros, sal y azúcar. Pero la situación se complicó cuando el campesino Eustemio Guerra, traidor, integrante del Ejército Rebelde, denunció a los colaboradores de la zona de su rancho. El 25 de marzo de 1957, mientras trabajaba, Benigno sintió que el perro ladraba. De pronto escuchó un tiroteo y vio desde una colina cómo sacaban a su mujer del patio, a rastras, sin vida. Era el Ejército de Batista que había disparado a mansalva. “Se me vino el mundo abajo; mi campesina estaba embarazada.” Benigno corrió llorando en busca del Ejército Rebelde. Camilo y el Che se comprometieron a vengar la muerte de su campesina. Benigno se quedó, a regañadientes, en la Sierra Maestra. Fue el soldado 63 del Ejército Rebelde y luchó hasta el triunfo de la Revolución. “Le tuve odio al ejército de Batista por la muerte de mi mujer. Del resto no entendía nada.” Benigno era joven y muy fuerte. Lo pusieron de ayudante del metrallista Yayo Palomares y le dieron un revólver. A los 20 días se planificó un combate, cerca de su casa. Fidel mandó 40 hombres para emboscar a 80 soldados y Benigno fue porque conocía la zona. Pero los de Batista eran 240 y a Yayo Palomares se le trabó la metralleta. Entonces le pidió a Benigno que busque la baqueta para destrabar. El joven corrió 40 metros. De pronto sintió el bazookazo.
–Aquí tengo la baqueta, Yayo –le dijo Benigno, volviendo, preocupado.
–...
–¡Yayo, toma la baqueta...!
No respondió. Antes de tirarse al suelo por los balazos, Benigno vio los ojos de Yayo que no parpadeaban. “Comencé a tenerle temor al muerto”, dice. El Ejército Rebelde se retiraba dando la voz de “Al ataque”, pero Benigno no lo sabía. Se quedó, solo, con Yayo muerto y la ametralladora, escuchando “Al ataque”. “Me puse el arma en el hombro. Caminé cinco metros y volví. Puse a Yayo en mi espalda, colgué la ametralladora y tomé por la quebrada cuesta arriba.” Habían pasado tres horas desde el comienzo. Antes de subir la última loma dejó a Yayo y la ametralladora. Llegó exhausto, cuando levantaban campamento. Lo daban por muerto o perdido. No podía más.
–¡Camilo, ahí viene tu guajiro! –gritó Luis Crespo, otro combatiente.
–¿Dónde estás herido, guajiro? –preguntó el Che al verlo con sangre.
–No estoy herido –respondió Benigno.
–¿Y esa sangre...?
–Es de Yayo... mataron a Yayo.
–¿Y dónde está?
–Lo traje, pero lo dejé abajo porque no podía más.
–¡No les da vergüenza! –exclamó Fidel, furioso por las pérdidas.
El “guajiro” se ganó la confianza del grupo y se quedó con la ametralladora de Yayo.

LA VENGANZA
Benigno cometió una serie de locuras en combate, que fueron consideradas valientes y heroicas. Se convirtió en un gran ametralladorista, que sólo quería vengar la muerte de su mujer. “Estábamos peleando para derrumbar a Batista y tenía que ir a todos los combates, porque no quería prestar mi ametralladora.” Pero iba a tardar cuatro años, hasta 1961, con la misión norteamericana en los Cochinos, para tener cierta noción política del mundo. El “guajiro” no entendía el lenguaje del Che. “Yo me preguntaba: ¿qué mierda filosófica habla el argentino ése?” Hasta que una tarde el Che le preguntó:
–¿Sabes, Benigno, para qué hacemos esta Revolución?
–Ahh, sí... Para tumbar a Batista.
–¿Y sabes por qué queremos tumbarlo?
–Porque Batista es malo...
–Efectivamente, Batista es malo y todos los que los rodean son malos. Son burgueses, imperialistas... Venga acá, ¿a ti te gustaría que ahí, donde tú vivías, hubiera una escuela?
–Sí.
–¿Que hubiera hospital y carretera?
–Sí, claro.
–¿Y que hubiera tiendas?
–Sí, a mí me gusta todo eso.
–Para eso luchamos... Para que ustedes, los campesinos, tengan esas cosas.
–Si es así, sí –dijo Benigno, ahora convencido.
“Si lo decía el Che, era una verdad para mí”, cuenta. En Sierra Maestra, el Che le dio clases. “Estudiar era un gran sacrificio. Yo era un semianalfabeto que estudiaba de noche, después de 16 horas de combate. Era una locura, pero estaba obligado a hacerlo, porque el Che lo decía y lo hacía. Con él aprendí el abecedario y cursé hasta terminar la primaria, el 30 de diciembre de 1966 en la selva boliviana.”
–Ya tenés sexto grado –le dijo el Che.
–Me comprometo a que si salgo vivo de esta mierda, aunque sea el primer escalón de la universidad, yo piso –le aseguró Benigno.
El Che se paró y le dio un abrazo:
–No esperaba otra respuesta. Esos son los compromisos de un hombre revolucionario.
Según Benigno, el Che era un hombre –extraño en un argentino, dice– de poco hablar. Leía, escribía o enseñaba todo el tiempo. Pero le sobraba tiempo para el ajedrez. Durante la lucha logró hacer tablas con dos campeones mundiales de ajedrez por teléfono (uno de ellos, el mismísimo Bobby Fischer). El Che jugaba a ciegas con seis tableros a la vez. “Este comemierda no puede saber mis jugadas de espalda”, pensaba Benigno. “Una vez le mentí, pensé que iba a pasar.” Pero el Che saltó: “Un momento, ¡no! Salida tal, yo jugué tal y tal”, reconstruye Benigno. Ya habían hecho 10 jugadas. El Che repitió los movimientos desde el comienzo y Benigno pensó: “¡Tiene ojos hasta en el culo!”.
–Así no se gana, coño. Usted me defrauda –sentenció el Che.
Benigno se echó a reír.
–No se lo hice en serio, argentino, fue para ver si de verdad sabía.
El Che lo miró con una sonrisa de medio lado.

EL CADILLAC DESCAPOTABLE
La Revolución entró en La Habana el 1º de enero de 1959 y Benigno quiso volver a casa. “Pero me dijeron que no, que yo era capitán. Fue una mierda. Tenía que estudiar materiales políticos y trabajar con planes escritos.” Días después del triunfo se presentó en el edificio de la Dirección Logística de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y explicó:
–Camilo me dijo que voy a ser el jefe, ¿qué tengo que hacer?
Benigno tuvo dos cargos: fue jefe de la Dirección Logística y de la Policía Militar, con 360 hombres a cargo. Era el más joven, pero controlaba el armamento de aire, mar y tierra, los víveres y el pago. “Pero lo supe tiempo después”, confiesa. A pesar de sus cargos jerárquicos, el Che continuó dando clases. Benigno estaba conociendo La Habana en su esplendor. “Yo andaba con un Cadillac descapotable. Me sobraban las chicas. Pero el Che me jodió cuando empecé a faltarle.” Un día, cuando terminaba la clase, nos detuvo a los seis que cursábamos: “Las llaves del carro”, dijo con la palma de la mano hacia arriba. “¿Dónde vas con tantos carros, Che?”, le dijo Benigno. “No voy a ningún lugar, con ningún carro”, contestó el Che, y abrió una gaveta y echó las llaves adentro. “Lo dejan en el parqueo. Y si hay buen resultado de clase, tendrán el auto para el sábado y domingo.”
“¿Quién se atrevía a decirle algo? Le teníamos un respeto total y lo queríamos con la vida. El pecado del Che fue su exceso de honradez, honestidad y valor. Las tres excusas para tener el mundo en contra”, se resigna.

EL EXILIO
Antes de hablar de su exilio en París, Benigno da unas vueltas por el restaurante y pide en la cocina que le preparen una pava para el mate. “La primera vez que tomé mate me supo a mierda”, confiesa. Todavía recuerda el día que el Che apareció con una bombilla y le enseñó a tomar. Ahora ofrece un amargo, como su exilio en París. “Quedarme en Cuba era abandonar los principios del Che. Él estaba en el camino de la gran verdad y no me arrepiento de haberme ido.” Benigno llegó a Francia después de 37 años de trabajar para el pueblo cubano. Decidió exiliarse luego de soportar, dice él, atropellos y mentiras del gobierno de Fidel. Escribió tres libros, uno de ellos Memorias de un soldado cubano en 1997, donde relata sus diferencias con el régimen y ofrece pruebas sobre su tesis de que la guerrilla fue dejada caer en Bolivia y el Che abandonado a su suerte. Cuando se fue de Cuba, el gobierno de Castro lo acusó de traidor y la CIA dijo que era un hombre de la inteligencia cubana. Hoy está en el medio de un fuego cruzado. “La política de Cuba ha sido dirigida por el capricho de un hombre”, acusa.

EL ULTIMO DIA
En 1997, Benigno volvió a Bolivia en forma clandestina por un documental francés. “Regresar a Bolivia significaba vivir. Volví a hablar con mis compañeros. Muchos campesinos me abrazaban llorando y me decían: ‘¡Por fin volvió!’. Me hablaban de sus penas por no haber podido ayudar al Che. Se sienten culpables de su muerte.” Cuando llegó a la Quebrada del Yuro, Benigno se trasladó al 8 de octubre de 1967. Ahora recuerda el último día del Che, prendido del mate. “Beni, cubrí el alto de la Quebrada desde ese árbol y tratá de mantener la posición a toda costa”, le gritó el Che. Eran las 10 de la mañana. El día había amanecido nublado, pero a esa hora el sol ya estaba radiante. Benigno se acomodó debajo del árbol. Herido, hacía doce días, por un tiro en la espalda. Casi sin dormir, ni comer, tenía una fiebre galopante. Inti y Pombo llegaron a cubrirlo. Los demás guerrilleros estaban por el terreno. El Che quería romper el cerco enemigo.
–No puedo informarle.... El Ejército está muy cerca y me pueden oír... –dijo Benigno. Los separaban 60 metros.
El Che lo miró.
–Bajo ninguna condición abandones esa posición; voy a sacar al resto.
El Che le había pedido a Inti que mientras él sacaba enfermos, el resto del grupo irrumpiera por otro lado, para salvarlos. Quedaban 17, de los cuales sólo 9 podían luchar. El Che venía de un ataque de asma, estaba débil y escuálido. “Esperaba la muerte con valor. Sabía el desenlace y apelaba a nuestra conciencia y actitud”, asegura. El Che estaba sacando heridos, cuando vio a Benigno. “Ya vuelvo”, le dijo con las manos. Fueron sus últimas palabras. A 30 metros, Pombo, Inti y Benigno se escondían detrás del árbol. “Permanecimos haciéndoles grandes bajas, combatimos más de 8 horas.” Al atardecer, el Ejército se retiró. “Nos reunimos en el punto de contacto que el Che nos había establecido. Encontramos su mochila y varios objetos dispersos”, recuerda. Siguieron hasta el segundo punto de contacto, el naranjal de Santa Elena, por un camino lleno de cactus. Peroel Che no volvió. A las 5 de la mañana, afuera de la pequeña aldea, a 100 metros de la famosa escuela La Higuera, vieron soldados, helicópteros y muertos. Benigno, desesperado, prendió la radio. “Las noticias decían algo confuso sobre su muerte, hasta que en una radio chilena oí que habían secuestrado una foto familiar que el Che llevaba consigo, rapado junto a su familia.” Benigno se quitó el audífono y lloró.
Benigno fue el único combatiente que el Che había marcado, en su diario en Bolivia, con la fecha de su cumpleaños. Cuando lo cuenta, el mate ya está frío y tiene una lágrima en el borde del ojo que salva justo con el puño de su mano.

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