(arriba)
Sin
titulo, 1990
la firma del artista escrita sobre la
pared en espiral hasta que se le acabo la tinta.
Sin
título, 1992
trescientas bolsas de basura metidas una adentro
de la otra hasta que no entraron más.
sin
título, 1990.
12,5
cm. casi mil quinientos chicles masticados formando una bola pegada
en el ángulo de la pared a la altura de la cara, donde queda
quieta por su propia adherencia.
sin
titulo, 1990
un rollo de papel higiénico desenrrollado
y vuelto a enrollar, pero sin el tubo de cartón.
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POR
DENNIS COOPER
Tengo
entendido que en un principio jugaste con la idea de ser diseñador
gráfico o arquitecto...
Sí. Donde crecí no existía el concepto
de lo que significa ser un artista. Asumí que debía
conseguirme un trabajo para ganar dinero. Inicialmente me orienté
a manifestaciones creativas que eran más prácticas,
como el diseño o la ilustración y hasta la arquitectura.
Cada cambio de disciplina era un paso hacia el perfil de mi propio
arte.
¿Esas formas no te satisfacían?
Hoy diría que tenía demasiado material
propio para trabajar, y desde esas formas no podía hacerlo.
Así que dejé todo y decidí enrolarme en la
Universidad de Illinois, en Chicago. Entré en un programa
donde nos ponían a hacer grandes dibujos en carbonilla, al
estilo de Thomas Hart Benton. En ese momento todo el programa de
artes plásticas tenía una base conceptual muy fuerte
y el lenguaje que se usaba era completamente extraño para
mí. Me forzó a preguntarme qué estaba haciendo
y eso me paralizó.
¿Cómo seguiste adelante?
Estaba tan confundido que necesité entender algo
increíblemente básico y simple: tomar conciencia de
lo que estaba comunicando. Porque hasta ese momento todo mi trabajo
había sido leído desde donde lo estaba pensando. Eso
fue durante el primer año. Cuando volví el segundo
año, decidí vaciar mi estudio, clausuré las
ventanas y armarios y pinté todo el espacio de blanco. Sólo
había una luces fluorescentes en el cielorraso, que proyectaban
una luz tan difusa que no se podían ver los bordes de la
paredes. Parecía una prisión. En este punto abandoné
la idea de hacer arte: lo que intentaba era descubrir por dónde
empezar. Todos los días traía un objeto desde mi departamento
y lo ubicaba en algún lugar de ese espacio blanco. El primer
día puse un metrónomo en el piso y lo hice andar.
Me sentaba en el piso a mirarlo todo el día, a pensar en
él y preguntarme lo que estaba experimentando. En aquel momento
desconocía el significado del cubo blanco. Para
mí era lo más similar a un espacio mental que había
sido limpiado. Una forma de tratar de entender el silencio, o la
nada.
Viraje bastante radical desde aquellas carbonillas...
Bueno, hubo grados hasta llegar a esa simplificación.
Pero sí: necesité un gesto radical. No sabía
lo que estaba haciendo en ese momento, pero un día derramé
miel en el piso y alguien me preguntó si había orinado
en el estudio. Este incidente me permitió ver el significado
potencial del experimento. Empecé a pensar qué podía
hacer en ese espacio que se relacionara de alguna manera con esa
clase de equívoco. Pensé en armar un rompecabezas
como metáfora de lo que estaba intentado: armar algo con
partes separadas y darle sentido.
¿Fue esto investigación pura? Quiero decir, ¿no
saliste a buscar ideas en las galerías y museos de Chicago?
No. Fui a un negocio y me compré un rompecabezas.
Creo que la Universidad empezaba a preocuparse por mí. Pero
cuando estaba a punto de armar el rompecabezas se me ocurrió
separar las piezas unas de otras, como si el rompecabezas estuviera
estirado. Esto pareció redefinirlo. Tenías que mirar
cada pieza para construir la imagen total. Ése fue el principio,
para mí, de pensar en usar estos materiales y manipularlos.
¿Qué te sacó de la parálisis?
Encontré un punto de partida claro y empecé
a buscar otras metáforas para describir mi proceso. En ese
momento estaba enganchando con la meditación, así
que pensé en un proceso que pudiera describirla: el proceso
de borrar. Empecé a coleccionar restos de tiza y borradores.
El gesto de borrar, la repetición del acto se convirtió
en una especie de mantra. Después de pasar cientos de horas
recolectando los restos de tiza en el piso, los esparcí en
el estudio en forma de círculo. Y eso me llevó a un
nuevo nivel en el intento de representar algo muy específico,
en la búsqueda de claridad y foco.
Tu trabajo se suele comparar con trucos de magia, con gags.
Hice trucos de magia cuando era niño. Me fascinaba
lo modesto o lo casual transformado en ilusión y misterio.
Lo casual mutó en esta idea de fragilidad definiendo una
especie de presencia. Mi trabajo ya era pequeño y frágil,
pero quería llevarlo un paso más allá. Así
que hice otra pieza que consistía en un pedazo de alambre
extremadamente fino que quedaba perfectamente erecto emergiendo
del piso. Lo inserté en un pequeño agujero, pero el
alambre se doblaba a cierta altura, así que busqué
el alto exacto en el que se mantenía perpendicular. Era tan
sensible que temblaba con la menor vibración, pero parecía
desafiar la gravedad. Y era casi invisible: había que mostrarle
dónde estaba a la gente que venía a mi estudio. Ése
era el tipo de presencia en la que estaba pensando: por su fragilidad,
la gente tenía que tenerlo en cuenta, pensar en él,
y ser sensibles para no dañarlo.
¿Cómo se relaciona esto con la pieza del pedazo
de mierda sobre un pedestal?
Todavía estaba pensando en términos de
escala y fragilidad, lo que me llevó a pensar en cuál
sería la menor cantidad de material presentable que tuviera
el mayor significado. Entonces pensé en usar mi propia mierda
y armar con ella una pelota. Quería que fuera esférica:
que tuviera forma, que no fuera sólo material. Era pequeña,
tenía cerca de medio milímetro de diámetro.
La presenté sobre un prístino cubo blanco como pedestal,
porque quería establecer una relación entre el icono
minimalista y la mierda. Quería que el tamaño creara
una especie de puente entre la idea y su presencia física,
que uniera las dos cosas.
La pieza debe haber tenido una respuesta fuerte.
Creo que se habló más de las anécdotas
que provocó la pieza que de las idea en sí. Por ejemplo:
en la apertura, un tipo bastante irreverente se sentó sobre
la mierda porque creyó que el pedestal estaba vacío.
Cuando lo vi le pedí que se parara y empecé a buscar
la mierda en su pantalón. Pero no pude encontrarla. Por suerte
tenía reservas...
¿Mostraste esa pieza en Chicago o Nueva York?
En Nueva York. En esa misma muestra había una
pieza titulada Hot Balls, que era una colección de pelotas
de juguete que había robado de varios negocios de Chicago
durante seis meses. Al principio no sabía qué hacer
con ellas. Eventualmente, las desparramé en el piso y robé
una pelota más grande, que puse en el medio, como un premio.
¿Por qué robarlas?
Había escuchado una noticia acerca de una cápsula
espacial que en su próximo viaje al espacio iba a llevar
estampillas. Cuando las estampillas volvieran a la Tierra, serían
items de coleccionista. Era interesante la idea de tener dos estampillas
idénticas, visual y atómicamente, pero una sería
más valiosa que la otra por la historia incorporada. Me interesaba
presentar información en una pieza que no fuera inherente
a sus cualidades físicas: cuando se conociera esa información,
la percepción sobre la pieza cambiaría. El hecho de
que las pelotas fueran robadas era su historia.
¿Te molesta que tu trabajo siempre va a ser visto en galerías
o museos?
No, me gusta ese contexto. Pienso en el público
ideal, y la experiencia ideal. Es necesario un lugar que desacelere
la experiencia y es necesario alguien que traiga lo que es para
participar de la experiencia. Sé que, en realidad, la galería
y el museo no aportan eso, pero sigo trabajando para esos ideales.
Mantengo la ilusión para mí.
¿Qué pasa cuando tu trabajo va de la galería
a la casa de un coleccionista?
Cuando está en una galería, la pieza está
en un contexto original dentro de un corpus de trabajo. Cuando sale
de ahí, se convierte en algo histórico, un artefacto.
Estoy dispuesto a aceptar esa cualidad conceptual y efímera:
creo que se ajusta en mi trabajo.
¿Qué pregunta te hacés más frecuentemente
con respecto a tu arte?
Me consume la pregunta del porqué. ¿Cuál
es el propósito del arte? ¿Para qué sirve?
¿Qué hace? Puedo verlo como algo que no es realmente
necesario. Quiero decir, ¿por qué no pasar el tiempo
ayudando a la gente en forma más directa? ¿Por qué
paso mi tiempo aislado, pensando en estas cosas? Es algo que me
perturba: si estoy haciendo algo importante o inútil.
Pero al final creés que es importante.
No sé. Yo pienso en términos ideales. Si
tengo que pensar en el arte ideal, es aquel que le da a la audiencia
una experiencia que se llevan consigo, y que les provoca esta especie
de revelación que ellos, como gente iluminada, le brindarán
a la sociedad. Harán cosas maravillosas que penetrarán
a otra gente y todos se unirán y vivirán en armonía
y habrá paz. Todos seremos individuos trascendentes. Sé
que suena cómico. Todo se reduce a algo muy personal y eso
es interesante en términos de cualquier filosofía.
Me refiero a cualquier cosa que parezca trascender al individuo
que se sienta a pensar en estas cosas, en las que una suerte de
naturaleza esencial entra en juego. Hacemos algo y eso que hacemos
y las decisiones que tomamos están inmersas en nuestra historia.
Muchas de las decisiones que se toman en nuestra sociedad son orientadas
e impulsadas por los negocios. Por ejemplo, son resultado de investigaciones
de marketing. ¿Cuál es el fin de este proceso? Parece
ser un fin arbitrario: que la gente va a llenar sus vidas con el
producto. Y después los dueños de la compañía,
y la gente relacionada con la compañía, van a tener
más dinero, entonces tendrán más cosas que
los harán sentir mejor. Uno acepta el disfrute, el goce personal
en vez de ver las consecuencias de ser seducido por ese placer.
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