POR
DANIEL KRUPA Y ENRIQUE SCHMUKLER
Para
ser camionero no sólo tenés que soportar un ritmo de vida
extenuante, que implica estar varias horas seguidas en un camión
manejando bajo climas adversos o, en muchos casos, soportar problemas
físicos por el continuo trajinar del camión; para ser
camionero, además, tenés que hacerte cargo de una serie
de prejuicios que la gente tiene sobre la profesión. Para las
mujeres, por ejemplo, sos un malandra que va de putas y tenés
una mina en cada pueblo; para los automovilistas, un turro que te creés
el dueño de la calle.
El que muestra su despecho es Mario Cicca, un camionero de 48 años.
Hace veintiséis que mantiene a su familia cargando frutas en
los campos lindantes a San Pedro para distribuirlas con su Ford naranja
modelo 73 en distintos mercados de frutas y verduras del país.
Hay que limpiar el oficio de la cantidad de cosas injustas que
se le adjudican, acota, porque mucha gente tiene una idea
distorsionada del camionero. Algunos nos creen delincuentes y no saben
que en las rutas solitarias, donde no hay controles policiales, un camionero
es una garantía, una especie de guardián.
Guardianes, Caballeros Rojos de la Ruta. La grandilocuencia es un sustantivo
bastante acertado. Los camioneros miden más o menos como todos
los demás seres humanos del planeta pero, desde la altura de
la cabina, parecen observar
el mundo con óptica de gigantes; se pesan en kilogramos como
cualquiera y, sin embargo, una vez arriba de la máquina,
la balanza empieza a marcar en toneladas (cada camión con acoplado
alcanza las 35 toneladas) y desde ese momento a ninguno se le ocurriría
confesar entre colegas que no conoce las más recónditas
rutas argentinas. Viajar mucho y llegar lejos es el mandato. Las anécdotas
suelen convertirse en leyendas y los coqueteos en proezas sexuales.
En un camionero todo suena exagerado. Y lo exagerado, se sabe, suena
a mentira. ¿Qué hay de cierto en las historias de los
dueños de las rutas? ¿Superhéroes o ídolos
con ruedas de barro?
Aferrado
a tu volante/ vaya saber qué te anima/ que dentro de tu cabina/
tenés un rumbo constante/ el motor tira adelante/ porque tu curso
es prolijo/ pero allá en tu alma/ en algún anochecer piensas
rápido en volver/ por tu mujer y tus hijos.
La canción del camionero, de Argentino Luna
PRIMEROS KILOMETROS
Una imagen recurrente del camionero-tipo es la de un viejo panzón,
canoso, de voz aguardentosa. Sin embargo, en el oficio de cruzar las
rutas argentinas también aparecen choferes como Juan Bruzzone,
24 años, oriundo de Burzaco, que llegó hasta tercer año
de la carrera de Sociología en la Universidad de Lomas de Zamora.
El año pasado, las circunstancias económicas lo forzaron
a decidir y finalmente abandonó los estudios para volcarse de
lleno al estigma de la familia: la empresa de camiones que
fundó su padre hace más de 20 años. Aprendí
a manejar el camión a los 10 años, pero lo hago profesionalmente
desde que terminé la secundaria, hace cinco. Muchos creen que
el oficio de camionero hay que aprenderlo desde chico, que para ser
camionero tenés que nacer camionero, si no, te matás en
la primera curva. En mi caso, tuve la ventaja de que mi viejo tuvo camiones
desde siempre y en lugar de jugar a la pelota salía a manejar
con él. Pero la realidad es que, a pesar de que no es un oficio
fácil, no deja de tener las mañas de cualquier otro laburo:
si te ponés las pilas, las aprendés y te largás.
Además sigue, no es como antes que los camiones
eran moles y para moverlos primero tenías que domarlos: los camiones,
ahora, tienen direcciones más manejables, aire acondicionado,
calefacción, parece que estuvieras manejando un coche último
modelo. Igual, en el ambiente se sabe quién es camionero de nacimiento
y quién no. A la vista todos parecemosiguales, pero entre nosotros
se sabe quién agarró un camión de pibe y quién
lo hace porque pegó este laburo, como podría haber pegado
cualquier otro.
Sos
el camión argentino/ orgullo de tu hacer/ la Patria te vio crecer/
recorriendo sus caminos, trotamundos peregrino/ portador de realidades
con tus cargas generales/ norte y sur de tu destino.
El camión y su chofer, poema anónimo
AL CAPONE EN LAS RUTAS
¿Qué se cuentan en las charlas de mate, de vino tinto?
En esto tampoco los camioneros se distancian mucho del común
de los seres humanos: anécdotas, ¿qué otra cosa
si no? Desde tipos que tuvieron sexo en un lugar imposible, en un puente,
en un valle, o historias de apuestas no menos increíbles. Las
escuchás en las paradas cuando frenás a comer algo en
alguna estación de servicio, o antes de tirarte a dormir un rato
en algún puesto de peaje, explica Bruzzone que, como no
podía ser de otra manera, tiene a mano una buena historia para
contar.
Es la historia de un chofer que labura desde hace quince años
yendo y viniendo de Saladillo a Capital para la empresa de mi viejo.
En uno de esos viajes, el tipo aceptó una apuesta para ganarse
dos lechones. Para colmo, el chofer es de apellido Capone y se llama
Alberto; de ahí viene que se recuerde
la anécdota como La apuesta de Al Capone. Bueno,
resulta que Alberto Capone estaba en una de esas cantinitas de pueblo
tomándose unos vinos con amigos y en eso aparece un chofer de
otra empresa y lo desafía: Che, Capone, te juego dos lechones
a que no te das la vuelta a la plaza marcha atrás con el acoplado
cargado.
El dato es que en esa época a don Capone le gustaba ir al frente
en cualquier ocasión y de cualquier manera. Era un cabrón
bárbaro y si no se agarraba a las piñas, se encajetaba
con las apuestas. Encima esa noche, cuentan, estaba picadito... Y entonces
al toque fue a buscar el camión y lo llevó a la plaza.
Ojo, no era un Scania de los de ahora. Era un camión de hace
veintipico de años, uno de esos Mercedes tipo colectivo que no
lo movés con nada. Atrás salieron todos los de la cantina.
La apuesta era dar la vuelta, marcha atrás, pero eso sí,
de una sola maniobra. El loco Capone arrancó y casi lo hizo hablar
al camión. Me contaron que dio la vuelta casi sin frenar. Y se
llevó los dos lechones, nomás.
Mira
a la Virgen desde el tablero/ es un perro que no le ve el color al dinero/
cruzando el camino está muy feliz/ el camionero/ La radio prendida/
a todo volumen/ es un buen compañero/ cruzando el camino él
siente que va a llegar al cielo/ el camionero/ Él es como un
marinero/ lo espera una mujer en cada pueblo/ Corre, corre, corre/ el
camionero.
El camionero, de Gustavo Moreno
DE
CARNE SOMOS
Leyenda. Mito. Realidad. El sexo en la ruta no es un tema menor.
La explicación es simple, una ecuación: no hay camionero
que no tenga una historia de mujeres para contar. Es parece ser
una cuestión de identidad. Para mí, que soy joven,
continúa Juan mientras juega con el volante de cuerina roja de
su Mecha (léase: Mercedes-Benz) modelo 82, y no hago viajes
largos, es fácil: agarro un día libre, me voy a bailar
por ahí, me levanto algo y no tengo necesidad de parar. Pero,
¿qué pasa con un tipo que tiene esposa y no la ve en un
mes porque se tuvo que ir al norte a recorrer provincias? Los pueblos
cercanos a las rutas aprovechan esa
situación. En las del centro del país, por ejemplo. Ahí
ya saben que muchos vienen manejando hace más de quince días
y que es inevitable que alguno pare. Así, a cualquier hora, tenés
minas en las banquinas para sacarte guita. ¿Viajás de
noche? No hay problema: las putas te ponen luces rojas en casillas al
borde del camino o, directamente, te hacen señalescon una linterna
para indicarte dónde están. En verano usan otra estrategia:
se ubican bajo las arboledas porque saben que los camiones tienen que
parar en la sombra para que no se recalienten. Frenan los camiones,
aceleran los choferes y ocurren situaciones cómicas. Una
vez me tocó ir a San Luis para hacerle una gauchada a un chofer
amigo. De pronto, a las tres de la tarde veo un camión parado
al costado de la ruta. Yo, como un gil, frené para ver si tenía
algún problema. Bajo, golpeo la puerta de la cabina para ver
si estaba todo bien y ni bola. En eso escucho unos gritos de mina que
parecían aullidos. Se estaban matando adentro.
Cruzas
pueblos y ciudades/ con ritmo enloquecedor/ viboreando en el fragor
del tránsito de sus calles en el llano, en los valles/ con un
mundo en tu interior/ al compás de tu motor.
El camión y su chofer, de autor anónimo
QUE
LAS HAY, LAS HAY
Walter Brítez y Roberto Ledesma son dos mendocinos cuarentones
que van y vienen por las rutas del centro y sur del país. Casi
siempre realizan viajes largos. Por las noches no tienen otra iluminación
que las luces del camión o, con suerte, la de alguna luna llena.
Noches largas y solitarias en las que las historias de apariciones están
a la orden del día. Yo conozco una de brujas en la ruta
de Cafayate, llegando a Tafí del Valle. Cerca de una estación
de servicio hay una curva jodida, bien cerrada, donde hay una casa en
ruinas, sin techo. Si pasás de día no le das importancia,
pero a la noche esa casa está iluminada. Siempre pasaba a eso
de la una de la mañana y me parecía extraño que
alguien viviera ahí. Una vez, en un bar de Cafayate me quise
sacar la curiosidad: Che, ¿quién vive en la casa
de la curva de Tafí del Valle?, pregunté. Unas
brujas hijas de puta, me contestaron unos tipos. ¿Cómo?
Sí, flaco, son los espíritus de las brujas del Valle.
Pero como vieron que no les creía ni medio, me aclararon: Mirá,
a esa zona la luz eléctrica no llega, así que pensá
lo que quieras. Yo no creo en esas cosas, pero desde aquel día
ésa es la única ruta del país en la que no freno,
relata Brítez, con sonrisa pícara debajo de su gorra negra
con la leyenda A todo motor metida en la frente.
Roberto también tiene su historia inverosímil. En
los pueblos del interior del país hay muchas anécdotas
de brujas y apariciones en la ruta. Yo no creo nada de eso, para mí
son todas boludeces. Pero si andás solo, a la noche, por ahí
te hacés la cabeza. De pronto hace una pausa calculada
y continúa el hilo del relato: Una vuelta paré a
cenar con otros compañeros en un pueblito cercano a San Luis.
En eso viene un borracho y empieza a contar historias de apariciones.
Al principio lo tomamos para la joda. Pero el tipo tenía miles
de historias y como no había nada más divertido que hacer,
nos quedamos escuchándolo como una hora. ¡Para qué!
El hijo de puta nos dijo que tuviéramos cuidado porque por esa
zona circulaba la leyenda de un camionero que se había cruzado
con una bruja. La historia era más o menos así: el chofer
frena a dormir a la orilla del camino y de pronto escucha que le golpean
la puerta. Se despierta, abre para ver quién es y resulta que
no hay nadie; se vuelve a dormir, golpean la puerta varias veces, vuelve
a abrir y... nadie. El tipo se pega semejante cagazo que, dormido como
estaba, arranca, se va al carajo y nunca más se lo ve por el
lugar.
La historia no termina ahí: Al rato, el borracho se va.
No voy a decir que tenía miedo, pero me había quedado
un poco preocupado. Media hora después, se me queda el camión
en medio de la ruta camino a San Luis. Primero escuché un ruidito
en el motor y al instante se queda muerto. El camión era un cero
kilómetro que YPF había mandado dos semanas antes. Ni
hablar: nunca se había quedado. No lo podía creer, parecía
a propósito. Se me vino la historia esa a la cabeza. Estaba parado
en la ruta en el mediodel campo, a las tres de la mañana, y no
quería bajar a revisar el motor. No me animaba. Parecía
una criatura. Y no me bajé. Le di con la llave hasta gastar el
burro de arranque y en eso ocurrió el milagro: arrancó.
Pero nunca más volví a parar en ese pueblo.
Ser
camionero es muy digno/ somos fuertes y leales/ nos sentimos familiares
como hermanos de la ruta/ una seña con la luz/ un abrazo alzado
en saludo/ ya no me siento solo/ somos miles andando/ todos hilando
nuestro destino.
Hacedor de caminos, autor anónimo
SANGRE, SUDOR Y LAGRIMAS
Son las tres de la tarde y Mario Cicca está terminando de
cargar su camión con cajones de frutas. En apenas media hora
estará en camino por tercera vez en el día. Dice estar
cansado. Del camino. De ir y venir. De no estar en ningún lugar.
Los viajes largos también te convierten en un tipo solitario.
A mí, que hago viajes desde hace veinte años, ya no me
gusta la compañía, le rehuyo. Estoy acostumbrado a dialogar
con mi cabeza. Es muy raro, pero cuando paro para dormir una siesta,
me pongo a pensar que durante el trayecto estuve charlando todo el tiempo
solo y en silencio.
Juan Bruzzone, a punto de salir para Tandil, prefiere hablar del cansancio.
De las situaciones que puede acarrear el hecho de sumar kilómetros.
De hacer de la cabina el living, la cocina, el dormitorio. Una
de las cosas más jodidas para el camionero es cuando empieza
a cabecear del sueño. Una vez, en una ruta de Catamarca, iba
hecho pelota y frené a dormir en una estación de servicio.
La idea era parar un rato nomás. Cuando me despierto, habían
pasado dos horas. Entonces arranco en el medio de la noche. A los quince
minutos, me pareció que el trayecto me era conocido. No le di
importancia porque de noche todas las rutas son más o menos iguales.
A eso de las cinco y media, cuando empieza a clarear, me doy cuenta
de que estaba haciendo el trayecto inverso, por donde había llegado.
No podía creer que fuera tan boludo. ¡Anduve dos horas
y media para el otro lado!
Ya se sabe que cualquiera sea la dirección en que se vaya, la
distancia más corta entre dos puntos es una recta. Para Ledesma,
eso no quita que los trayectos trazados por más directos
que se muestren en el mapa se compliquen y se conviertan en laberintos
cruzados por una nostalgia à la argentina. Una vez llegué
a mi casa después estar afuera veinte días. Pasé
una hora con las nenas y me tiré a dormir. A las tres horas suena
el teléfono. Mi mujer me despierta: eran los de Repsol. Tenía
otro viaje. Tenés que salir ya, me dicen. Bueno, salgo mañana
bien temprano. ¡No, el viaje es urgente! Andá para el depósito
que ya está el trailer preparado. Y me tenía que ir. No
me daba la cara para decírselo a mi mujer, pero ella, al verme,
ya había entendido. Al rato, estaba arriba del camión
y mi mujer y las nenas me saludaban desde la vereda. Fue la única
vez que me quebré. Empecé a llorar como un nene, se me
caían las lágrimas viendo a mi familia por el espejo retrovisor.