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El Porteño
PERSONAJES
Los más memoriosos quizá lo recuerden de la obra de teatro
Off Corrientes, de principios de los 80. O de un programa de TV con Ranni,
llamado Ruggero. O de aquella puesta de Tamara. O de Teatro
por la Identidad. Para el resto es el otro actor fetiche de
Campanella, el que brilló en papeles secundarios en El mismo amor,
la misma lluvia y El padre de la novia. Conozca a Eduardo Blanco, el desconocido
más famoso del cine argentino actual.
POR
MARIANO KAIRUZ
En Hollywood,
a la hora de los premios, lo llaman supporting actor, asignándole
un carácter vertebral que la traducción al castellano (actor
de reparto o, peor, secundario) ignora. Suele ser ese
rostro que muchos reconocen y pocos pueden nombrar. Pero muchas carreras
se han construido desde ese lugar de soporte. La cuestión,
acá, es: ¿cómo se hace para construir una carrera
de ésas en un país sin industria cinematográfica
sin morir en el intento? Eduardo Blanco es un actor secundario que, más
que sostenerlas, se carga las películas al hombro: lo hizo en El
mismo amor, la misma lluvia, volvió a hacerlo en El hijo de la
novia. En la primera, en una sola escena entre el personaje de Darín
(un supuesto escritor que desperdicia sus relatos en un semanario) y el
de Blanco (su jefe en la revista) se define el quiebre de las relaciones
humanas de los veinte años de historia argentina que abarca la
película. Si en aquélla el problema vocacional tenía
atrapado al personaje de Darín, en el siguiente film del equipo
que integra junto al director Juan José Campanella, su coguionista
Fernando Castets y Ricardo Darín, el conflicto directamente atraviesa
al personaje de Blanco, un actor que decide posicionarse como tal tardía
pero firmemente, empujado en su determinación por una tragedia
personal (la muerte de su esposa y su hija) y saliendo a ponerle el pecho
al destino de tocar fondo: perdido por perdido, mejor me hago actor.
AFTER
TEQUILA
A los cuarenta y tres años y con un currículum
que incluye una productora ahogada en tequila, Blanco asegura
que no fue hace mucho tiempo que pensó que era hora de tomarse
la actuación como cosa seria. Es decir, como una carrera
a la vez que fuente de sustento. La productora fue un proyecto emprendido
a principios de los 90 junto a Castets, que terminaría sumergida
en lo que comenzaba a ser la globalización. Hay cierta resignación
en la forma en que Blanco lo recuerda, pero no resaca (aunque cada tanto
vuelva a nombrar la bebida fatal): Para cuando estalló el
efecto tequila, yo tenía treinta y pico. En el período en
que tuve la productora había dejado de hacer televisión;
hacía teatro, básicamente, pero la productora no me permitía
otra cosa. Habrán sido seis años, que fueron justo los del
traspaso de los canales de televisión de estatal a privada, cambio
en los productores, cambio en el sistema de producción. En fin,
cuando la productora se me hundió en el tequila, ya no me conocía
nadie en el medio, todos los sistemas habían cambiado. Estaba en
una crisis parecida a la del personaje de El hijo de la novia, y fue entonces
que me planteé verdaderamente qué hacer: o seguir para adelante
y realmente probarme, por primera vez a full y en serio, en esta profesión,
o me dedicaba a otra cosa y quedaba como uno de tantos actores fugaces.
Hacia fines de los años 90, cualquiera diría que no era
momento para andar tomando decisiones heroicas. Los otros días
pensaba en eso, reconoce Blanco, y si bien no es sencillo
ese camino (de hecho, a mí no me resultó nada sencillo),
me animo a decir que es más fácil cumplir la vocación
que andar confundiéndose por ahí diciendo ¿de qué
voy a vivir? Recién en los últimos cuatro años me
estoy dedicando a conciencia y plenamente a lo que quiero hacer, y haciendo
de eso mi forma de vida.
¿YO?
ARGENTINO
Blanco no olvida el discurso paterno durante los años
adolescentes, cuando descubrió el vértigo y la adrenalina
en un grupo de teatro independiente: una época de experimentación
previa al Conservatorio en que tuvo que lidiar con las cosas que le decían
sus viejos (básicamente la pregunta ¿Con qué vas
a morfar?). Claro, ellos no sabían en esa época que
en unos años más, ser abogado o médico o ingeniero
iba a ubicarte en el mismo escalafón de inseguridad que ser actor.
Antes de tomar la decisión cosa que le llevó, según
sus propias palabras, entre quince y veinte años, Blanco
trabajó de argentino: Como me gusta comer más omenos
seguido, no me quedó más remedio que dedicarme a otra cosa.
Así que he hecho de todo: manejado taxis, vendido todas las cosas
que se te puedan ocurrir, hasta que tuve aquella productora chica, donde
filmábamos comerciales y algún que otro programa piloto
con equipos que alquilábamos. En la historia vocacional de
Blanco no hay padres actores, ni un casting para niños, ni un golpe
de inspiración o algún otro de esos eventos que marcan de
por vida. ¿Viste que hay gente que dice: Ah, yo de chiquito,
ya en los actos del colegio...? Bueno, no es mi caso. Cuando llegué
al colegio secundario, la típica pregunta que te avanza desde chico,
ese ¿qué vas a ser cuando seas grande?, a medida que pasaba
el tiempo y seguía sin respuesta, me empezó a asustar. Cuando
ya sos grande, te das cuenta de esos que contestan desde cierta seguridad
que no lo es tanto. Pero en ese momento, cuando el pibe de al lado contestaba
Yo voy a ser astronauta, y el otro Yo voy a ser presidente, yo pensaba
A la mierda, ¿y yo qué digo? Era terrible, especialmente
en un colegio industrial, como fue mi caso, por eso de que mi viejo era
mecánico y en una de ésas a mí me daba por seguir
estudiando y terminaba ingeniero. Yo detestaba el colegio industrial,
¡lo detestaba! Pero claro, de eso me di cuenta a fin de tercer año,
a los quince, y no sabía si cambiarme, si seguir. La duda me duró
tanto que terminé ahí nomás. Y como dice el dicho,
serás lo que debas ser o serás abogado, así que intenté
ingresar a Derecho mientras estaba en la colimba, pero me cagaron por
un porcentaje mínimo, en el examen de Filosofía, que yo
en mi vida la había visto porque en el Industrial no había.
Además, me bocharon por boludo total: a los colimbas nos daban
la opción de rendir días después, y yo presencié
de afuera el examen de todos, que fue un quilombo: había diez por
banco y se copiaban de lo lindo. A los colimbas, en cambio, como éramos
pocos, nos pusieron de a uno en esos bancos largos, con tres profesores.
Conclusión: me cagaron por cincuenta centésimos. Ahí
me agarró una cosa como de amor propio y me dije: El año
que viene vuelvo a intentar. Pero por las dudas también me anoté
en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Y adiviná
qué pasó: por supuesto, en el Conservatorio, rendí
los exámenes y entré sin el menor esfuerzo.
NO
CANTES VICTORIA
La pequeña productora de Castets y Blanco se llamaba
Victoria 392, el nombre de la primera película que hicimos
con Campanella y Castets, un Súper 8 en el que estuvimos trabajando
catorce meses, todos los fines de semana. Llegó a exhibirse en
la sala Lugones del San Martín; se dio un viernes durante todo
el día. Era algo rarísimo para una Súper 8; la verdad
es que, para la época y lo limitado de nuestros recursos, fue una
película estupenda. Estamos hablando de veinte años
atrás; de esa época se conocen Campanella, Castets y Blanco.
Yo estaba en un grupo de teatro; ellos vinieron a ver actores para
Victoria 392 y me eligieron para uno de los tres protagónicos.
Después, imaginate: con catorce meses todo lo que hubo para hablar.
Ahí surgió la idea de hacer una obra; ellos nunca habían
escrito teatro, pero yo venía de ahí y otro muchacho de
la película también. Así que los convencimos de escribir
todas esas cosas que teníamos ganas de decir en ese momento y surgió
una obra que se llamó Off Corrientes, que estrenamos en el 82
y nos fue muy bien, tuvo unas críticas espectaculares. Lamentablemente
tiene actualidad hasta el día de hoy: los dos protagonistas eran
un asistente en una productora de publicidad que soñaba con dirigir
cine y un actor que estaba buscando su camino. Lo que reflejaba la obra
era la imposibilidad para la juventud de plasmar sus ambiciones y sus
inquietudes. Una comedia muy divertida. Mi personaje, el asistente de
producción, era muy pragmático; el otro era lo opuesto,
y cuando le conseguía un trabajo en una publicidad de comida para
chanchos, el tipo se sentía tan humillado que volvía con
la máscara de chancho sin darse cuenta de que la tenía puesta,
porque se había peleadocon el director por el maltrato. Entraba
hecho una tromba diciendo: ¿Adónde mierda me mandaste? Y
el otro, sin mirarlo, le decía: Shh, que estoy creando. El otro,
pobre, decía: A mí me hunde en lo más bajo y él
está creando y empezaba a contar su historia, cinco años
de Conservatorio, que cuando terminó empezó de nuevo, para
fijar conocimientos, y todo para terminar con esa careta de chancho...
Un monólogo espectacular sobre la realidad de los actores.
JOYA,
NUNCA TAXI
El argumento de que está filmada en un formato comercialmente
perimido como el Súper 8 es la excusa a la que apela Blanco (aparentemente
en consonancia con Campanella y Castets) para no mostrar Victoria 392,
considerada por sus responsables como una película demasiado fechada.
Mostrarla hoy sería desmerecer un producto que en ese momento
fue bárbaro: una comedia de humor absurdo con muchas connotaciones
de la realidad de ese momento, que hoy se verían ridículas,
desde los walkman que eran una novedad por entonces hasta ciertas críticas
a la censura que hoy pueden parecer infantiles. Pero en ese momento eran
boludeces con las que la gente aplaudía y a la vez se moría
de risa, porque era como una militancia esa crítica social a lo
que estaba sucediendo. Pero no era nada transgresora. Hace poco la vi
con mi hijo y pensé ¡qué lenta! Pensar que en su momento
causaba una gracia tremenda... Tenía un cuentito que no existía;
la historia era lo de menos, un pretexto para hacer gags del estilo ¿Y
dónde está el piloto? No tenía otra pretensión
que divertir.
Después de Victoria 392 y Off Corrientes, que fue amadrinada
por Aída Bortnik (quien, junto con José Martínez
Suárez, eran los dos profesores más cercanos y tutelares
de Campanella y Castets), Bortnik convocó al veintiañero
Blanco para trabajar en Ruggero, un programa televisivo sobre
periodismo protagonizado por Rodolfo Ranni. Así se inició
nuestro personaje en las lides de la pantalla chica. A lo largo de las
siguientes décadas, la TV lo encontraría intermitentemente
en telenovelas y algún que otro programa de ficción: Hice
unas cuantas cosas, pero trabajaba medio año y la plata me alcanzaba
para dos meses a lo sumo, y a lo mejor estaba un rato largo sin trabajo,
así que empezaban las contradicciones, que resolvía manejando
un taxi.
¿COMO
ERA QUE SE LLAMABA USTED?
El regreso al medio vendría de la mano de Pol-ka:
la miniserie El hombre primero, una participación en
Primicias y otra en el primer semestre de El sodero
de mi vida, mientras se estrenaban en los cines El mismo amor la
misma lluvia y El hijo de la novia. En el medio, integró la agrupación
Libertablas (durante los años del alfonsinismo), formó parte
de aquella hiperpublicitada puesta de Tamara (a comienzos de los 90) y
se puso bajo las órdenes de Norma Aleandro en Cyrano (en 2000)
además de colaborar en la gestación del ciclo Teatro por
la Identidad, en lo que fue una temporada que Blanco no duda en definir
como absorbente: No sé si en este momento tengo la capacidad
solidaria suficiente para meterme a hacer un trabajo semejante. Hago cosas
solidarias amén del teatro, colaboro en algunos lugares, pero que
me llevan poco tiempo. Aquello, en cambio, me absorbió durante
cuatro años, me desvinculó bastante, y cuando pude tomar
distancia me dije No tengo esa capacidad en este momento. Pero la cantidad
de pibes que se han recuperado a través de este trabajo, los que
se presentaron en Abuelas para hacerse el ADN y saber de quién
son hijos, realmente ha sido increíble. Al ciclo venían
dos mil quinientas personas por día. Fue algo para sacarse el sombrero,
realmente. Hoy, mientras los efectos tequila y de los diez años
que cambiaron la historia están lejos de disiparse, Blanco acepta
hablar del lugar que ocupa la fama a la hora de definir la vocación
en tiempos de crisis: Me parece importante que la gente mantenga
la fe, en un momento en que se pone la fama como un fin casi excluyente.
Por ahí no se me leenlos subtítulos, pero estoy pensando
en los reality-shows. Recuerdo una encuesta que se hizo en la escuela
primaria de mi hijo, que hoy tiene catorce años. A los alumnos
de séptimo grado les habían preguntado qué querían
ser cuando fueran grandes, y un sesentipico por ciento contestó:
Famosos. Así nomás. No contestaban periodista, actor, médico.
Ni siquiera periodista famoso, o médico famoso. Y eso está
tanto más exacerbado hoy que parece que uno, al llegar a ser famoso,
llega a algún lugar. Lo que no saben aquellos que aspiran a eso
es que no existe la fama en sí misma. Es una ilusión. Puede
servir para que cotices mejor y te dé para elegir los trabajos.
Y, sin duda, eso tiene un montón de beneficios... siempre y cuando
lo utilices para hacer aquello por lo cual llegaste a ser famoso, no al
revés, como estos pibes que alcanzan notoriedad y se preguntan:
¿ahora qué?. La entrevista se interrumpe cuando una
mujer que pasa por el lugar le pregunta a Blanco si es el actor. Es decir,
el actor secundario, el supporting actor, el que se cargó el éxito
cinematográfico nacional del año, pero sigue sin tener nombre
para muchos de los que saben valorar y hasta admirar su trabajo. Blanco
contesta que sí, es actor (no el actor), y la mujer le agradece
la entrega en esa película (o esas películas) que evidentemente
la han emocionado. Cuando la mujer se aleja, Blanco reconoce que, es cierto,
está en su momento de mayor reconocimiento. Aunque se ocupa enseguida
de aclarar que, aun así, con lo que gana por película ni
en pedo podría vivir del cine. Por ahora.
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