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El libro gordo
Antigüedades
A fines del siglo X vivió un hombre llamado Abu IFaraj Muhammad
ibn Ishaq al-Nadim, hijo de un próspero librero de Bagdad. Dedicado
al negocio familiar, su trabajo consistía en recorrer librerías
en busca de libros raros, copiar manuscritos y catalogarlos. Pero en paralelo,
se dedicó a redactar el Fihrist, un compendio del conocimiento
disponible hacia el final del primer milenio que incluye textos sobre
filología, historia, política, libros sagrados como la Torá,
los Evangelios y el Corán, literatura griega y latina antigua,
poesía preislámica, debates jurídicos, matemáticas,
astronomía, medicina, fábulas, leyendas y sectas religiosas.
Y esto es sólo lo poco que sobrevivió hasta nuestros días.
Por
Harold Ellens, de Archeology Odyssey
En un
vehemente discurso dado en Clermont, Francia, en el año 1095, el
papa Urbano II llamó a los cristianos de Occidente a expulsar al
infiel de la Tierra Santa. Así, el Papa desató
las Cruzadas, durante las cuales los ejércitos europeos ganaron
el control de la mayor parte de los territorios del Levante, incluida
Jerusalén. Pero el Papa desató también algo más:
una especie de frenética destructividad que frecuentemente acompaña
la furia de los justos. Las guerras de los dos siglos siguientes
estuvieron marcadas por inimaginables y a menudo irracionales actos de
rapiña y crimen. El ataque de los cruzados sobre Constantinopla
en el 1203, en que cientos de miles de cristianos ortodoxos orientales
fueron masacrados, no fue el menor de éstos.
A cambio, Occidente recibió uno de los regalos más fabulosos
entregados por una civilización a otra: los cruzados abrieron el
riquísimo yacimiento de la erudición oriental. Occidente
sería civilizado por el infiel, instruido por los refinados
científicos, historiadores, físicos, poetas y filósofos
persas y árabes. Un instrumento importante en este intercambio
fue el Fihrist (Catálogo). Este libro del siglo X d.C. es un catálogo
de todos los textos significativos sobre religión, ciencia y humanidades
disponibles hacia el final del primer milenio. Incluía un resumen
de la literatura griega y latina antigua, cuya mayor parte se había
perdido en Occidente luego de la caída del Imperio Romano y la
destrucción de la Biblioteca de Alejandría. También
enumeraba los textos clásicos que habían sido preservados
por los eruditos orientales en la grandes bibliotecas imperiales de Bagdad,
Aleppo, Damasco y Khurasan. La amplitud del conocimiento revelada por
el Fihrist es asombrosa: abarca filología, caligrafía y
textos sagrados tales como la Torá, los Evangelios y el Corán;
contiene capítulos sobre gramáticos, historiadores y políticos
árabes, poesía pre-islámica, la literatura de los
califatos de Umayyad (661-750) y Abbasid (750-1258), así como capítulos
sobre prominentes juristas y autoridades del derecho; provee un sumario
de filosofía desde Tales de Mileto (620-555 a.C) hasta el final
del primer milenio después de Cristo, dedicando considerables cantidades
de tinta a Platón y Aristóteles. Además, debate sobre
matemáticas, astronomía, medicina, fábulas y leyendas,
sectas cristianas e islámicas, alquimia y fabricación de
libros y cuenta lo que se conocía de lugares tan lejanos como la
India, Indochina y China.
Librería
de viejos
El autor de este monumental trabajo, Abu I-Faraj Muhammad
ibn Ishaq al-Nadim (935-990 d.C.), nació probablemente en Bagdad,
donde su padre tenía una librería. El nombre al-Nadim
(literalmente, cortesano) significa que fue algún tipo
de oficial de la corte. Su padre fue un comerciante o contratista. Al-Nadim
probablemente recibió una educación normal: instrucción
inicial en la mezquita a los seis años, memorización de
extensos pasajes del Corán en la adolescencia temprana y luego
el ingreso a uno de los círculos de estudio de la mezquita. En
el curso de su vida también tuvo la oportunidad de estudiar bajo
la tutela de algunas de las luminarias de su tiempo, como el famoso jurista
Abu Said al-Sirafi, el matemático Yunus al-Quass y el historiador
Abu Abd Allah al-Marzubani.
Sin embargo la fuente de conocimiento más grande para al-Nadim
fue la librería de su padre, donde trabajó como empleado.
Sin dudas, su investigación fue extremadamente útil para
su padre y su potenciales clientes, especialmente su detallado conocimiento
de los libros importantes y los autores.
Se puede imaginar que su rutina diaria incluía copiar manuscritos,
entenderse con los eruditos y adquirir libros. En el capítulo cuarto
del Fihrist, al-Nadim explica que el trabajo de su vida fue exponer
losnombres de los poetas y la cantidad de versos escritos por cada uno,
de modo que quien deseara coleccionar libros y poemas pudiera tener esta
información. Quizá no sea accidental que este sistema
se corresponda con el desarrollado en el siglo III a.C. por Calímaco
para registrar los rollos de papiro en la Biblioteca de Alejandría.
Uno de los biógrafos de al-Nadim se refiere a él como a
un Motazili, esto es un miembro de una secta herética islámica
que adopta los aspectos racionalistas y humanísticos del pensamiento
islámico. Aun cuando al-Nadim era un Shiita que consideraba
a sus rivales, los musulmanes Sunitas insensatos e ignorantes, debe haber
estado seriamente interesado en los Motazilíes (a quienes
dedica gran parte del capítulo quinto). El Motazilismo es
la clase de filosofía que podría interesar a un hombre del
conocimiento de al-Nadim. Los Motazilíes, por ejemplo, rechazaban
el tradicional determinismo islámico de acuerdo con el cual todo
ocurre por la voluntad de Dios. Ellos creían, en cambio, que la
justicia de Dios sólo podía existir si los seres humanos
eran responsables de sus propias acciones, y de este modo ser castigados
o recompensados de acuerdo a lo que ellos, y no sólo Dios, hubieran
deseado y realizado.
Las
bibliotecas de Bagdad
Al-Nadim completó, corrigió y volvió
a corregir su enciclopedia hasta su muerte a los 55 años, diez
días antes del fin del mes de Shaban en 990/1. Uno de sus
intereses más persistentes había sido la lengua árabe.
En el Fihrist no sólo se dedica con interés a comparar las
transcripciones del Corán a varios dialectos, escrituras, manos
e iluminaciones disponibles en su época, sino que incluso cita
los debates de los eruditos sobre los orígenes de la escritura
árabe: si fue desarrollada en un pequeño campamento beduino
en el actual noroeste de Arabia Saudita o fue tomada de pueblos extranjeros.
Al-Nadim no sólo compró y catalogó libros, sino que
vivía apasionado con ellos. En el Fihrist, comenta libros y escritos
persas, griegos, hebreos (antiguos y contemporáneos), sirios, sajones,
chinos, turcos, indios, núbeos, rusos, búlgaros, francos
y armenios. Amó todos los aspectos de la confección de libros,
de la ortografía y la caligrafía a los métodos para
afinar lápices y fabricar papel. Los libros, para al-Nadim, eran
casi criaturas vivas. Eran amigos y maestros, compañeros
de cuya conversación nunca nos cansamos, que representaban
una existencia ideal sin las flaquezas a las cuales hombres y mujeres
están expuestos. Como transcribe de una fuente: Si los libros
no albergaran las experiencias de las generaciones anteriores, no se podrían
romper los grilletes con que las generaciones recientes se encadenan a
la falta de memoria.
No es sorprendente que al-Nadim dedique una extensa sección de
su obra a cómo se habría conformando el canon del Corán
desde las revelaciones del profeta Mahoma. Discute las numerosas fuentes,
ediciones e interpretaciones del Corán junto con los sabios del
Islam que comentaron el libro sagrado y los pueblos y lugares mencionados
en él. Incluye también cuidadosas notas sobre discrepancias
en el Corán: inconsistencias, características especiales
del lenguaje, ideas.
Aparentemente, al-Nadim visitó bibliotecas oficiales y privadas
y librerías en búsqueda de libros. De un coleccionista,
Mohammed ibn alHusayn, quien vivió cerca de Aleppo, al-Nadim escribe:
Nunca he conocido a nadie con una biblioteca tan extensa como la
que él posee. Ésta contiene libros árabes sobre gramática,
filología y literatura, así como textos antiguos. Lo frecuenté
varias veces y, aunque se mostró cordial conmigo, siempre fue receloso
y avaro con sus posesiones.
Los libros copiados a mano eran objetos valiosos, estimados particularmente
por los señores feudales que gobernaron Aleppo desde 944 hasta
967 d.C., entre quienes era costumbre confiscar libros para construir
sus propias bibliotecas. Al-Husayn era avaro porque temía
quelos sheiks de Aleppo conocieran sus amados volúmenes y se los
confiscaran. Entre sus preciosos manuscritos antiguos, al-Nadim señala
que había credos y disposiciones manuscritas del Jefe Supremo
de los Fieles, Ali, el yerno del Profeta Mahoma, junto con manuscritos
de los escribas de Mahoma.
El
Bazar de los escribas
Mientras viajaba de una biblioteca a otra, de una a otra
ciudad, al-Nadim estaba especialmente atento a la aparición de
libros raros. Él supo de dos gramáticas árabes del
siglo VIII d.C., aparentemente perdidas, puesto que no pudo encontrar
a nadie que hubiese visto una copia o conocido a alguien que poseyera
uno de estos volúmenes. Y se puede sentir el sufrimiento de un
verdadero bibliófilo en el relato de al-Nadim sobre sus inútiles
esfuerzos por encontrar estos tomos.
En general, se refiere favorablemente a los autores que menciona pero
no elude los comentarios severos. Aquí registra las aseveraciones
de un autor sobre otro: Él fue primero maestro en una escuela
pública, pero luego hizo trabajos privados, estableciéndose
en el Bazar de los Escribas, en el este de Bagdad. Nunca conocí
a nadie que se volviera famoso tan rápidamente por compilar libros
y recitar poesías, las que en su mayor parte corrompía.
De hecho no existió nunca alguien más estúpido intelectualmente
o más errado en cuanto a la pronunciación que él.
Pero al mismo tiempo tenía un carácter elogiable, con agradables
modales pulidos por la madurez.
De un hombre respetable llamado al-Suli, un brillante hombre de
letras y coleccionista de libros, al-Nadim registra una larga lista
de aspectos admirables, desde la importancia de los libros que había
escrito hasta su soberbia destreza en el ajedrez. Pero los comentarios
tampoco son todos favorables. En su opus magnum sobre poesía titulada
Hojas, al-Nadim señala: él depende del libro de al-Marthadi
sobre la poesía y los poetas; en realidad lo transcribe y lo plagia.
Yo he visto una copia del trabajo de este hombre que estaba en la biblioteca
de al-Suli y por el cual fue descubierto.
El
renacimiento árabe
En el séptimo capítulo del Fihrist, al-Nadim
releva los escritos de los físicos antiguos y contemporáneos,
incluido sta ibn Luqa al-Balabakki: sta tradujo numerosos
libros antiguos. Sobresalió en varias disciplinas entre las que
estuvieron medicina, filosofía, geometría, cálculo
y música. Nunca fue objeto de crítica, siendo un experto
en el estilo literario de la lengua griega y destacándose también
en pronunciación árabe. Murió en Armenia, donde se
encontraba como huésped de los reyes. Desde allí replicó
a Abu Isa al-Munajjim en relación con su epístola
sobre la misión profética de Mahoma, gracias a quien puede
haber paz. Desde allí también escribió El paraíso
en la historia. Entre sus libros, además de traducciones, comentarios
y exposiciones, se cuentan: La sangre; Flema; Bilis amarilla; Los espejos
quemadores; El insomnio; Sobre pesos y medidas; El gobierno (política);
Las causas de la muerte repentina; Enemigos; El conocimiento del entumecimiento
y su tratamiento; Los días de crisis; Enfermedades del cabello
(causas); La distinción entre el alma y el espíritu; El
coito; Ventiladores; Sobre los ventiladores y las causas del viento; Al-Farastun
(un registro público de pesos y medidas); Introducción a
la lógica; El uso de la esfera astrológica; Anécdotas
de los griegos (que tradujo él mismo); Exposición de las
doctrina griegas; Introducción a la ciencia de la geometría;
Epístola sobre las reglas de la nutrición; y Dudas sobre
el libro de Euclides.
Los
mundos perdidos
Un atrayente pasaje del Fihrist se ocupa de la antigua astronomía
persa. Después de describir cuidadosamente cómo los científicos
persas trataban la corteza del álamo blanco para conseguir un material
deescritura duradero, al-Nadim nos informa que anotaron detalladas tablas
astronómicas colectadas desde el tiempo de los babilonios. Luego
los científicos antiguos buscaron un lugar en el cual el clima
fuera óptimo para la preservación de estos registros, y
se decidieron por la ciudad persa de Jayy: Entonces fueron a Jayy
para hacer de ella el depósito de su ciencia. Este depósito
fue denominado Sarwayh y perduró hasta nuestros días. En
cuanto al edificio, hace algún tiempo uno de sus lados se deterioró.
Entonces, a través de una de las grietas se encontró una
bóveda que albergaba muchos libros de los antiguos escritos en
corteza de álamo blanco conteniendo todas las anotaciones científicas
y las fuentes de éstas escritas en la antigua escritura persa.
Hacia el 961 o 962, escribe al-Nadim, se enteró a través
de una autoridad confiable que otra bóveda se
había rajado y muchos libros fueron descubiertos, pero nadie supo
cómo leerlos.
Él mismo había visto, diez años antes, libros en
griego hallados en uno de los muros de la ciudad (presumiblemente Jayy).
Y al respecto señala que en la antigüedad el conocimiento
estaba vedado excepto a aquellos que fueran eruditos o reconocidos por
sus aptitudes naturales para el aprendizaje. Aunque griegos y romanos
promovieron el aprendizaje, escribe, los cristianos bizantinos prohibieron
la alfabetización excepto para el estudio de la teología.
Por el contrario, al-Nadim creía que el Islam estimulaba el cultivo
de la cultura letrada y el conocimiento.
Cristo
se detuvo en Bagdad
Aunque el Fihrist es probablemente más valioso como
compendio del conocimiento, también preserva el espíritu
de su tiempo, sobre todo en sus narraciones tradicionales. Uno de estos
relatos es el de la discusión teológica mantenida por un
cultivador de algodón llamado Mohammed ibn Kullab con un conocido.
Ibn Kullab sostuvo que la Palabra de Allah, el Corán, era también
Allah. Su interlocutor lo acusó entonces de ser cristiano, ya que
los cristianos creían, en los fundamentos del Evangelio de Juan,
que la Palabra es Dios, y le preguntó: ¿Qué
puedes decir sobre Cristo?. Ibn-Kullab le dijo que respondería
sobre Cristo lo mismo que los musulmanes sunitas responderían sobre
el Corán: él es la Palabra de Dios.
Este relato ilustra el espíritu de al-Nadim: tolerante, curioso,
a menudo divertido. El Fihrist no sólo muestra la amplitud del
conocimiento de su autor, sino que al mismo tiempo es el testamento de
su compasión. Este musulmán devoto, extremadamente orgulloso
de su cultura y su herencia, honró las creencias de otros pueblos
y les dio cabida en la obra que ocupó toda su vida. Fue un gran
conocedor del judaísmo y del cristianismo. Conoció sus historias,
sus escritos y sus creencias religiosas. Conoció el trabajo de
los antiguos eruditos griegos, hindúes y chinos. Se deslumbró
con el mundo más allá del suyo, y le construyó un
monumento, el Fihrist, que resplandece con su espíritu humanista.
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