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El salto del tigre
Cine
Tras las oleadas de cine hongkonés, taiwanés y japonés,
ahora desembarca en Buenos Aires el cine coreano. Considerado por muchos
el caldo de cultivo donde fermenta lo mejor de la pantalla grande mundial,
fértil tanto en el terreno de lo experimental como de lo comercial
(al punto de haber superado a Titanic en recaudación), a partir
de esta semana se podrá ver en la sala Lugones del Teatro San Martín
una amplia selección de esta cinematografía (incluida la
película que nadie se anima a estrenar en Argentina).
Por
Horacio Bernades
No hay
nada que hacer: el futuro del cine sigue apuntando hacia Extremo Oriente.
Los 80 fueron todos de Hong Kong, a partir del momento en que Jackie
Chan, John Woo y Tsui Hark descargaron sus tormentas de tiros, patadas
e invenciones visuales a toda carrera. De allí llegaron más
tarde las elegías modernistas de Wong Kar-wai, entre éxtasis
en ralenti y burbujeos pop. Hacia fines de la década, la brújula
se corrió hacia Taiwan, que se asomaba al vacío (existencial)
en la obra de Hou Hsiao Hsien, Edward Yang y Tsai Ming-liang. Mientras
tanto, el cine de China continental se replegaba, el japonés se
reinventaba y el tailandés asomaba. Faltaba Corea, pero no hubo
que esperar mucho para que el último de los tigres asiáticos
pegara el salto.
Eso ocurrió a comienzos de los 90, a caballo de la liberalización
política interna y un creciente apoyo del Estado a la producción
y formación profesional. Pronto saltó a la vista de Occidente
que pocas cinematografías del mundo podían aunar cantidad,
calidad y diversidad en el grado en que lo hacía el cine coreano.
Un grueso volumen de producción anual, grandes compañías
invirtiendo sumas cada vez más generosas, sucesivas nuevas
olas garantizando la continuidad, máxima disparidad temática
y estilística y una gran aceptación del público hacia
sus propias películas son los rasgos más salientes del fenómeno,
hoy en plena fase de expansión.
SEÚL,
ABASTO, LUGONES
Como era inevitable, las películas coreanas comenzaron
a regar los países vecinos, al tiempo que los festivales de todo
el mundo las requerían. Películas como Sopyonje (1993),
El poder de la provincia de Kangwoon y Christmas in August (ambas de 1998)
empezaron a ser incluidas en las listas de las mejores de la década,
confeccionadas por los críticos más prestigiosos. El boom
queda oficializado en Cannes 2000, cuando cuatro películas coreanas
aparecen compitiendo en distintas secciones, al tiempo que otras comienzan
a estrenarse regularmente en Europa y Estados Unidos. A Argentina fueron
llegando de a poco, en progresión ascendente.
La primera fue la exquisita Spring in my Hometown, exhibida en 1996 en
el Festival de Mar del Plata. Después llegó el turno del
Festival de Buenos Aires, que en su edición 1999 sacudió
las trasnoches con el bullente y revulsivo caos de Película mala,
infinita, inacabada, de Jang Sun-woo, padre fundador de la Nueva
Ola Coreana. Al año siguiente, la enchufadísima Nowhere
to Hide descargó toda su electricidad. Fue el prólogo para
el desembarco masivo, producido en abril de este año, cuando el
Bafici les dio lugar a diez películas de ese origen. Una representación
tan compacta como diversa. Poco o nada hay en común entre Peppermint
Candy, que recuerda con ira el último medio siglo de historia coreana
(recorriéndola de adelante hacia atrás, valga aclarar) y
comedias contemporáneas tan ligeras y efectivas como Barking Dogs
Never Bite, The Foul King o Lamour.
Un mundo (o varios) parecerían mediar entre el amour fou con anzuelos
de La isla (donde los amantes se pescan, literalmente) y el aire nouvelle
vague de La virgen desnudada por sus pretendientes. O entre ambas y el
terror lésbico de Memento Mori. Para no hablar del delirio clase
B de Attack the Gas Station!, donde cuatro adolescentes aburridos asaltan
una estación de servicio y terminan sitiados por los clientes,
la policía, la mafia... y repartidores de comida china. Todo eso
fue apenas una pequeña muestra de una producción cuyo volumen
y eclecticismo la hacen casi inabarcable.
Ahora habrá una nueva ocasión de asomarse a esa terra incognita,
acudiendo al Encuentro con el cine coreano que Cinemateca
Argentina ha programado, con asistencia de varias instituciones culturales
de ese país,a partir del martes próximo y hasta el domingo,
en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.
NORTE/SUR
Lo primero que conviene tener en claro es que cuando se habla
de cine coreano, se está haciendo mención a la República
de Corea, más conocida como Corea del Sur. Se recordará
que en 1945, como parte de la repartija mundial consumada entre las potencias
al fin de la Segunda Guerra, Corea quedó dividida entre un norte
que adhirió al comunismo y el sur, vigilado de allí en más
por Estados Unidos.
Más allá de su adhesión a las consignas socialistas
o capitalistas, ambas Coreas coincidieron en su militarización
y en su condición de máximas enemigas. Sobre todo, a partir
del momento en que entraron en guerra, la del norte apoyada por China
y la del sur, por el Hermano Mayor americano. La guerra se extendió
desde 1950 hasta 1953, cuando se firmó un armisticio, dando lugar,
desde ese momento hasta hoy, a algo así como una paz armada
entre ambas Coreas. Tanto es así que actualmente, en Corea del
Sur, el comunismo está proscrito, y la más mínima
sospecha de simpatías izquierdistas se pena con cárcel o
censura oficial.
Claro que las cosas siempre fueron peores en la República Popular
Democrática (Corea del Norte), donde el cine quedó enterrado,
hasta hoy, en una típica producción de propaganda a
la china, sin dar, a lo largo del último medio siglo, una
sola película que no estuviera al servicio de los intereses del
Estado. Mientras tanto, en Corea del Sur la dictadura militar del general
Park Chung-hee imponía, durante décadas, un férreo
control sobre todas las manifestaciones culturales. Hasta que en la primavera
de 1980 estalla una insurrección popular, aplastada en forma sangrienta.
Como efecto paradójico, entre los centenares de cadáveres
germinaba la semilla del actual florecimiento cultural y cinematográfico.
DAEWOO
VS. HOLLYWOOD
Entre otras manifestaciones de descontento, la insurrección
de Kwangju permitió el surgimiento de lo que se dio en llamar nueva
ola del cine coreano, caracterizada por una serie de películas
que aunaban experimentación en el terreno de la forma con una temática
social y política. La cosa empezaba a descontraerse, en paralelo
con el aflojamiento de la represión política. Siguió
haciéndolo a lo largo de los 80, hasta que a comienzos de
la década si- guiente un gobierno elegido democráticamente
asume el poder, con Kim Young-sam a la cabeza. Entonces, todo lo que estaba
en fermento terminó de decantar.
Opositor histórico a la dictadura anterior, lo cual le costó
años de cárcel, Kim Young-sam percibió que algo estaba
pasando con el cine coreano, dando inicio a una política de protección
oficial que se expresó tanto en la fundación de una escuela
de cine oficial como en la instauración de cuotas de pantalla.
Estas se mantienen hasta hoy, y obligan a los exhibidores a dedicar un
40 por ciento de su programación al cine local.
Junto con el interés de inversores privados (entre ellos los chaebol,
nombre que reciben los grandes grupos económicos como Samsung o
Daewoo), el resultado de esta política es que, actualmente, el
cine coreano no sólo mantiene una media de unas 50 películas
al año, sino que éstas le disputan mercado al cine estadounidense
casi en pie de igualdad, con un 30 por ciento de concurrencia para las
películas locales, que marca una de las cotas más altas
del mundo. Actualmente, el cine coreano produce no sólo películas
de las llamadas de arte sino otras que pueden considerarse
comerciales, con una media de calidad considerablemente alta.
LO
NUEVO DE LO NUEVO
Al público coreano, el cine de su país parece
gustarle mucho. Recientemente, el film de espionaje Shiri desbancó
a Titanic del lugar de película más vista en la historia.
No tardó en sersuperada, a su vez, por el drama bélico Area
común de seguridad, que se verá en el ciclo de la Lugones.
La ola más reciente es la de films fantásticos, de acción
y de terror, realizados por cineastas que andan por los treinta y vistos
por un público diez años menor. Se trata, en todos los casos,
de óperas primas o segundas películas, y suelen estar animados
por una voluntad de experimentación formal que los hace gozosamente
imprevisibles.
Un ejemplo notorio de este lote es la citada Nowhere to Hide, comic exuberante
y parte también del ciclo organizado por Cinemateca Argentina.
Podrían nombrarse además el film fantástico Soul
Guardians, la película de terror Ring Virus, el psycho-thriller
Tell Me Something o la anteriormente mencionada Memento Mori, todas ellas
surgidas durante el último par de años. Exito, juventud
y talento es la clase de combinación que no suele pasar inadvertida
del otro lado del Pacífico, y los productores de Hollywood están
empezando a poner la mira en estos cineastas. Tal vez sea el anuncio de
una próxima migración en masa, como ocurrió con los
mayores exponentes del cine de Hong Kong durante la década pasada.
Lo cual hace temer por el futuro del cine coreano. Por ahora, a mirar,
que no se acaba el mundo.
PARALELO
38
Las cinco películas que componen el ciclo de la sala
Lugones aparecen como ejemplos paradigmáticos de las tensiones
que recorren, hoy, el cine coreano, permitiendo atisbar, en perspectiva,
buena parte de su historia reciente. La más nueva del pelotón,
la menos conocida también, es El último regalo, ópera
prima estrenada este año, que se verá el miércoles
31. Se trata de una comedia satírica, dirigida por el treintañero
Oh Gihwan, en la que un comediante de cuarta, ansioso por aparecer en
la tele, hace un pacto con un par de estafadores, mientras su vida matrimonial
se cae a pedazos.
Los motores se irán calentando con la exitosísima Area común
de seguridad, que en términos de distribución internacional
se conoce como Joint Security Area, o directamente J.S.A. Modelo de cine
masivo que no resigna calidad, irá el jueves 1º de noviembre
y pone el dedo en una de las llagas más vivas de la Corea contemporánea,
al narrar un enfrentamiento fronterizo ocurrido a la altura del paralelo
38, la zona militarizada que divide ambas Coreas. Una investigadora suiza,
pero de origen coreano, revivirá sus conflictos de identidad (no
muy distintos de los del país en su conjunto) cuando se encuentre
con que ambos bandos parecerían querer echar tierra sobre el grave
incidente. Las referencias hablan de una película de sólida
estructura dramática, con pretensiones que trascienden lo bélico.
PEGAME
Y LLAMAME J
De allí en más, el ciclo se pone al rojo, presentando
tres de las películas más emblemáticas del reciente
cine coreano. El viernes 2 es el turno de Mentiras, film-escándalo
de 1999 dirigido por Jang Sung-woo, el mismo de Película mala,
infinita, inacabada. Nombre prominente de la nueva ola de
comienzos de los 80, Sung-woo es el chico malo del cine coreano, que filma
sólo lo que irrita, ya se trate de la ética capitalista,
la masacre de Kwangju, la religión oficial, la marginalidad urbana
o las variantes sexuales más heterodoxas.
De hecho, a la copia de Mentiras que se estrenó en su país
le faltan cinco minutos, cortados por la censura. En Argentina, la película
ya produjo un efecto folklórico. Ante su repercusión en
festivales, un distribuidor local decidió comprarla, pero a partir
del momento en que la vio se convirtió en su más acérrimo
impugnador. Así es como, desde hace un par de años, las
latas juntan polvo en una oficina de la calle Lavalle. Rescatada por Cinemateca
Argentina y la gente de la Lugones, los protagonistas de Mentiras son
tres: un escultor de más de 40, una colegiala de menos de 20 y
la colección de palos, garrotes y bastones con que se procuran
placer.
Sung-woo no ahorra detalles, pero tampoco carga las tintas, contando la
relación amorosa entre Y y J (con esos nombres se presenta a los
personajes) con la mayor naturalidad, desde una distancia clínica
y soterradamente irónica. Como cuando muestra a los amantes en
bucólico paseo por un parque, en busca de algún lindo tronco
con clavos. Tal vez sea justamente esa naturalidad lo que irrita a censores
y distribuidores.
ATRAPAR
ALGO EN EL AIRE
Nowhere to Hide, que se proyectará el sábado
3 con el título Sin lugar donde esconderse, es una de las películas
coreanas que, desde su presentación un par de años atrás,
más repercusión viene teniendo en Occidente. Se entiende,
en tanto trabaja dentro de un género codificado el policial
de acción pero usándolo como plataforma para las más
excéntricas aventuras formales. Es la cuarta película de
Lee Myung-se, dado a las audacias desde su debut, a comienzos de los 90.
La historia es la más trillada del mundo: tras un ajuste de cuentas
entre narcotraficantes, los miembros de una seccional policial, muy poco
respetuosos de las normas de buena conducta, intentan dar caza a un hampón
que los paseará entre el campo y la ciudad. Lo deslumbrante es
el modo en que Myung-se la cuenta, con un derroche de estilo y una vitalidad
creativa que le valieron inevitables comparaciones con John Woo. Hay en
Nowhere to Hide un notable aprovechamiento de espacios en función
dramática (sobre todo una larga secuencia de persecución
en medio de una laberíntica villa de emergencia), bruscos virajes
de tono, un evidente gusto por el hallazgo repentino y continuos estallidos
de la forma.
Para el recuerdo, dos momentos de antología, donde aflora ese humor
y vocación coreográfica que hicieron famoso el cine de Hong
Kong. Tras una larga persecución, el simiesco policía protagónico
se arroja sobre un matón. Maniobran y forcejean, y terminan bailando
un tango. Después del último corte y quebrada, lo que se
ve son sus sombras reflejadas sobre una pared, batallando como sombras
chinescas o un comic a la tinta. La otra escena memorable tiene lugar
en una cocina de dos por dos, donde se acumula una cantidad de policías
digna de cierto populoso camarote de los hermanos Marx. Basta que a uno
de ellos se le resbale una manzana para que todos se entreguen a una absurda
danza muda y lenta, en la que nadie entiende si quieren huir, disparar
o atrapar algo en el aire. Atrapar algo en el aire: tal vez sea eso lo
que Lee Myung-se busca cuando filma.
EL
MAESTRO
La historia de Chunhyang, que abre el ciclo de la Lugones
el martes 30 y lo cierra, el domingo 4, es la película número
97 en la carrera de Im Kwon-taek, considerado el gran maestro del cine
coreano. Nacido en 1936 en Corea del Norte, Kwon-taek ingresó al
cine a comienzos de los 60, como forma de ganarse la vida. A eso
se dedicó durante décadas y decenas de películas,
hasta que se cansó y decidió convertirse en un autor.
Que no se trataba de vana pretensión quedó demostrado en
sus películas subsiguientes. Sobre todo, en Sopyonje, que muchos
consideran la mejor película coreana de la historia. En ella, Kwon-taek
rescataba una tradición antiquísima, la del pansori, forma
juglaresca de narración oral que había quedado olvidada
y el éxito del film ayudó a revivir. Kwon-taek vuelve sobre
el pansori en La historia de Chunhyang, enésima versión
cinematográfica de una leyenda tradicional coreana y su último
film hasta la fecha. Al narrar la película en dos planos simultáneos,
Kwon-taek confronta leyenda y representación, pasado y presente,
tradición y modernidad.
Un plano lo ocupa el relato de la leyenda en sí, una tragedia amorosa
en la que algunos ven un equivalente asiático de Tristán
e Isolda, con una joven desclasada que se sacrifica por su noble enamorado.
Kwon-taek la pone en escena con máxima exquisitez, dándole
una relevancia primordial al bucólico ambiente pastoril que sirve
de marco a la leyenda e idealizándola con abundancia de dorados
y esmeraldas. Pero esa historia es narrada enteramente por un cantante
de pansori, a quien Kwon-taek filma en un teatro contemporáneo,
con el público haciéndole de coro, acompañamiento
e interlocutor.
Gesto típicamente moderno, en La leyenda de Chunhyang el relato
convive con la producción de ese relato. Pero no se contradicen
entre sí. Más bien se complementan y refuerzan, hasta alcanzar
un jadeante crescendo emocional. No hay más que compararla con
Nowhere to Hide, y ésta a su vez con Mentiras, la propia Area común
de seguridad y hasta El último regalo, y se comprenderá
que el cine coreano es, por el momento, un territorio en plena expansión,
sin límite a la vista.
Todas
las películas se proyectarán en la sala Lugones del Teatro
General San Martín los días señalados a las 14.30,
17, 19.30 y 22 hs.
arriba
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