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Nota de tapa ¿Qué fue del boxeo en la Argentina después de aquellas históricas noches de sábado en el Luna Park? Para empezar a tener una idea, hay que volver a los gimnasios de barrio, donde hombres y mujeres van a transpirar horas de bolsa, sombra y cuadrilátero para aprender a pegar sin que les peguen. Algunos, por deporte; otros, para llegar, con un poco de suerte, a ganarse la vida. En su ensayo fotográfico Golpe a golpe, Tony Valdez y Radar registran la anónima vida cotidiana del boxeo argentino sin Luna Park.

POR CLAUDIO ZEIGER

Con ese nombre –Tony Valdez– bien podría haber sido un boxeador puertorriqueño, pero no lo es. Nunca lo fue, y según confiesa no es lo que se llama un devoto del box. Tony Valdez es, se sabe, fotógrafo. Hace unos años, siguiendo la pista de su propia hipótesis comenzó a hacer ensayos fotográficos (así se suele llamar a una serie de fotos ambientadas en un mismo lugar, sacadas durante un segmento continuo de tiempo y usualmente con un tema o personajes en común). La hipótesis de Tony reza: “Los espectáculos relacionados con la cultura y los deportes son los que tienen caras más ocultas. ¿Qué pasa atrás de un escenario de teatro o dentro de un vestuario de fútbol? ¿Qué pasa con los boxeadores debajo del ring?”. Un fotógrafo, presumiblemente, puede hacer algo para revelar las facetas ocultas de alguna situación, de ciertos personajes, oficios, lugares.
Con este espíritu que lo llevó de retratar amas de casa a personajes urbanos de la fauna porteña, en 1996 visitó por primera vez la trastienda del boxeo, el más mítico de los deportes, de fama más bien negra, amasada en historias de épica viril y cerebros desencajados, y que hace ya varios años, en la Argentina, ha caído en una digna y adormecida siesta decadente. Por circunstancias que más adelante se explican minuciosamente, este año Tony Valdez se vio en la obligación de volver a visitar los gimnasios de box. Como su intención era mostrar el lado más cotidiano del mito, el más opaco si se permite el calificativo, no buscó hacer brillar el oro de las viejas glorias sino armar los retratos de la pelea cotidiana de los luchadores de la vida, el día a día, la rutina, las camaraderías sutiles, las rivalidades circunstanciales. Y buscó, de paso, dar cuenta de una poética peculiar hecha de colores fuertes, de rostros que se vuelven adustos por una expresión sombría de tensión y concentración, de unos rasgos que se deforman por una miniatura tan inofensiva como un protector bucal. Las fotos captan esos gestos, esas transformaciones.
Un hombre o una mujer que se calza unos guantes de boxeo probablemente no vuelva a ser la misma persona. O al menos por un rato –tres minutos, dos horas– no es la misma.

EN ESTE RINCON
En los gimnasios de box se entrenan los pupilos que están por acceder a alguna pelea (amateur o profesional), y sobre todo, en estos tiempos, son frecuentados por mucha gente que no quiere pasar de ser amateur, o que mientras se entrena –si logra sortear miedos y prejuicios- va viendo si se animaría a pelear a otro nivel. Algunos lo hacen, la mayoría no.
Tony anduvo por allí, queda dicho, hace cuatro años, sacó sus fotos y armó un ensayo titulado, con bastante lógica, Golpe a golpe. Después se olvidó de los gimnasios de box y se dedicó de lleno a otras visiones: un nuevo ensayo que llevó por título Grito nocturno (se exhibió en la FotoGalería del Teatro San Martín), un excelente registro de postales de la calle y enclaves urbanos y, para continuar con la hipótesis de que lo deportivo/cultural suele guardar muy bien sus secretos, hace poco fotografió el interior del Teatro Colón, aunque dice que para ponerle fin al ensayo está esperando el momento que desmonten la araña central. Entre una cosa y otra, recuerda Tony ahora, cuando en 1999 lo invitaron a dar una charla y exhibir sus trabajos, volvió a toparse con aquellas fotos extraídas de los gimnasios de box, y algo sucedió. O mejor dicho, algo no sucedió.
“Al verlo proyectado en diapositivas, tuve una sensación extraña, de algo ajeno, que me llevó a preguntarme: ¿esto hice yo? Lo sentía como un documentalismo muy de los años 50, en blanco y negro, muy distante. Me pareció que tenía que hacerlo de vuelta y mostrar lo que realmente había observado en la atmósfera de los gimnasios, una confraternidad muy sana: soledad y camaradería. Yo veía que me había convertido en un espectador demasiado apartado, mirando todo desde afuera, entonces decidí empezar a hacerlo de vuelta, y sobre todo a hacerlo en color.” Entonces, Tony volvió a los gimnasios. Primero fue a la Casa del Boxeador, donde además del gimnasio-escuela funciona la Asociación Mutual de la Casa del Boxeador, fundada el 6 de febrero de 1947, en pleno furor peronista. En sus instalaciones, bajo la dictadura militar, se solían hacer reuniones políticas semiclandestinas que, si bien podían tener alguna escena de pugilato, nada tenían que ver con el boxeo.
Golpe a golpe, el ensayo que se presenta aquí y que espera una pronta exhibición, es la segunda versión, en colores, de lo que observó Tony Valdez en los gimnasios de box.
“No es que yo tratara de evitar deliberadamente lo fashion sino que quería buscar lo más común, lo más cotidiano del entrenamiento, algo tal vez más anónimo. En estos lugares se suele ver lo mismo que pasa en tantos lugares de Buenos Aires: por un lado la decadencia arquitectónica, y por el otro lado la gente que lo sigue manteniendo. Así fue que visité primero la Casa del Boxeador, luego el Almagro Boxing Club, un lugar clásico, después el gimnasio de la Federación Argentina de Box, y el Club Universitario de Buenos Aires, donde se practica boxeo, y después hice algunas fotos en el gimnasio de la Facultad de Derecho.”
Tony Valdez empezó a frecuentar estos lugares y pasaba bastante tiempo entre bolsas de arena, guantes y pesas, aunque a veces solamente miraba y conversaba con la gente, buscando captar los detalles antes de disparar.
“El box tiene un montón de elementos específicos y una estética, y por eso la elección del blanco y negro, la primera vez, había producido ese distanciamiento que después no me convenció. Los colores son muy importantes. Está el rincón azul y el rincón rojo, el vestuario azul y el vestuario rojo, los colores de los pantaloncitos y las batas. Y después está esa imagen que enseguida resalta en los gimnasios, de soledades compartidas. Los boxeadores también suelen hablar de esa soledad arriba del ring. Bonavena dijo esa frase que habla de esta soledad: Cuando suena el timbre y te sacan el banquito, ahí sí que te quedás solo. En el gimnasio lo ves. Llegan solos y se van solos. Nunca vi lo que puede pasar cuando termina el picadito de fútbol, que se van a tomar algo juntos. La camaradería es muy fuerte, pero adentro del gimnasio.”

UN HOMBRE DE MIL ABDOMINALES
Dardo Gregorio Giménez es ex campeón uruguayo en la categoría medio mediano. Hace unos años se retiró del boxeo. Se retiró, dice, con la precisión que sólo se les otorga a las fechas fundamentales en la vida, el 7 de agosto de 1993, y aunque ya lo venía pensando, haber perdido una pelea fue lo que lo llevó a tomar la decisión. Recuerda el hito “sobre todo, como un momento de calentura, cuando me enteré de algunas cosas que van a morir conmigo, un mal manejo donde se aprovechaban de una persona ignorante para lucrar con la salud del boxeador”. Dardo, además de boxeador, ya era profesor de educación física. Fue técnico en la Selección Argentina de box y viajó a Canadá en los Juegos Panamericanos. Desde hace tres años enseña boxeo en la Escuela de la Casa del Boxeador. (En un aparte, un señor mayor que anda por los rincones observando todo, pero como haciéndose el distraído y que más adelante aportará su testimonio, define la disciplinada rectitud del ex medio mediano con una metáfora tan contundente como un cross a la mandíbula: “Dardo es un hombre de mil abdominales diarios”, dice.)
Dardo explica que a los muchachos (y chicas, escasas pero entusiastas, como pronto se verá) se les enseña a pelear y se los entrena físicamente más allá de que quieran competir o no. Al contrario de lo que cree la mayoría de la gente, dice Dardo, no es obligatorio salir con un ojo negro o la clásica nariz de tabique roto. Además, propagandiza –una propaganda bastante efectiva, si se tiene en cuenta el auge de la práctica de box en diversos gimnasios– que el entrenamiento del boxeador es el más completo que hay, y de paso sirve como defensa personal (por si las moscas, aunque todos repitan que no les gusta andar provocando gratuitamente). “De cada diez, cuatro quieren boxear”, calcula Dardo. “Hay que encaminarles el entrenamiento, hay que controlar los nervios y los temores que tienen, y para eso son muy útiles las exhibiciones, donde se muestra lo que se aprende en las distintas escuelas. Después, el primer paso para competir es una pelea amateur, que según se estila ahora, es de tres rounds de dos minutos.”
Cuando se le pregunta a Dardo acerca de los mitos negros que rodean al boxeo (desde el daño cerebral a, en escala fatalmente ascendente, la muerte violenta propia y ajena), Dardo ensaya una argumentación cauta y sincera.
“Si tenés una buena conducta, no hay por qué terminar mal. El boxeo en sí no tiene nada de malo. Pero la mala conducta y la mala preparación sí. El boxeo no consiste en venir a hacer cinco o diez rounds de guantes. El boxeo es el arte de pegar y no dejarse pegar, y para aprender eso hay que practicar todos los días. Al alumno tenés que corregirlo: que tenga buena defensa, un buen bloqueo, que saque bien los directos, los cross, los ganchos. Hay que pensar en una carrera de larga preparación, salvo que seas un tocado por la varita mágica, un Oscar de la Hoya. Yo vi muchos ejemplos de lo que está mal y me dije que no quería terminar así. Está lleno de monstruos que terminaron mal: Gatica, Bonavena, Monzón. El boxeo es una etapa de diez a quince años, y hay que saber que el día de mañana vos formás un hogar y tenés que estar lúcido para tus hijos. Muchos boxeadores quieren vivir de la gloria del boxeo, pero se olvidan de que son una persona más, que tiene que cultivarse, estudiar algo y trabajar. Pero muchas veces a los pibes no los llevan por ese lado por conveniencia, apuran los pasos.”
Dardo comparte plenamente la opinión de que el boxeo local está en una etapa descendente. “Hubo una decadencia en el boxeo argentino, a causa de la mala organización de los pseudopromotores, que llevan chicos todavía verdes a pelear, y sólo por la plata. Arruinan al boxeador y no se ven buenas peleas.”


CABALLEROS CAUTELOSOS
La presencia en el gimnasio es mayoritariamente masculina. Al primer vistazo, hay de todos los pesos y categorías posibles, pero es ostensible la ausencia de pesos pesados. Quizás algún medio pesado, pero que si sigue sudando así, bien podría ser un digno mediano. De todos modos, no es tarea sencilla encontrar pupilos decididos, al mejor estilo Tyson, a arrancarle la oreja a un hipótetico rival. Impera la caballerosidad, y hasta cierta cautela a la hora de dar y recibir piñas.
Leonel es estudiante y declara que siempre le gustó el boxeo, verlo por TV, y que también le atraía como gimnasia, hasta que se decidió a probar. “Hice cinco exhibiciones hasta ahora, que son muy buenas para sacarte los nervios, pero no creo que en este país haya mucho futuro para el que se mete a boxear. Uno piensa, si te vas a dedicar al boxeo, qué mal quedaron tantos boxeadores. Pero acá en el gimnasio hay muy buena onda entre todos, no hay agresividad entre nosotros.”
Walter trabaja de cadete y por el momento no quiere pasar de ser un amateur. “Más que nada por una cuestión familiar”, dice. “A mis viejos les da mucho miedo por las consecuencias, la posibilidad de que tenga daños cerebrales. Yo no tengo miedo, porque acá aprendés a pegar y también a defenderte. Más que nada a pegar. Lo que tenés que hacer es cubrirte los puntos vulnerables. Si te sabés arreglar bien, no vas a tener mucho problema.” Admite que se peleó en la calle, pero no en los últimos seis meses, o sea, desde que empezó a ir al gimnasio. “Si no me provocan, yo no voy a hacerlo, porque no soy de andar peleando. Ahora, si pinta, bajar un par de dientes está bien.”
Walter iba a un gimnasio común, pero de chico con el padre siempre veían boxeo por el Canal 9 (hoy Azul, el único que sigue transmitiendo box aunque sin regularidad, alternando con el Pepsi Chart). “A mi viejosiempre le gustó, pero nunca se le dio la oportunidad de boxear. El año pasado tuve un problema en la calle, me peleé y me di cuenta de que no estaba en estado físico. Entonces volví al gimnasio, pero ya para hacer boxeo. Te hace sentir mejor. Incluso anímicamente, mentalmente.”
Se presenta con nombre completo y enseguida advertimos que dicho así, de corrido, suena rotundamente a nombre de boxeador (pero no puertorriqueño, como en el caso de Tony Valdez, sino más bien argentino): Víctor Gabriel Vivas pesa 70 kilos y escuetamente admite que sí, él sí quiere ser boxeador. “Siempre me gustó y me gustaría llegar a ser boxeador, si se me da la oportunidad. De a poco voy a ver qué pasa. Yo soy vendedor callejero, y ya hice algunas exhibiciones. Si se puede, ¿por qué no pensar que el boxeo te puede dar algo de plata?”


MUJERES PEGADORAS
Van de a dos. Son simpáticas, lindas y fuertes, muy diferentes entre sí (una colorada, la otra una morena de rulitos negros) y, a diferencia de la mayoría de los púgiles varones, muy locuaces. Pero ojo con estas chicas. Aprendieron a pegar y están fascinadas con la potencia que adquirieron en los bíceps, de cuya falta de fuerza suelen quejarse casi todas las mujeres. Leticia es madre de tres nenas, hace un curso de enfermería veterinaria y trabaja en un negocio donde también trabaja su amiga Adriana, la morena. Juntas van al gimnasio a practicar box todos los días dos horas, rutina que cumplen con el rigor de una cita religiosa.
Leticia: –Sabía que existe el boxeo femenino, pero no pensaba en boxear. Cuando vine, le dije al profesor que ni pensaba en subirme al ring, pero a los tres días ya me había olvidado de todo y estaba peleando con los hombres. Te respetan mucho; sabés que no te van a matar a piñas, todo lo contrario.
¿Ustedes se aprovechan de esa situación con los hombres?
Leticia: –Sí, claro. Ellos saben perfectamente que no nos pueden dar golpes en el pecho, amén de que se ponen protectores, cabezales, de todo. Ellos están convencidos de que arriba del ring una es débil y sensible. Medio como que se ceban y te dejan pegar, y cuando se entregaron, los matamos a piñazos.
Adriana: –Vos le decís: sólo abajo (esto es, pegar a la altura de la cintura) y ellos dicen que no, que les des arriba. Y cuando insisten, bueno, le damos arriba. Hay algunos que se mantienen como caballeros, otros te empiezan a dar también. A mí me pasó con dos: cuando estaba rebuenita, sin pegarles, se aprovecharon y me mataron. Pero todo bien.
¿Cómo reacciona la gente, especialmente los hombres, cuando se enteran de que boxean?
Leticia: –Hay muchos que te dicen: No te puedo creer que vos boxeás. Y cuando le decís que sí, algunos tipos recancheros te piden: Dale, pegame. Y te lo tiran como un desafío. Y cuando vos le pegás, se quedan sorprendidos. Yo también me sorprendo, porque de golpe te encontrás usando una técnica que ignorabas completamente que sabías.
Adriana: –Yo me sorprendí de la fuerza que tengo en los brazos. No te das cuenta. Acá te hacen correr con pesas en las manos, y te mejora totalmente la potencia.
Leticia: –Cuando te piden que les pegues una piña, te juro que se siente. Lo sienten.
¿Se sienten más seguras en la calle?
Leticia: –En parte, sí. Me siento bien conmigo, pero sé perfectamente que no se me tiene que subir a la cabeza, porque si yo me tuviera que poner a pelear, me sé defender. Y mucho más si es con otra mujer. Si me toca un hombre, mejor todavía, porque sé que por lo menos de arriba no se la van a llevar.
Adriana: –Es copado saber que podés. Pero no vas a andar buscando roña con todo el mundo. Me ha pasado saliendo del gimnasio con los guantes y que alguno te gaste: Ah, sos boxeadora; dale, pegame. Y vos primero tenegás, pero me insistieron y después que le pegás, se enojan. ¡Qué bruta que sos! Y una no quiere pegar. Pero si te piden...
Leticia: –Nos ha pasado estar acá y subirte al ring a pelear con un hombre y está todo bien. Pero la posibilidad de que venga otra chica, ya no sé. El entrenador trata de limitarnos, de que no peleemos con otra chica porque sabe que nos vamos a matar, entonces esa competencia entre mujeres queda afuera del gimnasio. Más de una vez estuve tentada, porque sé perfectamente que en el momento que suba al ring con una mujer, me voy a cebar.

LA VIDA ES UNA LUCHA
En una de las fotos de Golpe a golpe, se ve a un árbitro levantando los brazos de los dos pugilistas durante una pelea amateur que, como casi todas las de su clase, termina en un empate. Ese señor, ahora, observa el mundo desde un rincón, sentado, como para no perder la costumbre, en un banquillo; es además el señor que definió al ex boxeador Dardo Giménez como “un hombre de mil abdominales”; se acerca con el fin de aportar un último testimonio para estas entrevistas, teniendo en cuenta su vasta experiencia en el medio. José Sciuta es jurado de boxeo y dice tener estadísticas de boxeo nacional desde el año 1908, en los albores de la profesionalización.
“Amo el boxeo. Yo personalmente no boxeé, mi primo hermano sí, boxeó tres veces por la Corona del Mundo. Esto es un vicio, como todo. Ser boxeador implica una disciplina muy dura, y es muy cruel. El boxeo, hay que decirlo clarito, es muy cruel. Nos gusta verlo, pero la realidad en el ring es otra. ¡No nos engañemos! Pero, ojo, es un deporte sano. Fíjese que es el único deporte donde, al final del combate, los contendientes se abrazan y se dan un beso. ¿Una prueba? Eduardo Jorge Lausse cuidó hasta último momento a su eterno rival Mario Díaz, cuando lo operaron dos veces del corazón. Eso marca de cuerpo entero el alma de estos muchachos. Las actitudes cabronas, los retos, todo eso es parte del show. El señor Jorge Castro, el sábado, llevó al hospital a su rival después de noquearlo. Los boxeadores son seres humanos especiales. Después de estar tanto con ellos, he llegado a la conclusión de que son seres humanos brillantes. Pero evidentemente faltos de cariño. Ellos no tienen cariño. La gran mayoría de ellos viene de un extracto social muy bajo. No me sorprende que me diga que la mayoría de los muchachos con los que habló no quieran ser más que amateur, porque no vienen de extracto social tan bajo. El chico que quiere ser boxeador tiene que tener hambre. Si yo le digo que me agarro a trompadas por la gloria, es porque antes tengo que tener hambre. Yo vengo a los gimnasios porque siempre se aprende algo, si uno sabe mirar. Dardo es un gran profesor porque es un tipo muy disciplinado. Dardo es un hombre de mil abdominales diarios. No cualquiera le hace mil abdominales diarios. ¡Es una guarangada! Y él entrena a los muchachos como se entrenaba él. Eso a mí me place, porque los prepara para cualquier cosa, aunque no boxeen. Los prepara para la vida. Y la vida, ¿no es una lucha?”

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