Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir


Volver


Entre las piernas

Escándalos Hasta hace unos meses, Catherine Millet era una respetada dama del mundillo artístico europeo. Pero a los 53 años, la directora de la celebrada revista Art Press decidió publicar La vida sexual de Catherine M. y dar a conocer su otra vida: la de una sex machine que se ha dedicado a fornicar en donde y con cuantos pudo (incluido lo más granado de la política, el arte y el deporte francés, amuchados entre sus piernas en cantidades que alcanzaron los 30 a la vez).


Jacques Henric, compañero de Millet y autor de las fotos de estas páginas.

 

Por RODRIGO FRESAN Desde Barcelona

Voulez-vous coucher avec moi, ce soir? –inmortal estribillo de una vieja canción fiestera recientemente resucitada para el film Moulin Rouge y una de las primeras frases en francés que todo viajero rumbo a la Ciudad Luz se aprendía y practicaba frente al espejo del baño de avión recordando a Emmanuelle– es una pregunta que no plantea ninguna dificultad para la francesa Catherine Millet. Ni siquiera pide que se la repitan para demorar el paso del minuto reglamentario y en el aire. Es más, la responde, como corresponde a los mejores interrogantes, con otra pregunta: ¿Por qué no ahora?

PARIS ERA UN PARTUSA
Los bebés vienen de París –es lógico– porque a París se va a hacer o deshacer el amor. Por lo menos eso cuenta la leyenda desde las noches galantes y cortesanas, desde que Maurice Chevalier cantaba mirado a cámara eso de “Gracias al cielo por las muchachitas”, desde las fotos besadas de Doisneau, desde el último tango de Marlon Brando y el primer orgasmo de Jane Birkin. La erótica de París como ciudad sexual es un clásico internacional (no olvidarse que las primeras ediciones de Ulises y Lolita y Trópico de Cáncer salieron de allí) y a esta tradición se suma ahora Catherine Millet, autora del best-seller escándalo La vie sexuelle de Catherine M. Editado por el prestigioso sello Éditions du Seuil y traducido casi de inmediato por la respetada editorial Anagrama –y próximo a llegar a Argentina– como La vida sexual de Catherine M. Doscientas cincuenta y cuatro páginas de coito ininterruptus donde la autobiógrafica heroína no deja de abrir las piernas para que entren en ella todos los que quieran. De a uno de a tres de a veinte o de –según cuenta– hasta treinta en una de esas noches largas en las que brillaban, se insinúa, varias de las estrellas más poderosas del mundillo cultural y político y deportivo francés. Compulsión pura o pasión de coleccionista. Muescas en la culata o lección de anatomía. Desprecio hacia los seductores profesionales. Pocos preliminares (lo que menos le interesa, la cuestión está en la penetración, en la pequeña muerte y en la gran vida, en el “placer esencial”) y el acto sexual elevado o degradado a la misma categoría que estrecharse la mano o palmada en la espalda. “El mundo está lleno de hombres dispuestos para una mujer dispuesta”, dice Catherine Millet. En el Bois de Boulogne –uno de los cotos de caza favoritos de esta loba feroz disfrazada de Caperucita– o en el consultorio del dentista, o en la garita del portero, o sobre una tumba, o adentro de un armario, o en livings intelectuales de Sain Germain des Prés, o en un estacionamiento, o en un ascensor, o en el subte, o en las gradas de un estadio de fútbol. “Sólo le faltó Euro Disney”, ironizó un crítico. La explicación para esta orgía perpetua –razona Catherine Millet– radica en haber sido “iniciada en ciertas prácticas, en las relaciones múltiples, antes de haberme podido plantear lo que era el amor, el gran amor y todo eso... Yo cojo como si respirara”. Lo que no implica la ausencia de cierto raro y tierno pudor: “Bajé de un coche para orinar, entre los árboles, y uno de mis compañeros de viaje se puso delante y comenzó a acariciarse. No me molestó, pero como mi posición me daba cierta vergüenza, puse su sexo en mi boca”. Así y por eso Catherine Millet suma y gana y tiene unos pulmones privilegiados. No hay problema y siempre hay sitio para uno más –chicos y, a veces, chicas– y te invito a mi partouze y a mis orificios corporales y cuál es tu posición favorita. La cantidad también puede ser sinónimo de calidad y, comparada con los libros de Catherine Millet, el Sex de Madonna es el sueño húmedo de un diario de adolescente inexperta. Comparada con Catherine Millet, Madonna es, sí, Britney Spears.

DESNUDO DE MUJER
La vida sexual de Catherine M. –brillante idea esa del título que busca el anonimato con el nombre completo de la autoraclaramente establecido abajo, admirable la idea gráfica donde la tapa muestra una pequeñísima foto de Catherine M. y Catherine Millet como si se la observara por el ojo rectangular de una cerradura– no hubiera sido más que otro eslabón de la fuerte literatura sexual de no ser por la mujer que lo firma y lo jura como historia verdadera.
Catherine Millet –53 años, virgen hasta los 17, sacerdotisa de los 60 y 70 y ahora con un look más cercano a Annie Girardot que al de Beatrice Dalle, Juliette Binoche, Isabelle Huppert, Vanessa Paradis o cualquiera de esas francesas sofisticadamente viciosas– era hasta la publicación de su libro una respetable intelectual francesa, directora de la celebrada revista Art Press, autora del libro de ensayo L’Art Contemporain (1997) y comisaria de la sección francesa de la Bienal de Sao Paulo (1989) y del Pabellón francés en la Bienal de Venecia (1995). Es decir: una señora admirada –acaso temida– pero cuyas buenas costumbres jamás se habrían puesto en tela de juicio. Todo ha cambiado con La vida sexual de Catherine M. Escándalo. Amigos que le han retirado el saludo sin que la autora se sienta dolida “porque el ambiente del arte es mucho más duro que el de la literatura”. Críticas entusiastas que comienzan a agriarse –suele ocurrir, a ningún exquisito le gusta que su objeto de culto se convierta en fenómeno de masas– cuando el asunto alcanza sin dificultad los 120 mil ejemplares vendidos y sigue subiendo. La edición en Denoël de Légendes de Catherine M. (libro de fotos porno-domésticas tomadas a lo largo de treinta años por la Leica de Jacques Henric, compañero sentimental de la Millet desde hace más de veinte años y quien todavía hoy no sale de su asombro ante el hecho de “haberme enamorado de una mujer a la que le gustaba acostarse con cualquiera y que yo haya sido uno de esos cualquieras... aunque al final se quedó conmigo”). Dos páginas de Le Monde y la bendición de Les Inrockuptibles. Polémica en uno de los últimos programas de Bernard Pivot. Despecho de la hoy galerista Sylvie Bourdon, ex estrella del cine porno de los ‘70, autora de las memorias L’amour est une fête y a quien Pivot no recibió en su momento. Investigaciones-razzias periodísticas por el París secreto de salones orgiásticos que la autora devela en sus memoriosas memorias. Acusaciones de “puta” y “ninfómana” y “enferma exhibicionista”. Sospecha de que todo el asunto no es más que una excelente mentira, una tramoya prêt-à-porter digna de película de David Mamet donde todos engañan a partir de la necesidad de creer de los demás (Millet jamás cuenta un episodio traumático o una enfermedad contagiosa aunque sí puntualizó en más de una entrevista su despreocupación por la higiene o la prevención, y ninguno de sus compañeros de juerga a salido a la luz a contar su versión del asunto). Comparaciones un tanto exageradas con Proust y Nabokov (en la presentación del libro en Barcelona, Catherine Millet sonríe soñadora cuando el escritor local Ignacio Vidal-Foch cita sus nombres junto al de ella). Y lo más importante de todo: la confirmación, una vez más, de que a la hora de la verdad El Sexo sigue siendo El Gran Tema. Del polvo venimos y al polvo volvemos.

CONFIESO QUE HE COGIDO
“De niña me preocupaban mucho las cuestiones de número”, escribe Catherine Millet en la primera línea de La vida sexual de Catherine M. “¡Ah, si pudiésemos ir así, sin nada encima, de casa al trabajo! No solamente nos sentiríamos aliviados del peso de la ropa, sino también del lastre del cuerpo que lleva envuelto”, suspira Catherine Millet en la última página de La vida sexual de Catherine M. Así –entre esta obsesión infantil por las cantidades y la todavía más infantil necesidad de desnudez absoluta– se mueve y jadea la épica sexual de Catherine Millet. La otra pregunta además del Voulez-vous?, el verdadero misterio, es, claro, por qué y para qué hizo Catherine Millet esto. “El contraste entre lo que tan bien correspondía a lo que llaman el placer solitario y mi afición habitual a la pluralidad era cómico. En una ocasiónpensé en si alguna vez contaba la verdad de todo esto, el libro se titularía La vida sexual de Catherine M. La idea hizo que me riera sola”, leemos en la página 101 de La vida sexual de Catherine M. a modo de explicación. Pero no alcanza. No satisface. Es cierto que tal vez nada pueda satisfacer del todo la curiosidad y el morbo producido por el destape de Catherine Millet porque toda explicación resulta insuficiente a la hora del enigma del sexo, sobre todo si se trata de sexo desatado, rabioso, sin límites, caliente y mecánico al mismo tiempo. En algún momento Catherine Millet explicó que “no me considero una escritora, pero he querido contar la verdad y para ello me he servido de un estilo objetivo, frío, para distanciarme de mí misma. Quería confrontar una experiencia concreta como la mía con todos los discursos morales e ideológicos que se han hecho de la libertad sexual. Lo he escrito como afirmación de la libertad de expresión, de la libertad sexual, y de la militancia libertaria para combatir el resurgimiento de un cierto puritanismo francés. De ahí la ausencia de ‘estilo’. Me interesaba que fuera antes que nada un testimonio, algo cuya principal virtud y logro fuera la exactitud. Yo sólo doy hechos. Lo que define a un artista es llevar a cabo un proyecto sin hacer ninguna concesión, ni a la sociedad ni a la familia ni al entorno profesional. En este sentido, mi manera de actuar ha sido la de un artista”. También dijo que quería escribir una versión femenina del clásico memorioso y horizontal y masculino My Secret Life al que La vida sexual de Catherine M. no se parece en nada por la sencilla razón que –a diferencia de lo que ocurría con el libro del victoriano y rapaz “Walter”– el libro de Catherine Millet no es una gozosa picaresca del siglo XIX sino algo más parecido a un catálogo de una muestra retrospectiva del siglo XXI. La vida sexual de Catherine M. está dividido en cuatro partes o “ambientes”: “El número” (cantidades), “El espacio” (atlas de lugares abiertos y públicos), “El espacio replegado” (territorios íntimos) y “Detalles” (exactamente eso), y así se lee: más como un informe para la academia que una confesión. Algo más cercano al cromo frío que a la piel caliente. Una prosa más sonámbula que despierta y que suele recordar a aquellos thrillers sexuales de Jerzy Kosinski donde el efecto buscado no era la excitación sino la reflexión sobre la excitación. Un libro que se lee mejor de un sentada (o de una acostada) para sucumbir así a su juego de variaciones casi zombies donde la búsqueda de Catherine Millet pasa por “cloroformizarme, si es que esa palabra existe”. Un replay constante. Más Gran Hermano que prima pequeña. “El tiempo en suspenso en el que viven los cogedores, donde te sientes clavada por las pijas como una mariposa”, define la autora y protagonista. Veloz y parsimoniosa pornografía zoom como la entienden J. G. Ballard y David Cronemberg y William Burroughs más que la envaselinada parsimonia de Zalman King & Co. para cualquier día o noche de sus 9 semanas y media. Tal vez –suele ocurrir– la explicación sea mucho más sencilla: La vida sexual de Catherine M. desnuda a una crítica de arte haciendo crítica de sexo.

(INTERFERENCIA BRITNEY SPEARS
“Geh-géh-geh-geh-geh ¡ah! Geh-géh-geh-gehgeh ¡ah! Geh-géh-geh-geh-geh ¡ah! ¡ah! ¡ah! ¡ah! jadea Britney Spears en su nuevo éxito “I’m a Slave 4 You”. Nada de esas chanchadas tipo Voulezvous pero video transpirado y apretada entre varios cuerpos. Gran clip y gran canción y si Catherine Millet tiene entre las piernas una puerta abierta, Britney Spears tiene una con candado. Britney es la más grande exponente del porno sin porno. Una Prince que no ejerce, dicen, juran. Indispuesta. Indisponible. Y puro sexo pero del tipo se mira y no se toca. Si Frank era “La Voz” entonces Britney es “El Himen” y su muy publicitada virginidad –tanto o más perversa que la experiencia de serial lover de Catherine Millet– es parte importante de su encanto y la demostraciónrenovada de que el mejor erotismo pasa más por lo dificultoso que por la facilidad y –seamos sinceros– lo mejor del cine porno pasa por esos preliminares que Catherine Millet dice detestar. Catherine Millet detesta el concepto del sexo y Britney Spears es concepto puro: diseñada para matar calentando a fuego lento. Más y mucho mejor actriz que cantante, no es casual que Britney sea filmada y presentada como una sex-star -Catherine Millet es, en cambio, una sex machine– de ahí que lo que nos vende es la larga espera y no el momento en que abrirá de una buena vez las piernas. El geh-géh-geh-geh-geh ¡ah! ¡ah! ¡ah! ¡ah! que se oirá en todo el mundo y –probablemente– veremos y escucharemos bien plugged y en MTV y en directo.

LA MUJER PUBLICA
Catherine Millet, de golpe, como totem y tabú al mismo tiempo. Mujer pública. Hembra revolucionaria o guerrillera particular que cuenta la verdad desde un “retiro” en el que no se hace demasiado hincapié o se cuenta demasiado –afirma que dejó de “ejercer hace un tiempo”– y que introduce una cláusula importante en el contrato de su cuerpo: “Escribo sobre el sexo pero jamás escribiré sobre mis sentimientos. Eso sí que sería obsceno”.
En cualquier caso, la mujer que los tuvo a todos en la boca ahora está en boca de todos. Escribe Jean Baudrillard: “Cuando el sexo no es más que un sex processing, se convierte en exponencial, pero no alcanza su objetivo que sería el de agotar el sexo, el de llegar al término del ejercicio. Y eso es evidentemente imposible. Esta imposibilidad es todo lo que queda de una revancha de la seducción, o de la misma sexualidad, sobre estos operadores sin escrúpulos. Sin escrúpulos con ellos mismos, con su propio deseo y con su propio placer”. “Pesar como una mujer que se quita el vestido”, dice Battaille. “Sí, pero la ingenuidad de todas las Catherine Millet consiste en creer que uno se quita el vestido para desnudarse y acceder a la verdad desnuda, la del sexo o la del mundo. Si uno se quita la ropa es para mostrarse, no para mostrarse desnudo como la verdad (¿quién puede creer que la verdad sigue siendo la verdad cuando se le quita su velo?), si no para nacer en el reino de las apariencias, es decir de la seducción, que es todo lo contrario”. Escribe Bernard Pivot: “El libro de Catherine Millet se convertirá, si ya no lo es, en un clásico de la literatura erótica junto a La historia de O”. Escribió Christian Laborde: “Catherine Millet es a la vez la diosa Kali y la virgen autosodomizada por su propia castidad de Dalí”. Escribió Mario Vargas Llosa: “Diré de inmediato que el ensayo de la señora Millet vale bastante más que el ridículo alboroto que lo ha publicitado. El libro no es un estimulante sexual ni una elaborada imaginería de la experiencia erótica, sino una reflexión inteligente, cruda, insólitamente franca, que adopta por momentos el semblante de informe clínico. Diré también que este libro, aunque interesante y valeroso, no es propiamente agradable de leer”.
En la rueda de prensa y presentación en Barcelona de La vida sexual de Catherine M. –mucha más gente en el Instituto Francés que para la visita de Houellebecq– se respira cierto nerviosismo. Las mujeres la consideran una impostora de lo femenino, los hombres una intrusa de lo masculino. Muchos de ellas y de ellos ya han visto la romántica película francesa Amèlie de Jean-Pierre “Delicatessen” Jeunet, éxito de taquilla y celebración del amor galante y technicolor parisino que termina con un postergadísimo beso y el suspiro acaramelado de los espectadores. Aquí viene Catherine Millet –no confundir con Catherine M.– y tienen razón esos que afirman que no conviene conocer a ciertos autores de ciertos libros. Empieza a hablar. Explica algo con una sonrisa más despectiva que seductora. Se expresa como una buena alumna o una profesora regular. De acuerdo, escribió el libro pero, para mí, no es la Madame X que lo protagoniza. Ahora habla de las diferencias entre erotismo y pornografía.Puro preliminar. Me levanto y me voy. Antes de que acabe Millet y de que empiece el especial de la HBO Britney Spears Live From Las Vegas.

arriba