MADE
IN ARGENTINA
Rescates
¿Qué fue de los grandes
estudios vernáculos que a comienzos de la década del treinta
aspiraban a emular la producción de la Warner o la Fox? ¿Cuáles
eran las estrategias papa imponer un star system local? ¿Qué
relación tuvieron el peronismo y la ley de Cine con el ocaso
de esa Edad de Oro? ¿Zully Moreno es nuestra Rita Hayworth? El
Fondo Nacional de las Artes acaba de publicar los dos primeros tomos
de Cine Argentino: Industria y Clasicismo, un proyecto liderado por
Claudio España para contestar todo lo que usted siempre quiso
saber sobre ese cine argentino que apenas conoció.
POR
MARIANO KAIRUZ
Todas
las estrellas todas. En ¡Tango! no sólo se cruzan Tita
Merello, Libertad Lamarque, Luis Sandrini, Pepe Arias y el 2x4 de Juan
de Dios Filiberto y Homero Manzi sino que las primeras dos palabras
que se pronuncian están cantadas y no son otras que Buenos
Aires. Que también es luminaria de la película,
aunque sus patios y cabarets sean de cartón pintado. Así,
al menos, define el (ex) crítico y docente de cine Claudio España
el carácter fundante del film dirigido por Luis Moglia Barth
(y producido por el entonces flamante estudio Argentina Sono Film) que
en abril de 1933 se convirtió en la primera película argentina
sonora es decir, sin discos sincronizados de la historia.
Y no por nada es éste el título al cual se le dedican
varias de las páginas iniciales de Cine Argentino: Industria
y Clasicismo, dos pesados volúmenes con los cuales el Fondo Nacional
de las Artes acaba de lanzar una extensa Historia del Cine Nacional,
primer fruto de un trabajo de investigación dirigido por España.
¡Tango! dice España inaugura la industria,
el modelo, el sonido, la ideología de los primeros quince años
del cine argentino (al nombrar Buenos Aires antes que nada) y utiliza
a todos los grandes actores de la radio, el teatro y la revista de ese
momento. Los actores y las actrices, las orquestas, los cantantes de
moda: están todos ahí. Y no sólo funda a las estrellas;
funda también a sus personajes: Libertad Lamarque tirada en el
suelo llorando, construyendo el primer melodrama de lágrimas;
toda su carrera va a hacer lo mismo. Tita Merello es la canyengue que
sufre, que no sabe si ir al barrio o al centro, temerosa de las luces;
toda su carrera va a hacer esto. Pepe Arias es el pícaro sinvergüenza,
lleno de discursos indirectos, de acercamientos falsos a la realidad,
de engaños; todo lo que sería en su carrera. La importancia
de ¡Tango! es sorprendente y absolutamente casual. Aunque
lo de casual podría relativizarse teniendo en cuenta
las historias que traza el propio libro acerca de los proyectos de,
entre otros, Don Angel Mentasti o del trío Susini-Romero Carranza-Guerrico
(los célebres Locos de la Azotea a los que se adjudica
la paternidad de la radio argentina), quienes en su papel de fundadores
de los estudios filmadores se convirtieron en, si se quiere,
nuestros propios Mayer, Fox o Warner. Con su carácter simple
y directo, y la contundencia de sus signos de exclamación, un
título como ¡Tango! parece condensar la energía
explosiva con la cual se desataba el cine nacional como industria hacia
1933.
En la década del noventa se multiplicó la bibliografía
disponible sobre la Historia y las historias del cine argentino (con
el Diccionario de Manrupe y Portela, la reedición de la legendaria
Historia de Di Núbila, las biografías del Centro Editor
de América Latina, y libros sobre temas y realizadores específicos,
tales como El cine quema de Peña y Vallina), producto de un interés
cuyo origen España sitúa en el ámbito académico
casi con exclusividad, sumado tal vez a cierta presión de un
mercado audiovisual de pantalla chica en voraz expansión.
En este contexto, Cine Argentino: Industria y Clasicismo viene a aportar
una cantidad considerable de textos sobre el período de constitución,
apogeo y resquebrajamiento de la industria cinematográfica
vernácula como tal, que los autores fechan entre 1933 y 1956
(justo antes de la creación de la ley de Cine). Según
el director de la obra, la originalidad de su aporte radica en buena
medida en cierta postura analítica que no soslaya el valor de
las películas como reflejo de cada época, valorándolas
no sólo por lo que muestran en pantalla sino también por
todo lo que dicen acerca del espectador a lo largo del tiempo, permitiendo
reconstruir dinámicamente la idea de público.
A lo largo de sus casi 1200 páginas hace un recorrido por la
llamada Edad de Oro. Tras una larga introducción sobre el
modelo institucional, el primer volumen se aboca a la presentación,
uno por uno, de los estudioscinematográficos que constituyeron
aquella suerte de Hollywood criollo: Argentina Sono Film y Lumiton a
la cabeza, pero también Films Río de La Plata, los Estudios
SIDE, Buenos Aires Film, Pampa Film, EFA, San Miguel, etcétera.
Y a continuación se dedica extensamente a la producción
independiente de esos mismos años, es decir, al conjunto de aquellos
films que no pertenecían a los grandes estudios desmenuzados
en el capítulo anterior. El primer libraco se cierra con un capítulo
sobre estrenos retrasados, rodajes conflictivos y algún film
maldito. Al segundo volumen corresponde una historia de la compleja
relación entre cine y Estado (el Instituto Cinematográfico
Argentino y otras desventuras; el Festival de Mar del Plata, la propaganda
política, los gremios, Apold y la censura, etc.) y la crisis
de la dependencia de los insumos importados (el celuloide, sin ir más
lejos), suerte de karma de una industria que se vio en aprietos durante
los años de la Segunda Guerra y en los del peronismo, en razón
de un recorte forzoso de las exportaciones a un país sospechado
de simpatías fascistas: retrato del cine argentino cuando las
aguas empezaban a bajar turbias. El centro del volumen está ocupado
por un estudio de los géneros del film nacional (melodrama, comedia,
epopeya y policial). Ya en el penúltimo capítulo (Puesta
en crisis del modelo), España ensaya una explicación
de la fractura de la edad dorada, buscando identificar las señales
de lo que se viene, los atisbos de cine de autor y la pérdida
de nitidez de los géneros clásicos, marcando el descubrimiento
de cierta opacidad en las cualidades de la obra que valorizan
el papel del espectador en su trabajo reflexivo.
Lolita Torres,
Caprichosa y millonaria (1940) |
Tita Merello
(Tango!, 1933) |
Lautaro Murua
y Susana Campos (Detrás de un largo muro, 1958) |
la Chiqui en
sus albores (La señora
de Pérez se divorcia, 1945) |
ZULLY
SUPERSTAR
Aunque los autores insistan en que la amplia documentación
fotográfica del libro ocupa un segundo plano en relación
con sus ensayos, no puede pasarse por alto el hecho de que probablemente
se trate de la edición más ilustrada que se haya publicado
jamás sobre el tema. Un trabajo que significó recurrir
a fuentes muy dispersas: desde el Museo del Cine hasta el rastreo de
coleccionistas y de alguno que otro de los propios protagonistas de
esta historia, o sus descendientes. Las fotos fijas, todo un género
en sí mismo, no estaban acreditadas en la época. El libro
les dedica un párrafo para salvarlos mínimamente del anonimato.
Al terminarse una escena cuenta España al grito
de ¡Va foto! el director pide luz y la ubicación de los
actores y pregunta qué momento se debe recrear. Pero el ángulo
de la cámara siempre es diferente del de la toma. También
abundan las fotos posadas que evidencian un modelo de star system de
importación: desde la tapa del primer tomo nos mira, casi con
el desprecio que corresponde a una auténtica superstar, una voluptuosa
Zully Moreno que bien podría haber sido la Rita Hayworth de las
pampas. Los actores eran el eje del cine industrial: después
de 1960 se empieza a trabajar con actores desconocidos (que se van dando
a conocer, por supuesto, pero que no arrastran una popularidad previa
forjada en otros medios); pero en ese período era necesario crear
un sistema de estrellas, un modelo para cada una, y un nombre, que en
el firmamento de las estrellas importantes nunca se repetía:
Libertad, Tita, Amelia, Mecha, Delia, Amanda, Herminia, Sabina, Malisa,
Roberto, Floren, Santiago, Angel, Enrique, Elías, Sebastián.
Para cerrar el segundo tomo, los autores apostaron a la fuerza expresiva
y premonitoria de una imagen de la película Más allá
del olvido (Hugo del Carril, 1955/56): un puñal en la espalda
de Laura Hidalgo. En el epígrafe se lee: El cine clásico
decretó la muerte de la estrella, al dar paso a una cinematografía
más íntima, independiente y personal.
CINE
QUE ME HICISTE MAL
Del cine del período industrial queda lo que han hecho por
él voluntades individuales como las de Octavio Fabiano y Fernando
Martín Peña (recuperando una copia de Mateo, de Tinayre,
porejemplo) nucleados en la Filmoteca, que hoy no tiene un espacio de
proyección fijo. Y los archivos televisivos, de los cuales España
rescata la labor inicial del recientemente fallecido Alberto González
para la señal Imagen Satelital, para un espacio que duró
casi una década en el canal Space y que hoy se encuentra suspendido.
Todavía hoy se habla de industria del cine argentino dice
España, pero lo que hay es una nostalgia de todo aquello
que este libro de algún modo pretende rescatar y definir. Que
la gente sepa que industria fue tal cosa y en tal época. Por
eso, si hoy se quiere hablar de industria, se debe hablar de un conjunto
de individualidades que pueden construir un cine constante, permanente,
duradero, pero no de un sistema de producción basado en grandes
estudios. La imagen de una industria como un conjunto de productoras
con ostentosos logos en las puertas de sus estudios esto es, con
lotes y sets que reproducen calles, arrabales y cabarets y un
capital que siempre vuelve para la puesta en marcha de más y
más películas. Es decir, la nostalgia de algo que hoy
no existe y pareciera no haber existido nunca, pero que sin embargo
tuvo un primer hijo luminoso que se llamó ¡Tango! Es decir,
una pena, la del cine argentino, que no es otra cosa que una pena de
bandoneón.