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El malo de la película

Cine La semana que viene se estrena en Buenos Aires El espinazo del Diablo la nueva película del mexicano Guillermo Del Toro producida por Pedro Almodóvar, ambientada en un orfanato español durante la Guerra Civil, y protagonizada por una renga hace tiempo insatisfecha (Marisa Paredes), un viejo impotente (Federico Luppi) y un huérfano ya crecidito (Eduardo Noriega). De paso por Buenos Aires, Noriega habló con Radar del yugo religioso y la ignorancia que padeció España durante esos años, su debilidad por hacer de cretino y lo poco que le importa que Tom Cruise haga de él en una remake.

Por MARIANO KAIRUZ

¿Qué es un fantasma?, es la pregunta que abre y cierra El espinazo del Diablo, la nueva película del mexicano Guillermo Del Toro. Y la respuesta presenta varias definiciones posibles y superpuestas: “Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez; un instante de dolor quizá; un sentimiento suspendido en el tiempo. Como una foto borrosa, como un insecto atrapado en ámbar. Algo muerto que parece por momentos vivo aún”. Eduardo Noriega hace una aparición fantasmal en Los otros (el primer film en inglés del chileno-español Alejandro Amenábar, todavía en cartel en Buenos Aires): suyo es ese rostro muerto, suspendido en el tiempo, en el momento fugaz en que parece vivo aún –un instante tan breve que casi resulta irreconocible–. Noriega es también uno de los protagonistas, junto a Federico Luppi y Marisa Paredes, de El espinazo del Diablo. El de Los otros no fue otra cosa que un cameo amistoso en la tercera película del director que le diera un papel esencial en Tesis (donde terminaba siendo el malo de la película) y uno de sus primeros protagónicos, en Abre los ojos (donde si bien no era necesariamente “el malo”, su personaje era cuando menos un tipo bastante complicado). Y si en Los otros es un fantasma y en El espinazo del Diablo se lo intuye bastante pronto como el personaje más demoníaco de la historia, tal parece que semejante atracción por el Mal no es mera casualidad.

úNETE AL LADO OSCURO
“Es cierto que muchos de mis personajes tienen un lado oscuro o que algunos de ellos directamente son el lado oscuro”, dice Noriega, en su entrevista con Radar. Sabe que de su filmografía, que ya se acerca a la decena y media de películas, sólo unas tres sirven de referente de su trabajo para el espectador argentino: las mencionadas Tesis, Abre los ojos y, fundamentalmente, Plata quemada, donde interpretaba a Angel, a quien en su momento definió como un tipo “oscuro, primario, animal y violento”. Vale aclarar que aquí también se estrenaron el drama juvenil Historias del Kronen y la comedia Cha Cha Chá, pero que no fueron muchos los que se enteraron. De tal manera que sí, Noriega es fundamentalmente un actor de personajes oscuros y salvajes o no tanto pero en todo caso envueltos en oscuridades y salvajadas varias; casi un actor de género entre nosotros. “Hay otros papeles, pero sí es cierto que hay un punto en común en este tipo de personajes. Yo creo que al final son más interesantes, porque tienen esta complejidad, esta tridimensionalidad, esta contradicción interior. Quizás son extremos, como el personaje del Espinazo, pero así son más jugosos, y hablan en definitiva del comportamiento humano”. La maldad entendida como un rasgo obvio y definitorio del carácter humano: “Todos somos en un momento dado malvados o tenemos este lado oscuro más o menos desarrollado; todos somos pura contradicción. Y hay que mirarse sinceramente hacia adentro para entender que en un momento determinado podemos hacer cosas de las que luego nos arrepentiríamos o con las que moralmente no estamos de acuerdo”.
Los primeros trabajos actorales de Noriega –en la época en que empezaba a tener en claro que no seguiría la carrera de abogacía, para la cual ya se había matriculado– corresponden a los cortometrajes de Carlos Montero, de Alejandro Amenábar (Luna, de 1993) y de Mateo Gil (Soñé que te mataba, de 1994, y Allanamiento de morada, del ‘99), coguionista de Tesis y de Abre los ojos. El debut en el largometraje de Gil sería con Nadie conoce a nadie, un film sobre el juego de rol y sus enfermedades, protagonizado por Noriega quien, aunque esta vez en plan heroico, se veía envuelto en otra trama tenebrosa. Él mismo identifica los síntomas de retorcimiento en sus personajes en apariencia menos oscuros: “Ahora mismo acabo de terminar de rodar Novo, donde el personaje es bastante inocente, porque a partir de un golpe pierde la memoria y por lo tanto no tiene pasado, no tiene culpa. Vive un estado de libertad y de inocencia, y es, entre comillas, bueno... aunque con un lado complicado, complejo. O sea, es un componente común enmi carrera. Supongo que será algo que ofrece mi cara, que mi rostro tiene una expresividad contradictoria o yo qué sé, pero será eso lo que les inspiro a los directores. Yo estoy encantado de poder hacer este tipo de papeles”.

LA AMENAZA FANTASMA
“Toda guerra es una historia de fantasmas”, ha dicho Guillermo Del Toro y, combinándolo con una historia original llamada “La Bomba” (de los españoles Antonio Trashorras y David Muñoz), convirtió a su guión largamente archivado sobre un fantasma en medio de la revolución mexicana, en una película atmosférica y fantasmal en medio de una España en plena Guerra Civil. En El espinazo del Diablo (primera colaboración entre Del Toro como director y los hermanos Agustín y Pedro Almodóvar como productores) la historia transcurre en un único, inquietante lugar: un orfanato en tierras desérticas de Santa Lucía, que alberga “a los hijos de los rojos” que han marchado a la guerra. A su cuidado se encuentra la viuda de un poeta republicano que ha hecho suya la causa, alimentando y educando a muy duras penas a un grupo de niños, con la asistencia del argentino Dr. Casares (que escucha a Gardel sin convertirlo en un cliché) y de una pareja de jóvenes demasiado bonitos: Jacinto y Conchita. En el patio del orfanato se encuentra incrustada una bomba, que está desactivada pero que cruje como si en su interior alojara un corazón de hierro a punto de estallar. Solo que la verdadera explosión contenida en esa bomba es la del secreto de un niño desaparecido en la noche del bombardeo y el de un fantasma (“el que suspira”) que habita el orfanato desde entonces. Entre la mujer (Paredes), que camina con una pesada pierna ortopédica, y el médico (Luppi) que la quiere pero no está “capacitado” para demostrárselo en la cama, se encuentra el cuidador, Jacinto (Noriega), cuyo nombre acabará en labios “del que suspira”.
“Guillermo (Del Toro) te lanza todo tipo de imágenes y de referentes”, cuenta Noriega respecto de la creación de esa bomba de resentimiento que es Jacinto; “desde un comic determinado en el que se inspiró para hacer los dibujos del storyboard y para la estética de la película, hasta referentes literarios y cinematográficos. Me dio una biografía completísima de Jacinto desde antes de su nacimiento; de sus padres trabajando, la relación entre ellos, en qué situación nació, su tormentosa relación con una madre que finalmente desaparece. Guillermo es un creador compulsivo: podrías hacer otra película o varios cortometrajes de cada personaje con lo que escribió para nosotros. Jacinto tiene una carencia de afecto y de cariño durante toda su infancia, y de repente confundió la figura de la jefa del orfanato con su madre; a él todo eso le atormenta y realmente aborrece su pasado de orfandad y de soledad, y esta relación materno-sexual que ha tenido con la patrona es un odio que, cuando se vuelve a sentir abandonado, lo decide a arrasar con el orfanato como método para olvidarlo todo, para destrozar su pasado: Yo destrozo todo esto aquí y nadie sabe de dónde salgo yo y hago una nueva vida en otro lado. Sólo que Jacinto nunca hará una vida en otro lado ni se relajará nunca porque su pasado le atormenta demasiado”.

LA MALA LECHE DEL TORO
Noriega habla de “picar” en distintos recursos para cada personaje, de que no se siente un actor de “método” (“Emocionalmente soy partidario de no jugar con cosas personales. Si tienes que contar el dolor de la muerte de tu abuela en el teatro y todas las noches vas a pensar en cuando murió tu abuela y en lo mal que lo pasaste, creo que es una enfermedad de la que seguramente no vas a salir”), pero sugiere que si alguien lo acercó a alguna forma de método, ése fue Del Toro. Y con Del Toro Jacinto dio sus primeras cornadas: “Con Guillermo hicimos un trabajo de método, pero comenzamos con una composición física de Jacinto porque consideramos que en este personaje alrededor de viejos y de niños erafundamental; es una bestia herida, una bestia sexual, y su primer resorte siempre es violento. Digamos que con un impotente, con una coja y con unos niños él es el único poderío sexual, y es muy consciente de eso. Y sobre todo trabajamos el dolor como causa de su comportamiento. Cuando está con su novia y le dice De pequeño yo soñaba con quemar el orfanato, ella lo toma como Ay, qué cosas dices, pero era de verdad, ¡de niño quería quemar el orfanato de verdad!”.
“Se trata de un método del Actor’s Studio pasado por Sanford Meisner”, cuenta Noriega, “que yo no conocía y de quien Guillermo es un adorador. La verdad es que en los ensayos con Guillermo nos divertimos muchísimo, a pesar de que Jacinto era un personaje realmente duro y que exigía estar siempre en un estado de ánimo agotador: no sólo físico sino emocional, un ánimo de mala leche. Llegaba una hora y pico antes al rodaje y hacía un calentamiento físico en el camerino y ya salía con esa actitud y con esa energía. Directamente, salía con ganas de pegarle a alguien. Son diez, doce horas de rodaje, y había gente que me decía que yo estaba especialmente agresivo o especialmente irascible. Y aunque yo lo negaré siempre, seguramente algo de eso hay, algo de juego, algo de confundir realidad con ficción. Siempre es un juego voluntario y creo que controlado, pero era realmente agotador: tampoco podría estar jugando con el equipo todo el día y de pronto ¡Acción! y a hacer de Jacinto. Igual que con los niños. Yo intentaba mantener una distancia: recuerdo que en los primeros días, cuando me los presentaban era un ¿Qué tal, cómo estás? muy serio. Los saludaba y entonces enseguida se produce una distancia con los niños, y un respeto, y te miran de una manera que era lo que yo buscaba para el rodaje. Era una decisión conjunta de Guillermo y mía. Si a un niño le dejas entrar, entra hasta el final y acabamos jugando y con muy buena amistad. Pero decidimos mantener esta relación, porque ellos realmente veían un Jacinto-Noriega y no sabían bien dónde estaba el límite, dónde estaba la mala leche del actor o del personaje”.
El método Del Toro, aparentemente, dejó sus secuelas en el actor: “En la siguiente película que hice, Guerreros, de Daniel Calparsoro, hay un grupo de jóvenes soldados españoles que van a Kosovo y entre los actores yo era el más veterano y el de mayor rango militar. Y adopté ese rol de veterano y de teniente y de alguna manera era el portavoz del grupo, y siempre les estaba pegando gritos a los actores: cada vez confundo más esa ficción con la realidad durante tres meses de un rodaje. ¿Fuera del set? Yo creo que no, pero, obviamente, si tienes un personaje como Jacinto, algo se te va a contagiar, estarás como en un estado de alerta: a la noche vas a cenar con alguien y de alguna manera estarás controlando ¡¿quiénes son los gilipollas que están a tu lado?!”, se ríe.

ES PARTE DE LA RELIGIóN
Algunos años después de Cronos, su alucinante historia de vampiros protagonizada también por Luppi, y de su no del todo satisfactorio paso por Hollywood (en Mimic no pudo terminar de explorar su teoría de los insectos como las criaturas más perfectas del planeta) Del Toro dijo en una entrevista haber alcanzado un “entendimiento profano de la religión”. En la paredes frente al aula del orfanato de El espinazo -en el que todos los días los niños ingieren “un granito de fuerza”, a la manera de una comunión pero sin hostias– se distingue la marca de una cruz que ya no está. “La religión es un personaje más en esta película”, dice Noriega. “Es determinante. La España de la posguerra y de la preguerra es muy religiosa: el conflicto civil español es, entre otros, un conflicto muy religioso. La España católica y la España republicana, y seguimos estando bañados por esta cultura religiosa. Pero no es el caso de los personajes de la película, porque los niños están educados en este catolicismo y el viejo y ella son gente de izquierda. A Jacinto le da igual una cosa que otra; políticamente va a estar con los ganadores”. En una escena fundamental de El espinazo aparecen los fetos enfrascados con la malformación vertebral cuya leyenda da título al film, y que, explica el Doctor, según la superstición popular, la padecen “aquellos niños que no deberían haber nacido nunca”. Y aunque a esta altura toda intuición demoníaca ya ha recaído sobre Jacinto, y él parecería ser ese niño que nunca debería haber nacido, está claro que el personaje está enfermo en cualquier sentido menos en el físico. Casares acabará bebiéndose (literalmente) toda esa superstición que dice despreciar: “El personaje de Luppi habla de lo malo que son las supersticiones pero se bebe el líquido del espinazo (“que cura la impotencia”) por si acaso. Es esa gran ignorancia, esa gran incultura que es el componente esencial de la sociedad española en aquella época”.

DESABRIDOS CIELOS DE VAINILLA
Los estrenos norteamericanos de Burnt Money (Plata quemada) y de El espinazo del Diablo parecen decir menos respecto de un supuesto desembarco del cine latino en Hollywood que los dos próximos proyectos de Del Toro (la secuela de Blade, el cazavampiros, y luego la adaptación del comic Hellboy) y el próximo estreno de Tom Cruise como actor y productor en la remake de Abre los ojos. También es sugestivo el hecho de que Noriega se ha hecho –con declarado orgullo– de algunos papeles rechazados por Javier Bardem (que si no está con un pie en Hollywood, al menos pasea por sus alrededores), para quien había sido escrito, por ejemplo, el personaje devenido finalmente en Jacinto. Mientras tanto, el afiche de Vanilla Sky muestra al Cruise de siempre entre colores pastel, lejos de la imagen deforme, verde, confusa, del afiche del film español original. “Yo creo que es importante para el cine español que se hagan remakes”, dice Noriega, “y por ende para mí y para Amenábar. Sinceramente no he visto Vanilla Sky. He visto imágenes en las publicidades y me ha sorprendido, porque, si tomas un producto como éste para hacerlo a tu medida –eliges al director, los actores y la producción es tuya–, yo pensaba que iba a haber una vuelta de tuerca o una elaboración mayor, algo que mejorar, pero se han limitado a, me parece, hacer una copia, incluso de determinados planos. Pero bueno, es puro comercio, puro mercado y más que curiosidad poco me da. A mí me interesará Tom Cruise cuando me llame para trabajar; mientras tanto, lo que haga él no me interesa mucho la verdad.”

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