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ECOcalipsis Now

Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona

UNO El eufemismo local y elegante a la hora de decir “está vendiendo a lo bestia” es “está funcionando muy bien”. Lo que no es novedad a la hora de Umberto Eco quien, con la exitosa Baudolino, vuelve a la escena del primer crimen novelístico y el primer amor académico: La Edad Media, esa época “donde la verdad histórica era fantástica y el mito no demoraba en convertirse en realidad”. Diferencias atendibles, sin embargo. Si El nombre de la rosa –ese best-seller freak que revolucionó la novela histórica– se desplazaba por pasillos oscuros, Baudolino corre a campo abierto. El nombre de la rosa giraba en torno a la prohibición eclesiástica de la risa, Baudolino legitima la carcajada laica como una de las Bellas Artes haciéndola estallar con potencia de picaresca y un héroe tan mentiroso que, incluso, con entusiasmo utopista, se permite inventar su propio futuro y este presente de Eco, aquí y ahora, en Barcelona.

DOS Mediodía en el Hotel Ritz. Rueda de prensa. Eco azotado por los flashes. No le gusta. Eco en persona es igual a Eco en las fotos pero más grandote. Eco posa en un jardín de invierno donde hace frío y cuenta, con voz grave y cansada, los segundos, los disparos, las fotos. Cuenta hasta seis y vuelve a empezar. Cuenta muchas veces hasta seis. Y después cuenta que sus novelas no son otra cosa que “autobiografías de mis pasiones”. Cada una de sus “ficciones”, me explica, surgieron a partir de una primera imagen (un monje envenenado en una biblioteca, por ejemplo) y, a partir de ahí, las ganas de divertirse con un determinado lenguaje de una determinada época que puede ser tanto la voz popular de una Italia antigua o la rápidamente envejecedora y pendular jerga de internet. A Eco se lo ve contento con Baudolino. “Si no lo estuviera sería un mascalzone publicándolo”, afirma Eco y esquiva preguntas del mismo modo en que Baudolino inventa respuestas.

TRES El problema, claro, es que vivimos en tiempos más apocalípticos que integrados. Eco los estudia y los conoce y ha venido escribiendo artículos en la prensa sobre esta nueva Cruzada que nos cuentan los noticieros. Ha escrito, incluso, un artículo donde imagina un nuevo Occidente sin petróleo y con bicicletas en lugar de autos donde hay sólo una hora de televisión por día. O un Occidente orientalizado e islámico. Vivimos, sí, tiempos hipotéticos y mediáticos donde lo verdadero y lo falso bailan juntos. Como en Baudolino, novela que desde el principio y hasta su juguetón final trata sobre la falsificación de la Historia o de la “historificación” de lo falso. Eco comenta: “Es un tema delicado este de la instant-reality. ¿Cuánto de lo que nos cuentan es verdad, es la verdad? Y creo que Baudrillard se equivocó al afirmar aquello de que la Guerra del Golfo no tuvo lugar. Sí tuvo lugar, sólo que no la vimos. Ahora, como entonces, otra vez parece que vemos todo pero... Yo tuve la bella experiencia –porque se trata de una experiencia curiosamente y cruelmente bella, pasan muchas cosas en un gran conflicto armado–de vivir la Segunda Guerra Mundial. Y ahí se entiende que las guerras son máquinas de emitir señales y de actuar sobre símbolos. Los muertos son actores secundarios. A Bin Laden no le interesaba matar inocentes, pero sí le interesaba actuar contra el símbolo de esas dos torres”. Le pregunto qué piensa de esta pulsión norteamericana de borrar la imagen del World Trade Center en próximas películas y videogames: “La idea del black-out y la negación de un hecho histórico no suele ser sana. Hay algo raro en eso. Como semiólogo me parece preocupante, como narrador me parece formidable. Quién sabe, tal vez en el futuro las torres tengan la sustancia mítica de la Atlántida o de Eldorado...”. Y pide que, por favor, dejemos de hablar de Bin Laden y hablemos de Baudolino. Le preguntan por una futura adaptación cinematográfica de su nuevo libro: “No sé nada. Me puso triste enterarme, sí, de que Kubrick tenía en su carpeta de proyectos El péndulo de Foucault. Pero el cine no me preocupa. Es más, me inquieta. A mí me hubiera gustado que El nombre de la rosa se hubiera filmado muchos años después del libro. Siempre envidié a Homero: demoraron más de dos mil años en filmar La Odisea, qué buena suerte, ¿no?”. Y después alguien le pregunta algo sobre Bin Laden y alguien le pregunta si ya ha tenido algún tipo de reacción de los lectores en español. Eco suspira profundo, casi triste: “No, todavía no. Primero vienen los periodistas y recién después vienen los lectores”. Y se levanta la sesión y se levanta Eco, quien antes de su nueva novela medioeval había pensado en escribir otra, contemporánea, titulada Número Cero, donde se cuenta la fundación de un diario a partir de una gran exclusiva falsa, mentirosa. Ahí entró Baudolino. Y ahí salieron los periodistas.

CUATRO La mega-store FNAC de Barcelona ha lanzado edición especial de Baudolino, que incluye compact de regalo con La Música de Baudolino. Melodías medioevales para estos tiempos milenaristas y no hay música en el perfecto duplex de la residencial avenida Bona Nova donde –esa misma noche– la editora homenajea a su escritor estrella. Lo que sí hay es mucha gente como en aquel camarote de los Hermanos Marx y, en principio, no se oye a Eco por ninguna parte. Entonces oigo las palabras “Bin” y “Laden” y decido seguir su eco escaleras arriba porque, seguro, Eco va a andar por ahí. Y école-cuá: ahí está Eco en un sillón con aire de Corleone recibiendo a sus ragazzi. Es esa hora donde los canapés se caen en los pantalones y uno fuma por el solo hecho de respirar el humo de los otros. Le pregunto a Eco si no está un poco cansado de que le pregunten por Bin Laden y se agarra la cabeza. Le duele. Después se pone a hablar de Buenos Aires (“Difícil que pueda ir. La última vez fueron nada más que dos días para un viaje tan largo”), Rosario (“Me llevaron diciéndome que era una ciudad legendaria o algo así y fui y al final...”) y de un antiguo hotel alojamiento de Barcelona con suites temáticas “donde podías vestirte de centurión romano o de califa... Era algo fantástico”. Y eran los ‘60 y Eco se pone nostálgico. Comienza a recitar nombres de la divine gauche local como si se trataran de palabras mágicas. Le pregunto si no será que más que los ‘60 no habrá sido la juventud que cayó justo en los ‘60. Me mira con cara rara y lanza una frase tremenda: “Al final, con el tiempo, uno comprende que los países y las personas se divierten más cuando viven bajo una dictadura”. Alguien menciona la palabra Berlusconi y Eco la aplasta como si fuera una mosca, como si presionara el botón que activa la más final de todas las soluciones. Son las doce de la noche y ya estamos en la isla del día de antes por más que el jueves se rinda ante el viernes. Le pregunto a Eco si él piensa que estamos viviendo una mala remake de la Edad Media o si, simplemente, como asegura Kurt Vonnegut en la última línea de una de sus novelas, nunca hemos salido de allí. Vuelve a mirarme raro. Demora unos segundos en precisar si lo mío no será otra pregunta –apenas encubierta y camouflada– sobre Bin Laden. Al final elige un canapé, se lo mete entero en la boca llena, respira hondo. “¿Y qué sé yo?”, me reponde Eco.

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