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CINCO MUJERES ALTERADAS CINCO

Los 80 Disfrazadas de monjas, fueron las dueñas de la medianoche en
el mítico Parakultural. Actuaron en Lo que vendrá, la película en la que también debutó Charly García. Luca Prodan las invitó al escenario de Sumo y las defendió en público. Hicieron absolutamente todos los personajes de extras de Cien veces no debo de Alejandro Doria. Encarnaron la pata femenina de “De la cabeza”. Y ahora María José Gabin revive los buenos tiempos junto a Laura Market, Vivi Pérez, Verónica Llinás y Alejandra Flechner en Las indepilables del Parakultural, su biografía de las Gambas al Ajillo que por estos días publica el Rojas y de la que acá se reproduce uno de sus hilarantes fragmentos.

Por María José Gabin

Entramos al set con los personajes del Sé tú misma. Las tres feministas como del año 60, con gestos masculinos y mentalidad de bacalao podrido, irrumpieron en el living de Susana Giménez sin tapujos. La Negra gritaba “tortillera las pelotas...” mientras se tomaba la entrepierna con ambas manos. Verónica trataba de explicarle a Susana que “la mujer es el flujo constante”, mientras pequeñas gotas de fluido salíbico emergían de su boca para depositarse cálidamente sobre el rostro de la diva-conductora. Silvia Armoza, a su vez, intentaba tapar las piernas de la vedette que también se encontraba en el estudio de televisión. Ésta, cortésmente, las retiraba. No quería lastimar su imagen de femme de la fatalidad con la que era conocida en todo el medio.
En otras palabras: todo comenzó en el programa “Hola Susana”, en julio del año 90, en presencia de Yuyito González. La vedette vernácula es, como todos saben, poseedora de dos enormes glándulas mamarias que bien podrían solucionar el problema de desnutrición del conurbano bonaerense y los países del quinto mundo, si sus criaturas estuvieran dispuestas a tomar leche siliconada. Allí aterrizamos todas, como especímenes en plena mutación salvaje, dispuestas a aprovechar al máximo una invitación al salón de las estrellas. Pero dejando claro que nuestra personalidad poco tenía que ver con esas matronas que, con un par de pechugas, se llevan los decorados por delante.
Nosotras, las pechugas, no las teníamos, pero no nos faltaban recursos para destrozar cualquier programa familiar con sólo asomar la nariz, en ese momento, dentro del comedor de la teleplatea.
Miguelito hacía el personaje de Eurleca Gutiérrez, una dulce viejecita que enseñaba posiciones sexuales, aprovechando la oportunidad para hacer subir algún miembro masculino al escenario y apoyárselo un poco. Con total parsimonia y delicadeza le explicaba a la audiencia que para hacer una buena fellatio no hay nada mejor que sacarse la dentadura postiza y depositarla en un vaso con agua al costado de la cama. En tanto la mirada atónita de Susana Giménez intentaba sonreír. Y con el personaje del Streap, triángulo en mano, le preguntaba a Susana si se sentía inferior a los hombres. Silvia Armoza, a la sazón “Gamba ortopédica” (apelativo que le poníamos a los reemplazos y esta vez la Colo estaba embarazada), decía: “El divorcio es una enfermedad incurable, y yo cuando tengo que hacer el amor hago control mental y pienso en otra cosa”. Susana se reía y miraba para otro lado. Cuando estábamos en la tercera entrada, aprovechando el frenesí general, empecé a desplegar mis saltones ojos sobre el escote de Yuyito que contenía como podía sus generosos pechos. Poco a poco aproveché cada oportunidad que tuve para lanzarme sobre las delanteras de la vedette como un vampiro sediento a las diez de la noche y con el cajón recién abierto. No paraba de proferir graznidos de urraca: “¡Vení mamita, uhh!, ¿qué tenés ahí guardado? ¡Ja, pechito argentino!”. Las chicas me fulminaban con la mirada y sonreían condescendientes. El griterío y los gestos obscenos se sucedían sin solución de continuidad y la “casta” Susana miraba todo diciendo: “¿Qué pasará con el Comfer, Dios mío? ¿El rating por dónde andará? Seguro que esta noche pasamos los treinta puntos”.

UN PESCADO EN BICICLETA
Casi siempre nos pedían en las notas televisivas que lleváramos algún número musical para hacer, y casi siempre lo podíamos hacer. Casi siempre: era el año 1988 y el programa lo conducía Víctor Laplace, el mismo que nos había ayudado en el primer viaje a Mar del Plata. En esta oportunidad habíamos elegido Las sifilíticas. Para el público eran Las lisiadas porque se trataba de tres bailarinas de cabaret con impedimentos físicos. Una de ellas, Vero, portaba unas torpes muletas y borceguíes; luego la Colo que, a falta de su brazo derecho, llevaba uno ortopédico y por último yo, con un endurecido cuello, también ortopédico y la cabeza completamente pelada. Era la parte que le daba nombre al número ya que mostraba la relación con la sífilis, que en su tercer etapa dejasin cabello al enfermo. La Chiquita movía el cuerpo en bloque, impedida de activar con soltura más que brazos y piernas. Laura revoleaba su brazo sin vida y Verónica hacía todo tipo de destreza física con las muletas: vertical y arco atrás era la más aplaudida. Vestía al conjunto sendos trajecitos de coristas en lamé de diferentes colores.
Llegamos esa tarde al canal, nos maquillamos y fuimos al piso a ensayar un poco el cuadro musical. Calculábamos el frente ideal para el momento en que el brazo ortopédico fuera arrancado, cuando se escuchó por el tolbac, una voz desesperada: “¡No chicas, paren!”.
–¡No, por favor chicas, no! –parecía a punto de un ataque coronario– ¡Ese número no, se los pido por favor! –nunca vi un director de televisión tan asustado–. ¿Ustedes hicieron este mismo cuadro el otro día en otro programa del canal, no es cierto?
–Sí –contestó alguna, desorientada y aterrada– ¿Por qué? ¿Cuál es el problema?
–Llamaron toda la tarde... hubo como... 250 llamados.
–¿Pero quién llamó? ¿Qué pasa? –no entendíamos, el tipo ocultaba algo, ¿por qué directamente no nos daba una patada en el culo? ¿Para qué tantas vueltas?–. Por qué no nos decís cuál es el problema y ya.
–Los discapacitados. Llamaron... no sé ciegos, rengos, qué sé yo. Dicen que hubo como 200 llamados.
–¿Que llamaron? ¿Para qué?
–Para quejarse... parece que la broma mucha gracia no les causó.
–¿No lo pueden hacer sin las muletas? –preguntó mansamente.
Mis amigos conocen mi anécdota preferida del accidente automovilístico, cuando a los once años quedé postrada durante casi dos meses, debido a la fractura de mi fémur derecho. Viajábamos con mi familia a Mar del Plata y el auto resbaló en una curva yéndose contra la banquina. El golpe de la caída hizo que la puerta trasera del Fiat 125 familiar, modelo 73, se abriera lanzándome despedida como una flecha a veinte metros de distancia cayendo mi cuerpecito todo destartalado sobre el barro. Cuando me levanté de la cama la energía brotaba dentro mío y el primer cumpleaños en que me pude parar, bailaba ese tema tan popular de la época “Salta salta pequeña langosta”, portando un hermoso par de muletas alquiladas que sostenían mis piernas, sin un gramo de músculo, y con la articulación endurecida después de meses de quietud.
Más tarde me acordaba de esa imagen, bailando loca de contenta con las muletas y me reía de costado con las cejas que se me levantaban solas del gusto. Obviamente, cuando empecé a trabajar con Gambas, pensé que éste era un tema ideal para hacer algo con las chicas. ¡Unas discapacitadas bailando! Al principio incluso pensamos hacerlo con ciegas y hasta con niños Down. Pero claro que nuestro sentido del humor distaba mucho de ser compartido por quienes tienen una diferencia física, o por los que creen que defienden sus derechos con falsas respetuosidades.
Volviendo al director del programa, no estábamos dispuestas a cambiar ni una coma para ser aceptadas. Hacer el número sin las muletas era como preguntarle a un pescado si quiere una bicicleta. Así que, maquilladas como divas del burlesque, nos sentamos en el living del programa a contestar preguntas que ya no nos interesaban, mordiéndonos los labios para no deschavar nada de lo que habíamos tenido que soportar. Creo que fue la situación en donde más sentimos la censura o lo que a veces se llama “transa”, que no sé a qué se refiere exactamente, pero esa situación la representaba bastante bien.
Sin embargo, no fue la única vez que nos pasó algo así. “Chicas, hagan las monjas, pero vestidas de otras cosa” o “Bailen con las escarapelas pero ¡¡¡¡por favor, no las rompan!!!!” o “Tocate la concha si querés, total enfoco para otro lado y punto”.

HISTERIA CLASE B
Pero volvamos a Susana. En casi todos los canales nos tildaban de “peligrosas” pero veían la rentabilidad, justamente por ese motivo. “¡Vienen las Gambas –transpiraban los productores–. ¡Cuidado!, estén atentos porque pueden salirse con cualquier cosa. ¿Y de rating, cómo andamos?” Era una época de mucha efervescencia en el grupo. Teníamos nuestro primer éxito de público y habíamos sido invitadas al living de Susana. Sin embargo, Vero y yo nos criticábamos todo el día y peleábamos por nada, como pájaros carpinteros sobre un roble. Yo estaba pendiente de cada movimiento como si Verónica quisiera sacarme un chiche: la entrada de Verónica al programa de Antonio Gasalla la había colocado frente al resto de nosotras, especialmente frente a mí, como en el edificio de al lado en el piso veinte con vista al río. La relación amorosa que nos había acompañado en los primeros tiempos estaba empezando a enrarecerse.
En el segundo bloque del programa de la Giménez, Vero y yo hacemos “El Tap”. Un número de competencia fraternal solapada donde dos hermanas gemelas con vestiditos primorosamente blancos y dientes plateados de ortodoncia, bailan una coreografía acrobático-musical entre pasos de tap y gestos aniñados. A medida que el cuadro va avanzando se empiezan a golpear y patear como por detrás, disimulando, siempre dentro del baile. Con una buena cantidad de trucos acrobáticos despliegan su tierna maldad infantil y terminan matándose a golpes, peleando por el ramo de rosas regalado por el público. Todo es de mucha precisión con un sinnúmero de acciones coordinadas. En una de ellas, yo me agacho para recoger las flores y Vero, disimuladamente y al mismo tiempo, me pone el pie y me da una “patada” en la cabeza. La patada debía parecer real, así yo “recibiría” el golpe justo en el momento en que Vero “detendría” su pie para no pegarme de verdad. Temía ese momento como si se tratara de lanzarme al Niágara, sin chaleco salvavidas. Verónica, mal que le pese, es bastante bruta y yo, cada vez que veía venir la patada, transpiraba pensando en si detendría la pierna a tiempo para evitarme el golpe o si, la muy yegua, me partiría la boca de un saque. Bien, el día del programa de Susana, Verónica no detuvo su pie a tiempo y éste aterrizó sobre mi boca dejándome fuera de control. Una furia irracional me sobrevino, pero tuve que contenerla, para no transformar la interna en nota de tapa de la revista Casos: “Actrices de segunda línea se arrancan la cabeza frente a las cámaras del canal de la palomita”.
Tercer bloque. Juego de “Dibuje la película”. Dos grupos: Vero, Silvia Armoza y la Negra por un lado; Miguel, Yuyito “Tetas” González y yo, por el otro. Le toca el turno al Yuyo, que pasa, se entera del título de la película y empieza a dibujar una forma alargada como una salchicha en sentido vertical.
El nivel de histeria que albergaba mi alma era clase B así que, frente al dibujo, yo grité como en un ejercicio de esos que en teatro llamamos “automático”, donde se deja que las palabras salgan de la boca sin intervención de la conciencia: “¡PIJA!”, dije sin pudor y el estudio, Susana, el Yuyo y los ratones del baldío de la otra cuadra enmudecieron. En sus casas las madres de familia levantaron la cabeza del raviol y preguntaron: “¿Qué dijo, viejo?”. “Nada, pinta, dijo ¡pinta!”, contestó el padre de familia saliendo al paso de la gaffe. Susana se abanicaba con los papeles de las preguntas, pero la gota más chica la bañaba entera, incluyendo sus famosos tobillos. Yuyito se tapaba la cara con las manos para ocultar su rostro impreso con una sonrisa deformada por el espanto. El director de cámaras empezó a hacer malabares tomando variedad de primeros planos a toda velocidad casi como para un video clip de la cárcel en el canal codificado. Intentaba disimular de alguna forma lo que era peor que el pedo de María Amuchástegui en su clase de gimnasia por televisión. La transpiración reinante era imposible de absorber por los aire acondicionados; nosotras, especialmente yo, estábamos como en stand by, esperando la reacción de la experimentada conductora como un salvataje de la Cruz Roja. La dureza que sentía la tenía grabada en mi cara, con la sonrisa congelada y mis neuronas tratando de acomodar en los ficheros lo imposible. Era consciente de que había metido la gamba hasta lo más profundo del ajillo y no sabía cómo arreglarlo. El tiempo seguía corriendo y ya no se podían parar las agujas del reloj.
“Seguí con el dibujo Yuyito”, dijo Susana como única reacción, refiriéndose al nombre de la película y “la González” terminó lo que mi obscena palabra había interrumpido: aunque parezca mentira lo que ella había querido dibujar había sido a Cleopatra. Y así lo hizo. La primera forma, alargada como una salchicha, era una parte de su cabellera.
Creo que debe ser uno de los recuerdos más patéticos que tienen del programa “Hola Susana” en la época de Canal 9, donde trabajaba la diva en esos años. Ahora, yo les puedo jurar, sobre la tumba de mi madre, que lo que dije no fue premeditado.
Al otro día la portada del matutino Ambito Financiero espetaba: “Las palabras más soeces que se hayan escuchado jamás en la televisión argentina” (sic) y el rating de Susana había mordido los 35 puntos. Obviamente, en Canal 9 no quisieron saber más nada con nosotras durante bastante tiempo y cuando alguien nos proponía para algún programa decían: “No, son re-peligrosas”. No volvimos a aparecer en la tevé por varios meses, pero este episodio nos llenó el teatro Empire y colaboramos para acuñar el término “transgresión” que luego se usó para cualquier cosa. Incluso en una nota de la revista Gente salimos junto al Presidente de ese período (no lo nombro por cábala) compartiendo la clasificación.

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