Cubrirlo
de besos
Por el prof. Sócrates Mosqueto
Todos estamos felices con el ingreso del doctor Domingo Cavallo
en el Gobierno, pero no deberíamos eludir la autocrítica:
si Cavallo era, tal como vemos, el único que podía
resolver las cosas, ¿por qué no lo votamos en 1999?
¿Por qué perdimos todo este tiempo, durante el cual
la crisis se agravó? ¿Cómo nos equivocamos
así al votar?
Por suerte, ahora el doctor De la Rúa enmendó nuestro
error pero, ¿si no se hubiera dado cuenta? Es necesario y
urgente poner fin a nuestra irresponsabilidad como votantes. ¿Por
qué empeñarnos, como chicos caprichosos, en elegir
lo que no sabemos elegir? Nos hubiéramos ahorrado todos estos
meses de problemas e incertidumbre donde, en definitiva, somos nosotros
los más perjudicados.
Una sola razón podría justificar que sigamos votando:
la posibilidad de que por fin, la próxima vez, elijamos al
doctor Cavallo. Los politólogos dicen que Cavallo necesitaba
entrar al Gobierno para ganar popularidad y así, en el futuro,
lograr que lo elijan presidente de la Nación. Esto muestra
cómo han cambiado las cosas: antes, los políticos
trataban de ganar las elecciones para, después, gobernar;
Cavallo, en cambio, gobierna ahora para, después, ganar las
elecciones.
¿Para qué quiere Cavallo que la gente lo vote, si
él no necesita votos para gobernar? Esto nos conduce al punto
crucial en la psicología del doctor Cavallo: su necesidad
ser amado. Su anhelo de recibir votos es conmovedor porque, a diferencia
de los demás políticos, a él no lo guía
ningún propósito ulterior: el ¿me votarán?
del doctor Cavallo equivale al ¿me querés?
de nuestros momentos más desamparados. Y, así como
la única respuesta para esta última pregunta es Sí,
te quiero, a Cavallo hay que cubrirlo de votos, que es como
decir cubrirlo de besos.
Resta, sin embargo, un problema: la psicología no es una
ciencia exacta y ¿estaremos acertando con la del doctor Cavallo?
La cuestión es crucial porque la psicología de Cavallo
equivale, conceptualmente, a la Patria. Los conflictos sociales
o políticos han perdido toda relevancia frente a los conflictos
internos del hombre que hoy nos representa en forma absoluta.
El riesgo es que, cuando finalmente le ofrendemos el amor que siempre
mereció, se retraiga. Que, como sucede tantas veces, después
de habernos seducido nos salga con que necesita tomarse un tiempo,
con que está confundido. O, Dios no lo permita, nos enteremos
de que ama a otros; de que hace un tiempo, aunque nos parezca increíble,
el doctor Cavallo conoció a otras personas.
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