Un
país es como una casa, lector, con sus alegrías, tristezas
y momentos cotidianos. En una familia hay gente que trabaja, parientes
que vienen a tomar el té y no traen ni una facturita, abuelas
que amasan para que coman otros, cuñados que manguean, hijos,
bocas que alimentar, nona que protesta, de todo. Y en nuestro país,
en nuestra familia, hemos llegado a un punto en el que tenemos que
ser muy serios, detallistas y puntillosos para llegar a fin de mes,
no podemos darnos el lujo de gastar con la generosidad que nuestro
país ha demostrado en los 190 años de su historia:
nuestros senadores, sólo por dar un ejemplo (o por no dar
un ejemplo), son for export, si no en sus habilidades
para llevar el país hacia un destino de gloria, al menos
en la destreza con la que consumen los haberes de la patria en el
intento. ¡En California, en Suiza, en Washington D.C., en
Pekin, en Burundi, en Burkina Faso, todos envidian a nuestros lores,
o al menos a los presupuestos per cápita que supieron conseguir!
Y la verdad, el gobierno hace sus cuentas, y los números
no cierran, entonces cada vez se debe más plata, y a los
acreedores no les gusta que por un lado les pidamos guita desesperados,
y al mismo tiempo, a la hora de hacer política, no nos fijemos
en gastos y les digamos a nuestros políticos: Sí,
querida, cómo no, comprate lo que quieras, total sacamos
un crédito y listo. Y después cuando nos vaya mejor
lo devolvemos y chau. Pero claro, para que nos vaya mejor
y podamos devolver la plata, los políticos deberían
gastar menos y usar más la neurona en beneficio de todos,
¿no? ¡Y si no les da, nos hubieran avisado antes de
las elecciones, así elegíamos a otros!
Porque al paso que vamos, si no ahorramos un poco de plata y nos
la ingeniamos para hacerla rendir, vamos a tener que esperar que
algún otro país se muera y nos deje una herencia.
Por ahora, no hay noticias de que el tío Sam, por ejemplo,
nos haya incluido en su testamento, así que, ¡habrá
que achicarse, nomás!
Hasta el sábado que viene, lector.
Rudy
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