Estimado
lector, la verdad es que el tema de los miedos no es, ni de lejos,
nuestro favorito. No nos gusta tener miedo, no lo disfrutamos. Hay,
entre los miembros de este staff, humoristas que descartan cualquier
película si tiene la menor alusión al terror. Y si
el terror no transcurre en una pantalla, sino en la vida real, ahí
todos estamos de acuerdo en que mejor no, mejor una comedia, un
poco de teatro, incluso un pequeño drama sin consecuencias,
pero terror, no.
Pero se sabe que uno propone y Dios, o el Otro, o Vayaunoasaberquién
dispone. Estamos viviendo una época en la que los miedos
han cambiado de forma, y el cartero, aquel que en las películas
del 50 era mordido por el perro de la casa, hoy se las tiene
que ver con bacterias horribles.
El miedo al futuro está más presente que nunca, ya
que estamos viviendo en lo que siempre se conoció como Futuro.
El miedo a que el simpático vecino con el que a veces tomamos
mate o nos prestamos un poco de azúcar se transforme de pronto
en un monstruo, o nos salga con una explicación que a Mussolini
lo hubiera puesto colorado. El miedo a que una tragedia en la que
muere mucha gente sea vista desde su símbolo,
como si fuera un jueguito de computadora, y no un desastre real.
El miedo a que la venganza convoque a ese monstruo grande
y pisa fuerte del que nos habla Gieco cuando le pide a Dios
que no nos sea indiferente. El miedo a viajar a lugares que hasta
ayer nos resultaban sueños, y hoy se nos hacen pesadillas.
Freud, que de esto sabía mucho, hablaba de lo siniestro,
como aquello familiar que de repente se nos vuelve desconocido.
Tenemos, entonces, en un momento en el que lo siniestro ocupa tanto
espacio, que hablar de eso.
Por eso lector, este suplemento sobre los nuevos miedos, nuestros
miedos, los miedos del mundo.
Hasta el sábado.
Rudy
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