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RIO NEGRO
Excursión a la mina de Sierra Grande

Trekking por los socavones

Más de 22.000 turistas al año llegan a Sierra Grande para visitar la mina de hierro que alguna vez fue la mayor de Sudamérica. Un descenso a 70 metros bajo tierra por túneles y escaleras a lo largo de 3 kilómetros. El circuito de aventura incluye bajadas en rappel por túneles verticales, una travesía en balsa por un río subterráneo, y estruendosas explosiones.

Por Julián Varsavsky

“Desde el socavón de la mina de Sierra Grande empezará la Revolución Productiva que se extenderá por toda la Patagonia”, dijo “in situ” el entonces candidato Carlos Menem durante la campaña presidencial de 1988. Hay quienes arriesgan que todo el devenir político de la década del ‘90 estuvo signado por un error de cálculo en alguna prueba minerológica allí dentro. Lo cierto es que tiempo después, las minas fueron terminantemente clausuradas. Hoy en día, las minas abandonadas se han convertido un particular destino turístico que atrae a más de 22.000 personas por año, dispuestas a vivir la experiencia de introducirse 70 metros bajo la tierra.

El descenso En la sede de la empresa Turismo Minero, en un extremo del pueblo, los preparativos son rigurosos. Debemos calzarnos cuidadosamente las botas, abrochar los botones del mameluco, probar la linterna del casco, y guardar bien los guantes. Nos disponemos a realizar el circuito de aventuras (hay uno convencional que recorre lugares similares pero carece de la adrenalina del otro). El guía es muy meticuloso al hacer los nudos de las sogas, que deben estar bien ajustadas a nuestras piernas y cintura, para el descenso en rappel.
Un vehículo nos conduce hasta la mina a través de un paisaje vacío de la estepa patagónica, mezquino en vegetación. Una rampa baja hasta la boca de la mina, que vista desde afuera causa un poco de impresión. A medida que nos acercamos pareciera que vamos a ser tragados hasta el centro de la tierra, pero al entrar se disipan todos los miedos. El espacio es muy amplio –grandes camiones debían transitar por allí– y corren frescas corrientes de aire. Vamos por la arteria principal, que va descendiendo suavemente, mientras a los costados nacen los brazos subalternos que se excavaban a fuerza de dinamita (y no con pico y pala).
Luis, nuestro guía, amenaza con hacer explotar un cartucho de dinamita. Y efectivamente se dispone a hacerlo, pero aclara que se trata de una explosión de salva. Enciende una mecha que mantiene nuestra atención en vilo por unos instantes, y truena un estampido atroz que se va extinguiendo de a poco, como alejándose por las galerías.
Después de haber tensado nuestros tímpanos al máximo, el guía propone la experiencia opuesta: apagamos las linternas y guardamos un absoluto silencio en medio de una oscuridad sepulcral. La experiencia causa cierto pavor, y los latidos del corazón se aceleran. Pero enseguida nos acostumbramos y se expande por nuestro cuerpo un agradable sosiego que invita a prolongar ese instante por largo rato.

Aventuras subterráneas Sin previo aviso, estamos caminando con el agua hasta las pantorrillas, casi al borde de la bota. Los mineros solían trabajar sobre pisos mojados para evitar que se levantara el polvillo que produce la silicosis (la enfermedad del minero). La mina se asemeja a un hormiguero gigante que escudriñamos con la ayuda de escaleras que suben y bajan. A la derecha nace una abertura que servía de chimenea de ventilación (un túnel vertical por el cual debemos descender 15 metros colgados de una soga, haciendo rappel). No es nada fácil decidirse a dar el saltito necesario para quedar suspendidos en el vacío –sin una pared donde apoyarse–, pero una vez allí, se descubre que, al perder el miedo, hacer rappel en ese lugar es una de las tareas más sencillas del mundo. Descendemos a una galería menor, y más adelante haremos otro rappel –esta vez con los pies apoyados en una pared de roca–, para desembocar en un túnel donde el techo se ha derrumbado, dejando un gigantesco agujero a cielo abierto. La sensación es la de estar parado en el fondo del cráter de un volcán, con nuestros ojos encandilados por una luminosidad celestial.
Otra de las experiencias palpables de este paseo consiste en tomar con las manos una manguera de presión, igual a las que se utilizaban para inundar las galerías. El guía nos advierte que apoyemos bien los pies, yabre la válvula para que el agua salga a presión varios metros hacia delante, empujando nuestro cuerpo para atrás.
Luis, quien trabaja en la mina desde 1969, va relatando cómo era el trabajo allí dentro, e indica los tipos de metal que se ven a simple vista: hierro, magnetita –con su brillo de estrellas– y pirita –el oro del tonto–. Entonces ingresamos en el refugio de un antiguo Jefe de División, donde aún están su mesita y un cuaderno de anotaciones manuscritas. Ya hemos bajado 64 metros, casi sin darnos cuenta (la excursión convencional también desciende a este nivel). Ahora nos aprestamos a realizar un breve trecho por un río subterráneo, navegando en una balsa impulsada mediante pértigas. En medio de la travesía, el guía enciende una gran antorcha que chisporrotea lanzando estrellas rojas que impregnan el ambiente con el aroma de la pólvora. Ya todo el mundo se da por satisfecho con el paseo, y emprendemos el regreso por una galería donde transcurren su sueño eterno enormes martillos neumáticos y tractores abandonados.
Después de haber curioseado este laberinto subterráneo que hubiera encantado a Julio Verne, la salida a la superficie viene cargada de sensaciones donde se mezclan la adrenalina de la aventura, la melancolía de recorrer un submundo abandonado que alguna vez rebozó de actividad, y el miedo fantasmal a la oscuridad y el silencio absolutos.

DATOS UTILES
Cómo llegar: Sierra Grande está casi en el límite con Chubut. Generalmente quienes se acercan hasta aquí contratan la excursión desde Puerto Madryn, que se vende junto con el avistaje de ballenas en Puerto Pirámide (150 kilómetros separan los dos lugares). Desde Puerto Madryn salen micros por la mañana y regresan en la tarde (cada tramo cuesta $ 5). Desde Buenos Aires se puede ir en avión a Trelew y desde allí tomar un micro a Sierra Grande.
Precios: El circuito convencional cuesta $ 15, mientras que el de aventuras $ 25. A los menores se les cobra $ 7, y la excursión se puede hacer todos los días del año, de 9 a 18 horas. Teléfonos: 02934-481212 / 4374-2221 (en Buenos Aires). Sitio web: www. turismominero.com e-mail: turismominero@infovia.com.ar
Playas: A pocos kilómetros del pueblo, unas playas semivírgenes y con aguas cristalinas, de nombre Playas Doradas, se han convertido en otro atractivo turístico para el pueblo. Cuentan con servicios básicos y son ideales para la práctica de carrovela, buceo y pesca (embarcada o en lacosta). Otra excursión de un día completo es a la Meseta de Somuncura, con un paisaje de extrañas formaciones rocosas de donde brotan numerosos manantiales.
Condiciones físicas: el circuito convencional lo pueden realizar desde niños de dos años hasta ancianos de 75 que puedan caminar sin dificultad (se baja en grupos de hasta 40 personas). El circuito de aventuras lo puede realizar cualquier persona mayor de 12 años que esté en condiciones de subir una escalera de madera por una pared de rocas (se baja en grupos de no más de 30 personas y dura una hora y media).

Barrio fantasma
De los 23.000 habitantes que tuvo Sierra Grande hasta el momento del cierre de la compañía Hipasam, en 1991, apenas quedan alrededor de 3.000. Los lugareños rechazan el mote de “pueblo fantasma”, bajo el sensato argumento de que en Sierra Grande vive gente. En los hechos, el lugar parece un pueblo tranquilo como tantos otros –quizás un poco cabizbajo–, pero en sí el aspecto general no es fantasmal. Sin embargo, sí lo es en el sector de las casas obreras que la empresa suministraba a sus empleados... no deja de ser sugestivo acercarse en la noche a un barrio enorme totalmente a oscuras, con centenares de casas vacías en perfecto estado y con los pastos crecidos.