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LA RIOJA
Una excursión por la cuesta de miranda
En el Departamento
de Chilecito, un espectacular camino de cornisa flanqueado por profundos
valles y desfiladeros resguarda colosales paredones rojos, a lo largo
de 10 kilómetros. En el Cerro de la Cruz, a media hora de la capital
riojana, cualquier turista puede volar en un parapente conducido por
un instructor.

Por Julian
Varsavsky
Avanzamos en
paralelo a la precordillera de los Andes, y al doblar a la derecha hacia
Chilecito, la cadena montañosa se nos presenta de frente
y parece atraernos hacia ella. Al costado de la Ruta 38, un altar con
decenas de estandartes rojos en honor al llamado Gauchito Gil, una suerte
de Robin Hood santafesino decapitado por un estanciero a principios
de siglo, queda atrás presagiando el color que se impone por
unanimidad en la Cuesta de Miranda. Enseguida se perfila la formación
de Los Colorados, con sus montañas de intenso rojo cercano al
carmesí. El contraste con el verde de otras montañas y
el celeste del firmamento, crea una postal perfecta de La Rioja. Si
te sorprende este paisaje, imaginate lo que es esto en invierno después
de una nevada, cuando se suma el color blanco de la nieve que se acumula
sobre los cardones como un gorrito, comenta Nicolás Perea
nuestro guía, quien a pesar de los años que
lleva repitiendo este trayecto, lo disfruta tanto como el primer día.
Cada vez nos acercamos más a Los Colorados, que de lejos se asemejan
a las murallas de una ciudad bíblica. El agua de las recientes
lluvias acentúa el color de la arcilla, que brilla como el fuego
por los rayos solares del mediodía. Al dejar atrás Los
Colorados, se yergue de repente la inmensidad del cerro Famatina, con
sus nieves eternas, que denotan una explosión de blancura en
las cumbres nevadas.
La paleta del invisible pintor de los paisajes riojanos decide ahora
colorear de rosado el terreno junto a la ruta, donde crecen el retamo,
la jarilla, el chañar y el algarrobo. Por la ventanilla van desfilando
antiguas estaciones abandonadas del Ferrocarril General Belgrano, hombres
a caballo, casas con horno de barro, y pueblos como Vichigasta y Nonogasta.
Dejando atrás el pueblo de Chilecito, aparecen los primeros cardones
y comenzamos a subir bordeando el río Miranda. El paisaje recupera
su verdor gracias al río, a tal punto que en ciertos lugares
crecen álamos de 25 metros, sauces y nogales.
Al entrar en la Cuesta de Miranda detenemos el auto para tomar unas
fotos, y nos envuelve el aroma de la jarilla. Al frente se despliega
un gran valle de dos colores: verde y rojo, que reaparecen con su máxima
intensidad. A esta altura, los cactus ya conforman una multitud que
parece bajar del cerro en ordenada procesión, y al fondo de una
profunda quebrada el río caracolea de manera caprichosa. El camino
sube y baja alternadamente, y cada tanto aparecen algunos cascotes de
arcilla derrumbados sobre la ruta. El asfalto se acaba, y el camino
también se funde de rojo arcilloso. Otro altar esta vez
de la Difunta Correa sobre un pequeño cerro colorado, agrega
misterio al desolado paisaje, y un cartel advierte: si no crees,
no subas.
Los precipicios ya superan los 200 metros de altura, y el rojo del paisaje
se vuelve cada vez más intenso. Finalmente arribamos a un mirador
llamado Bordo Atravesado, a 2020 metros sobre el nivel del
mar. Es el punto más alto de la cuesta. Si se desea continuar,
el camino desemboca en Villa Unión, pero la parte más
vistosa de esta excursión es la que ya hemos recorrido.
Damos una vuelta en u para emprender el descenso sobre nuestra
huella. Casi a la hora de viaje, el conductor me hace una pregunta y
no da tiempo a la respuesta: ¿Viste cuán silenciosamente
se desliza el auto?... ya casi hemos desandado la cuesta entera, a 80
Km/h, con el motor apagado todo el tiempo.
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A
VUELO DE ... PARAPENTE
La Rioja es uno de
los mejores lugares del país para hacer realidad el antiquísimo
anhelo de imitar el arte de los pájaros. Por cincuenta
pesos es posible volar en un parapente bi-plaza y ganar el cielo
dejándose llevar por el viento y el silencio. Alejandro
Anrique, instructor de parapente en el Cerro de la Cruz .-a media
hora de la capital riojana, comienza los preparativos para
nuestro vuelo de bautismo en un bi-plaza, donde el
experto conduce mientras el acompañante (sin experiencia
previa) se limita a disfrutar del paisaje. Luego de ajustar bien
los arneses y colocarnos el casco, nos mantenemos a la espera
de un viento adecuado para lanzarse sobre el precipicio.
Durante
el despegue intentamos avanzar sobre el abismo con la vela extendida,
pero el viento nos empuja para atrás con toda su fuerza.
Al tercer intento logramos doblegar las ráfagas, y antes
de llegar al precipicio sentimos un tirón hacia arriba
y ya estamos volando. De repente hemos quedado flotando en el
aire, con los pies meciéndose suavemente a 600 metros de
altura. Volamos por encima de las montañas en medio de
un silencio absoluto, y al mirar hacia abajo se descubre que los
árboles se han convertido en un diminuto punto verde.
Al principio, no vamos ni para atrás ni para adelante;
el instructor está estudiando todos esos vericuetos invisibles
que pueblan el vacío (térmicas, dinámicas,
vientos sonda...). No se puede negar que la experiencia despierta
cierto temor, sobre todo si pensamos que nuestras vidas penden
de unos hilos muy finos (pero resistentes). La tensión
cede cuando descubrimos que el vuelo es muy distendido y a poca
velocidad. La sensación no es tanto la de volar como un
pájaro, sino más bien la de estar flotando entre
las montañas, liberados de la fuerza de gravedad sobre
paisajes espectaculares.
Pasado el susto inicial, Alejandro hace que el parapente comience
a avanzar y a dar largas vueltas en u. Un viento sonda
sirve para cobrar altura, y comenzamos a recorrer, desde todos
los ángulos, un valle encerrado entre dos montañas.
La mirada desde una perspectiva aérea es totalmente distinta
a cualquier otra. Se ve la Sierra de Velazco y una gran llanura
donde al fondo se levanta el cerro Famatina, con sus cumbres nevadas.
Durante el vuelo se puede conversar tranquilamente, y el instructor
comenta que a veces algún cóndor se suma a la misma
térmica por la que se eleva un parapente, ubicándose
a 20 metros de distancia. A la media hora decidimos volver a la
misma saliente de la que habíamos partido, y cuando todo
ha terminado nos invade un extraño éxtasis; la sensación
de haber estado, por unos instantes, colgados del cielo.
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DATOS
UTILES
Cómo llegar:
En auto: Por la Ruta 38 hacia Patquía, luego hay que doblar
a la derecha rumbo a Chilecito (está señalizado),
y después tomar la Ruta 40 a Nonogasta. En el kilómetro
49 se termina el asfalto (está en buen estado y cualquier
auto lo puede transitar). El paseo requiere todo un día.
En excursión: El señor Nicolás Perea de la
compañía Maxi Bus realiza esta excursión
por $ 30 por persona (mínimo tres). Generalmente combina
la Cuesta de Miranda con el Parque Nacional Talampaya y Valle
de la Luna en San Juan ($ 55), excursión que dura 12 horas
(descuentos para grupos). Oficinas de La Rioja capital: Av. Rivadavia
402. Tel.: 03822-435979
Parapente: Si después de un vuelo en bi-plaza, que
cuesta $ 40, alguien desea aprender a volar sin instructor, un
curso completo cuesta $ 350 (con equipos incluidos). Generalmente
dura tres semanas, pero eso depende de la rapidez con que aprenda
el alumno. Instructor Alejandro Anrique: Calle Pellegrini 160.
Tel.: 03822-423830.
E-mail: vuelolibre_lar@hotmail.com
Donde Informarse: Dirección General de Turismo de
La Rioja. Calle Perón y Urquiza, La Rioja. Tel.: 03822-428839.
Sitio Web: www.larioja.gov.ar/
turismo/index.html
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