Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH LAS12

MAR DEL PLATA
Turistas fuera de temporada

Linda...
como sol
de invierno
 

Ballenas, exquisiteces y todo tipo de paseos por la costa, por el bosque o por las calles marplatenses bajo el tibio sol de estos días de invierno. Para muchos, la mejor época para visitar la ciudad balnearia. Barrios y chalets, el Cabo Corrientes, la banquina de pescadores, la escollera sur. Y para no cansarse, los bares y restaurantes frente al Atlántico.

Texto y fotos:
Jorge Pinedo

Tan cierto como que el sol emerge por el Este, es decir que Mar del Plata El color langostino reina en la banquina de pescadores. Barcos, caracolas, estrellitas de mar y conservas.es espléndida fuera de temporada. Ahora bien, sostener que es más linda puede ser arriesgado: depende de preferencias y opciones. Hay quienes la eligen en verano y hay quienes no se cansan de recorrerla cuando aprieta el frío, aunque paso a paso se queden perplejos ante la heterogénea arquitectura de la ciudad: bellos chalets de El Grosellar o del bosque de Peralta Ramos se enfrentan a curvas mediterráneas, almenas medievales, volúmenes ovniformes, hoteles con proas y torres azulejadas cual cuarto de baño. Cierto sigue siendo, sin embargo, que en otoño, invierno y primavera, la atlántica perla es sensiblemente más económica, solitaria, romántica y bucólica que en el populoso verano.

Paso de ballenas Como atractivo suplementario, desde hace un par de años, ballenas y orcas han adoptado esas costas como escala en su peregrinar desde las cálidas aguas brasileñas hacia el famoso nidito de amor en Puerto Madryn. Para mayor precisión, es menester aclarar que los cetáceos aparecen a la altura de Villa Gesell, se sumergen a la altura de Santa Clara del Mar y asoman gibas, surtidores y monumentales rabos más allá de Cabo Corrientes. Evitan, como es lógico, la inexplicable cloaca maestra que desagota sus antiecológicas aguas en el mar a la altura de Camet. Entre julio y setiembre, pese a todo, se las puede observar jugueteando muy cerca, a unos trescientos metros de la orilla, apenas a cien de la primera rompiente. Balcones privilegiados para ello son el Mirador Nueve -cuyo bar está abierto a todo público hasta las ocho de la noche– que está junto a la muy fashion carpa del boliche El Divino, al norte de las playas del Alfard. Detrás de los vidrios del recinto circular del Mirador, un panóptico marino reproduce en dimensiones íntimas la construcción similar, en Cabo Corrientes, de Waikiki, el otro balcón para observar las ballenas donde es factible almorzar mientras se aprecian las fantasías que también realizan los surfistas invernales sobre las olas, o bien cenar hasta eso de la medianoche.

En el extremo oceánico de la escollera sur, restaurante y mirador.

Perfumes marinos Si hay un circuito tradicional en Mar del Plata es el que arranca en la folklórica banquina de pescadores. A su vera, en pequeños puestos improvisados sobre el playón al modo de las ferias hippies, pescados frescos se ofrecen con esa artesanía lugareña que logra pegar caracoles y conchillas a imágenes meteorológicas, religiosas y paganas. También conservas de sardina y calamar, caracoles gigantes, estrellitas de mar, todo por un par de monedas la unidad. Los niñitos les arrojan cornalitos a los lobos marinos que juguetean y saltan en retribución; los turistas perpetúan la imagen en el celuloide; las señoras con tacos altos se resbalan en la pátina de escamas y los pescadores admiran divertidos una escena reiterada de la que son protagonistas y a la vez extranjeros.
Enfilando desde la banquina hacia la escollera sur, el paisaje da paso a dos opciones: seguir por la calle por donde van los automóviles, o trepar al rompeolas que corre por barlovento de esa prodigiosa serpiente de cemento y piedra. La primera aporta abrigo y seguridad; la segunda ofrece románticos recovecos y sucedáneas emociones. Andando el kilómetro largo que culmina en el blanco Cristo que da la bienvenida a los navegantes en el extremo de la escollera, la lobera guarda tras un enrejado enjambres de estos mamíferos marinos: amores y peleas, familias completas y ejemplares solitarios brindan su aroma en esa apretada reserva natural. Un centenar de metros más adelante, un más o menos flamante (valga la paradoja) cementerio de buques de altura brinda la inquietante escena de calmas chichas y exasperantes borrascas inmovilizadas, a merced del herrumbre y el salitre. Paraíso de los fotógrafos, el majestuoso sepulcro náutico contrasta con la vital actividad que lo rodea. Luego, ya en el extremo del espigón, el espectáculo del mar abierto a un lado, y la ciudad de Mar del Plata hacia el otro, ambos rociados por esa brisa que de la mañana a lanoche se desplaza cabalgando el horizonte marino de norte a sur, abre los pulmones en una embriaguez de yodo y oxígeno.

Ocre sobre el mar turquesa donde los buques duermen el sueño de los justos.

¡Hola ola! Paliar tanta salud es factible allí mismo pues, desde el verano anterior, en la punta misma de la escollera sur han erigido un prolijo restaurante que ofrece sus servicios hasta las 20 los días de semana y hasta medianoche de viernes a domingos. Menú fijo (entrada, plato principal y postre, sin bebida, por $10) o a la carta, con privilegio de pescados de exquisita factura y reconfortantes alcoholes permiten recuperar el tono urbano. Internamente o a lo lejos pues, hacia el Oeste, la ciudad de Mar del Plata luce espléndida de día y como un collar de diamantes durante la noche. Entre el espectador confortablemente dispuesto en su mesa y el luminoso telón de fondo: barcos pesqueros, veleritos, buques, gaviotas, lobos marinos y, muy especialmente esa perenne ola inmensa que se forma a 45 de la escollera. Nadie sabe por qué, a esa ola la llaman “Andrés” y es de rigor saludarla con un “¡Hola ola!”, so riesgo de que la furia de los cielos se precipite sobre la testa del hereje. Ritual compartido por marineros y forasteros, al parecer sofoca los ímpetus oceánicos, dejando solamente esa extensa onda donde se mecen las embarcaciones en su rolido y cabeceo inevitable. A pie, en auto o en taxi, la escollera sur saluda siempre con su verde guiño cada siete segundos, baliza que señala el seguro refugio para los navegantes y el romántico solaz de los terráqueos. Cuando arrecia la sudestada, las olas rompen por sobre el murallón garantizando una emoción intransferible. Al abrigo del restaurante, se disfruta mejor que a la intemperie.
Por la tarde, sin embargo, quien pretenda alejarse de la espuma del mar, tendrá en el bosque de Peralta Ramos, al sur de la ciudad, cálidos espacios en caserones tradicionales convertidos en casas de té. A una cuadra del portal de ingreso al barrio, La Cabaña, sin ir más lejos, por cinco pesos ofrece una tetera ávida para otras tantas tazas. Hogar a leña, exposiciones de plásticos en el primer piso, tortas, masas finas, facturas y delicatessen para los ojos y el paladar, conforman una combinación seductora, tenue, casi erótica para resguardar la intimidad.
Opulencias recicladas, contrastes vigorosos, pampa y mar, dulce y salado, calor de chimenea y frío oceánico, Mar del Plata siempre reina en el Atlántico Sur... más allá (o más acá) del verano.