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MAR
DEL PLATA
Ballenas, exquisiteces y todo tipo de paseos por la costa, por el bosque o por las calles marplatenses bajo el tibio sol de estos días de invierno. Para muchos, la mejor época para visitar la ciudad balnearia. Barrios y chalets, el Cabo Corrientes, la banquina de pescadores, la escollera sur. Y para no cansarse, los bares y restaurantes frente al Atlántico. Texto y
fotos: Tan cierto como
que el sol emerge por el Este, es decir que Mar del Plata Paso de ballenas Como atractivo suplementario, desde hace un par de años, ballenas y orcas han adoptado esas costas como escala en su peregrinar desde las cálidas aguas brasileñas hacia el famoso nidito de amor en Puerto Madryn. Para mayor precisión, es menester aclarar que los cetáceos aparecen a la altura de Villa Gesell, se sumergen a la altura de Santa Clara del Mar y asoman gibas, surtidores y monumentales rabos más allá de Cabo Corrientes. Evitan, como es lógico, la inexplicable cloaca maestra que desagota sus antiecológicas aguas en el mar a la altura de Camet. Entre julio y setiembre, pese a todo, se las puede observar jugueteando muy cerca, a unos trescientos metros de la orilla, apenas a cien de la primera rompiente. Balcones privilegiados para ello son el Mirador Nueve -cuyo bar está abierto a todo público hasta las ocho de la noche que está junto a la muy fashion carpa del boliche El Divino, al norte de las playas del Alfard. Detrás de los vidrios del recinto circular del Mirador, un panóptico marino reproduce en dimensiones íntimas la construcción similar, en Cabo Corrientes, de Waikiki, el otro balcón para observar las ballenas donde es factible almorzar mientras se aprecian las fantasías que también realizan los surfistas invernales sobre las olas, o bien cenar hasta eso de la medianoche. Perfumes
marinos Si hay un circuito tradicional en Mar del Plata es el que
arranca en la folklórica banquina de pescadores. A su vera, en
pequeños puestos improvisados sobre el playón al modo
de las ferias hippies, pescados frescos se ofrecen con esa artesanía
lugareña que logra pegar caracoles y conchillas a imágenes
meteorológicas, religiosas y paganas. También conservas
de sardina y calamar, caracoles gigantes, estrellitas de mar, todo por
un par de monedas la unidad. Los niñitos les arrojan cornalitos
a los lobos marinos que juguetean y saltan en retribución; los
turistas perpetúan la imagen en el celuloide; las señoras
con tacos altos se resbalan en la pátina de escamas y los pescadores
admiran divertidos una escena reiterada de la que son protagonistas
y a la vez extranjeros. ¡Hola
ola! Paliar tanta salud es factible allí mismo pues, desde
el verano anterior, en la punta misma de la escollera sur han erigido
un prolijo restaurante que ofrece sus servicios hasta las 20 los días
de semana y hasta medianoche de viernes a domingos. Menú fijo
(entrada, plato principal y postre, sin bebida, por $10) o a la carta,
con privilegio de pescados de exquisita factura y reconfortantes alcoholes
permiten recuperar el tono urbano. Internamente o a lo lejos pues, hacia
el Oeste, la ciudad de Mar del Plata luce espléndida de día
y como un collar de diamantes durante la noche. Entre el espectador
confortablemente dispuesto en su mesa y el luminoso telón de
fondo: barcos pesqueros, veleritos, buques, gaviotas, lobos marinos
y, muy especialmente esa perenne ola inmensa que se forma a 45 de la
escollera. Nadie sabe por qué, a esa ola la llaman Andrés
y es de rigor saludarla con un ¡Hola ola!, so riesgo
de que la furia de los cielos se precipite sobre la testa del hereje.
Ritual compartido por marineros y forasteros, al parecer sofoca los
ímpetus oceánicos, dejando solamente esa extensa onda
donde se mecen las embarcaciones en su rolido y cabeceo inevitable.
A pie, en auto o en taxi, la escollera sur saluda siempre con su verde
guiño cada siete segundos, baliza que señala el seguro
refugio para los navegantes y el romántico solaz de los terráqueos.
Cuando arrecia la sudestada, las olas rompen por sobre el murallón
garantizando una emoción intransferible. Al abrigo del restaurante,
se disfruta mejor que a la intemperie. |