Por
Graciela Cutuli
En el turismo
argentino hay clásicos que, pese al natural estrellato de algunos
sitios extraordinarios del país las cíclicas ballenas
de Puerto Madryn, el espectacular glaciar Perito Moreno, las no menos
impactantes Cataratas cuentan con un público fiel que a
lo largo de los años crece sin prisa y sin pausa. Villa Carlos
Paz es uno de ellos. Esta fidelidad tiene muchos secretos: la ubicación
en el centro geográfico de un país enorme, la diversidad
y calidad de los servicios, la vocación turística temprana
que se traduce en una cordial bienvenida a quienes eligen veranear con
el lago y las sierras como escenario. Si esta imagen tiene tradicionalmente
ribetes de tranquilidad -.mucha gente mayor y muchas parejas con hijos
chicos dispuestos librarse de los imprevistos de la playa eligen como
destino las sierras cordobesas, esta imagen no se ajusta demasiado
a la realidad: en los últimos años, el auge del turismo
aventura y del eco-turismo encontró en Córdoba un escenario
ideal, con una multiplicación de propuestas que no dejan a nadie
afuera a la hora de planear unas vacaciones. Entonces, se trata de descubrir
Villa Carlos Paz. O de redescubrirla.

La ciudad
moderada En Villa Carlos Paz no hay grandes extremos. Las alturas
rondan los 700 metros sobre el nivel del mar, y un poco más .hasta
1200 metros en el cordón de las Sierras Chicas, hacia el
este, mientras la temperatura promedio se acerca a los 18 grados. En
verano, el clima es ideal: el sol hace los días cálidos,
pero las noches se olvidan del calor para refrescar agradablemente toda
la región. La vida comercial de la ciudad, que es abundante,
se desarrolla sobre todo en las márgenes del río San Antonio,
tributario del lago San Roque: confiterías, puentes, clubes y
negocios se disputan la atención de los visitantes durante el
día, y durante la noche se suman los numerosos teatros (que este
año sumarán varias salas) y espectáculos que son
también uno de los sellos de Villa Carlos Paz, y la convierten
tal vez en la única ciudad con un circuito propio veraniego fuera
de Mar del Plata.
Como muchas otras ciudades argentinas donde el turismo tiene larga data,
en el principio de Villa Carlos Paz hay una suerte de pionero que, a
principios del siglo XX, decidió sacar el casco de la estancia
Santa Leocadia de bajo las aguas en que lo había sumergido el
dique San Roque. El pionero era Carlos Paz, hijo del dueño de
la estancia: a él se le debe la forestación de la zona,
la construcción de un nuevo casco y una nueva capilla, una escuela,
un canal de riego y otras infraestructuras. Así nació
el entonces Pueblo San Roque, que varios años antes de ser oficialmente
reconocido como tal ya había atraído a varias familias
que alquilaban casas para el verano. El primer hotel data de 1923: hoy,
la infraestructura creció hasta ofrecer a los turistas 350 establecimientos
diferentes. Villa Carlos Paz tiene dos grandes polos: uno es el lago,
que se puede recorrer en lancha u otras embarcaciones, y que atrae a
los aficionados al velerismo, el esquí acuático, la motonáutica
o el windsurf. El otro son las sierras circundantes, a las que se puede
subir fácilmente gracias a la aerosilla que lleva hasta una confitería
en la cima del cerro. Además, desde la base de la aerosilla un
camino lleva después de una hora de caminata siguiendo
un vía crucis hasta una cruz monumental de 12 metros de
altura, construida en conmemoración del Segundo Congreso Eucarístico
Nacional, celebrado en Buenos Aires en 1934.

La encrucijada
Villa Carlos Paz es también un excelente punto de partida para
recorrer las sierras cordobesas. Desde aquí se puede recorrer
el Valle de Punilla, que ofrece una atractiva combinación de
sitios históricos y naturales (¡y hasta sobrenaturales!)
en recorridos que permiten ir improvisando tramos largos o cortos según
las necesidades del viaje.
El recorrido del camino de Punilla llevará unos 150 kilómetros
entre ida y vuelta: yendo hacia el norte, se bordea el lago San Roque
con susbalnearios y clubes de pesca hasta llegar a la localidad de Bialet
Massé, en cuyas cercanías se levanta el Horno Histórico
La Primera Argentina, que sirvió para la fabricación de
la cal usada en el primer paredón del dique San Roque.
Estos valles tienen muchos ejemplos así: no el camino de la gran
historia sino el de la pequeña, la que sirvió
para forjar pueblos, ciudades, colonias y cuya huella se encuentra a
cada paso. En el pasado, esta región cordobesa era una suerte
de Davos, la localidad suiza donde se refugiaban los enfermos de pulmón
para gozar del aire benéfico de la montaña mágica:
queda como testimonio un antiguo hospital construido a principios del
siglo XX al estilo suizo, que todavía hoy sigue funcionando como
centro de salud. El siguiente punto del itinerario de Punilla (así
llamado porque se dice que a los primeros exploradores les hizo pensar
en una pequeña Puna) es la folklórica Cosquín,
que todos los veranos concentra lo más granado de la música
autóctona, con su seguidilla de lunas y polémicas: pero
a quien esté alejado de la música autóctona, pasar
por aquí o asistir al festival le permitirá cambiar un
poco las ideas sobre qué es realmente música popular más
allá de la General Paz.
Más adelante, pasando el Parque Fitozoológico Recreativo
Tatú Carreta,
donde
se recrea el ecosistema serrano y se pueden ver guanacos, maras, ciervos
y otros animales en libertad, se llega a La Falda, otro de los centros
turísticos por excelencia de la provincia de Córdoba:
por corta o larga que sea la estadía, no hay que perderse una
visita al Hotel Edén, construido en la época de los megaemprendimientos
hoteleros argentinos por la compañía Tornquist (también
involucrada en el Club Hotel de Sierra de la Ventana) y famoso por la
amistad de sus dueños con algunos jerarcas nazis. También
vale la pena visitar el Museo Arqueológico Argentino Ambato,
en tanto los que tengan alma de chico no se perderán de pasar
por el Museo del Ferrocarril en Miniatura.
Siempre hacia el norte, La Cumbre es muy visitada por el golf (uno de
los signos de su tradición inglesa), los balnearios y el Cristo
Redentor: su completa infraestructura y sus agradables paisajes también
la distinguen entre las localidades cordobesas. Pocos kilómetros
más allá, quienes hayan sido atraídos por la literatura
de Manuel Mujica Lainez no se perderán visitar, en Los Cocos,
su residencia El Paraíso, que fue transformada en museo y permite
echar una mirada al mundo personal del dandy-escritor más refinado
de las letras argentinas. Finalmente, el recorrido del Valle de Punilla
puede terminar, antes de volver al punto de partida, en Capilla del
Monte y el famoso cerro Uritorco. ¿Ovnis? Como toda leyenda,
no falta quien la alimenta. Pero lo mejor es ir y comprobar con los
propios ojos cuánto hay de fantasía y cuánto hay
de realidad: aparte de raros objetos voladores, en el cerro perdura
la leyenda de un indio que tuvo la desdicha de enamorarse de la hija
de un hechicero y ser maldecido por el padre. Terminaría convertido
en montaña, y ella en el río de lágrimas que mana
de su pecho de piedras...
