Por
Luis Vicente Miguelez*
La cura psicoanalítica, en términos sencillos
y generales, es aquella experiencia que posibilita a un sujeto encontrar
el modo en que su satisfacción pueda realizarse con la de los otros
en una actividad compartida. Ubico en el centro de esta reflexión
las cuestiones de satisfacción y alteridad. No se trata de proponer
algún ideal de satisfacción en común. Ni mucho menos
un ideal de felicidad compartida. Al decir la de cada uno con la de los
otros, estamos haciendo referencia a que no tienen que ser la misma. Sí
queda claro que la práctica analítica incide en el orden
de la satisfacción. Se propone abrir caminos que restituyan en
el sujeto en análisis su capacidad de amar, trabajar y crear. Es
decir, aquello que hace que la vida valga la pena de ser vivida. Albert
Camus decía que sólo hay un problema filosófico realmente
serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena ser vivida es
responder la cuestión fundamental. El resto viene después.
Pero hay una problemática previa a esta cuestión: me refiero
a si puede efectivamente ser enunciada y si hay orejas para escucharla.
Creo que por ahí deberíamos buscar el malestar propio de
nuestra época. En cierto acallamiento y cierto desoír. Cierto
desfallecer del síntoma y, contrariamente pero no tan paradojalmenter,
un incremento de la enfermedad. No tenemos que confundir al síntoma
con la enfermedad.
Los síntomas, en el sentido analítico del término,
ponen en juego una palabra anudada, una verdad subjetiva que quiere hacerse
oír. Son enunciaciones fallidas que buscan su restitución
en el discurso. El psicoanálisis vino a prestar oídos a
esa forma cifrada en que el deseo reprimido busca darse a conocer. El
síntoma interpela al sujeto y viene a introducir en la monotonía
de la repetición de lo mismo, en la monotonía de la insatisfacción
alienada a una demanda, una interrogación teñida de asombro,
que promueve un nuevo movimiento hacia el otro.
Estamos en un tiempo marcado más por la enfermedad que por el síntoma.
Un tiempo signado por esa enfermedad que, para estar a tono con la época,
quiere también ser única y globalizada. Enfermedad de la
desesperación no lúcida, del desaliento malhumorado. Enfermedad
muda que tiene su cara agónica en los episodios de desintegración
yoica, de despersonalización y de angustias catastróficas
que observamos cada vez más en nuestra clíica. Lo que indica
un señoreo de la pulsión de muerte, una intensificación
de su acción muda, que, sin constituir ninguna escena histérica,
se manifiesta en el incremento del goce masoquista, de las lesiones corporales
y de los montajes tóxicos.
El superyó prohíbe el deseo y ordena el goce. Gozar masoquísticamente.
También, en correspondencia con esto, proscribe el asombro. Dos
mandamientos emparentados que aplastan toda singularidad deseante. Perder
la capacidad de sorprenderse es quedar inerme frente a la emergencia de
lo distinto, ante el surgimiento de lo nuevo.
Perder la capacidad de disfrutar del asombro es alejarse largamente de
la vivencia placentera que en la infancia, si ésta no fue estragada
por desamparo o por la perversión de un Otro, experimenta el niño
en su juego con las cosas. Uno escucha decir que un niño se sorprende
y se asombra porque de las cosas no posee aún un saber suficiente.
Nada más equivocado. Alguien dejó de sorprenderse porque
dejó de percibir lo diferente en lo semejante. Si ese individuo
mira dos hojas de árbol y ve lo mismo, es porque el concepto de
hoja subsume la percepción de ambas.
Picasso decía, en un reportaje, que a él le gustaría
recuperar la mirada de un niño de dos años. Recuperar esa
mirada para poder pintar lo que ese niño ve. Esto es, recuperar
la capacidad de asombro. Dar lugar a lasorpresa es permitir que el mundo
no se vuelva algo totalmente predecible, aburrido, uniforme.
Imaginemos a alguien para quien las palabras sean tan previsibles y desprovistas
de alteridad que no digan otra cosa de la que dicen. Alguien que no pueda
ver en esa hoja otra cosa que una hoja. No estamos hablando de alguien
que esté en el campo de la llamada enfermedad mental. Más
aún, adaptado a las exigencias de la realidad, podría muy
bien entrar en lo que la OMS define como salud mental, porque la llamada
salud mental se puede parecer a veces a esto, a la vida en un mundo gris
e insatisfactorio, demasiado real y sin lugar alguno para la mirada del
niño de Picasso.
Si la práctica del psicoanálisis produce algo nuevo, es
porque es capaz de abrir allí una brecha. Da cabida al acto fallido,
al sueño, al lapsus, al síntoma. Introduce una dimensión
contraria a la del mandato superyoico. Constituye una apuesta al decir
más allá de lo ya dicho. En este sentido el psicoanálisis
reintroduce la dimensión lúdica de la palabra. Constituye
así un nuevo lazo social que recupera algo tan antiguo como el
jugar infantil.
El jugar infantil necesita de otros, de al menos un otro, aunque el niño
juegue solo. De otro que haga eco al dale que... que inaugura
todo jugar. Cuando se dice dale que la silla es un auto, se
necesita de otro que soporte esta novedad: que la silla no es sólo
silla sino que puede también ser un auto. Esto me parece que es
lo primero a destacar en relación con el jugar: esta apuesta al
otro que convalide el dale que.... Confianza en un otro que
no venga a estropear el juego diciendo: La silla sirve para sentarse
a la mesa.
Los analistas reconocemos que es esa primera confianza lo que puede iniciar
un análisis y poner a jugar la palabra, aceptando la dimensión
metamorfoseadora del lenguaje. Ahí donde un sueño se cuenta,
hay un dale que... que es aceptado. Todo análisis parte
de este acuerdo inicial entre analista y paciente que introduce esa premisa
lúdica en el espacio de una cura. Por eso me gusta definir la posición
del analista como estando determinada por lo que Winnicott llamó
saber jugar. No se trata de saber el juego, ni siquiera se trata tanto
de saber las reglas, sino de no arruinar el juego con un saber que quite
espontaneidad y creatividad al jugar mismo. Hay veces que una interpretación
muy lúcida, que no muestre los límites de la comprensión
del analista, viene a arruinar el juego. Brilla como objeto fetiche, pero
no se puede hacer uso de ella.
La otra dimensión del jugar, tal como la práctica del análisis
introduce en la cura, se refiere a que éste se sitúa fundamentalmente
más allá del principio del placer. Quiero señalar
una dimensión que va más allá de volver placentero
lo displacentero. No es que esto quede por fuera del juego, pero no es
lo que viene a subrayar Freud como el rasgo principal del jugar del niño.
El jugar infantil tiende a tramitar aquello que insiste atemporalmente,
ficcionalizándolo, armando una historia, construyendo una escena.
Y esto lo va consiguiendo mediante una característica particular
del jugar, que es la repetición.
Cuando digo que el análisis recupera el jugar infantil para una
nueva práctica social llamada la sesión analítica,
estoy situando ésta en una vertiente que no es, a pesar de lo que
se ha difundido, una práctica de la rememoración. Ilusión
racionalista de saber sobre el pasado para curarse del presente. Por el
contrario, es fundamentalmente una práctica que se sostiene en
la repetición.
Repetición de aquello que no puede recordarse, pero que insiste
angustiosamente. Aquello que la clínica analítica nos enseña
a reconocer como fantasmas de aniquilación y devoración,
de fragmentación y desamparo ante el Otro. Denominaciones que refieren
a la relación primaria del sujeto con el superyó. En un
juego un niño pequeño grita: Ahí viene el lobo;
grita y corre con los otros, y se puede percibir en esa risa, en esos
gritos que profiere, una suerte de placer en el límite, en el borde
del terror y la angustia, y sin embargo está jugando. Muy distinto
es que el lobo aparezca como pesadilla en su sueño o como lesión
en su cuerpo, materializaciones de su fantasma de devoración. Ya
no juega: es juguete del goce del Otro. El niño que juega sabe
hacer con su angustia.
Cada analista deberá inventar la forma de introducir en el dispositivo
de una cura ese jugar creativo que, al mismo tiempo que detiene la compulsión
repetitiva, posibilita que un acontecimiento verdadero pueda dar lugar
a transformaciones estructurales que modifican las relaciones del sujeto
con el goce. A esa forma en que cada analista introduce el jugar voy a
llamarla el don del analista.
Marcel Mauss, quien fue maestro de Lévi-Strauss, en su famoso texto
Ensayo sobre el don resultado de sus investigaciones entre los indios
del noroeste americano y los aborígenes de las islas Trobriand
en el Pacífico, nos informa que el intercambio no comienza,
como parece creerse, mediante el trueque, sino mediante la práctica
ceremonial del don. La ceremonia del don obliga a los participantes que
reciben los regalos a realizar otra fiesta en la que se retribuirá
ampliamente lo recibido. El don no pone en juego tanto el valor del objeto
como su circulación. El don pone en circulación dones, antes
que cosas. Es un acto que propicia la circulación de otros dones.
Un informante de estas tribus primitivas decía: Sólo
puede demostrarse que se posee fortuna, y no que se es poseído
por ella, distribuyéndola, poniéndola a la sombra del nombre.
Tal vez por eso, cuando alguien es capaz de prodigar el don pasa a ser
llamado Don Fulano de Tal.
El analista en un análisis no da, por supuesto, ningún objeto
satisfaciente, ni tampoco debe necesariamente dar una palabra inteligente
sobre algún asunto. Debe, sí, poder generar las condiciones
para que el don circule. Si la intervención del analista es feliz,
promueve la producción de algo en más, de un nuevo recorrido
asociativo, dando lugar a la emergencia de lo nuevo, de lo inédito
en la historia de un sujeto. Apuntan también sus intervenciones
a situar al sujeto más allá de la dependencia de un objeto
satisfaciente o de la identificación con el mismo. El don del analista
está en esa dimensión que Lacan introduce referida al amor
que no es narcisista: Dar lo que no se tiene a alguien que no es.
Un niño puede aprender en su primer juego, juego de presencia y
ausencia, a curarse del daño imaginario producido por un objeto
real, si su madre le dio, junto con el pecho, el don de crearlo. Acto
iniciático que hace a la instauración del dale que....
El trabajo analítico en esa misma dirección cambia una demanda
insatisfecha por un trabajo psíquico que posibilita separar al
yo del destino del objeto satisfaciente perdido. Así como, en el
juego, una silla no sirve para jugar mientras sólo sirva para sentarse,
la ilusión narcisista de que algún buen pie calzará
justo en la huella deberá dejar paso a cierta desadecuación
productiva que viene a liberarnos de la dependencia nostálgica
con el objeto satisfaciente.
Para que esta caída de la ilusión no devenga en desaliento
malhumorado de lo que ya fue, de lo que faltó sin remedio, se necesita
que la experiencia de lo perdido pueda conjugarse con la capacidad del
don. Esto deviene en la constitución de un espacio entre lo que
a uno le es dado y lo que crea. Un espacio potencial que no es ni totalmente
interior ni exterior, que permite una organización del afuera y
del adentro que no esta sometida a la lógica de la separación-fusión.
Un espacio que hemos llamado de frontera, no sujeto a la demanda del Otro
en los dos sentidosque toma el genitivo, ni al control mágico omnipotente
del yo. Es éste el espacio que el análisis contribuye a
constituir.
Sandor Ferenczi decía, refiriéndose al trabajo del analista:
Nosotros no podemos ofrecerle al paciente todo lo que le hubiera
correspondido en su infancia, pero el solo hecho de que se le pueda ayudar
da ánimo para una vida nueva, en la que quedó cerrado el
capítulo de lo que perdió sin posibilidades de retorno y
se da el primer paso que permite contentarse con lo que la vida ofrece,
a pesar de todo, no siendo necesario ya rechazarlo todo en bloque.
El psicoanálisis apuesta a un nuevo comienzo. Momentos de pasaje
en los que la compulsión repetitiva se desanuda permitiendo alojar
lo nuevo. Estos pasajes se dan en el espacio lúdico transferencial,
sostenido por el amor de transferencia que, si bien verdadero, tiene un
rasgo diferencial: plantea desde un inicio su conclusión. No sólo
no se asienta en una promesa de amor eterno sino que les presenta, al
paciente y al analista, su necesidad de liquidación. Trabajo psíquico
que debemos incluir en la serie de los otros grandes trabajos humanos,
me refiero al del sueño y al del duelo. Que le plantean al psiquismo
una exigencia de elaboración y que, logrados, son fuente de lo
nuevo como articulación entre el deseo y la vida.
En el recorrido de un análisis, a lo largo de esa aventura transferencial,
el analista tendrá que jugar, en el sentido dramático del
término, las veces de madre suficientemente buena, en tanto se
trate de elaborar experiencias de omnipotencia fallida; las veces de padre
interdictor, en tanto la madre suficientemente buena lo fue en exceso;
y las veces de testigo fraterno que permita alojar el dale que...
en un espacio de creación resguardado de los ataques superyoicos.
Tendrá que jugar estos entre otros semblantes.
Y finalmente, sin olvidarse ni llorarse, como un objeto transicional en
desuso, dejará su sitio al trabajo del análisis con el que
ya cuenta el sujeto y que le ha abierto las puertas de la alteridad. Esto
es, volviendo al comienzo, encontrar la manera en que su satisfacción
se realice con la de los otros.
* Texto leído en las jornadas Pensar lo nuevo. Invención
y experiencia analítica, en noviembre, en la Biblioteca del
Congreso.
DENUNCIA
DEL CONGRESO DE ARTISTAS INTERNADOS
Desplazan a profesionales
El desplazamiento de sus funciones de profesionales de la Red Argentina
de Arte y Salud Mental, entendida como saboteo de autoridades
de varios hospitales, fue denunciado en el reciente Festival y Congreso
Latinoamericano de Artistas Internados de Hospitales Psiquiátricos.
Más de 350 personas, entre pacientes, artistas y trabajadores de
la salud, reafirmaron que la desmanicomialización, entendida
como cuestionamiento de una estructura ideológico-social de encierro
y exclusión, es una tarea que nos compete a todos.
Las conclusiones de la reunión, que se efectuó en diciembre
en Chapadmalal, incluyen la preocupación por los recientes
desplazamientos de sus funciones de profesionales pertenecientes a nuestra
Red Argentina de Arte y Salud Mental, profesionales de destacada trayectoria
en la tarea de integrar el arte con la salud, dentro de las instituciones
públicas. Nos referimos a la enfermera profesional Liliana de Vita,
del Hospital Psiquiátrico El Zonda de San Juan; la licenciada Angélica
Ferreira Cortés, de la Colonia Montes de Oca, y la licenciada Marisa
Bozicovich, del Servicio de Salud Mental Julio C. Perrando de Chaco. Nos
solidarizamos con ellas y exigimos a las autoridades respectivas el reintegro
de estas profesionales a su función anterior, ya que este indebido
alejamiento significa un deterioro de la tarea por una mayor salud mental
para los pacientes, dando lugar a sospechas de saboteo por parte de algunas
autoridades de los hospitales mencionados a las actividades del arte en
el campo de la salud mental.
En el Congreso participaron protagónicamente todos los actores
que hacen al proceso de desmanicomialización: pacientes, artistas,
profesionales, enfermeros, administrativos, otros trabajadores de la salud
así como la comunidad a través de escuelas, sindicatos,
organismos de derechos humanos, asociaciones artístico-culturales,
de salud.
Además, según las conclusiones del evento, la profunda
y extensa crisis social que vivimos, generada por la llamada globalización,
produjo .-en términos de organismos internacionales como la OMS
y la OPS-. una situación de catástrofe epidemiológica
cuyo daño en términos de salud es comparable, según
estos organismos, al producido por una guerra mundial.
Este daño, que puede definirse como fragilidad subjetiva y vulnerabilidad
social, está presente en cada uno de nosotros, en mayor o menor
medida.
Por esto es que la desmanicomialización, entendida como cuestionamiento
de una estructura ideológico-social de encierro y exclusión,
es una tarea que nos compete a todos nosotros.
POSDATA
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Fecundación.
Jornada de Adopción y Fecundación Asistida, del Equipo
de Infertilidad, Fecundación Asistida y Adopción de
la Escuela de Psicoterapia para Graduados, en junio. Se reciben intenciones
de presentación de trabajos hasta el 15 de enero. 4862-7767.
Diagnóstico. Diagnóstico según DSM
IV-Adultos, cuatro clases en la Liga Israelita, desde el 6.
4852-0421.
Somáticas. Problemáticas con manifestaciones
somáticas, desde el 10 en la Mutual de Psicólogos
(Ampsi), con Diana Kutrumba, Patricia Capriata, Elia Pena y Olga del
Monte, para psicólogos y estudiantes. Gratuito. 43263964.
Psicodrama. Taller de tea-tro espontáneo,
miércoles de 20 a 22, desde el 10, en Sociedad Argentina de
Psico-drama. 4854-8742. |
Mail
de estas páginas: [email protected]
. Fax: 4334-2330.
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