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EL SUJETO ANTE LA EUTANASIA, EL SUICIDIO ASISTIDO Y LOS MEDICOS
Las maneras de recuperar el buen morir

Desde el �contrato� que Freud efectuó en su lecho de muerte hasta la tragedia de Antígona convergen para el análisis de la eutanasia y el buen morir, en el contexto de cómo al sujeto se le arrebata la propia muerte.

Cruzada: �Al paciente no le es sencillo resistirse a la �cruzada contra la muerte� que le propone la ciencia o le exige su propia familia�.

Por Gisela Farías *

A la edad de 83 años, Sigmund Freud se había sometido ya a 33 operaciones. Sufría un cáncer de maxilar hacía más de 15 años. El 21 de setiembre de 1939, estando junto a él su médico, el doctor Schur, Freud le tomó la mano y le dijo si recordaba el “contrato” que ambos tenían: “Usted prometió no dejarme en la estacada cuando llegara el momento. Ahora sólo queda la tortura y no tiene sentido. Hable con Ana y, si ella piensa que está bien, terminemos”. (Peter Gay, Freud, una vida de nuestro tiempo, Peter Gay, Paidós, 1989.)
Al igual que Freud, muchos otros enfermos terminales solicitan no extender su agonía, en las salas de los hospitales y en las unidades de terapia intensiva: no todas las personas, en el final de sus vidas, desean entregarse pasivamente al sufrimiento sin esperanza, a la pérdida de su autonomía o a la inconsciencia. Para algunos, no sirve un no morir que sea “estar vivos” de cualquier modo.
Lo cierto es que los modos de morir se han ido modificando en una sociedad cada vez mas medicalizada y que tiende a sobrevalorar la eficacia de la tecnociencia aplicada a la salud, bajo la hegemonía de una práctica paternalista de la medicina que no resigna su omnipotencia. Pero no es posible curarnos para siempre de la muerte, aunque ella sea silenciada, anestesiada, negada con obstinación.
¿Qué senderos le toca transitar en la actualidad al enfermo aquejado de una enfermedad incurable y mortal?Con frecuencia su presente y su futuro quedan prisioneros de la hospitalización, de la medicina y la tecnología. Su estado de vulnerabilidad y su anhelo de curación muchas veces le impiden discernir hasta dónde esta dispuesto a seguir con el tratamiento. No le es sencillo resistirse a la “cruzada contra la muerte” que le propone la ciencia o le exige la familia. Así, el enfermo inicia un derrotero que no sabe dónde termina, con un deseo: curarse. Pero cuando los tratamientos fallan y los intentos cada vez más sofisticados y cruentos también fallan, progresivamente el paciente va cediendo más y más. Sobre su cuerpo y su vida deciden los médicos. El ya no sabe qué quiere; a esas alturas, tal vez, solamente no sufrir.
Cautivo y restringido en su autonomía, el enfermo terminal se ve alejado cada vez más de la posibilidad de despedida; incluso la noticia de la proximidad de su muerte le es escamoteada. En ocasiones, además, el encarnizamiento terapéutico sólo le extiende la agonía.
Ciertamente, no es ése el único camino posible. Tanto desde la perspectiva médica como desde la del paciente, hay quienes proponen otras opciones.
Otra medicina
Desde hace pocos años, en nuestro país, han comenzado a desarrollarse, particularmente con pacientes oncológicos, prácticas médicas diferentes, tanto para el período de tratamiento como en los tramos finales de la vida. En las llamadas unidades de cuidados paliativos, se ofrecen tratamientos cuya finalidad principal es mitigar los sufrimientos extremos y controlar el dolor en los períodos agudos de la enfermedad y en los desenlaces. Ello, mediante la aplicación de una combinación de analgésicos, opiáceos y sedantes e invitando a la familia a tener una participación activa e integrada en el proceso de enfermedad y muerte. Algunas unidades de cuidados paliativos también realizan seguimientos y acompañamiento médico, espiritual y psicológico en el duelo.
El ingreso de estos pacientes a esas unidades –que en los hospitales públicos suelen contar con no más de cuatro o cinco camas, por falta de presupuesto para el personal de enfermería necesario– contempla una indagación profunda acerca de lo que el paciente sabe de su enfermedad, de sus posibles consecuencias, sobre su interés por conocer más o su rechazopara recibir información; de su estado anímico y de su capacidad psíquica para transitar la enfermedad. Un equipo integrado por médicos, psicólogos, psiquiatras, religiosos, enfermeros y voluntarios analiza y discute caso por caso. Se desarrolla un proceso durante el cual se intenta acompañar al paciente en sus decisiones, informarlo sobre los procedimientos que es conveniente realizar y ayudar a que el interesado y su familia tengan conciencia de la situación y su posible pronóstico. No se imponen verdades brutalmente, pero tampoco se las oculta.
Allí se manifiestan distintas formas de llegar a la muerte, en la medida en que la singularidad puede ser escuchada. En el plano anímico, se brinda asistencia psicológica tanto al paciente como a sus allegados. En el cuidado físico, algunos enfermos reciben dosis de morfina para aliviar sus dolores y se les administran sedantes cuando los padecimientos son más difíciles de soportar. A esos pacientes la muerte les llega durante el sueño o la inconsciencia. Pero hay otras experiencias. El señor M. recibía la dosis necesaria de opiáceos y sedantes. Cuando se le informó a la familia la presunción de la muerte inminente, su esposa solicitó el retiro de sedantes: ella conocía la decisión de su marido respecto de sus últimos momentos, sabía que él quería estar consciente. Y aunque, por la naturaleza de su enfermedad estaba prácticamente incapacitado para hablar, en esos breves instantes de vigilia hubo gestos y caricias, hubo miradas de encuentro y de serena despedida de los seres queridos, de la vida.
Esta variante del discurso médico, que acompaña el proceso del morir, ha despertado no pocas oposiciones y miradas displicentes en los sectores de la práctica médica más tradicionalistas. Pero se trata, sin dudas, de una modalidad que contribuye a que los pacientes puedan defender sus verdades subjetivas en uno de los momentos más significativos de la existencia.
Otros pacientes
Pese al importante desarrollo de la farmacología, muchos enfermos terminales padecen dolores intratables y, a la vez, experimentan situaciones cotidianas de incapacidad o privación que afectan severamente su dignidad y su calidad de vida. Algunos de ellos manifiestan que preferirían terminar con sus vidas voluntariamente en lugar de tener que esperar a que sus cuerpos dejen de funcionar.
Pero, dentro del sistema de valores y creencias predominantes en nuestra sociedad, el individuo tiene vedada la decisión de su propia muerte. Debemos aceptar la condición de deudores e inquilinos de nuestra vida, ligados a un contrato que otro ha iniciado y que no tenemos derecho a rescindir. Aunque de hecho muchos lo hacen, puesto que el suicidio es un acto del que cualquiera puede disponer en forma privada. No así el enfermo terminal, quien, hospitalizado o incapacitado físicamente por su dolencia, muchas veces no está en condiciones de ejercer esa opción por su cuenta y necesita de otro que lo asista.
Hemos entrado en el territorio del suicidio asistido y la eutanasia. En nuestro país ambos actos están prohibidos. El ancestral horror a la muerte y la sacralización de la vida dificultan el avance del debate. La asistencia de un tercero en la opción de muerte voluntaria es considerada homicidio y está penada con prisión. Aquí es preciso distinguir la condena moral que recibe quien elige la muerte y la condena penal que se agrega a quien lo asiste.
Aunque generalmente el dilema se plantee en un espacio médico y sea el médico quien está en posición de tener que dar una respuesta a la demanda de ayuda para morir, el problema no es médico, es ético. Porque atañe a un acto en el que se pone en juego de forma extrema la autonomía del sujeto, la libertad de su elección y la absoluta responsabilidad sobre ella. La dimensión ética presente en la eutanasia voluntaria y en el suicidio asistido sacude los cimientos de la conciencia moral y religiosa. Elegirla muerte, en esas circunstancias, pone al sujeto en profunda contradicción con las demandas familiares, con las propias exigencias morales y aun con las regulaciones legales externas.
La muerte voluntaria atenta contra “el bien común”. Podemos recordar, al respecto, la elección de Antígona –tal como se expone en la tragedia de Sófocles–, tomada por Jacques Lacan como paradigma de una decisión ética. Ella desafía la voluntad del Amo, las leyes de la polis, el reclamo de sus seres queridos, y asume las consecuencias de dar a su hermano muerto la sepultura que le había sido prohibida por el poder de Tebas. Con esa decisión, Antígona elige también la muerte, que inexorablemente le llega al final de la obra.
¿Por qué debería ser considerada legítima la elección de morir, con su correspondiente asistencia, cuando la indignidad y el dolor acometen? Porque el enfermo terminal que solicita ayuda para morir también se enfrenta a la elección de Antígona: o se resigna pasivamente cuando la medicina o la familia le exigen que quieran vivir una vida que ya casi no le pertenece, o responde, no sin desgarro, ausentándose de ellos. Un punto final a la propia vida que no es ni un suicidio melancólico ni una acción desesperada, sino un acto que afirma la voluntad y la autonomía del sujeto.
Reconocer el fundamento ético del reclamo a ser asistido para morir es el primer escalón. Así, y aunque sólo una minoría hiciera uso de esa opción, la misma podría estar legitimada por su comunidad y legislada convenientemente. Por ahora a menos que se viva en Holanda, Suiza o el estado de Oregon, esos actos deben consumarse en el territorio de la clandestinidad, de la condena moral y, tal vez lo más doloroso, en soledad.

* Licenciada en Psicología. Miembro de la Asociación Argentina de Investigaciones Eticas.

 


 

LOS PIQUETEROS Y EL GOCE DEL MERCADO
Un síntoma abre los caminos

Por Sergio Rodríguez *

El significante “mercado”, en su desenvolvimiento etimológico resulta un buen ejemplo del concepto de Lacan: Lalengua (escrito así, en una sola palabra). El mercado era el lugar de las negociaciones y las transacciones en que los valores de cambio no eran totalmente independientes de sus valores de uso. Donde plus de goce y falta de goce jugaban una función, interviniendo en las negociaciones y transacciones finales. Dicho significante en su uso actual encubre, vela, reprime y/o reniega que para la masa no hay negociaciones ni transacciones. Hay pura imposición de los dueños del mercado. Y si se lo hace con la máscara democrática de la transparencia, mejor, pues todo queda ventajosamente “legitimado”.
En tanto, un síntoma recorre calles y caminos. Los desesperados por ser marginados, cortan rutas, vías férreas y de comunicación en general. Si el imaginario social cree que la globalización es la culpable de lo que pasa, trata de cortar las venas que la alimentan. Reacción desesperada, exasperada, que al estilo de los destructores de máquinas del siglo XVIII ataca a la herramienta, sin captar que no es ella la responsable sino quienes se apropiaron de ella y la usan egoísta y arbitrariamente. Logran presionar al estado impotente para que algunos piqueteros ingresen por cortos períodos al circuito de la superexplotación. Ciento cuarenta, doscientos pesos mensuales por cavar zanjas, barrer calles o levantar paredes. Se aprovechan de que para ellos es mejor que no tener pan para llevar a sus hijos. Son manifestaciones sintomáticas de la vuelta de lo reprimido: el mercado como lugar de transacciones entre personas relativamente libres. Como síntomas, sólo dan acceso a un goce limitado y desplazado.
Luego, todo sigue igual. Los piqueteros reciben la irritación de los que aún no fueron excluidos del circuito de producción, circulación y comercialización, ya que sienten que el tumulto pone en peligro su existencia laboral y a veces hasta física. En estas condiciones, los piqueteros resultan metonimia para que el odio que engendra la política marginadora de las corporaciones del gran capital se desplace hacia ellos, en vez de dirigirse a los verdaderos autores del marasmo social.
De todo esto, lo que más desanima a la población es la no aparición de propuestas alternativas creíbles. Y eso no es solamente achacable a los políticos actuales. Es indicio ominoso de que las modificaciones producidas por la apropiación privada de los saltos tecnológicos, y sus consecuencias globalizadoras en la cultura, tienen como cara negativa la producción de un gran real que no se logra simbolizar y que se vuelve como amenaza sobre la especie humana y el planeta que habita.

* Psicoanalista. Director de la revista Psyché Navegante.

 

POSDATA
Encuentros. La Liga Israelita Argentina invita a participar del taller “Escuela para padres. Encuentros multifamiliares”, miércoles a las 11. Informes: 4582-0421/4585-6838.
Posgrado. La Escuela de Psicoanálisis del Centro “Sigmund Freud” ha abierto la inscripción para el Posgrado 2001 dedicado al estudio intensivo de la obra freudiana. Informes: Bulnes 1937 6º A, teléfono 4823-9450.
Taller. La Sociedad Argentina de Psicodrama invita a participar del taller que se realizará el 17 de enero, a las 20, bajo el tema “Hacia mi proyecto”. Informes e inscripción: Thames 620, teléfono 4854-8742.
Residencia. La Fundación CIAP (Centro de Investigación y Asesoramiento en Psicología) informa que está abierta la inscripción para el ciclo 2001 de la Residencia en Práctica Clínica - Formación de Psicoterapeutas con Orientación Psicoanalítica. En Charcas 4729, teléfono 4773-8336, de 9 a 20.

 

Mail de estas páginas: [email protected] . Fax: 4334-2330.

 

 

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